Seamos iguales, hermanos, desde el más pequeño hasta el mayor, tanto el rico como el pobre, perfectos en la concordia y la humildad, para que también de nosotros pueda decirse: Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco, no le faltaba. Que nadie busque su propio regalo, mientras ve al hermano pasar apuros, no sea que tenga que oír el reproche del profeta: ¿No os creó el mismo Dios? ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿Por qué, pues, cada cual se desentiende de su hermano profanando la alianza de vuestros padres? Judá traiciona, en Israel se cometen abominaciones Por eso y de acuerdo con lo que el Señor y Salvador ordenó a sus apóstoles, diciendo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado; y en esto conoceréis que sois discípulos míos, nosotros debemos amarnos mutuamente y dar pruebas de que realmente somos siervos de nuestro Señor Jesucristo y discípulos de los cenobios.
El que camina de día no tropieza; en cambio, el que camina en la noche tropieza, porque carece de luz. Pero nosotros —como dice el Apóstol— no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en otro lugar: Todos sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo sois de la noche ni de las tinieblas Luego si somos hijos de la luz, debemos conocer lo que es propio de la luz y producir frutos de luz fructificando en toda obra buena: porque lo que se manifiesta, luz es.
Si volvemos al Señor de todo corazón y con corazón sencillo seguimos los mandatos de sus, santos y de nuestro Padre, abundaremos en toda clase de obras buenas. Pero si nos dejamos vencer por los placeres de la carne, en pleno día iremos palpando la pared como si de medianoche se tratara, y no encontraremos el camino de la ciudad donde habitamos, de la que se dice: Pasaban hambre y sed, se les iba agotando la vida, por haber despreciado la ley que Dios les entregó, y no haber escuchado la voz de los profetas; por eso no pudieron llegar al descanso prometido.
Siendo tan grande la clemencia de nuestro Señor y Salvador, que nos incita a la salvación, volvamos a él nuestros corazones, pues ya es hora de espabilarse. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Hijitos míos, amemos en primer lugar a Dios con todo el corazón, y luego amémonos mutuamente unos a otros, acordándonos de los mandamientos de nuestros Dios y Salvador, en los que nos dice: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas.
San Orsiesio
Libro que, al morir, legó a los hermanos
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