lunes, 30 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 19 -


8 de marzo de 1938 - martes

Dios y su voluntad es lo único que ocupa mi vida. Lo que antes era deseo vehemente, por su infinita misericordia se va templando. Qué inmensa es la gracia de Dios cuando va llenando poco a poco un alma. Cómo se va precisando más y más la vanidad de todo lo humano, y cómo en cambio, se llega uno a convencer prácticamente de que sólo en Dios es donde se halla la verdadera sabiduría, la verdadera paz, la verdadera vida, lo único necesario y el único amor y deseo del alma.

El otro día estuve con el reverendo Padre Abad. Fui a pedirle me concediera alguna penitencia en este santo tiempo de Cuaresma, cosa que me negó, y en cambio me dijo que el día de Pascua me daría la cogulla monacal y el escapulario negro. ¡Qué alegría tuve, buen Jesús! Hubiera abrazado al Reverendo Padre Abad..., demasiado bueno es conmigo.

Cuánta ilusión tenía ya hace algún tiempo por poder vestir la cogulla... Qué alegría tan grande me dio el pensar en que dentro de un breve plazo no me distinguiría en nada de un verdadero religioso (únicamente la corona que no podré usar).

Mas después que fui a darle gracias al Señor por este beneficio, vi claramente que en mí eso es vanidad. Vi que es un honor que me hace la comunidad, y eso me lastima más que otra cosa. ¡Ah!, si me hubiera dado el hábito de converso como le manifesté..., otra cosa hubiera sido; pero lo mismo me da.

De pardo o de blanco, con cogulla o sin ella soy el mismo delante de Dios. Todo lo externo me es indiferente... Sólo quiero amar a Dios, y eso lo hago por dentro y sin que se enteren los hombres.

Lo mismo me da, Señor, el honor que el desprecio. La alegría llana y un poco infantil de vestir la cogulla ya se ha serenado... No quisiera, Señor, que nada del mundo me turbara, ni nada de las criaturas me quitara la paz y el sosiego de amar sólo tu voluntad.

Y así veo, Señor, que todo es vanidad. Que Tú no estás en el hábito ni en la corona. ¿Entonces? Tú, Señor, sólo estás en el corazón desprendido de todo.

Tú, buen Jesús, divino amado mío, tienes tus delicias... ¡Ah!, Señor, qué voy a decir, en el corazón del hombre... Yo te brindo el mío.

Déjame hacer en el tuyo mi celda. Déjame hacer junto a él mi lecho. Déjame vivir solo y desnudo de todo junto a tu Corazón Divino, y ríame de los hábitos, de las coronas, y... de las barbas de todos los conversos del mundo. Seré siempre el mismo para Ti, ¿verdad Jesús?.

¡Qué necio y pueril es el mundo! ¡Cómo nos alegra un trapo y nos entristece una nube! ¡Con qué facilidad nos consideramos felices con una niñería, y con otra niñería nos abatimos y desalentamos!

¡Qué poco somos..., como vivimos a lo exterior, sin pensar que todo es nada, menos amar y servirte a Ti, Jesús mío!

Quiero, Señor, pasar esta Cuaresma, muriendo poco a poco, lo mucho que aún me falta, para vivir sólo para Ti; para que algún día me dejes, Señor, penetrar por la haga de tu costado, y hacer una celdica junto a tu Divino Corazón... ¿Me lo permitirás? A la Santísima Virgen María se lo pido con fervor. Así sea.

(Aunque la mona se vista de seda..., mona se queda).

Un día que me parecía muy grande la pequeña cruz que Jesús me enviaba... Un día que al pensar en lo que aún me queda de vida..., de vida trapense, aquí encerrado para siempre, me parecía muy larga..., un día en que sufría pareciéndome penoso y largo mi camino, leí unas palabras que decían...

NADA DE LO QUE TIENE FIN ES GRANDE

domingo, 29 de junio de 2014

Sermón 3 de san Bernardo en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo


Con mucha razón, hermanos, la madre Iglesia aplica a los Apóstoles lo que dice el libro de la Sabiduría: Éstos son los hombres misericordiosos... Hombres misericordiosos, sin duda alguna, tanto por haber alcanzado misericordia, como por estar llenos de misericordia, o porque nos han sido dados misericordiosamente por Dios. Observa, en primer lugar, qué misericordia han conseguido. Pregúntale a Pablo; escucha lo que él confiesa espontáneamente de sí mismo: Antes fui un blasfemo, perseguidor e insolente; a pesar de esto, Dios tuvo misericordia de mí.

 ¿Quién no conoce el daño que hizo a los fieles de Jerusalén? Y no sólo en Jerusalén y Judea, sino en todo Israel, descargaba su furor, para pisotear a los miembros de Cristo. Caminaba loco de furia, y se le adelantó la gracia. Respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, quedó convertido en discípulo del Señor; consciente, además, de cuanto tendría que sufrir por él. Chorreaba veneno mortal por todos sus poros, y se transformó en un instrumento tan maravilloso que de su corazón brotaban frases tan bellas y santas como ésta: Señor, ¿qué quieres que haga? Estamos ante un cambio realizado por la diestro del Altísimo.

 Con razón diría más tarde: mucha verdad es este dicho y digno de que todos lo hagan suyo: que el Mesías Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; y nadie es más pecador que yo. Que el ejemplo de San Pablo os infunda consuelo y confianza. Si os habéis convertido ya al Señor, no os atormentéis con el recuerdo de vuestros pecados, sino humillaos y decid como él: soy el menor de los Apóstoles, y no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Seamos humildes bajo la mano poderosa de Dios, y confiemos: también nosotros hemos alcanzado misericordia, estamos lavados y santificados. Todos, sin excepción, porque todos pecamos y estamos privados de esta gloria de Dios.

 De San Pedro quisiera deciros otra cosa, que tiene mucho valor por ser muy rara, y que es sublime por ser única. Pablo pecó, pero lo hizo con la ignorancia del que no cree. Pedro, en cambio, cayó con los ojos bien abiertos. Aquí sí que donde abundó el pasado sobreabundó la gracia. Los que pecan antes de conocer a Dios, de experimenar su misericordia, de llevar su yugo suave y ligero, o de recibir la gracia de la devoción y el consuelo del Espíritu Santo, cuentan con un generoso perdón. Y esto fuimos todos nosotros.

sábado, 28 de junio de 2014

Catequesis de Benedicto XVI sobre san Ireneo


San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon:  allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa  de  los malos tratos sufridos en la cárcel. De este  modo,  a  su  regreso,  san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades:  defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él:  los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero  su  obra  va  mucho  más  allá de la confutación  de  la herejía; en  efecto,  se  puede decir que se presenta  como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.

En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.

De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Benedicto XVI
Audiencia General
Miércoles 28 de marzo de 2007

viernes, 27 de junio de 2014

Catequesis de Benedicto XVI sobre san Cirilo de Alejandría

Atanasio y Cirilo de Alejandría. Menologio de Basilio II

Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de san Cirilo antes de su elección a la importante sede de Alejandría. Cirilo, sobrino de Teófilo, que desde el año 385 rigió como obispo, con mano firme y prestigio, la diócesis de Alejandría, nació probablemente en esa misma metrópoli egipcia entre el año 370 y el 380. Pronto se encaminó hacia la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como teológica. En el año 403 se encontraba en Constantinopla siguiendo a su poderoso tío y allí participó en el Sínodo conocido con el nombre de la Encina, que depuso al obispo de la ciudad, Juan (después conocido como Crisóstomo), registrando así el triunfo de la sede de Alejandría sobre su rival tradicional, Constantinopla, donde residía el emperador. Tras la muerte de su tío Teófilo, Cirilo, que aún era joven, fue elegido en el año 412 obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran firmeza durante treinta y dos años, tratando siempre de afirmar el primado en todo el Oriente, fortalecido asimismo por los vínculos tradicionales con Roma.

Dos o tres años después, en el 417 ó 418, el obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al recomponer la ruptura de la comunión con Constantinopla, que persistía ya desde el año 406 tras la deposición de san Juan Crisóstomo. Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a encenderse diez años después, cuando en el año 428 fue elegido obispo Nestorio, un prestigioso y severo monje de formación antioquena. El nuevo obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones, pues en su predicación prefería para María el título de "Madre de Cristo" (Christotokos), en lugar del de "Madre de Dios" (Theotokos), ya entonces muy querido por la devoción popular.

El motivo de esta decisión del obispo Nestorio era su adhesión a la cristología de la tradición antioquena que, para salvaguardar la importancia de la humanidad de Cristo, acababa afirmando su separación de la divinidad. De este modo no era ya verdadera la unión entre Dios y el hombre en Cristo y, por tanto, ya no se podía hablar de "Madre de Dios".

La reacción de Cirilo —entonces máximo exponente de la cristología de Alejandría, que subrayaba con fuerza la unidad de la persona de Cristo— fue casi inmediata y se desplegó con todos los medios ya a partir del año 429, enviando también algunas cartas al mismo Nestorio. En la segunda misiva (PG 77, 44-49) que le envió Cirilo, en febrero del 430, leemos una clara afirmación del deber de los pastores de preservar la fe del pueblo de Dios. Este era su criterio, por lo demás válido también para hoy:  la fe del pueblo de Dios es expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina. Escribe estas líneas a Nestorio:  "Es necesario exponer al pueblo la enseñanza y la interpretación de la fe de la manera más irreprensible y recordar que quien escandaliza aunque sea a uno solo de los pequeños que creen en Cristo padecerá un castigo intolerable".

En la misma carta a Nestorio —misiva que más tarde, en el año 451, sería aprobada por el concilio de Calcedonia, cuarto concilio ecuménico—, Cirilo describe con claridad su fe cristológica:  "Siendo distintas las naturalezas que se unieron en esta unidad verdadera, de ambas resultó un solo Cristo, un solo Hijo:  no en el sentido de que la diversidad de las naturalezas quedara eliminada por esta unión, sino que la divinidad y la humanidad completaron para nosotros al único Señor Jesucristo e Hijo con su inefable e inexpresable conjunción en la unidad".

Y esto es importante:  realmente la verdadera humanidad y la verdadera divinidad se unen en una sola Persona, nuestro Señor Jesucristo. Por ello, sigue diciendo el obispo de Alejandría, "profesamos un solo Cristo y Señor, no en el sentido de que adoramos al hombre junto con el Logos, para no insinuar la idea de la separación diciendo "junto", sino en el sentido de que adoramos a uno solo y al mismo, pues su cuerpo no es algo ajeno al Logos, con el que está sentado a la diestra del Padre. No están sentados a su lado dos hijos, sino uno solo unido con la propia carne".

Muy pronto el obispo de Alejandría, gracias a agudas alianzas, logró que Nestorio fuera condenado repetidamente:  por parte de la sede romana con una serie de doce anatematismos redactados por él mismo y, finalmente, por el concilio de Éfeso, en el año 431, el tercer concilio ecuménico. La asamblea, que se desarrolló con vicisitudes tumultuosas, concluyó con el primer gran triunfo de la devoción a María y con el exilio del obispo de Constantinopla que no quería reconocer a la Virgen el título de "Madre de Dios", a causa de una cristología equivocada, que ponía división en el mismo Cristo. Ahora bien, después de haber prevalecido de este modo sobre el rival y su doctrina, san Cirilo supo alcanzar ya en el año 433 una fórmula teológica de compromiso y de reconciliación con los de Antioquía. Y esto también es significativo:  por una parte se da la claridad de la doctrina de la fe, pero, por otra, la intensa búsqueda de la unidad y de la reconciliación. En los años siguientes se dedicó con todos los medios a defender y aclarar su posición teológica hasta la muerte, acaecida el 27 de junio del año 444.

Audiencia General
Miércoles 3 de octubre de 2007

jueves, 26 de junio de 2014

La castidad sin la caridad no tiene valor

San Pelayo. Olivares de Duero

La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así, en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

miércoles, 25 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 18 -


7 de marzo de 1938 - lunes

Con qué facilidad juzga el mundo, y con cuánta facilidad también se equívoca. Para mi familia es la cosa más natural que yo esté en la Trapa.

Mis hermanos, llevados del cariño, desean mi felicidad. Han visto, mientras he estado en el mundo, mis deseos de vivir y morir trapense... Ahora que ya vivo en el monasterio, dicen..., que Dios te ayude, por fin vives en tu centro, ojalá no tengas que volver a salir..., eres feliz en el convento, el mundo no es para ti.

Estas y otras razones se hace mi familia.

Es natural..., ignoran mi vocación.

Si el mundo supiera el martirio continuo que es mi vida... Si mi familia supiera que mi centro no es la Trapa, ni el mundo, ni ninguna criatura, sino que es Dios, y Dios crucificado...

Mi vocación es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero; inmolarme junto a Jesús por los pecados de mis hermanos, los sacerdotes, los misioneros, por las necesidades de la Iglesia, por los pecados del mundo, las necesidades de mi familia, a la que quiero ver, no en la abundancia de la tierra, sino muy cerca de Dios.

¡Ah!, si el mundo supiera lo que es mi vocación en la Trapa... Si supieran ver la cruz detrás de una pacífica sonrisa; si supieran ver las enormes luchas detrás de la paz conventual... Pero no, eso no deben verlo... Sólo Dios. Bien está así.

Esto no son quejas, ni amargura..., todo lo contrario. Mis ansias de cruz no disminuyen. Mi mayor alegría es vivir ignorado. Mi vocación la comprendo y en ella a Dios bendigo cuando de todo corazón la abrazo... Qué dulce es sufrir por Jesús y sólo por Él y sus intereses.

La Trapa mi centro, dice el mundo..., qué paradoja. Mi centro es Jesús, es su Cruz... La Trapa no me importa nada..., y si Dios me manifestara otro sitio donde sufriera más, y El me lo pidiese, allí me iría con los ojos cerrados.

Yo no me entiendo a veces. Soy absolutamente feliz en la Trapa, porque en ella soy absolutamente desgraciado.

No cambiaría mis penas, por todo el oro del mundo, y al mismo tiempo, lloro mis tribulaciones y desconsuelos, como si con ellos no pudiera vivir.

Deseo con ansia la muerte por dejar de sufrir, y a veces no quisiera dejar de sufrir ni aun después de muerto.

Estoy loco, chiflado, no sé lo que me pasa. En algunos momentos sólo en la oración a los pies de la Cruz de Jesús, y al lado de María, tengo sosiego.

Que Él me ayude. Así sea

martes, 24 de junio de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


42.- En la Natividad de san Juan Bautista. Monje, hoy la liturgia ofrece a tu oración argumentos sublimes. Contempla el sol que ha nacido de lo alto: ningún día hallarás más largo, pues hasta la naturaleza quiere proclamar que, con el nacimiento del Precursor, ha comenzado el triunfo de la luz sobre el poder de las tinieblas. Contempla al que aún no ha nacido, cómo salta lleno del Espíritu Santo y se ofrece, desde antes del comienzo de su existencia, a la realización de los planes salvadores de Dios. Contempla al joven, que consagra su vida a la penitencia, para lograr la conversión de los corazones, renunciando a los goces del mundo. Contempla al profeta, que bautiza en las aguas del Jordán al que habrá de lavarnos de nuestros pecados con su propia sangre. Contempla al testigo insobornable de la verdad, cuya proclamación termina por costarle la vida. Monje, hoy tendrás muchas horas de luz para poder contemplar al sol que ilumina a los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte: déjate iluminar.

lunes, 23 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 17 -


4 de marzo de 1938 - viernes

Bendita sea la siempre la adorable y tranquila Santísima Trinidad.

Cojo hoy en nombre de Dios la pluma, para que mis palabras al estamparse en el blanco papel sirvan de perpetua alabanza al Dios bendito, autor de mi vida, de mi alma y de mi corazón.

Quisiera que el universo entero, con todos los planetas, los astros todos y los innumerables sistemas siderales, fueran una inmensa superficie tersa donde poder escribir el nombre de Dios.

Quisiera que mi voz fuera más potente que mil truenos, y más fuerte que el ímpetu del mar, y más terrible que el fragor de los volcanes, para sólo decir, Dios.

Quisiera que mi corazón fuera tan grande como el cielo, puro como el de los ángeles, sencillo como la paloma, para en él tener a Dios.

Mas ya que toda esa grandeza soñada no se puede ver realizada, conténtate, hermano Rafael, con lo poco, y tú que no eres nada, la misma nada te debe bastar.

¡Qué hipocresía decir que nada tiene..., el que tiene a Dios! ¡Sí!, ¿por qué callarlo?... ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo entero, y publicar a los cuatro vientos, las maravillas de Dios?

¿Por qué no decir a las gentes, y a todo el que quiera oírlo?... ¿Ves lo que soy?... ¿Veis lo que fui? ¿Veis mi miseria arrastrada por el fango?... Pues no importa, maravillaos, a pesar de todo, yo tengo a Dios..., Dios es mi amigo..., que se hunda el sol, y se seque el mar de asombro..., Dios a mí me quiere tan entrañablemente, que si el mundo entero lo comprendiera, se volverían locas todas las criaturas y rugirían de estupor.

Más aún... todo eso es poco.

Dios me quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden.

¡Qué grande es la misericordia de Dios! ¡Quererme a mí..., ser mi amigo..., mi hermano..., mi padre, mi maestro..., ser Dios y ser yo lo que soy!

¡Ah!, Jesús mío, no tengo papel ni pluma. ¡Qué diré!... ¿Cómo no enloquecer?... ¿Cómo es posible vivir, comer, dormir, hablar y tratar con todos? ¿Cómo es posible que aún tenga serenidad para pensar en algo que el mundo llama razonable, yo que pierdo la razón pensando en Ti?

¡Cómo es posible, Señor!... Ya lo sé, Tú me lo has explicado..., es por el milagro de la gracia.

Si el mundo que busca a Dios..., supiera. Si supieran esos sabios que buscan a Dios en la ciencia, y en las eternas discusiones... Si supieran los hombres dónde se encuentra Dios..., cuántas guerras se impedirían..., cuánta paz habría en el mundo, cuántas almas se salvarían.

Insensatos y necios, que buscáis a Dios donde no está.

Escuchad, y... asombraos. Dios está en el corazón del hombre... yo lo sé. Pero mirad, Dios vive en el corazón del hombre, cuando este corazón vive desprendido de todo lo que no es El. Cuando este corazón se da cuenta de que Dios llama a sus puertas, y barriendo y limpiando todos sus aposentos, se dispone a recibir al Único que llena de veras.

Qué dulce es vivir así, sólo con Dios dentro del corazón. Qué suavidad tan grande es verse lleno de Dios. Qué fácil debe ser morir así.

Qué poco cuesta..., mejor dicho, nada cuesta, hacer lo que Él quiere, pues se ama su voluntad, y aun el dolor y el sufrimiento, es paz, pues se sufre por amor.

Sólo Dios llena el alma..., y la llena toda.

No hay criaturas, no hay mundo, no hay nada que la turbe... Sólo el pensar en ofenderle y en perderlo, la hace sufrir...

Que vengan los sabios preguntando dónde está Dios. Dios está donde el sabio con la ciencia soberbia no puede llegar... Dios está en el corazón desprendido…, en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario al dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas...

Dios está en la Cruz, y mientras no amemos la Cruz, no le veremos, no le sentiremos...

Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido.

¡Ah!, Señor, qué feliz soy en mi retiro... Cuánto te amo en mi soledad... Cuánto quisiera ofrecerte que no tengo, pues ya te lo he dado todo... Pídeme, Señor..., mas ¿qué he de darte?

¿Mi cuerpo?, ya lo tienes; es tuyo. ¿Mi alma?... Señor, ¿en quién suspira sino en Ti, para que de una vez la acabes de tomar? ¿Mí corazón? está a los pies de María, llorando de amor..., sin ya nada querer, más que a Ti.

¿Mi voluntad? ¿acaso, Señor, deseo lo que Tú no deseas? Dímelo... dime, Señor, cuál es tu voluntad, y pondré la mía a tu lado... Amo todo lo que Tú me envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad, tanto estar aquí como allí, tanto ser una cosa como otra.

¿Mi vida? tómala, Señor Dios mío, cuando Tú quieras.

¡Cómo no ser feliz así!

Si el mundo y los hombres supieran. Pero no sabrán; están muy ocupados en sus intereses; tienen el corazón muy lleno de cosas que no son Dios. Vive el mundo muy para un fin terreno; sueñan los hombres con esta vida, en que todo es vanidad, y así..., no se puede encontrar la verdadera felicidad que es el amor a Dios. Quizás se llegue a comprender, pero para sentirla hay que vivirla, y muy pocos se renuncian a si mismos y toman su cruz..., aun entre los religiosos...

Señor..., qué cosas permites..., tu sabiduría sabrá; tenme a mi de la mano y no permitas que mi pie resbale, pues si Tú no lo haces..., ¿quién me ayudará? ¿Y si Tú no edificas?.

¡Ah!, Señor, cuánto te quiero. ¡Hasta cuándo, Señor!

Virgen María, dile a Jesús que quisiera volverme loco y hacer locuras por su amor; dile que... me perdone... El lo hará, bendita Madre, si tú se lo dices. Así sea.

domingo, 22 de junio de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


41.- Adoración. Monje, pídele con fervor al Señor que mueva tu frío corazón a adorarle como Dios tuyo que es; a venerarle, como fuente y origen de toda bondad; a reverenciarle, como Padre que te educa durante esta vida; pero, sobre todo, a amarle, pues él se ha desvestido de tanta gloria y se te ha entregado por completo, simplemente, porque te ama en su eternidad.

sábado, 21 de junio de 2014

Un egregio jesuita: san Luis Gonzaga

Altar de san Luis. Iglesia de San Ignacio. Roma.

Recordamos hoy a un egregio religioso jesuita, san Luis Gonzaga, que en la flor de su juventud entregó su vida a Dios y nos dejó el ejemplo de una vida llena de pureza, que renunció a las grandezas propias de su linaje para consagrarse al servicio de Dios.

En 1590-1591 la peste hizo estragos en Roma, causando miles de muertes entre ellas la de los papas Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV. Luis atendió con heroísmo a los apestados en San Giacomo degli Incurabili, en San Juan de Letrán, en Santa María de la Consolación, y en el hospital improvisado junto a la iglesia del Gesú, donde contrajo la enfermedad.

Así moría a los 23 años, tras una vida rica en experiencias. Reconocía que «el Señor le había dado un gran fervor en ayudar a los pobres», y añadía: «cuando uno tiene que vivir pocos años, Dios lo incita más a emprender tales acciones». Al padre provincial, que llegó a visitarle horas antes de morir, le dijo:

¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos...!
¿A dónde, Luis?
¡Al Cielo!
¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

miércoles, 18 de junio de 2014

Santo Desierto Carmelita de San José de las Batuecas


El Desierto de San José se fundó en 1599 por el padre Tomás de Jesús, en aquel entonces Superior Provincial de los Carmelitas Descalzos de Castilla. El monasterio se construyó en lo profundo del valle de Batuecas, un auténtico paraíso natural rodeado de ríos, bosques y altas montañas. Lo intrincado del valle y su belleza provocaron que desde antiguo éste estuviera rodeado de leyendas, que contribuyeron a aumentar el misterio que ya de por sí tenía.


Los Carmelitas Descalzos, fieles a su tradición contemplativa, vivieron en este Desierto solitario como en un oasis de paz, siendo un monasterio que acogía constantemente a Carmelitas de diversos conventos que, tras tiempo de actividad apostólica, necesitaban del remanso de la contemplación.


En 1836 los religiosos fueron expulsados, y el monasterio fue vendido y destruido, tanto por la mano del hombre como por un inmenso incendio que lo dejó en ruinas. En 1937 fue recuperado y restaurado por Santa Maravillas de Jesús, Carmelita Descalza, quien lo cedió de nuevo a los Padres Carmelitas en 1950, restaurando así la vida de Desierto contemplativo.


Hoy, una pequeña comunidad de frailes Carmelitas, mantiene viva la llama de la vida contemplativa en este Desierto de Batuecas, un lugar que es en la actualidad, también, un espacio de acogida para todos aquellos que quieren acercarse a vivir un tiempo de silencio.

En la actualidad, nuestros superiores también han dado permiso para que recibamos vocaciones, jóvenes que quieran entregarse a la vida contemplativa según el carisma del Carmelo. Éstos somos parte de la comunidad que habitamos en el Santo Desierto de San José de las Batuecas. Algunos permanecemos de continuo y otros pasan temporadas que les ayudan en su camino. Nuestros visitantes también son ya un cachito de nuestra comunidad.

lunes, 16 de junio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 16 -


27 de febrero de 1938 - domingo

Domingo de Quincuagésima.

Hoy le he ofrecido al Señor lo único que me quedaba... la vida. He puesto a sus pies para que Él la acepte y la emplee en lo que quiera y la tome cuando quiera, y para lo que quiera..., mi vida.

Cuando abandoné mi casa, abandoné de propio intento, una serie de cuidados que requiere mi enfermedad, y vine a abrazar un estado, en el cual es imposible cuidar una enfermedad tan delicada. Sabia perfectamente a lo que venia.

Sin embargo... algunas veces, ¡pobre hermano Rafael!, sin tú darte cuenta, sufrías, el verte privado de muchas cosas necesarias..., sufrías verte privado de la libertad de dar a las flaquezas de tu enfermedad los remedios de que allí en el mundo no carecías.

Te abrazaste desde un principio a la Cruz de Cristo, pero en algún momento desfallecías.

Otras veces, al ver que tu vida aquí en la Trapa, la acortabas a sabiendas, al ver que por voluntad de Dios (y no de los hombres), sentías más el peso de la enfermedad incurable, aquí que en el mundo, donde todo está a tu servicio, también sufrías.

Otras veces, sufrías solamente por ver tu vida enferma, y para siempre sin un alivio.

Pues todo eso se acabó.

Al Señor esta mañana, le he ofrecido mi vida. Ésta ya no es mía... Que Él la cuide si quiere, que yo ya no pienso preocuparme. Sí, ocuparme, porque Él me la presta, pero... nada más.

Si Él quiere me enviará los remedios necesarios. Si Él no quiere, pasaré tan contento sin ellos. No me preocuparé en absoluto del estado de la salud... Tomaré lo que me den, haré lo que me manden, obedeceré en todo.

Trataré a mi cuerpo como si fuera de otro. Buscaré solamente la voluntad de Dios. Amaré sus deseos y haré de ellos mi única ley. Si El quiere mi vida larga y penosa... sea. Si Él la quiere tomar esta noche..., sea. Lo mismo hoy que mañana, que dentro de mil años, mi vida es suya, mi cuerpo es suyo, mi salud, buena o mala es suya. Que Él sea el responsable de lo que me suceda.

Le he pedido a la Virgen María interceda delante de Jesús, para que acepte mi oblación. ¡Qué alegría tan grande si Dios la aceptara! ¡Qué alegría seria morir por Jesús..., y que Él ofreciera mi vida al Eterno Padre, en reparación de los pecados del mundo; de las guerras; de los pueblos infieles; por los sacerdotes; por el Papa y por la Iglesia!

No me importa sufrir y padecer, si Jesús acepta mi oblación. Ya le he dado el corazón..., le he dado mi voluntad... Ahora le doy mi vida. Ya nada me queda más que morir cuando Él quiera.

Cúmplase su voluntad y no la mía.

¡Qué contento estoy al no tener ya nada! Al no tener que andar caviloso sobre si esto me sienta bien , esto mal; sobre si la medicación o el régimen, o lo que sea... Hago lo que me manden, y no me ocuparé de más.

Que el Señor cuide mi enfermedad como quiera. Y cuantos menos cuidados me envíe, y en más necesidades me ponga..., mejor.

A veces, Señor, quisiera morir en la indigencia, abandonado de todos en la calle o en un hospital público... Morir de necesidad, pero creo que eso es una tentación... No sé, en tus manos estoy y a las de la Virgen María me encomiendo.

He visto y comprobado, que estoy más fervoroso y más cerca de Dios, cuanta más hambre tengo y más se me doblan las piernas.

Me ayudan mucho las lágrimas que derramo algunos días después de la colación en el coro.

En esos momentos, sufro mucho física y moralmente, pero luego bendigo entrañablemente a Dios.

Verdaderamente, no soy mas que miseria, tanto me mire por dentro como por fuera. Cuando llega la noche y veo el cansancio de mi cuerpo, la pobre necesidad de la materia, la pequeñez y ruindad de mi cuerpo, y además, veo la puerilidad y futilidad de los motivos por los cuales mi espíritu estuvo turbado durante el día, las insignificantes razones que tuve para sufrir, y la pequeñez del mundo entero, aunque éste me aplastara... Cuando veo todo eso y pongo a su lado la santísima Cruz de Jesús... ¿quién se atreve a pensar en si mismo y a decir que sufre?

¡Oh!... egoísmo humano..., lloras por una manzana, te acongojas con los dichos de un hermano..., te turbas con el recuerdo de un día de sol en el mundo... y sufres por lo que es aire y vanidad.

¡Oh, miseria del hombre! ¡Qué poco miras a Cristo crucificado!... ¡Qué poco sufres y lloras por Él!...

Humilla tu cara en el polvo, hermano Rafael, y deja ya de pensar en nada que sea barro, que sea criatura, que sea mundo, que seas tú... Llena tu alma del amor de Cristo; besa sus llagas; abrázate a su Cruz; sueña y piensa y duerme en El... ¡Qué bien se descansa a los pies del dulce Madero! ¿Qué bien se duerme agarrado al crucifijo!

¡Qué bueno es Dios!

domingo, 15 de junio de 2014

Monasterio de Santa María de Huerta

En este día, en el que la Iglesia hace oración por los que han consagrado su vida a la contemplación, visitamos uno de los monasterios históricos españoles más hermosas: el cisterciense de Santa María de Huerta.

viernes, 13 de junio de 2014

San Gerardo, hermano de san Bernardo de Claraval


El Martirologio romano nos recuerda hoy, junto a la brillante figura de san Antonio, a un humilde monje de Claraval, hermano de san Bernardo. El hermano menor y el favorito de san Bernardo, el joven Gerardo, no formaba parte del grupo de muchachos, parientes y amigos, que acompañaron al primero a Cister y recibieron el hábito junto con él. Por aquel entonces Gerardo estaba demasiado preocupado en ver la mejor manera de realizar sus proyectos de entrar en el ejército, para prestar atención a las exhortaciones de Bernardo. Sin embargo, poco tiempo después, cuando el joven soldado fue gravemente herido durante el sitio a Grancy y luego pasó largo tiempo en la prisión, reflexionó en cosas más serias, reconoció en su fuero interno la vanidad de la gloria de este mundo y, al quedar libre, fue en busca de su santo hermano y se puso a sus órdenes.

Al tomar el hábito, se convirtió en la mano derecha de san Bernardo, a quien acompañó a Claraval. En su cargo de celador, no se limitó a cumplir con eficacia los trabajos domésticos de la abadía, sino que adquirió una extraordinaria habilidad técnica en los diversos oficios y, tanto los albañiles como los herreros, labradores, zapateros y tejedores, recurrían a él para recibir instrucciones y dirección. Semejantes actividades exteriores no intervenían para nada en su vida espiritual; Gerardo era un modelo de obediencia y de fervor religioso. Cierta vez, en 1137, cuando iba camino de Roma con San Bernardo, cayó gravemente enfermo en Viterbo; su estado se hizo crítico y todos pensaban que iba a morir; pero san Bernardo se puso en oración y pidió que su hermano recuperase la salud, por lo menos para ir a morir a casa, y la petición fue concedida. Gerardo quedó sano temporalmente y, al año siguiente, volvió a enfermar. Poco antes de morir, exclamó con voz fuerte y una sonrisa feliz en los labios: «¡Oh, cuan bueno es que Dios sea el Padre de los hombres y cuánta gloria tienen los hombres en ser hijos de Dios!»

En su Sermón 26 sobre el Cantar de los Cantares, nos desvela san Bernardo su dolor ante la muerte de su querido hermano con patéticas expresiones:

Sabéis, hijos míos, qué profundo es mi dolor, qué dolorosa mi herida. Os percatáis claramente qué compañero tan fiel me ha abandonado en el camino por el que avanzaba, qué administrador tan sagaz, tan entregado a su trabajo y tan agradable en el trato. ¿No era él mi amigo más íntimo y yo su predilecto? Era hermano de sangre, pero más aún como monje. Lamentad, por favor, mi suerte, vosotros que sabéis todo esto. En mi debilidad él me llevaba; en mis cobardía, él me animaba; en mi dejadez y negligencia, él me estimulaba; en mis descuidos y olvidos, él me advertía

jueves, 12 de junio de 2014

Capítulos 2 y 3 de la Vida de San Onofre, escrita por san Pafnucio


Mientras estaba descansando fatigosamente, y pensando de cómo había luchado por llegar a donde estaba, vi a la distancia a un hombre terrible de contemplar. Estaba cubierto en todas partes por pelos como una bestia salvaje. Su pelo era tan espeso que ocultaba su cuerpo en casi su totalidad. Su única ropa era un taparrabo de hojas e hierbas. La visión de él me llenó de temor, ya sea por el miedo o el asombro, no estaba muy seguro. Nunca antes había puesto mis ojos en tal extraordinaria visión de una forma humana. No supe qué hacer, pero cuando valoré mi vida tomé refugio, y trepé apresuradamente hasta arriba de la cara de un despeñadero cercano. Temblando me escondí bajo algunas plantas frondosas y gruesas, respirando agitadamente. La edad y la abstinencia se habían convertido casi en la muerte para mí. El hombre me vio sobre el despeñadero y me gritó con voz fuerte:

- Baja de la ladera, hombre de Dios. No tengas miedo. Soy sólo un débil hombre mortal como tú.

Tranquilizado por estas palabras recuperé mi inteligencia y bajé, y fui hasta el santo, dubitativamente postrándome a sus pies.

- Levántate, levántate, - dijo- . No debes arrodillarse ante mí. Tú también eres un siervo de Dios y tu nombre es Pafnucio, amado por los Santos.

Me levanté inmediatamente, y aunque estaba muy cansado fue con gran júbilo que me senté frente a él, con un deseo agudo de saber quién era, y qué tipo de vida ha vivido. 

- Dios que me ha guiado a través del desierto ha cumplido el deseo de mi corazón, -dije-. Mis miembros y articulaciones, que se estaban desintegrando, casi empiezan ya a sentirse renovadas. Pero mi mente todavía tiene sed de iluminación. Dime señor, de todo corazón te lo ruego, te lo suplico en nombre de aquél por cuyo amor habitas estos desiertos: cuándo viniste, cuál es tu nombre, cuánto tiempo has estado aquí. Te ruego, me lo digas claramente.

Él obviamente podía ver como quise saber del objetivo de su vida, y me dio su respuesta.

- Puedo ver cuán seriamente deseas estar al tanto de las tribulaciones de mi larga vida, hermano amado. No tengas miedo alguno, te diré todo desde el principio. Me llamo Onofre, un pecador indigno, y he estado llevando mi vida laboriosa en este desierto durante casi setenta años. Tengo las bestias salvajes como compañía, mi comida regular es fruta e hierbas, coloco mi cuerpo miserable para dormir en laderas, en cuevas, y en valles. Durante todos estos años no he visto a nadie excepto a ti, y no he recibido comida de ningún ser humano.

Fui criado en el monasterio de Hermopolis en la Tebaida, donde había aproximadamente cien monjes. Su vida era tal, que vivieron equitativamente entre ellos, en la voluntad y en la escritura. Eran de un solo corazón y un solo espíritu, inclinando sus cabezas bajo el yugo y la disciplina de una regla sagrada, despreocupados por los altibajos de la vida en el mundo entero. Lo que complació a uno complacía a todos. Siguieron a Dios con mente sagrada, fe pura, y perfecta caridad. Noche y día, nunca dejaron de servirlo con la mansedumbre y paciencia. Tenían tal afición al silencio, como parte de su abstinencia, que nadie desafiaba decir una palabra, excepto para hacer alguna pregunta necesaria o dar una respuesta apropiada. Allí, también recibí la doctrina sagrada en mi juventud, y aprendí de los hermanos, el modelo de una vida regular. Estaba seguro del amor que tenían por mí, y me enseñaron cómo debo desempeñar los mandamientos de Dios. 

martes, 10 de junio de 2014

Mártires de la Abadía de Tokwon


En febrero de 1909 llegaron a Seúl los monjes de Santa Otilia. Siguiendo el modelo utilizado en sus monasterios africanos, los monjes laicos establecieron un taller de carpintería y una escuela de comercio, mientras que los monjes sacerdotes se encargaban de la obra pastoral y la educación. Con la llegada de más monjes de Europa, el monasterio fue ascendido a la categoría de abadía el 15 de mayo de 1913. El padre Boniface Sauer se convirtió en el primer abad de la comunidad.

Cuando el Vicariato Apostólico de Seúl se dividió en 1920, los monjes de la Abadía de San Benito se hicieron cargo del recién creado Vicariato Apostólico de Wŏnsan. Hacia 1927, cerraron el monasterio original de Seúl, por lo que se reubicó en Tokwon a una comunidad de alrededor de cuarenta monjes. Desde 1927 hasta 1928, los monjes construyeron un seminario menor y mayor para formar a sacerdotes indígenas seculares, mientras que desde 1929 hasta 1931, se construyó una iglesia de estilo neorrománica. Alrededor de este período, la comunidad comenzó a cultivar las vocaciones monásticas locales.


En 1940 se creó la Abadía Territorial de Tokwon, abarcando las ciudades de Wŏnsan (donde se encuentra Tokwon) y Munchon y los condados de Anbyon, Chonnae y Kowon. Como abad de Tokwon, el padre Bonifacio Sauer se convirtió en el ordinario de la abadía territorial. Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, la Abadía de Tokwon cayó bajo el control de las fuerzas de ocupación soviéticas. Aunque el monasterio fue utilizado durante mucho tiempo para alojar soldados, finalmente se restableció la vida monástica. Para cuando las fuerzas soviéticas se retiraron en 1949, había cerca de 60 monjes en la abadía de Tokwon (25 de ellos, coreanos) y alrededor de 20 hermanas de la Congregación Tutzing en un monasterio cercano a Wŏnsan.

En mayo de 1949, bajo el gobierno de Kim Il-sung, la policía secreta de Corea del Norte ocupó el monasterio, arrestaron a todos los monjes y hermanas, y los trasladaron a las prisiones y campos de concentración. En julio de 1950, la abadía de Tokwon fue destruida por los soldados del Ejército Popular de Corea. De 1949 a 1952, 14 monjes y 2 hermanas fueron ejecutados después de un duro encarcelamiento y tortura. En el mismo período, 17 monjes y dos hermanas murieron de hambre, enfermedad, el duro trabajo físico y las malas condiciones de vida en los campos. El Abad-Obispo Bonifacio Sauer murió el 1 de febrero de 1950 en una cárcel de Pionyang, antes de la ejecución de todos los monjes superiores en octubre de 1950. En enero de 1954, los 42 monjes y hermanas alemanes que sobrevivieron fueron repatriados a Alemania a través del ferrocarril Transiberiano.


En mayo de 2007 se inició el proceso para la beatificación de los 36 Siervos de Dios norcoreanos de la Abadía de Tokwon, martirizados durante la ola de persecución contra los cristianos bajo el gobierno de Kim Il-sung. El proceso se titula Beatificación del abad obispo Bonifacio Sauer (OSB), el P. Benedicto Kim (OSB) y compañeros mártires. Uno de ellos es el P. Cunibert, nacido en la localidad bávara de Edelstetten, donde se recuerda su figura con una fotografía dentro de la Iglesia.

viernes, 6 de junio de 2014

De la Vida de san Norberto de Magdeburgo


Norberto es contado, con toda razón, entre los que más eficazmente contribuyeron a la reforma gregoriana; él, en efecto, quiso antes que nada formar un clero entregado a una vida genuinamente evangélica y a la vez apostólica, casto y pobre, que aceptara «a la vez la vestidura y el ornato del hombre nuevo: lo primero en el hábito religioso, lo segundo en la dignidad de su sacerdocio», y que se preocupara de «seguir las enseñanzas de la sagrada Escritura y de tener a Cristo por guía». Acostumbraba recomendar a este clero tres cosas: «En el altar y en los divinos oficios, decoro; en el capítulo, enmienda de las desviaciones y negligencias; con respecto a los pobres, atenciones y hospitalidad».

A los sacerdotes, que en la comunidad hacían las veces de los apóstoles, les agregó tal multitud de fieles laicos y de mujeres, a imitación de la Iglesia primitiva, que muchos aseguraban que nadie, desde el tiempo de los apóstoles, había podido adquirir para Cristo, en tan breve espacio de tiempo y con la formación que él les daba, semejante cantidad de personas que procurasen seguir una vida de perfección.

Cuando lo nombraron arzobispo, encomendó a sus hermanos de religión la evangelización de los vendos; además, se esforzó en la reforma del clero de su diócesis, a pesar de la turbación y conmoción que esto causó en el pueblo.

Finalmente, su principal preocupación fue consolidar y aumentar la armonía entre la Santa Sede y el Imperio, guardando, sin embargo, intacta la libertad en cuanto a los nombramientos eclesiásticos, lo que le valió estas palabras que le escribió el papa Inocencio segundo: «La Santa Sede se felicita de todo corazón de tener un hijo tan devoto como tú»; el emperador, por su parte, lo nombró gran canciller del Imperio.

Todo esto lo hizo movido por la fuerza que le daba su fe: «En Norberto —decían— destaca la fe, como en Bernardo de Claraval la caridad»; también se distinguió por la amabilidad de su trato, «ya que, grande entre los grandes y exiguo entre los pequeños, con todos se mostraba afable»; asimismo era notable su elocuencia: «Palabra de Dios llena de fuego, que quemaba los vicios, estimulaba las virtudes, enriquecía con su sabiduría a las almas bien dispuestas», ya que su valiente predicación era fruto de una meditación asidua y contemplativa de las cosas divinas.

PL 170, 1262.1269.1294.1295

miércoles, 4 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


6.- No tengo la menor duda de que vuestro entendimiento está iluminado. Si me fijo en cambio en pruebas evidentes, vuestro afecto no está tan purificado. Conocéis el bien, el camino a seguir, y cómo debéis caminar. Pero la voluntad no es idéntica en todos. Algunos andan, corren y vuelan en todos los ejercicios de este camino y de esta vida: las vigilias se les hacen breves, las comidas sabrosas y el pan excelente, los trabajos llevaderos y agradables. Otros todo lo contrario: tienen un corazón tan árido y un afecto tan pertinaz, que nada de esto los atrae. Son tan pobres y miserables que únicamente les mueve algo el temor del infierno. Comparten todas las miserias, pero no las alegrías.

¿Tan pequeña es ahora la mano del Señor, que es incapaz de atender a todos? ¿No abre la mano y sacia de favores a todo viviente? ¿Qué ocurre? Sencillamente, que éstos no ven a Cristo cuando se retira de ellos. No consideran que son huérfanos y peregrinos en este mundo, que actualmente están prisioneros en la cárcel espantosa del cuerpo y lejos de Cristo. Si soportan largo tiempo este peso se agotan y sucumben, su vida es un verdadero infierno. Jamás disfrutan de la luz maravillosa del Señor, ni de la libertad espiritual, única capaz de hacer llevadero el yugo y ligera la carga.

lunes, 2 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


5.- Me viene ahora a la mente aquello del profeta Eliseo, a quien Elías le había prometido dar en el momento de su partida o elevación todo lo que pidiera: déjame en herencia tu espíritu por duplicado. Elías comentó: ¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. ¿No te parece que Elías en su elevación representa al Señor, y Eliseo al grupo de apóstoles que contemplan ansiosos la ascensión de Cristo? A Eliseo le era imposible separarse de Elías: y los Apóstoles tampoco querían privarse de la presencia de Cristo. Al final logró persuadirles de que sin fe es imposible agradar a Dios.

Este doble espíritu que pide Eliseo no es otro que la luz del entendimiento y la purificación del afecto. Una cosa muy difícil, porque es muy raro quien lo consigue en este mundo. Pero si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Tus discípulos, Señor Jesús, no quedarán defraudados, porque te vieron subir al cielo, y con los ojos rebosantes de anhelo contemplaban cómo avanzabas lleno de fuerza. El mejor espíritu duplicado es aquello que Jesús dijo a los discípulos: Quien cree en mí hará obras como las mías y aún mayores. ¿No hizo Pedro, por medio de Cristo, cosas mayores que el mismo Cristo, cuando se nos dice que sacaban tos enfermos a la calle y los ponían en camillas, para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno y se curaran? Del Señor no se nos dice que curara a nadie con su sombra.

domingo, 1 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


4.- Pero ellos estaban tan familiarizados con esa carne santísima que no comprendían nada de su marcha, ni de que tes abandonara aquel por quien todo lo habían dejado. ¿A qué se debe esto? Su entendimiento estaba iluminado, pero su afecto no estaba purificado. Por eso les repite dulcemente el Maestro: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá vuestro abogado. Porque os he dicho esto la tristeza os abruma. ¿A qué se debe el que no pueda venir a ellos el Espíritu Santo, mientras Cristo vive en este mundo? ¿Desdeñara la compañía de aquella carne que él mismo hizo concebir en la Virgen y nacer de la Virgen madre?

 De ninguna manera. El quería darnos un camino a recorrer, un molde que nos moldeara. Los dejó llorando y subió al cielo. Y envió el Espíritu Santo que  unificó su afecto, es decir su voluntad; y la transformó de tal modo que los que antes querían retenerle junto a sí, ahora se alegran de su marcha. Se ha hecho realidad lo que les había dicho : vosotros estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría. Tanto iluminaba Cristo su inteligencia y tanto purificaba el Espíritu su voluntad, que conocían el bien y lo amaban de corazón. Ahí está la religión perfecta y la perfección religiosa.