Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía |
En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.
Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.
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