Como quiera que la ascensión de Cristo es nuestra propia exaltación
y adonde ha precedido la gloria de la cabeza,
allí es estimulada la esperanza del cuerpo,
alegrémonos, amadísimos,
con dignos sentimientos de júbilo
y deshagámosnos en sentidas acciones de gracias.
Pues en el día de hoy no sólo se nos ha confirmado
la posesión del paraíso,
sino que, en Cristo, hemos penetrado en lo más alto del cielo,
consiguiendo, por la inefable gracia de Cristo,
mucho más de lo que habíamos perdido por la envidia del diablo.
En efecto, a los que el virulento enemigo
había arrojado de la felicidad de la primera morada,
a ésos, incorporados ya a Cristo, el Hijo de Dios los ha colocado a la derecha del Padre:
con el cual vive y reina en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
San León Magno
Tratado 73 (4-5: CCL A, 452-454)
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