El monasterio de Fitero fue fundado por san Raimundo de Fitero y otros monjes cistercienses procedentes del monasterio de l'Escaladieu (Altos Pirineos) que se instalaron en Niencebas, que es un despoblado situado en Alfaro (La Rioja), limítrofe con Fitero (Navarra). Lo que sí está documentado es el origen del pequeño monasterio cisterciense fundado gracias a la donación de Alfonso VII en 1140, en la localidad conocida como Niencebas, donde el obispo de Calahorra, Sancho de Funes, bendijo al primer abad Raimundo, consagrando el primer altar de lo que sería una iglesia provisional. En 1152, el citado obispo bendijo el cementerio del monasterio de Castellón y, con ello, el abad Raimundo dio por concluido el traslado de su comunidad al término de Fitero; éste fue el lugar de su emplazamiento definitivo del primer monasterio que hubo en Fitero.
El abad Raimundo acudió a la llamada de Sancho III de Castilla (hijo de Alfonso VII), quien celebró cortes en Almazán y, en enero de 1158, le donó a San Raimundo de Fitero, al monasterio de Fitero y a la Orden del Cister la plaza de Calatrava la Vieja, para que le ayudasen a defenderla a los ejércitos del rey de Castilla. Fray Raimundo fundó entonces una milicia cisterciense con la que se desplazó a Calatrava, y esta milicia acabaría dando lugar a la Orden Militar de Calatrava.
En 1159, el monasterio de Castellón (Fitero) fue invadido por una muchedumbre armada, enviada por el obispo de Tarazona que, tras destruirlo, se hizo con su dominio espiritual. Los monjes que allí había, tras ser apaleados, huyeron a Calahorra y ni ellos ni San Raimundo pudieron regresar jamás a su monasterio.
En 1161, se instaló una segunda comunidad cisterciense en Fitero, también procedente de l'Escaladieu, cuyo nuevo abad fue Guillermo. San Raimundo, con el apoyo de Alfonso VIII, intentó recuperar su monasterio, pero no lo logró y falleció exilado en Ciruelos.
El segundo templo cisterciense de Fitero se empezó según lo acostumbrado, por la cabecera, en el último cuarto del siglo XII, y su iglesia se concluyó en 1247, financiada por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, así como del castillo de Brihuega (Guadalajara). En 1247, pocos días antes de la muerte de este arzobispo en su viaje de regreso de Lyon, de visitar al Papa Inocencio IV, tras haber logrado de éste una bula de indulgencias para aquellos que visitasen esta nueva iglesia castellana.
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