Unos monjes euquitas, es decir «orantes», vinieron un día a ver al abad Lucio, a Ennato. El anciano les preguntó: «¿Qué clase de trabajo manual hacéis?». Y ellos le dijeron: «No hacemos ningún trabajo manual, sino que, como dice el apóstol, oramos constantemente». (Cf 1 Tes 5,17). El anciano les dijo: «¿No coméis?». Y ellos contestaron: «Sí, comemos». Y el anciano les preguntó: «¿Y cuándo coméis, quién ora por vosotros?». De nuevo les preguntó el anciano: «¿No dormís?». Y contestaron: «Dormimos». «Y cuando dormís, ¿quién ora en vuestro lugar?». Y no supieron qué responderle. El anciano les dijo entonces: «Perdonadme, hermanos, pero no hacéis lo que decís. Yo os enseñaré cómo trabajando con mis manos oro constantemente. Me siento con la ayuda de Dios, corto unas palmas, hago con ellas unas esteras y digo: "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito" (Sal 51,1). ¿Es esto una oración o no?». Ellos dijeron: «Sí». El anciano continuó: «Paso todo el día trabajando y orando mental o vocalmente y gano unos dieciséis denarios. Pongo dos delante de mi puerta y con el resto pago mi comida. El que recoge aquellos dos denarios, ora por mi mientras que yo como o duermo. Y así es como cumplo, con la gracia de Dios, lo que está escrito: "Orad constantemente"». (1 Tes 5,17).
Sentencias de los Padres del Desierto. XII, 9
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