El mal uso de su inteligencia y de su voluntad trae como consecuencia una distorsión que, quien anteriormente está vuelto a Dios como su Bien Supremo, ahora ciego se vuelve hacia propio placer. Por esta falta la imagen de Dios impresa en el alma, se degrada. La memoria, esta sujeta al olvido, la inteligencia al error; la voluntad es turbada por las pasiones . El hombre olvida así a su Dios, aplastado por el peso de su cuerpo que, de instrumento dócil, se ha convertido un fardo, no llega a ver más que las imágenes corporales. El hombre pierde así a Dios, pero a la vez se pierde a sí mismo; se hace un extraño para sí mismo. Se da cuenta que está en el exilio, en la “regio longinqua”, es el hijo pródigo en “regio dissimilitudinis”. Expulsado de la presencia del Padre, es privado se su alimento: el Verbo divino; está preso, como congelado, en un estado de egoísmo, de iniquidad, de falta de amor .
Y sin embargo la semejanza con Dios subsiste todavía en él: oscurecida, es verdad, empañada; pero siempre presente. El libre arbitrio no ha desaparecido después del pecado; tampoco ha desaparecido la sed de bienaventuranza , aún más, y Elredo no lo olvida, si muy frecuentemente la saciedad y la inconstancia lo invaden para quitarle todo alivio y sosiego al hombre, que se entrega al placer efímero, y, como las cosas no son Dios, nunca le serán suficientes . El hombre podrá reencontrar su dignidad primitiva, pero para ello necesita ayuda. Dios está cerca de él, pero sus ojos enfermos no pueden soportar su luz ni verlo. Dios está siempre presente en la intimidad del hombre, pero la memoria está frecuentemente oscurecida por el olvido: y aún si el hombre alcanzara a reencontrar en sí mismo el recuerdo de Dios, al no saber ni amarlo ni adorarlo, perece sin remedio.
A partir de estas consideraciones, es evidente que Elredo evaluando la importancia de la memoria considerada como facultad principal del alma, a imagen del Padre, que tiene también cierta prioridad sobre las otras personas de la Trinidad, y al juzgar necesario, para reencontrar a Dios, un retorno del hombre a su propia interioridad, se inspira en San Agustín. Más que una referencia a San Bernardo, en este tema Elredo se relaciona con Guillermo de Saint Thierry, que edifica su doctrina sobre la enseñanza agustiniana. Está de acuerdo con San Bernardo al afirmar que el conocimiento teórico de Dios, no es suficiente para salvar a al humanidad. Para no perecer, es necesario amar a Dios. La Encarnación y la Redención se consideran con toda razón, como los actos de amor de Dios capaces de suscitar en amor en el corazón de los hombres.
Esta tendencia a remarcar la iniciativa del amor de Dios es propia de los cistercienses, es su ofrenda de amor al hombre, la que “reivindica” el intercambio de amor con su criatura. Extraviado en las tinieblas de las cosas sensibles, el hombre está en busca de un camino; y Cristo se muestra sobre la tierra, perceptible a los sentidos a fin de ofrecerse como Camino para retornar al Padre. El hombre esta afectado de una doble debilidad: la del cuerpo y la que viene del pecado. Cristo se ha sometido a la esclavitud del cuerpo para enseñar a los hombres por su ejemplo como vencer la esclavitud del pecado y para triunfar de la muerte corporal en nombre de toda la humanidad. El hombre no puede con sus ojos enfermos ver a Dios: Cristo se cubre de una sombra a asumir un cuerpo y un alma . El hombre está hambriento porque ha perdido su alimento: el Verbo divino, Pan de los Ángeles, se convierte en alimento de los hombres. El Hombre ha enmascarado por el contacto con las cosas corporales y terrenas su primigenia semejanza con Dios: Cristo toma un cuerpo para restaurar su imagen en las almas. Todos estos temas tan queridos a San Bernardo y a la espiritualidad cisterciense encuentran su expresión fiel en las palabras de Elredo. Para nuestro autor, el objeto esencial de la Encarnación es la de hacer posible, de parte del hombre, una respuesta de amor al Amor que Dios le ofrece, y así en una activa colaboración con la gracia reencontrar su dignidad perdida. El fin último de la redención es justamente la deificatio del alma. Esta doctrina es común a toda la patrística.
El hombre debe tender a reencontrar y a perfeccionar su semejanza con Dios. Elredo que, en su tratado De anima, ha especificado muy bien las potencias del alma y su degradación por el pecado puede, mejor que otro, subrayar el retorno de estas facultades a su plenitud mediante la obra redentora de Cristo.
Del Curso Formadores de REMILA 2009
Trabajo del P. Santiago María
Monasterio de Azul
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