viernes, 22 de marzo de 2013

La mirada de san Benito


En el Monasterio de Montecasino hay una célebre escultura de san Benito, que ha sobrevivido no sólo a los siglos sino al horror de la última guerra, cuya mirada se dirige al mundo, que se extiende a los pies del Monasterio. ¿Quiere ello decir que la mirada del santo monje se dirige, como se dice vulgarmente, por encima del mundo, que se trata de una orgullosa mirada que se desentiende de los problemas reales de los hombres?

Nada más lejos de la realidad. Ya un erudito del monacato antiguo, Evagrio Póntico, sentenció que el monje es aquel que se separa de todos para estar unido a todos. El monje se retira del mundo, pero no lo contradice. Renuncia a la vida normal, pero lleva en su corazón el plan de salvación que Dios ha dispuesto para todos los hombres. Su santidad personal redunda, de forma misteriosa, en el bien de los hermanos. Los antiguos monjes terminaban por ser, no sólo en vida sino también después de su muerte, refugios de salvación para fieles que acudían a ellos en busca de curación o solución para sus problemas.

La mirada de san Benito sobre el mundo es una mirada de paz. Supo, en medio de una sociedad convulsa y enfrentada, crear un recinto de paz y de convivencia. Su disciplina monástica logró crear vínculos de concordia entre los hombres, fueran de la raza que fueran. De hechos, sabemos por los Diálogos de San Gregorio que en su monasterio no sólo había monjes de origen latino, sino también bárbaros godos. Es decir, para san Benito lo fundamental es lo que nos une a los hombres unos con otros, que no es otra cosa que el Dios mismo, que nos ha mandado amarnos los unos a los otros, sobrellevarnos mutuamente nuestras debilidades, como dice la Santa Regla.

Desde otra perspectiva, san Benito está elevado sobre el mundo como un ideal de vida a imitar, aun en medio de las vicisitudes del día a día. Es como un faro de luz puesto sobre la montaña, que con su mera presencia afirma que es posible una vida de fraternidad en Dios. Por eso, la mirada de esa imagen está llena de cariño, al tiempo que la piedra de la escultura ostenta las cicatrices de las bombas y del fuego. Pero el horror de la maldad humana no fue capaz de echar por tierra un ideal de paz y de amor, que comenzó a triunfar desde una sobrecogedora cruz, hace dos mil años.

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