Señor, Dios mío, que en la tarde del Jueves Santo hiciste de tu Última Cena en este mundo el momento cumbre de tu vida, entregándola por todos nosotros: Permíteme, por unos instantes, adorarte, bendecirte, y darte gracias.
Quisiera, Señor, que toda mi existencia fuera un canto de alabanza a tu amor. Sé que soy indigno de ti, Señor. Pero me conmueve tu compasión para con Pedro, al que por tres veces preguntaste si te quería, y con tres confesiones lavó la mancha de sus tres negaciones.
Señor, yo te he negado muchas más veces. Y, sin embargo, te veo resucitado junto a mí, pecador. Te veo junto a todos cuantos caminamos por este mundo, tantas veces sin rumbo fijo.
Es más, te has hecho nuestro pan para el camino por este mundo. Y este pan que nos alimenta es la unión con tu persona.
Señor, danos fuerza para nunca desfallecer, aun cuando la carga de nuestros pecados nos agobie, y la vergüenza de enfrentarnos contigo, como le sucedió a Pedro, cubra de rubor nuestra cara, y desarme nuestra arrogante lógica.
¡Quédate con nosotros, Señor, porque atardece! Acoge nuestra alabanza, que con amor te ofrecemos de todo corazón.
Un monje
No hay comentarios:
Publicar un comentario