1.- Escucha, oh monje, la voz de tu propia conciencia, escucha atento lo que debes decirte a ti mismo: vuelve al Señor. Sí, vuelve, porque aunque pasan ya muchos años desde que te convertiste y abrazaste la vida monástica, has perdido aquel ardor de tu juventud y te has vuelto indolente. Vuélvete hacia ti mismo y abandona lo exterior, pues solo en lo más profundo de tu corazón encontrarás a quien un día te llamó a subir a su santa montaña para habitar en la intimidad de su tienda.
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