Hay que escuchar a nuestro Señor cuando dice, “Quien cumple
mis mandamientos, ese me ama” (Jn 14, 21). Y, en
verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza
de Dios, imite a su Creador quien de siervos nos ha convertido en amigo, de esclavos en coherederos del reino celeste.
Al respecto de la entrada hecha del lunes, 7 de enero, ¿Ser o hacer? quería traer este texto de San León Magno en el que el santo papa nos presenta el ser ante Dios como un deseo de posesión infinita del mismo Dios y el que hacer como una entrega al bien con los bienes regalados.
"El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor
premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios,
de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en
ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que
dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El
tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su
esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo
de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí
queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y
diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la
tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no
hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.
En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo,
no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las
perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que
se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su
refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría
divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se
conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea
legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los
que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una
riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un
derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya
que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas".
De los sermones de
san León Magno, papa. Sermón 92, 1.2.3
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