Quisiera en estos días releer con vosotros el capitulo séptimo de la santa Regla de nuestro padre san Benito, acerca de la humildad. Un capitulo que está en el centro de toda vida ascética,"expresión perfecta de la espiritualidad monástica", diría el P. Delatte, quien también la definiría como "la virtud general, madre y maestra de toda virtud". Es una definida aptitud el alma, una disposición interior profunda y compleja, gracias a la cual el hombre se somete verdaderamente ante Dios (I. Ryeland. La humildad después de san Benito).
En éste capitulo además de ver el tema central, la humildad, nos encontraremos con el temor de Dios, la paciencia, la obediencia, la gravedad monástica y la imitación del mismo Cristo.
La humildad, para san Atanasio es una actitud interior cuyo modelo es Cristo; Para san Basilio es servicio del prójimo; san Juan Crisóstomo dice de ella que es madre y guía, y san Jerónimo afirma que es guardiana de todas las virtudes. Pero es Cristo, según Orígenes, el gran maestro de la humildad. Una afirmación que recorre oriente y que cobra gran relevancia en occidente a través de san Agustín quien llama a Cristo "magister humilitatis" o "doctor humilitatis".
La humildad fue llamada por los Padres del desierto la "Puerta de Dios", "corona de los monjes" o "medicina de todas las llagas", como diría san Pacomio. Casiano dice que no sólo es el proceso de purificación del alma, la estirpación de los vicios y adquisición y ejercicio de virtudes, sino que reina, junto a la perfecta caridad y los diversos grados de contemplación, en las cimas de la vida espiritual.
La humildad, podríamos decir, es una actitud interior que da autenticidad cristiana a nuestro obrar, a nuestro esfuerzo y a todas nuestras virtudes.
Dejemos ahora a san Benito que, cimentado sobre las palabras de Cristo, comience su exposición.
1 Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: "Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 2 Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3 El Profeta indica que se guarda de ella diciendo: "Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros; no anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí." 4 Pero ¿qué sucederá? "Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre".
5 Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6 tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban. 7 Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8 Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, a la que el Señor levanta hasta el cielo cuando el corazón se humilla. 9 Decimos, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir...
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