Hemos visto que la doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria. Hoy finalizamos con los frutos de este combate espiritual y nos encomendamos a la misericordia de Dios Que su gracia nos haga contemplarle a Él, nuestro Dios y Señor, siendo capaces de reconocer quien somos ante Él.
Los frutos de la victoria: fortalecidos por ésta lucha contra el demonio y contra sí mismos, los ascetas llegaban, poco a poco, a la apatheia. Ésta palabra fue, originariamente tomada de los estoicos, pero tiene su significación muy cristiana que reúne al dominio de sí mismo y la paz espiritual. No se trata de la insensibilidad de aquellos filósofos ni de la indolencia de los quietistas. Los más adelantados en la ascesis, lejos de renunciar a las austeridades o al trabajo, se entregaban a ello con fervor para asegurar el pleno desenvolvimiento de la vida del espíritu.
La apatheia, les permitía entregarse más plenamente a la contemplación de los bienes eternos, ya poseídos en esperanza. De allí proviene esa impresión de alegría profunda o de plenitud espiritual, al mismo tiempo que de fortaleza, que se desprende de los relatos, conservados de estas almas tan abiertas y ricas en medio del más absoluto desprendimiento de los bienes de la tierra. Si bien de por sí dichos relatos, a pesar de ser maravillosos, sorprendentes y pintorescos, no ofrecen una plena garantía, debemos hacer notar que la psicología que suponen es de altísimo valor. Dicha psicología nos muestra en su conjunto un plantel de almas selectas tendiendo únicamente hacia los bienes del cielo o poseyendo, ya desde aquí abajo, la anticipación de los mismos.
(de la introducción a los Apotegmas de los Padres del desierto, Ed. Lumen - El Monacato oriental, B.A.C )
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