Orar sin descansar. Es el gran gozo del monje, su bien más preciado: buscar en la Escritura las palabras de vida del Señor, y responder orando con el júbilo del corazón, con la plegaria de intercesión por todos los hombres, con la alabanza de la omnipotencia divina, con la confesión de la propia debilidad y con el amor de quien se sabe amado por el Altísimo.
Puede que haya otras actividades más urgentes o provechosas. Sin embargo, sólo la oración nos une a quien es nuestro fin último y definitivo; sólo en la oración se saborea el amor que nos ha creado; sólo por medio de la oración logramos la iluminación de la Sabiduría. ¿Cómo orar? No es complicado. Simplemente hay que escuchar la Palabra que Dios nos ha dirigido desde su eternidad; confiar en que él es el Padre que nos ha permitido acceder a él por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, Jesús nuestro Salvador; y permitir al Espíritu Santo que nos inunde de amor y nos una en perfecta caridad al gozo de la Trinidad.
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