Me temía que, si hablaba útilmente de
humildad, podría dar la sensación de no ser humilde; y que, si callaba por
humildad, podría ser tachado de inútil.
Confío que, si por casualidad digo algo que
te agrade, tu oración conseguirá que no me envanezca de ello. Y si, por
el contrario -lo que parece más normal-, no llego a redactar algo digno de tu
talento, entonces ya no tendré motivo alguno par ensoberbecerme.
Con éstas
palabras se dirige san Bernardo de Claraval al abad de Fontenay, Godofredo de la
Roche-Vaneau, antes de acometer su disertación sobre los grados de la humildad.
Yo
no quiero exponer nada fuera del texto de la santa Regla y dejo paso al mismo
san Benito quien nos enseñe su sabiduría y nos muestre en este primer grado de
la humildad su impresionante conocimiento del temor del Señor, de los
mandamientos divinos, de la renuncia de los vicios y malos deseos o de la
propia voluntad para presentarnos ante quien nos hemos de presentar en el
juicio futuro.
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Así, pues, el primer grado de humildad
consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios, y nunca
lo olvide. 11 Recuerde, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado, y
medite sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a
aquellos que desprecian a Dios, y cómo la vida eterna está preparada para los
que temen a Dios. 12 Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de
los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia,
y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13 Piense el hombre que Dios lo
mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve
sus obras, y que a toda hora los ángeles se las anuncian. 14 Esto es lo que nos muestra
el Profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros
pensamientos diciendo: "Dios escudriña los corazones y los riñones".
15 Y también: "El Señor conoce los pensamientos de los hombres",16 y
dice de nuevo: "Conociste de lejos mis pensamientos". 17 Y: "El
pensamiento del hombre te será manifiesto". 18 Y para que el hermano
virtuoso esté en guardia contra sus pensamientos perversos, diga siempre en su
corazón: "Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta
contra mi iniquidad". 19
En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla cuando dice:
"Apártate de tus voluntades". 20 Además pedimos a Dios en la Oración
que se haga en nosotros su voluntad. 21 Justamente, pues, se nos enseña a no
hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte:
"Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en
lo profundo del infierno", 22 y temiendo también, lo que se dice de los
negligentes: "Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos". 23 En cuanto a los deseos de la
carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el Profeta dice al Señor:
"Ante ti están todos mis deseos". 24
Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la
entrada del deleite. 25 Por eso la Escritura nos da este precepto: "No
vayas en pos de tus concupiscencias". 26
Luego, si "los ojos del Señor vigilan a buenos y malos", 27 y
"el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver
si hay alguno inteligente y que busque a Dios", 28 y si los ángeles que
nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor, 29 hay que
estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el Profeta en el salmo, no
sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y
nos hemos hecho inútiles, 30 y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y
espera que nos convirtamos, nos diga en la vida futura: "Esto hiciste y
callé".
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