En los siguientes cinco grados, el monje, una vez arraigada la humildad en su interior ha de proceder externamente, en su manifestación y en su expresión. Cuenta ahora la observancia en comun de la Regla y el ejemplo de lo mayores que son una imagen del cumplimiento de la misma y, por tanto un ejemplo a seguir.
Los grados siguientes nos evocan los instrumentos de las buenas obras del capitulo cuarto de ésta Regla y nos recuerdan textos del libro de los Proverbios. "Donde abundan las palabras nunca falta el pecado, el que refrena sus labios es un hombre precavido" (Pro 10, 19). También se pueden encontrar paralelos en el libro de Eclesiástico, "el necio se ríe a carcajadas,pero el hombre sagaz sonríe apenas y sin estrépito" o éste otro "los labios de los charlatanes hablan sólo de oídas,pero los prudentes pesan bien sus palabras. Los necios hablan siempre sin pensar;los sabios piensan, y luego hablan". ( Eclo 21, 20. 25-26).
En el último grado el monje, adueñado de su corazón, ha de transformar su mismo cuerpo conforme al Evangelio. Recuerda aquí su relación con el primer grado de la humildad y el temor de Dios relacionando este con el juicio de Dios ante el que se puede encontrar el monje en cualquier momento. Es la lucha contra el pecado lo que hace al hombre mas sensible y consciente del camino que conduce a éste y le hace sentirse íntimamente pecador. A su vez éste es un camino de purificación hacia el amor de Dios en la renuncia de si y lo que antes obraba por temor ahora lo hace por amor al mismo Cristo. Por la propia renuncia imita la kénosis de Cristo y camina hacia Él con buscando la pureza del corazón, no sintiéndose solo sino acompañado con la fuerza del Espíritu Santo.
56 El noveno grado de humildad consiste en que el monje no permita a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado, 57 porque la Escritura enseña que "en el mucho hablar no se evita el pecado". 58 y que "el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra".
59 El décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito: "El necio en la risa levanta su voz".
60 El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin levantar la voz, 61 pues está escrito: "Se reconoce al sabio por sus pocas palabras".
62 El duodécimo grado de humildad consiste en que el monje no sólo tenga humildad en su corazón, sino que la demuestre siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 63 es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 64 y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio. 65 Y diga siempre en su corazón lo que decía aquel publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra: "Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo". 66 Y también con el Profeta: "He sido profundamente encorvado y humillado".
67 Cuando el monje haya subido estos grados de humildad, llegará pronto a aquel amor de Dios que "siendo perfecto excluye todo temor", 68 en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 69 y no ya por temor del infierno sino por amor a Cristo, por el mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes. 70 Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados.
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