Adentrándonos mas aún en ésta ardua vía de la humildad nos encontramos ante los tres siguientes grados en el que el monje experimenta su indigencia espiritual, confesando sus faltas al abad, “los malos pensamientos que vienen del corazón y la malas obras realizadas ocultamente”. Buscando una profunda conversión de su débil naturaleza a pesar de verse humillado y desolado. “No contento con reconocerse de palabra como el último, lo crea también en el fondo de su corazón”.
Manifestar los propios pensamientos, es decir, las pasiones y los impulsos del alma, constituye el núcleo fundamental dentro de la vida monástica. Una vida destinada, en este tema, a saber distinguir los buenos de los malos pensamientos, a combatir lo que aparta del bien supremo y buscar en este trabajo la verdadera sabiduría en Dios.
San Benito busca en la confesión que el monje además de reconocer sus debilidades y límites, asuma de manera mas interna la obediencia en lo que se le manda y se sepa contento con lo más vil y abyecto, no poseyendo ni siquiera el juicio de sus pensamientos y deseos de obrar. Él, que es un obrero malo e indigno, se ha de poner ante el padre espiritual y encomendarse, en obediencia, a su sabiduría para su propio progreso espiritual.
Todo ello carecería de sentido si no fuese porque el monje se siente unido a Cristo en su dolor, en su pasión y en su muerte, renunciando a si por Él.
44 El quinto grado de humildad consiste en que uno no le oculte a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiese humildemente. 45 La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: "Revela al Señor tu camino y espera en Él". 46 Y también dice: "Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 47 Y otra vez el Profeta: "Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 48 Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón".
49 El sexto grado de humildad consiste en que el monje esté contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande, 50 se diga a sí mismo con el Profeta: "Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré contigo".
51 El séptimo grado de humildad consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón, 52 humillándose y diciendo con el Profeta: "Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. 53 He sido ensalzado y luego humillado y confundido". 54 Y también: "Es bueno para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus mandamientos".
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