miércoles, 29 de mayo de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo



12.- Los salmos. Monje, sé consciente del gran tesoro que posees. El Espíritu Santo no sólo inspiró los salmos que rezas todos los días, sino que también se enseñó cómo hacer de ellos tu más elevada oración. Te enseñó a rezarlos y en Jesucristo te dio ejemplo de cómo emplearlos en tu diálogo con Dios. Te enseñó a rezarlos cuando nos dio la clave para comprenderlos: Padre nuestro, que estás en el cielo. Los salmos se dirigen siempre a Dios, nuestro Padre, de quien procede todo bien y hacia quien tiende todo lo creado como a su propio fin. Pero no sólo nos dio la clave de su comprensión en el Padre Nuestro, sino que también Jesucristo, que es nuestra Cabeza, los rezó por nosotros, los sigue rezando en nosotros y junto a nosotros. Por eso, cuando entonas los salmos, no inicias un monólogo hacia un Dios trascendente, sino que te insertas en el eterno diálogo entre el Verbo unigénito y el Padre Eterno, que el Espíritu Santo consuma en la unidad de Dios indivisible.

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