"Ese hermano me ha insultado y quiero vengarme".
El anciano le rogaba: "No, hijo. Deja en manos de Dios la venganza".
Pero el otro decía: "No descansaré hasta que me haya vengado yo mismo".
El anciano insistió: "Hermano, hagamos oración".
Y el anciano puesto en pie añadió: "Dios mío, ya no necesitamos que te ocupes de nosotros, pues nos vengamos nosotros mismos".
Al oír esto el hermano se echó a los pies del anciano y le dijo: "Ya no tengo nada contra aquel hermano. ¡Por favor, Padre, perdóname!".
Sentencias de los Padres del Desierto. Cal XVI. De la paciencia
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