jueves, 31 de enero de 2013

El combate espiritual III



Hemos visto que la doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria. Hoy finalizamos con los frutos de este combate espiritual y nos encomendamos a la misericordia de Dios Que su gracia nos haga contemplarle a Él, nuestro Dios y Señor, siendo capaces de reconocer quien somos ante Él.

Los frutos de la victoria: fortalecidos por ésta lucha contra el demonio y contra sí mismos, los ascetas llegaban, poco a poco, a la apatheia. Ésta palabra fue, originariamente tomada de los estoicos, pero tiene su significación muy cristiana que reúne al dominio de sí mismo y la paz espiritual. No se trata de la insensibilidad de aquellos filósofos ni de la indolencia de los quietistas. Los más adelantados en la ascesis, lejos de renunciar a las austeridades o al trabajo, se entregaban a ello con fervor para asegurar el pleno desenvolvimiento de la vida del espíritu.

La apatheia, les permitía entregarse más plenamente a la contemplación de los bienes eternos, ya poseídos en esperanza. De allí proviene esa impresión de alegría profunda o de plenitud espiritual, al mismo tiempo que de fortaleza, que se desprende de los relatos, conservados de estas almas tan abiertas y ricas en medio del más absoluto desprendimiento de los bienes de la tierra. Si bien de por sí dichos relatos, a pesar de ser maravillosos, sorprendentes y pintorescos, no ofrecen una plena garantía, debemos hacer notar que la psicología que suponen es de altísimo valor. Dicha psicología nos muestra en su conjunto un plantel de almas selectas tendiendo únicamente hacia los bienes del cielo o poseyendo, ya desde aquí abajo, la anticipación de los mismos.


(de la introducción a los Apotegmas de los Padres del desierto, Ed. Lumen -  El Monacato oriental, B.A.C )

miércoles, 30 de enero de 2013

El combate espiritual II

Hemos visto que la doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria. El lunes 28 vimos el combate espiritual y ahora citaremos las armas para el mismo.


Las armas:  Las principales con que contaban para triunfar en sus combates espirituales eran la oración, el trabajo y el ayuno:

Las oración: Era su obligación fundamental ya que habían marchado al desierto y a  la soledad para entregarse al trato continuo con Dios. La oración estaba perfectamente regulada, para la mañana, mediodía y la tarde de cada día. Fuera de la sinaxis litúrgica hebdomadaria, se la dejaba a la iniciativa de los anacoretas y consistía, sobre todo, en el canto de los salmos, al que muchos dedicaban varias horas del día y de la noche. El pensamiento de Dios acompañaba al monje en todas partes y en ello veían la principal fuente de energía para vencer las pasiones.

El trabajo:  Ellos partían del principio de que cada cual debía vivir de su trabajo manual, no importaba cuál, y siempre que ese trabajo fuera compatible con las posibilidades que ofrecía el desierto y con las exigencias de oración continua y recogimiento. Entonces, se fabricaban canastos, cuerdas, esteras, etc, objetos que la colonia se encargaba de vender para procurarse a cambio aquellos productos que necesitaba. Había, a veces, solitarios desocupados, pero, en ese sentido, enfriaban la disciplina espiritual del desierto en una de sus leyes fundamentales.

El ayuno:  La frugalidad se consideraba aún más importante que el trabajo para sujetar la carne al espíritu. El ayuno consistía en hacer una sola comida al día. Estaba perfectamente reglamentado entre los cenobitas pero, entre los anacoretas, se dejaba librado al fervor de cada uno. Gran número de ellos  ayunaban todos los días; algunos comían tan sólo cada dos, tres, cuatro y hasta cinco días. Los ejemplos de los grandes ascetas arrastraban a los menos ardientes.

de la introducción a los Apotegmas de los Padres del desierto, Ed. Lumen -  El Monacato oriental, B.A.C

martes, 29 de enero de 2013

El esfuerzo de la oración

Orar sin descansar. Es el gran gozo del monje, su bien más preciado: buscar en la Escritura las palabras de vida del Señor, y responder orando con el júbilo del corazón, con la plegaria de intercesión por todos los hombres, con la alabanza de la omnipotencia divina, con la confesión de la propia debilidad y con el amor de quien se sabe amado por el Altísimo.

Puede que haya otras actividades más urgentes o provechosas. Sin embargo, sólo la oración nos une a quien es nuestro fin último y definitivo; sólo en la oración se saborea el amor que nos ha creado; sólo por medio de la oración logramos la iluminación de la Sabiduría. ¿Cómo orar? No es complicado. Simplemente hay que escuchar la Palabra que Dios nos ha dirigido desde su eternidad; confiar en que él es el Padre que nos ha permitido acceder a él por medio de su Hijo, la Palabra encarnada, Jesús nuestro Salvador; y permitir al Espíritu Santo que nos inunde de amor y nos una en perfecta caridad al gozo de la Trinidad.

lunes, 28 de enero de 2013

El combate espiritual


La doctrina ascética del monacato primitivo puede reducirse a tres puntos fundamentales: el combate espiritual, las armas para el mismo y los frutos de la victoria.  
Hoy hablaremos del primero de ellos

El combate espiritual:  El rasgo que mejor caracteriza la espiritualidad de los primeros monjes es su concepción de la vida cristiana a base de un combate espiritual. Se diría que habían meditado profundamente, comprendido y gustado las palabras con que San Pablo exhortaba a los fieles de Éfeso: "Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo...Tomad la armadura de Dios...revestíos la coraza de la justicia...tomad el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del espíritu" (Ef 6, 11-17), o también la orden que daba a su discípulo Timoteo: "Combate los buenos combates de la fe" (1 Tim 6,12) y que habían sido la regla de su propia vida: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7).  En este sentido de lucha espiritual y de vigilancia, esencial al cristianismo, se había mantenido constantemente en la iglesia, y el eco del mismo se hallará en los Apotegmas (o sentencias) ya que se manifestó con una fuerza particular en la vida y la doctrina de los primeros monjes, que son como su encarnación viviente. Los enemigos contra los que combatían eran los vicios y los demonios. 

Los vicios:  de ordinario se hablaba de ocho vicios, como fuente y síntesis de todos los males. El principal mérito en la enumeración de estos ocho vicios, corresponde a Evagrio Póntico; Casiano y los otros tratadistas se limitan casi a seguir sus huellas. Con admirable penetración psicológica, llegó Evagrio a esta conclusión: los centenares de sugestiones, que conoce y enumera, se reducen, finalmente a los ocho célebres logismoi, que Casiano llamará los ocho vicios principales. He aquí su detalle, según Evagrio:
 "Ocho son en total los pensamientos genéricos que comprenden todos los pensamientos: el primero es el de la glotonería (gastrimargía); después viene el de la fornicación (porneía); el tercero es el de la avaricia (phylagyría); el cuarto, el de la tristeza (lypé); el quinto, el de la cólera (orgé); el sexto, el de la acedía (akedía); el séptimo, el de la vanagloria (xenodoxía); el octavo, el orgullo (hyperephanía)".
Al mencionar en primer término las pasiones más corporales, Evagrio reconocía el origen somático de los dos vicios de la glotonería y la lujuria, que no son más que desviaciones de los dos instintos primordiales de la conservación de la persona y la conservación de la especie. Además, aunque no lo diga explícitamente, hemos de notar que reparte sus ocho logismoi según los dos grandes principios de las pasiones: los tres primeros pertenecen al apetito concupiscible (epithyanía), y los cinco últimos al apetito irascible (thymós). Podemos agregar que se consideraba a los dos últimos los más difíciles de desarraigar: la vanagloria y el orgullo, que es doble: el orgullo de la carne, propio de los principiantes, que lleva a la desobediencia, a la envidia y a la crítica; y el orgullo del espíritu, que ataca a los más avanzados para impedirles llegar a la perfección llevándoles a presumir de sus fuerzas y a despreciar la gracia.

El demonio:  En el desierto se atribuía frecuentemente al demonio casi todas las desdichas y dificultades espirituales y, sin duda, había en ello no poco de exageración. Sin embargo, el demonio intervenía frecuentemente contra ellos, ya con simples tentaciones (acción sobre los sentidos internos), ya con obsesiones (acción sobre los sentidos externos), ya con ilusiones (representaciones sutiles del mal bajo apariencia de bien). Acá es donde intervenían los Ancianos, los más experimentados en la lucha, los que conocían bien las "costumbres" del demonio y enseñaban a los principiantes, a los jóvenes, la manera de prevenir sus ataques, de reconocerlos y resistirlos.

(de la introducción a los Apotegmas de los Padres del desierto, Ed. Lumen -  El Monacato oriental, B.A.C )

sábado, 26 de enero de 2013

Santos Roberto, Aberico y Esteban, abades de Citeaux


Los orígenes de la orden Cisterciense están  ligados a Roberto de Molesmes (1028-1111), Alberico de Citeaux (c.1050-1108) y a Esteban Harding (1066-1134). Hoy 26 de enero, la Iglesia celebra su memoria.

Roberto nació hacia 1028 en el Condado de Champagne. Sus padres fueron Thierry (Theodoricus) y Ermengarda. Pertenecía a las clases altas de la sociedad, con tierras, siervos y relaciones con la nobleza. A los quince años fue admitido en el monasterio de Montier-la-Celle y unos 10 años mas tarde lo encontramos como Prior del mismo. En 1074 una comunidad de ermitaños situada en los bosques de Colan solicita al Papa Gregorio VII el nombramiento de éste como superior,  Al año siguiente, el 20 de Diciembre de 1075, cambió al grupo a Molesmes, en un terreno otorgado por la Familia Maligny, que eran parientes suyos. Entre los que firman el documento de donación, se halla Tescelino el Rojo, padre de S.Bernardo. La fundación fue un éxito y  rápidamente Molesmes se convirtió en otro Cluny; en 1098 contaba con unos 35 prioratos dependientes, casas anejas y monasterios de monjas asociadas. El descontento de Roberto por tener que lidiar con un género de vida casi de señor feudal, queda de manifiesto y las tensiones en la comunidad de Molesmes entre monjes que querían seguir  un modo más estricto de vida conforme a la regla de San Benito y otros que defendían los valores de las tradiciones que ya vivían fueron creciendo. La lucha entre los “reformadores” y los “tradicionalistas” continuó. Con el consentimiento del legado Papal, Hugo de Die, arzobispo de Lyon,  la comunidad se dividió y el grupo nuevo partió para fundar lo que eventualmente será el monasterio de Citeaux. Roberto fue instalado allí como abad y por obediencia regresó a Molesmes, donde falleció el 21 de marzo del año 1110.

Roberto dejó la comunidad en manos de Alberico, uno de los más fervientes seguidores y partidario de la ruptura con Molesmes. Alberico obtuvo la protección del papa Pascual II. Fue quien construyo la primera iglesia en piedra, consagrada el 16 de noviembre de 1106 por Gauthier, obispo de Chalon. También fue Alberico quien adopto el hábito de lana cruda distinto del hábito negro de los monjes de la orden de Cluny. Por esto los cistercienses son llamados«monjes blancos» o «benedictinos blancos» en oposición a los benedictinos o «monjes negros». Murió el 26 de enero del año 1108.

Esteban Harding se hizo cargo de los destinos de Cîteaux, en 1109, sucediendo a Alberico tras la muerte de éste. Bajo su abadiato, el joven caballero Bernardo de Fontaine, quien luego seria Bernardo de Claraval, junto a una treintena de compañeros, hizo su entrada en el monasterio cuyos destinos transformaría.  
Esteban Harding, fue el organizador de la orden y gran legislador, la obra nacia era muy debil aún y necesitaba que fuese reforzada. Las abadías fundadas por la de Cîteaux necesitaban el vínculo que las uniese  espiritualmente bajo la estricta vida de la regla de San Benito y la solidaridad entre las comunidades monásticas era bastante necesaria en este génesis fundacional. La Carta de Caridad,que él elaboró, fue el nexo de unión y se convirtió en el fundamento de la orden cisterciense. El papa Calixto II la aprobó el 23 de diciembre de 1119 en Saulieu. Murió el 28 de marzo de 1134.

La orden del Cister ha nacido y su historia se llenará con grandes santos, hechos relevantes y muchas vidas dedicadas a la búsqueda de Dios y el servicio divino.

viernes, 25 de enero de 2013

Grados de la humildad 8º-9º-10º-11º-12º. RB 7, 55-67


En los siguientes cinco grados, el monje, una vez arraigada la humildad en su interior ha de proceder externamente, en su manifestación y en su expresión. Cuenta ahora la observancia en comun de la Regla y el ejemplo de lo mayores que son una imagen del cumplimiento de la misma y, por tanto un ejemplo a seguir.
Los grados siguientes nos evocan los instrumentos de las buenas obras del capitulo cuarto de ésta Regla y nos recuerdan textos del libro de los Proverbios. "Donde abundan las palabras nunca falta el pecado, el que refrena sus labios es un hombre precavido" (Pro 10, 19). También se pueden encontrar paralelos en el libro de Eclesiástico, "el necio se ríe a carcajadas,pero el hombre sagaz sonríe apenas y sin estrépito" o éste otro "los labios de los charlatanes hablan sólo de oídas,pero los prudentes pesan bien sus palabras. Los necios hablan siempre sin pensar;los sabios piensan, y luego hablan". ( Eclo 21, 20. 25-26).
En el último grado el monje, adueñado de su corazón, ha de transformar su mismo cuerpo conforme al Evangelio. Recuerda aquí su relación con el primer grado de la humildad y el temor de Dios relacionando este con el juicio de Dios ante el que se puede encontrar el monje en cualquier momento. Es la lucha contra el pecado lo que hace al hombre mas sensible y consciente del camino que conduce a éste y le hace sentirse íntimamente pecador. A su vez éste es un camino de purificación hacia el amor de Dios en la renuncia de si y lo que antes obraba por temor ahora lo hace por amor al mismo Cristo. Por la propia renuncia imita la kénosis de Cristo y camina hacia Él con buscando la pureza del corazón, no sintiéndose solo sino acompañado con la fuerza del Espíritu Santo.

55 El octavo grado de humildad consiste en que el monje no haga nada sino lo que la Regla del monasterio o el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer. 

56 El noveno grado de humildad consiste en que el monje no permita a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado, 57 porque la Escritura enseña que "en el mucho hablar no se evita el pecado". 58 y que "el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra". 

59 El décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito: "El necio en la risa levanta su voz". 

60 El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin levantar la voz, 61 pues está escrito: "Se reconoce al sabio por sus pocas palabras". 

62 El duodécimo grado de humildad consiste en que el monje no sólo tenga humildad en su corazón, sino que la demuestre siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 63 es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 64 y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio. 65 Y diga siempre en su corazón lo que decía aquel publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra: "Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo". 66 Y también con el Profeta: "He sido profundamente encorvado y humillado". 

67 Cuando el monje haya subido estos grados de humildad, llegará pronto a aquel amor de Dios que "siendo perfecto excluye todo temor", 68 en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 69 y no ya por temor del infierno sino por amor a Cristo, por el mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes. 70 Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados.

miércoles, 23 de enero de 2013

Grados de la humildad 5º-6º-7º. RB 7, 44-54


Adentrándonos mas aún en ésta ardua vía de la humildad nos encontramos ante los tres siguientes grados en el que el monje experimenta su indigencia espiritual, confesando sus faltas al abad, “los malos pensamientos que vienen del corazón y la malas obras realizadas ocultamente”. Buscando una profunda conversión de su débil naturaleza a pesar de verse humillado y desolado. “No contento con reconocerse de palabra como el último, lo crea también en el fondo de su corazón”.
Manifestar los propios pensamientos, es decir, las pasiones y los impulsos del alma,  constituye el núcleo fundamental dentro de la vida monástica. Una vida destinada, en este tema, a saber distinguir los buenos de los malos pensamientos, a combatir lo que aparta del bien supremo y buscar en este trabajo la verdadera sabiduría en Dios.
San Benito busca en la confesión que el monje además de reconocer sus debilidades y límites, asuma de manera mas interna la obediencia en lo que se le manda y se sepa contento con lo más vil y abyecto, no poseyendo ni siquiera el juicio de sus pensamientos y deseos de obrar. Él, que es un obrero malo e indigno, se ha de poner ante el padre espiritual y encomendarse, en obediencia, a su sabiduría para su propio progreso espiritual.
Todo ello carecería de sentido si no fuese porque el monje se siente unido a Cristo en su dolor, en su pasión y en su muerte, renunciando a si por Él.

44 El quinto grado de humildad consiste en que uno no le oculte a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiese humildemente. 45 La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: "Revela al Señor tu camino y espera en Él". 46 Y también dice: "Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 47 Y otra vez el Profeta: "Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 48 Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón".

49 El sexto grado de humildad consiste en que el monje esté contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande, 50 se diga a sí mismo con el Profeta: "Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré contigo".

51 El séptimo grado de humildad consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón, 52 humillándose y diciendo con el Profeta: "Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. 53 He sido ensalzado y luego humillado y confundido". 54 Y también: "Es bueno para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus mandamientos".

lunes, 21 de enero de 2013

Grados de la humildad 2º-3º-4º. RB 7, 31-43

No estamos solos, Cristo aparece para darnos aliento en esta difícil tarea de la renuncia a nuestra propia voluntad y seguir así los arduos paso de la obediencia, de la renuncia a nuestra propia voluntad al igual que el Hijo del Padre. Es en Cristo y con Cristo como san Benito nos enseña a caminar por éste camino.
Hemos visto que en el primer grado el monje queda sobrecogido por el temor de Dios y por la propia renuncia a su voluntad conforme a sus deseos, pero después en el grado segundo el monje renuncia a sus deseos para realizar el plan de Dios y decide, como dice en el grado tercero, ponerse bajo las órdenes de un padre espiritual lo que hará el camino aún más difícil aceptando toda clase de obediencia, dice el grado cuarto, aunque sea penosa, dura y áspera la vía.
Es Cristo quien lleva al monje a aceptar la obediencia, como hizo él cuando dice: “no he venido a hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado” (Jn 6, 38), en una disposición respecto al Padre: “Se hizo obediente hasta la muerte” (Flp 2, 8). Una muerte en cruz en la que el monje se deja llevar por el ejemplo del Señor, aceptando las contrariedades, las injurias, los golpes en las mejillas ofreciendo la otra, al que le quita la capa le da la túnica, soporta a los falsos hermanos y bendice a los que le maldicen. No es esto un mero esfuerzo virtuoso sino un camino a la cruz, una vía clara de anonadamiento imitando al mismo Cristo.
Ante cualquier clase de injurias que se le infieran, soporte todo sin cansarse ni echarse para atrás -dice en el cuarto grado-, abrace calladamente con la paciencia en su interior el ejercicio de la obediencia, porque “quien resiste hasta el final se salvara” (Sal 26, 14)
Es una vida de ideal martirial en el ejercicio de la obediencia, de la humildad. Una imitación de Cristo íntima, de común-unión donde se hace partícipe en su dolor, pasión y muerte. El monje no imita a Cristo sólo exterior, material o moral, sino que llega hasta las últimas consecuencia: morir como murió El, aceptando así su espiritual martirio.

31 El segundo grado de humildad consiste en que uno no ame su propia voluntad, ni se complazca en hacer sus gustos, 32 sino que imite con hechos al Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió". 33 Dice también la Escritura: "La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la corona." 


34 El tercer grado de humildad consiste en que uno, por amor de Dios, se someta al superior en cualquier obediencia, imitando al Señor de quien dice el Apóstol: "Se hizo obediente hasta la muerte". 

35 El cuarto grado de humildad consiste en que, en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior, 36 y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: "El que perseverare hasta el fin se salvará", 37 y también: "Confórtese tu corazón y soporta al Señor". 38 Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, dice en la persona de los que sufren: "Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero". 39 Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: "Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó". 40 La Escritura dice también en otro lugar: "Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda". 41 Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: "Pusiste hombres sobre nuestras cabezas". 42 En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos; 43 con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos, y bendicen a los que los maldicen. 



viernes, 18 de enero de 2013

Primer grado de la humidad. RB 7, 10-30


Me temía que, si hablaba útilmente de humildad, podría dar la sensación de no ser humilde; y que, si callaba por humildad, podría ser tachado de inútil.
Confío que, si por casualidad digo algo que te agrade, tu oración  conseguirá que no me envanezca de ello. Y si, por el contrario -lo que parece más normal-, no llego a redactar algo digno de tu talento, entonces ya no tendré motivo alguno par ensoberbecerme.

Con éstas palabras se dirige san Bernardo de Claraval al abad de Fontenay, Godofredo de la Roche-Vaneau, antes de acometer su disertación sobre los grados de la humildad.
Yo no quiero exponer nada fuera del texto de la santa Regla y dejo paso al mismo san Benito quien nos enseñe su sabiduría y nos muestre en este primer grado de la humildad su impresionante conocimiento del temor del Señor, de los mandamientos divinos, de la renuncia de los vicios y malos deseos o de la propia voluntad para presentarnos ante quien nos hemos de presentar en el juicio futuro.

10 Así, pues, el primer grado de humildad consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios, y nunca lo olvide. 11 Recuerde, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado, y medite sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian a Dios, y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios. 12 Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13 Piense el hombre que Dios lo mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que a toda hora los ángeles se las anuncian. 14 Esto es lo que nos muestra el Profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: "Dios escudriña los corazones y los riñones". 15 Y también: "El Señor conoce los pensamientos de los hombres",16 y dice de nuevo: "Conociste de lejos mis pensamientos". 17 Y: "El pensamiento del hombre te será manifiesto". 18 Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra sus pensamientos perversos, diga siempre en su corazón: "Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad". 19 En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla cuando dice: "Apártate de tus voluntades". 20 Además pedimos a Dios en la Oración que se haga en nosotros su voluntad. 21 Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte: "Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno", 22 y temiendo también, lo que se dice de los negligentes: "Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos". 23 En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el Profeta dice al Señor: "Ante ti están todos mis deseos". 24 Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la entrada del deleite. 25 Por eso la Escritura nos da este precepto: "No vayas en pos de tus concupiscencias". 26 Luego, si "los ojos del Señor vigilan a buenos y malos", 27 y "el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios", 28 y si los ángeles que nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor, 29 hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el Profeta en el salmo, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles, 30 y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos, nos diga en la vida futura: "Esto hiciste y callé". 

jueves, 17 de enero de 2013

El combate espiritual








Desde que el Señor habitó con nosotros, el enemigo cayó y sus poderes declinaron. Por eso no puede nada. Sin embargo, aunque han caído, no puede quedarse quieto sino que como tirano que no puede hacer otra cosa, se va en amenazas, aunque ellas sean puras palabras. Cada uno acuérdese de esto y podrá despreciar a los demonios.
San Atanasio de Alejandría
Vida de Antonio

La vida del monje consiste en un constante combate contra la fuerza del mal que habita dentro de su corazón. Como dijo el Señor, el mal no está fuera de nosotros, sino que del fondo de nuestro corazón brotan los malos pensamientos. Allí se decide un combate entre el bien y el mal.
El monje ha dejado toda otra actividad externa, para centrarse en este asunto capital. Como enseñaba san Antonio, al triunfar Jesucristo el poder del mal que resultado derrotado. Así pues, gracias al Espíritu Santo, es posible nuestra propia victoria. Sólo así amanecen los cielos nuevos y la tierra nueva, que el Señor resucitado ha prometido a cuantos crean en él.
San Antonio combatió durante toda la vida contra esas fuerzas hostiles a Dios y a su proyecto de salvación sobre el hombre. A él se le aparecían en forma de animales repugnantes y amenazadores. No de otra forma es el mal: repugnante a la conciencia humana y amenazador de la paz y del amor.

miércoles, 16 de enero de 2013

Los grados de la humildad de acuerdo a San Benito

Quisiera en estos días releer con vosotros el capitulo séptimo de la santa Regla de nuestro padre san Benito, acerca de la humildad. Un capitulo que está en el centro de toda vida ascética,"expresión perfecta de la espiritualidad monástica", diría el P. Delatte, quien también la definiría como "la virtud general, madre y maestra de toda virtud". Es una definida aptitud el alma, una disposición interior profunda y compleja, gracias a la cual el hombre se somete verdaderamente ante Dios (I. Ryeland. La humildad después de san Benito).
En éste capitulo además de ver el tema central, la humildad, nos encontraremos con el temor de Dios, la paciencia, la obediencia, la gravedad monástica y la imitación del mismo Cristo.
La humildad, para san Atanasio es una actitud interior cuyo modelo es Cristo; Para san Basilio es servicio del prójimo; san Juan Crisóstomo dice de ella que es madre y guía, y san Jerónimo afirma que es guardiana de todas las virtudes. Pero es Cristo, según Orígenes, el gran maestro de la humildad. Una afirmación que recorre oriente y que cobra gran relevancia en occidente a través de san Agustín quien llama a Cristo "magister humilitatis" o "doctor humilitatis".
La humildad fue llamada por los Padres del desierto la "Puerta de Dios", "corona de los monjes"  o "medicina de todas las llagas", como diría san Pacomio. Casiano dice que no sólo es el proceso de purificación del alma, la estirpación de los vicios y adquisición y ejercicio de virtudes, sino que reina, junto a la perfecta caridad y los diversos grados de contemplación, en las cimas de la vida espiritual.
La humildad, podríamos decir, es una actitud interior que da autenticidad cristiana a nuestro obrar, a nuestro esfuerzo y a todas nuestras virtudes.
Dejemos ahora a san Benito que, cimentado sobre las palabras de Cristo, comience su exposición.

 1 Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: "Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 2 Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3 El Profeta indica que se guarda de ella diciendo: "Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros; no anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí." 4 Pero ¿qué sucederá? "Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre". 

5 Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6 tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban. 7 Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8 Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, a la que el Señor levanta hasta el cielo cuando el corazón se humilla. 9 Decimos, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir...

lunes, 14 de enero de 2013

El silencio



Hoy quería hablar del silencio monástico, pero ¿cómo?, me preguntaba. Curioso puede parecer que quiera hablar de algo que pueda llevar implícita una contradicción, algo que habría que aprender a escuchar, eso si, escuchando.  
Pues como hablar y enseñar le corresponde al maestro, y callar y escuchar le toca al discípulo, que diría san Benito en el cap. 6 de la santa Regla, con gran humildad quiero dar la palabra al P. Mauro-Giuseppe Lepori, abad general de la Orden Cisterciense, ya que este articulo suyo que he leído, me ha gustado tanto que, en el silencio, quería compartirlo con vosotros. Espero que lo disfrutéis. Solo teneis que pinchar aquí.

viernes, 11 de enero de 2013

Cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia

Hay que escuchar a nuestro Señor cuando dice, “Quien cumple mis mandamientos, ese me ama” (Jn 14, 21). Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador quien de siervos nos ha convertido en amigo, de esclavos en coherederos del reino celeste.

 Al respecto de la entrada hecha del lunes, 7 de enero, ¿Ser o hacer? quería traer este texto de San León Magno en el que el santo papa nos presenta el ser ante Dios  como un deseo de posesión infinita del mismo Dios y el que hacer como una entrega al bien con los bienes regalados.

"El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas".

De los sermones de san León Magno, papa. Sermón 92, 1.2.3

jueves, 10 de enero de 2013

La renovación de la imagen de Dios en el hombre, según Elredo de Rieval


La doctrina monástica de Elredo de Rieval sobrepasa la frontera de lo cisterciense, para constituir un legado indispensable de la tradición monástica occidental. Uno de sus temas más frecuentes es el de la renovación de la imagen de Dios en el hombre. El fundamento de esta doctrina se encuentra en el relato de la creación del ser humano por Dios: lo hizo a su imagen y semejanza. La imagen sería una serie de propiedades estáticas presentes en el hombre y que proceden de Dios; la semejanza, por su parte, sería un dinamismo humano similar al de Dios.



La similitud con Dios habría quedado dañada por el pecado, que no simplemente consiste en que ya no actuemos como actúa Dios, sino que además, esta disimilitud en la acción daña en alguna medida las cualidades estáticas que Dios ha dejado en nosotros.


¿Cuáles son esas cualidades estáticas, que nos elevan por encima de los demás seres de la Creación, y que reflejan el ser de Dios? Elredo, considerando la trinidad de personas en el único Dios, distingue tres potencias en el ser humano: la memoria, la razón y la voluntad. Esto significa que, por el pecado, hemos olvidado cuál es nuestro verdadero ser, hemos dejado de conocer la verdad, y hemos dejado de amar la bondad.

En el Capítulo 5 del Libro Primero de su obra cumbre, el Espejo de la Caridad, nos muestra Elredo cómo nuestra salvación la ha realizado Dios mismo en Jesucristo, restaurando esas tres potencias a la imagen de quien fueron creadas: "La memoria se repara de nuevo por la doctrina de la Sagrada Escritura, el entendimiento por el sacramento de la fe y el amor por el crecimiento diario en la caridad".

Por desgracia, esta restauración que ha realizado Jesucristo en nosotros, no alcanza en cada uno de nosotros su plenitud en la peregrinación de la vida, sino en el descanso en la patria. Ese el fin de nuestra existencia y la plenitud de nuestro ser. Elredo, lleno de gozo, lo describe así: "¡Oh caridad eterna y verdadera, verdadera y amada eternidad, amada y eterna verdad, eterna, verdadera y amada trinidad! Aquí, aquí está el descanso, aquí la paz, aquí la dichosa tranquilidad, aquí la tranquila felicidad, aquí el gozo tranquilo y dichoso.

lunes, 7 de enero de 2013

¿Ser o hacer?

Por mucho que nuestro mundo sea pragmático, no todo en nuestra existencia debe responder a una utilidad concreta. Por mucho que lo que hacemos ayude a expresar lo que somos, somos mucho más que lo que hacemos. Por mucho que se esfuercen los albañiles, en vano se cansan si el Señor no construye la casa; por mucho que vigile el centinela, en vano se cansa si el Señor no guarda la ciudad.
Por esencia, nuestra vida de monjes debe ser una inutilidad, como inútil es el grano de trigo, que si no cae en tierra y se deja morir, jamás llega a producir fruto alguno. La ociosidad es enemiga del alma, pero cuando el monje pospone las cosas del espíritu por las realidades contingentes, olvida al Creador para entretenerse con la criatura.