domingo, 30 de abril de 2017

San Pedro de Alcántara. Convento del Palancar

El Convento del Palancar, en la provincia de Cáceres, fue fundado por san Pedro de Alcántara. Los siguientes videos nos muestran el lugar y nos cuentan su historia.







sábado, 29 de abril de 2017

Benedicto XVI. Santa Catalina de Siena.

Tumba de Santa Catalina en Santa María de la Minerva - Roma
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.

Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).

Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión.
Benedicto XVI
Roma - 24 de noviembre de 2010

jueves, 27 de abril de 2017

San Rafael Arnáiz


Celebramos hoy la memoria del santo hermano Rafael. Rafael Arnaiz Barón nació el 9 de Abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Dotado de una precoz inteligencia, ya desde su primera infancia daba señales claras de su inclinación a las cosas de Dios. En estos años recibió la primera visita de la que había de ser su sino y compañera: la enfermedad que le obligó a interrumpir sus estudios. Recuperado de ella, su padre, en agradecimiento a lo que consideró una intervención especial de la Stma. Virgen, a finales de verano de 1922 lo llevó a Zaragoza, donde lo consagró a la Virgen del Pilar, hecho que no dejó de marcar el ánimo de Rafael. Trasladada su familia a Oviedo, allí continuó sus estudios medios, matriculándose al terminarlos en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Con una inteligencia brillante, Rafael estaba dotado de destacadas cualidades para la amistad. A la vez que crecía en edad y desarrollaba su personalidad, crecía también su experiencia espiritual de vida cristiana.

En su corazón bien dispuesto, Dios quiso suscitar la invitación a una consagración especial en la vida monástica. Habiendo tomado contacto con el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas –su Trapa- se sintió fuertemente atraído por lo que vio en el lugar que correspondía con sus deseos íntimos. Allí ingresó el 16 de Enero de 1934.

Dios quiso probarle misteriosamente con una penosa enfermedad –la diabetes sacarina- que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, adonde otras tantas volvió en aras de una respuesta generosa y fiel, realmente heroica, a la que sentía ser la llamada de Dios. Santificado en la gozosa fidelidad a la vida monástica y en la aceptación amorosa de los planes de Dios, consumó su vida en la madrugada del 26 de abril de 1938, recién estrenados los 27 años, siendo sepultado en el cementerio del monasterio. Pronto voló imparable su fama de santidad allende los muros del monasterio.

Con la fragancia de su vida, sus numerosos escritos continúan difundiéndose con gran aceptación y bien para cuantos por su medio entran en contacto con su espiritualidad. El 19 de Agosto de 1989, SS. Juan Pablo II le propuso como modelo para los jóvenes en Santiago de Compostela con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, proclamándole Beato el 27 de Septiembre de 1992 en la Plaza de San Pedro en Roma junto a otros siervos de Dios.

Su espiritualidad, tan rica en matices, está polarizada en la búsqueda de Dios, que cada vez se hace más dominante en su vida, y que él expresa en una frase muy propia en la que parece decirlo todo: “¡Sólo Dios!”. Dios lo llena todo en su vida. Fuera de él, nada tiene sentido. Por eso la vida de Rafael es ante todo un testimonio de la trascendencia de Dios; de lo absoluto de Dios. No un Dios de quien se conoce muchas cosas, sino un Dios experimentado en la vida y que le ha fascinado. Así, fascinado por Dios, descubrió que la vida monástica era “su” camino, porque sintió que Dios le llamaba a vivir sólo para buscarle a Él en una vida oculta, la del no ser, a fin de ser únicamente para Dios.

miércoles, 26 de abril de 2017

Benedicto XVI sobre san Isidoro

San Braulio de Zaragoza y san Isidoro de Sevilla
En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios».

Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas".

San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).

Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.

Benedicto XVI 
Roma - Audiciencia General del 18 de junio de 2008

martes, 25 de abril de 2017

La predicación de la verdad

Artus Wolfort - San Marcos

La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios Padre todopoderoso, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; y en un solo Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, que por los profetas anunció los planes de Dios, el advenimiento de Cristo, su nacimiento de la Virgen, su pasión, su resurrección de entre los muertos, su ascensión corporal a los cielos, su venida de los cielos, en la gloria del Padre, para recapitular todas las cosas y resucitar a todo el linaje humano, a fin de que ante Cristo Jesús, nuestro Señor, Dios y Salvador y Rey, por voluntad del Padre invisible, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame a quien hará justo juicio en todas las cosas.

La Iglesia, pues, diseminada, como hemos dicho, por el mundo entero, guarda diligentemente la predicación y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuanto predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca. Pues, aunque en el mundo haya muchas lenguas distintas, el contenido de la tradición es uno e idéntico para todos.

Las Iglesias de Germania creen y transmiten lo mismo que las otras de los iberos o de los celtas, de Oriente, Egipto o Libia o del centro del mundo. Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad.

En las Iglesias no dirán cosas distintas los que son buenos oradores, entre los dirigentes de la comunidad (pues nadie está por encima del Maestro), ni la escasa oratoria de otros debilitará la fuerza de la tradición, pues siendo la fe una y la misma, ni la amplía el que habla mucho ni la disminuye el que habla poco.

San Ireneo de Lyon
Tratado contra las herejías (Lib 1, 10, 1-3: PG 7, 550-554)

domingo, 23 de abril de 2017

San Gregorio Magno. El Señor ama a sus discípulos, y, sin embargo, los envía al mundo a padecer

Duccio di Buoninsegna - La duda de Tomás

La primera cuestión que nos plantea la lectura de este texto evangélico es ésta: ¿cómo puede ser real el cuerpo del Señor después de la resurrección, si pudo entrar en la casa estando las puertas cerradas? Pero hemos de tener en cuenta que las obras de Dios no serían admirables, si fueran comprensibles para nuestra inteligencia; y que la fe no tiene mérito alguno, si la razón humana le aporta las pruebas.

Pero estas mismas obras de nuestro Redentor que en sí mismas son incomprensibles, debemos considerarlas a la luz de otras situaciones suyas, para que las gestas más maravillosas hagan creíbles las cosas sencillamente admirables. En efecto, aquel cuerpo del Señor que, cerradas las puertas, entró adonde estaban los discípulos, es exactamente el mismo cuerpo que, en el momento de su nacimiento, salió a los ojos de los hombres del seno sellado de la Virgen. ¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de su resurrección, ya eternamente triunfante, entrara a través de las puertas cerradas el que, viniendo para morir, salió del seno sellado de la Virgen? Mas como quiera que ante aquel cuerpo visible dudaba la fe de quienes lo contemplaban, enseguida les enseñó las manos y el costado; se prestó a que palparan aquella carne, que había introducido a través de las puertas cerradas.

De un modo maravilloso e inestimable nuestro Redentor, después de su resurrección, exhibió un cuerpo a la vez incorruptible y palpable, a fin de que mostrándolo incorruptible invitara al premio, y presentándolo palpable afianzara la fe. Se mostró, pues, incorruptible y palpable, para dejar fuera de dudas que su cuerpo, después de la resurrección, era de la misma naturaleza, pero de distinta gloria.

Y les dijo: Paz a vosotros. Como mi Padre me ha enviado, así también os envío yo. Esto es: como el Padre, que es Dios, me ha enviado a mí que soy Dios, así también yo, que soy hombre, os envío a vosotros, que sois hombres. El Padre envió al Hijo y determinó que se encarnara para la redención del género humano. Quiso ciertamente que viniera al mundo a padecer, y sin embargo amó al Hijo a quien mandó a la pasión. Asimismo a los apóstoles, que él eligió, el Señor los envió al mundo no a gozar, sino —como él mismo fue enviado— a padecer. Y así como el Hijo es amado por el Padre y no obstante es enviado a padecer, de igual modo los discípulos son amados por el Señor y, sin embargo, son enviados al mundo a padecer. Por eso dice: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; esto es, cuando yo os envío al torbellino de las persecuciones, os estoy amando con el mismo amor con que el Padre me ama, quien no obstante, me hizo venir a soportar los tormentos.

La palabra «enviar» puede entenderse también de su naturaleza divina. En efecto, se dice que el Hijo es enviado por el Padre, en cuanto que es engendrado por el Padre. En el mismo orden de cosas, el mismo Hijo nos habla de enviarnos el Espíritu Santo que, siendo igual al Padre y al Hijo, sin embargo no se encarnó. Dice en efecto: Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre. Si, pues, debiéramos interpretar la palabra «enviar» únicamente en el sentido de «encarnarse», en modo alguno podría decirse del Espíritu Santo que sería «enviado», ya que nunca se encarnó. Su misión se identifica con la procesión, por la que procede del Padre y del Hijo. Por tanto, así como se dice del Espíritu que será enviado porque procede, así también se dice correctamente del Hijo que es enviado, en el sentido de que es engendrado.

San Gregorio Magno
Homilía 26 sobre los Evangelios (1-2: PL 76, 1197-1198)

sábado, 22 de abril de 2017

Beatificación del Padre Luis Antonio Ormieres. Oviedo. 22 de abril de 2017


Nació en Francia, Quillán, departamento de l´Aude, el 14 de julio 1809, en plena época de la post-revolución francesa. Estudia en el seminario de Carcassonne y pronto sus superiores descubren en él una decidida vocación pedagógica por lo que le nombran profesor del Seminario Mayor. El 21 de diciembre de 1833 recibe la ordenación sacerdotal a la edad de 24 años.

Luís Ormières no es un erudito, ni un teórico, es un sacerdote sencillo que conoce su tiempo e interpreta la realidad a la luz del evangelio. Es un hombre de acción y de fidelidad que se deja afectar por una llamada o inspiración del cielo. Se muestra flexible a la voluntad de Dios sobre él. Sienta la llamada de atender a la educación de los niños que están faltos de cultura y formación cristiana, de ahí todo su empeño en hacerse ayudar por religiosas que junto con él se entreguen generosamente a esta causa. Define su perfil una gran vocación de educador de la niñez y juventud, especialmente los niños y jóvenes del campo. Sabía que la educación se apoyaba en la igual dignidad de las personas y en el reconocimiento del don particular que a cada individuo Dios le concede.

Como educador muestra esmerada atención a la formación de los niños y jóvenes más desfavorecidos, pues estaba persuadido de que donde están los pobres allí tiene que estar la Iglesia. Por su talante evangélico se inclina siempre en atender las urgencias y necesidades de los más pobres. Para él, el servicio a los demás estaba por encima de cualquier otro interés y también del riesgo de su misma vida como lo demostró en su entrega a los afectados por las epidemias en Camus (1838 y 1845). Vivió su propia vocación como un acto de obediencia al Señor. El Dios de su vida le dotó de sabiduría para situarse en una sociedad e Iglesia atravesada de fracturas. Lo hizo desde un gran espíritu de libertad.

Creía en el destino personal de cada individuo y en el don propio de cada persona.
Su pasión fue: Formar verdaderos discípulos de Jesús 
Vive su vocación como un acto de obediencia al Dios de su vida 
Como educador destaca por la esmerada atención a los más necesitados 
Le caracteriza la sencillez y el servicio 
Su fe en el hombre le hace reconocer que cada persona tiene su propio don 
Su fe en Dios le lleva a una confianza plena en la Divina Providencia

viernes, 21 de abril de 2017

San Anselmo de Canterbury

Iluminación de una Meditación de San Anselmo

¿Cómo se puede demostrar que sea justo y razonable el que Dios trate o permita tratar de esa manera a ese hombre a quien el Padre llamó su Hijo amado, en el que tiene todas sus complacencias y con el que el mismo Hijo se identificó? ¿Qué justicia puede ser la que consiste en entregar a la muerte a los pecadores al hombre más justo de todos? ¿Qué hombre habría que no fuese juzgado digno de condenación si, por librar a un malhechor condenase a un inocente? (...) Porque si no pudo salvar a los pecadores más que condenando un justo, ¿dónde está su omnipotencia? Y si pudo pero no quiso ¿cómo defenderemos su sabiduría y su justicia?

Estas palabras de san Anselmo de Canterburycuya memoria celebra hoy la Iglesia, en su obra Cur Deus Homo, es decir, Por qué Dios se hizo hombre, nos ponen en la pista no sólo de qué problemas se planteó este insigne monje del siglo XI, sino también de cómo trató de resolverlos.

San Anselmo es uno de los más grandes pensadores de la Cristiandad medieval. Monje italiano, desarrolló una larga carrera que culminó en su nombramiento como Obispo de Canterbury. Gran pensador, nos ha dejado como legado imperecedero su reflexión sobre cómo nos salvó Dios. Con ello, se muestra como pensador profundamente comprometido con la fe: siguiendo la exhortación de la Carta de san Pedro, de estar siempre dispuestos a dar razón de la fe, san Anselmo procura comprender desde la fe las razones que le movieron a actuar a través de Jesucristo en la forma concreta en la que lo hizo. El problema central que se plantea es cómo realizó Dios la obra de la salvación: ¿no pudo haber evitado la Cruz?, ¿qué sentido tiene ese elemento central de nuestra fe? El resultado de su indagación es la teoría de la satisfacción vicaria: Jesús habría satisfecha la infinita deuda contraída por nuestro pecado contra Dios, pues siendo Dios mismo, su reparación es infinitamente valiosa.

San Anselmo no sólo nos dejó una teoría; también nos legó una nueva forma de pensar, con la que se se iniciaron los tiempos modernos. No se limitó a enumerar los argumentos de autoridad de la Escritura o de los autores del pasado, sino que trató de utilizar las posibilidades racionales que Dios mismo nos ha concedido. Así,. a través del proceso lógico, desarrolló un sistema de razonamiento que hará posible, a la larga, nuestra propia modernidad.

jueves, 20 de abril de 2017

Emáus en el claustro de Silos


El Claustro del Monasterio de Silos ofrece a sus monjes la posibilidad de orar paseando por sus crujías, contemplando los misterios de la Encarnación, de la Pasión y de la Resurrección de nuestro Señor, que tan maravillosamente fueron esculpidos en la época románica. Una de estas célebres imágenes es la de Cristo peregrino, apareciéndose a los dos discípulos de Emaús, que contemplamos hoy orantes,.

lunes, 17 de abril de 2017

El descanso pascual

Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía

En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.

Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.

viernes, 14 de abril de 2017

Hemos sido sacrificados con Cristo


Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron.

¡Conducen a la muerte precisamente al Autor de la vida! Pero su pasión, que tenía por meta nuestra salvación, acabaría por tener —por virtud divina y gracias a un designio providencial que supera con mucho nuestra comprensión— un resultado diametralmente opuesto al que imaginaban los judíos. En realidad, la pasión de Cristo era algo así como un lazo tendido al poder de la muerte, ya que la muerte del Señor era el principio y la fuente de la incorruptibilidad y de la novedad de vida.

Mientras, avanza él llevando sobre sus espaldas aquel madero sobre el cual iba a ser crucificado, condenado ya a la pena capital, aunque siendo completamente inocente. ¡Y eso por nuestra causa! Realmente tomó sobre sí las penas con que la justicia que procede de la ley conmina a los pecadores, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y los malditos éramos todos nosotros, nosotros que nos negábamos a obedecer a la ley divina. En realidad, todos habíamos pecado mucho. Y por nuestros pecados fue tenido por maldito quien no conoció el pecado, para liberarnos de la antigua maldición. Bastaba, en efecto, que por todos padeciera uno solo, el cual, siendo Dios, está por encima de todos: con la muerte de su cuerpo, procuró la salvación de todos los hombres.

Cristo, pues, llevó la cruz que ciertamente merecíamos nosotros, no él, si tenemos en cuenta la condena de la ley. De hecho, así como anduvo entre los muertos no por él sino por nosotros, para reconducirnos a la vida eterna, una vez destruido el imperio de la muerte, así también cargó con la cruz que nos correspondía a nosotros, condenando en sí mismo la condena derivada de la ley. Por lo cual, en lo sucesivo todos los inicuos pondrán punto en boca, como cantamos en el salmo 106,42, porque el inocente ha sido muerto por los pecados de todos.

Más aún: de este comportamiento de Cristo podemos sacar motivos bastantes para estimularnos a emprender con mayor decisión la vida de santidad. No llegaremos efectivamente a la perfección y a la total unión con Dios, sino anteponiendo su amor a la vida terrena y proponiéndonos luchar animosamente por la verdad, tal como nos exhortan incluso las circunstancias actuales.

Bellamente lo expresó nuestro Señor Jesucristo: El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. En efecto, tomar la cruz significa —según creo— ni más ni menos que renunciar al mundo por él y posponer —llegada la ocasión— la vida corporal a los bienes que esperamos, desde el momento en que nuestro Señor Jesucristo no se avergüenza de llevar la cruz, nuestra cruz, y de sufrir por amor nuestro.

Por consiguiente, los que siguen a Cristo están también con él crucificados: muriendo a su antigua conducta, son introducidos en una vida nueva conforme al evangelio. Por eso decía Pablo: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Y nuevamente, como hablando de sí, dice de todos: Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y a los Colosenses les dice: Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo?

De hecho la muerte del elemento mundano que hay en nosotros nos introduce en la conversión y en la vida de Cristo.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12: PG 74, 650-654)

jueves, 13 de abril de 2017

Velad y orad

Andrea Mantegna - La Oración del Huerto

El Señor se quedó sólo. Los discípulos sólo le acompañaron hasta el huerto, no perseveraron con él en la oración, precisamente en el momento supremo de la historia de la humanidad, cuando Dios se disponía a entregar su vida humana, asumida en el Hijo, para que así la creación entera pudiera vivir en plenitud su historia como historia de salvación en Dios.

Esta noche, después de la gozosa intimidad de la Última Cena, el Señor nos espera en el silencio, en la agonía que sufrió hasta dejarse arrastrar a la muerte, en el sufrimiento y el miedo al saber el horrible suplicio que le esperaba, en la definitiva lucha cósmica entre Dios y el poder del mal.

Esta noche el Señor nos pide que velemos y oremos, para no caer en la tentación, pues el alma está dispuesta, pero la carne es débil. Esta noche el Señor nos enseña a empuñar las únicas armas, la oración, para poder combatir junto a él, para poder afrontar los sufrimientos de la Cruz, y para prepararnos a la muerte con el Señor en la espera de la Pascua.

Esta noche aprendemos en la oración a esperar esperanzados nuestra muerte, pues la vida nos espera en la Resurrección del Señor. Esta noche nos sirve para comprender todas las noches, todas las oscuridades, todas las incertidumbres de nuestra vida. ¡Velad y orad esta noche!

miércoles, 12 de abril de 2017

Tengo hambre y sed de ti


Mi vida, el fin de mi destino es amarte
 aunque hasta aquí no haya podido hacerme digno de amarte cuanto debo;
pero por lo menos ése es mi deseo.

Si todo lo que me inspiras, ¡oh, Señor!, es bueno,
sobre todo cuando este bien que quieres es que yo te ame,
haz que cumpla tu voluntad.

Tengo hambre y sed de ti;
yo te deseo,
yo suspiro tras de ti,
yo anhelo ardientemente por ti.

San Anselmo de Canterbury
Oración II ante Cristo

martes, 11 de abril de 2017

La glorificación del Hijo


Con razón se pregunta cómo el Hijo glorificará al Padre, siendo así que la gloria sempiterna del Padre ni puede disminuirse en la forma humana, ni aumentarse en su perfección divina; pero entre los hombres era menor cuando tan sólo en Judea era Dios conocido; y como el Evangelio de Cristo, por el hecho de ser predicado en todas las naciones, había de dar a conocer al Padre, de aquí que el Padre fuera glorificado por el Hijo. Dice, pues: Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Como si dijera: Resucítame, para que por mí te hagas patente a todo el mundo. Declara a continuación más y más, cómo el Hijo glorifica al Padre, diciendo: Así como le diste poder sobre toda carne, a fin de que todo lo que le concediste a El, les dé a ellos vida eterna. Llamó toda carne a todos los hombres, demostrando el todo por la parte. Pero este poder dado por el Padre a Cristo sobre toda carne, debe entenderse en cuanto hombre.

San Agustín de Hipona
Comentarios sobre san Juan 105

lunes, 10 de abril de 2017

San Anselmo. Oración ante la Sancta Cruz


¿Cómo entonces alabarte?
¿De qué manera exaltarte?
¿Con qué corazón rogarte?
¿Con que placer me glorificaré yo en ti?
Por ti ha sido despojado el infierno,
ha sido cerrado a todos aquellos que han sido rescatados por ti.

Por ti los demonios han sido aterrorizados, oprimidos, aplastados.
Por ti el mundo ha quedado renovado y embellecido,
gracias a la verdad que resplandece y a la justicia que reina en El.
Por ti, la naturaleza humana, pecadora, queda justificada;
condenada, ha sido salvada;
esclava del pecado y del infierno, ha sido hecha libre;
muerta, ha sido resucitada.
Por ti esta ciudad bienaventurada del cielo
ha sido restaurada y perfeccionada.
Por ti, Dios, el Hijo de Dios,
ha querido por nosotros hacerse obediente a su Padre hasta la muerte,
por lo cual levantado desde la tierra,
ha recibido un nombre que esta por encima de todo nombre.

San Anselmo
Oración IV ante la Santa Cruz 24 -29

domingo, 9 de abril de 2017

Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor

Zanino di Pietro - Entrada en Jerusalén

Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.

Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido.

Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará —dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.

Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente, es decir, según me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.

Y si antes, teñidos corno estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.

Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor.

San Andrés de Creta
Sermón 9 sobre el domingo de Ramos (PG 97, 990-994)

sábado, 8 de abril de 2017

San Bernardo de Claraval. La Madre estaba junto a la cruz

Fresco en Santa Maria Antiqua, mediados del siglo VIII.

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Este —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como una bandera discutida; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. ¿«Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

San Bernardo de Claraval
Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción

jueves, 6 de abril de 2017

Morir con Cristo


El monje se queda solo; esa soledad justifica el nombre de solitario que tiene, pero le conduce a la soledad de un desierto, en el que no tiene posibilidades de sobrevivir. El monje sabe que su vida ya no tiene más sentido que morir junto a aquél que por nosotros murió. No se trata de que la muerta sea buena, ni que se desee, que el monje huya de la existencia y se deje morir poco a poco. El monje sabe que desde que Dios murió en la Cruz y resucitó para nuestra salvación, la muerte ya no es muerte sino un simple paso, y la vida ya no es esta vida sino estar con Cristo; todo lo demás, por muy evidente que nos resulte con los ojos de este mundo, por muy lógico y por muy absoluto que nos parezca, al contrastarse con ese acontecimiento cósmico de la nueva creación en la Pascua de Cristo, ha dejado de ser lo únicamente real, para tener un carácter sumamente relativo.

No todos los días es fácil para el monje asumir este bautismo reforzado que es su profesión monástica, pues su parte humana y mundana se rebela, y quisiera disfrutar de la existencia que el Creador le ha concedido, y gustar con los demás de los gozos y fatigas de la vida real. Sin embargo, el Señor, por los motivos que él sólo conoce, llamó al monje para que estuviera con él, en la forma y manera, en el lugar y en el tiempo que el misteriosamente escogió.

Con María y Juan, el monje debe besar todos los días las taladradas manos del Señor, que los hombres clavaron a la Cruz para que dejaran de hacer el bien, pero que Dios resucitó de entre los muertos para que por toda la eternidad derramen la gracia del Espíritu Santo sobre todo lo creado, asociándonos al amor de la Santa Trinidad.

miércoles, 5 de abril de 2017

Santa Crescencia de Kaufbeuren


Nació el 20 de octubre de 1682. Era hija de un modesto tejedor de lana en la ciudad de Kaufbeuren, que en aquel tiempo contaba sólo con dos mil quinientos habitantes, en su mayoría protestantes. En la escuela se distinguió por su inteligencia y su devoción. Se hizo tejedora, para ayudar a su padre, pero su mayor aspiración era entrar en el monasterio de las Franciscanas de Kaufbeuren. Sin embargo, su familia era demasiado pobre para pagar la dote requerida y sólo con la ayuda decisiva del alcalde protestante pudo entrar finalmente en el convento.

Su vida consagrada estuvo siempre impregnada de amor alegre a Dios, con la preocupación fundamental de cumplir en todo su santísima voluntad. Vivía una gozosa y profunda relación con Dios. Su intensa oración, mediante fervorosos coloquios con la Trinidad, con la Virgen María y con los santos, desembocó muchas veces en visiones místicas, de las que sólo hablaba por obediencia ante sus superiores eclesiásticos. Desde su infancia oraba mucho y con fervor al Espíritu Santo, devoción que cultivó durante toda su vida. Deseaba que las personas vieran en él un camino más fácil de vida espiritual.

Se la suele representar sosteniendo la cruz con la mano derecha, mientras con la izquierda se dirige al Salvador crucificado, pues durante toda su vida predominó en ella la contemplación y devoción a Cristo en su agonía, que la llevaba a un gran espíritu de sacrificio personal, siguiendo el ejemplo del Salvador. Durante muchos años fue portera del convento, cargo que aprovechó para aconsejar a mucha gente y realizar una generosa labor de caridad. Más tarde, nombrada maestra de novicias, se entregó a la formación espiritual de las hermanas jóvenes para la vida monástica.

En 1741 fue elegida superiora. Desempeñando ese cargo dirigió de modo sabio y prudente el monasterio, tanto en el campo espiritual como en sus intereses seculares, mejorando hasta tal punto la posición económica que, por mérito suyo, el monasterio pudo ayudar a mucha gente con sus limosnas. Consideraba importante que también las mujeres se realizaran en la vida religiosa. De modo constante y consciente se esforzó siempre por aumentar la fe en todos aquellos con quienes entraba en contacto, haciéndoles comprender cuál era el camino que debían seguir. Por eso, para numerosas personas, tanto consagradas como laicas, fue guía espiritual y consejera decisiva. Tenía la rara capacidad de reconocer rápidamente los problemas y ofrecerles la solución adecuada y razonable.

El príncipe heredero y arzobispo de Colonia Clemente Augusto la consideraba una guía de almas sabia y muy comprensiva; quedó tan prendado de su santidad que llegó a pedir al Papa que la canonizara inmediatamente después de su muerte. Numerosas personas iban a consultarla en su monasterio y con tal de mantener una conversación con ella estaban dispuestas a esperar varios días. Eran miles los que le escribían desde las regiones de Europa de lengua alemana, pidiéndole consejo y ayuda, y recibiendo siempre una respuesta adecuada. Gracias a ella, el pequeño monasterio de Kaufbeuren desempeñó un sorprendente e importante apostolado epistolar.

Inmediatamente después de su muerte, que aconteció el 5 de abril de 1744, domingo de Pascua, la gente acudió en gran número a visitar su tumba en la iglesia del monasterio, convencida de encontrarse ante una santa. Kaufbeuren se convirtió en un lugar famoso de peregrinaciones en Europa. Ese fenómeno se verificó ininterrumpidamente desde su muerte, y se intensificó después de su beatificación, llevada a cabo por el Papa León XIII el 7 de octubre de 1900. Esa veneración ha seguido viva hasta hoy de modo sorprendente, no sólo entre los católicos sino también entre las comunidades surgidas de la Reforma. La canonizó Juan Pablo II el 25 de noviembre del 2001.

domingo, 2 de abril de 2017

Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos

La resurrecci´pon de Lázaro. San Juan de la Peña

Regresando de ultratumba, Lázaro sale a nuestro encuentro portador de una nueva forma de vencer la muerte, revelador de un nuevo tipo de resurrección. Antes de examinar en profundidad este hecho, contemplemos las circunstancias externas de la resurrección, ya que la resurrección es el milagro de los milagros, la máxima manifestación del poder, la maravilla de las maravillas.

El Señor había resucitado a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, pero lo hizo restituyendo simplemente la vida a la niña, sin franquear las fronteras de ultratumba. Resucitó asimismo al hijo único de su madre, pero lo hizo deteniendo el ataúd, como anticipándose al sepulcro, como suspendiendo la corrupción y previniendo la fetidez, como si devolviera la vida al muerto antes de que la muerte hubiera reivindicado todos sus derechos. En cambio, en el caso de Lázaro todo es diferente: su muerte y su resurrección nada tienen en común con los casos precedentes: en él la muerte desplegó todo su poder y la resurrección brilla con todo su esplendor. Incluso me atrevería a decir que si Lázaro hubiera resucitado al tercer día, habría evacuado toda la sacramentalidad de la resurrección del Señor: pues Cristo volvió al tercer día a la vida, como Señor que era; Lázaro fue resucitado al cuarto día, como siervo.

Mas, para probar lo que acabamos de decir, examinemos algunos detalles del relato evangélico. Dice: Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Al expresarse de esta manera, intentan pulsar la fibra sensible, interpelan al amor, apelan a la caridad, tratan de estimular la amistad acudiendo a la necesidad. Pero Cristo, que tiene más interés en vencer la muerte que en repeler la enfermedad; Cristo, cuyo amor radica no en aliviar al amigo, sino en devolverle la vida, no facilita al amigo un remedio contra la enfermedad, sino que le prepara inmediatamente la gloria de la resurrección.

Por eso, cuando se enteró —dice el evangelista—de que Lázaro estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Fijaos cómo da lugar a la muerte, licencia al sepulcro, da libre curso a los agentes de la corrupción, no pone obstáculo alguno a la putrefacción ni a la fetidez; consiente en que el abismo arrebate, se lleve consigo, posea. En una palabra, actúa de forma que se esfume toda humana esperanza y la desesperanza humana cobre sus cotas más elevadas, de modo que lo que se dispone a hacer se vea ser algo divino y no humano.

Se limita a permanecer donde está en espera del desenlace, para dar él mismo la noticia dp la muerte, y anunciar entonces su decisión de ir a casa de Lázaro. Lázaro —dice— ha muerto, y me alegro. ¿Es esto amar? Se alegraba Cristo porque la tristeza de la muerte en seguida se convertiría en el gozo de la resurrección. Me alegro por vosotros. Y ¿por qué por vosotros? Pues porque la muerte y la resurrección de Lázaro era ya un bosquejo exacto de la muerte y resurrección del Señor, y lo que luego iba a suceder con el Señor, se anticipa ya en el siervo. Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos.

San Pedro Crisólogo
Sermón 63 (PL 52, 375-377)

sábado, 1 de abril de 2017

Santa María Egipciaca

Icono ruso del siglo XVII de santa María Egipciaca

Nos recuerda hoy el Martirologio Romano a una santa, que pasó de ser prostituta a una gran ermitaña, consagrada totalmente al Señor. Su vida, escrita por san Sofronio de Jerusalén, fue objeto de muchas obras literarias. Su culto sobrepasó la tierras de Egipto, extendiéndose por toda la Cristiandad, especialmente en los ámbitos monásticos, tanto católicos como ortodoxos.

Del relato de san Sofronio, hemos seleccionado este párrafo, que nos habla de su vocación en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén:

El santo día de la Exaltación de la Cruz comenzaba mientras yo aún vagaba cazando jóvenes. Al alba vi que todos se apresuraban a ir la Iglesia, así que corrí con el resto. Cuando la hora de la santa elevación se aproximaba, trataba de pasar entre la multitud que luchaba por pasar a través de las puertas de la Iglesia. Finalmente había logrado pasar aunque con gran dificultad casi hasta la entrada del templo, desde donde el Vivificador Madero de la Cruz era mostrado a las personas. Pero cuando pisé en el umbral que todos cruzaban, fui detenida por una fuerza que no me dejaba entrar. Mientras tanto yo era empujada aparte por la multitud y me encontré a mi misma de pie sola en pórtico de la Iglesia. Pensando que esto había sucedido debido a mi debilidad femenina, traté de nuevo de hacerme paso entre la multitud, tratando de empujar hacia adelante. Pero en vano luché. Otra vez mi pie pisó el umbral por el cual muchos entraban en la Iglesia. Solo yo parecía ser rechazada por la iglesia. Era como si allí hubiese un destacamento de soldados parados para oponerse a mi entrada. Una vez más fui excluida por la misma fuerza poderosa y otra vez quedé en el pórtico.

Habiendo repetido mi intento tres o cuatro veces, finalmente me sentí exhausta y no tuve más fuerza para empujar y ser empujada, así que me hice a un lado y me detuve en un rincón del vestíbulo. Y solo entonces con gran dificultad comencé a entender la razón por la cual no podía ser admitida para ver la vivificadora Cruz. La palabra de la salvación suavemente tocó los ojos de mi corazón y me reveló que era mi vida sucia lo que impedía mi entrada. Comencé a llorar, lamentarme y golpearme el pecho, y a suspirar desde las profundidades de mi corazón. Y así estuve llorando cuando vi sobre mí un icono de la Santísima Madre de Dios. Y volviendo hacia ellas mis ojos corporales y espirituales dije:

"Oh Señora, Madre de Dios, que diste a luz en la carne a Dios el Verbo, yo sé, oh qué bien sé, que no es honor o alabanza para ti cuando alguien tan impuro y depravado como yo mira tu icono, oh siempre Virgen, que mantuviste el cuerpo y el espíritu en pureza. Con razón inspiro odio y desagrado ante tu virginal pureza. Pero he escuchado que Dios, Quien ha nacido de ti, se hizo hombre con el propósito de llamar a los pecadores al arrepentimiento. Por lo tanto ayúdame, ya que no tengo otro auxilio. Ordena que la entrada de la Iglesia me sea abierta. Permíteme ver el venerable Madero sobre el cual Él Quien fue nacido de ti sufrió en la carne y sobre el cual Él derramó Su santa Sangre para la remisión de pecadores y por mí, indigna como soy. Sé mi fiel testigo ante tu Hijo de que yo nunca contaminaré mi cuerpo con la impureza de la fornicación, sino que tan pronto como haya visto el Madero de la Cruz renunciaré al mundo y a sus tentaciones y me iré a donde tu quieras llevarme."

Así hablé y como si hubiese adquirido cierta esperanza en la fe firme, y sintiendo cierta confianza en la misericordia de la Madre de Dios, dejé el lugar donde estaba orando. Y fui de nuevo y me incorporé a la multitud que empujaba en su camino hacia el templo. Y nadie parecía obstruirme, nadie me impedía entrar en la iglesia. Estaba llena de temor, y casi delirante. Habiendo llegado hasta las puertas que no había alcanzado antes –como si la misma fuerza que me había estorbado despejara el camino para mí- entré ahora sin dificultad y me encontré a mi misma dentro de un lugar sagrado. Y así es como vi la Vivificadora Cruz. Vi también los Misterios de Dios y cómo el Señor acepta el arrepentimiento. Arrojándome al suelo, adoré esa santa tierra y la besé con temor. Luego salí de la iglesia y fui donde ella, que había prometido ser mi protección, al lugar donde había sellado mi voto. Y doblando las rodillas ante la Virgen Madre de Dios, le dirigí palabras como estas:

"Oh amorosa Señora, tu me has mostrado tu gran amor por todos los hombres. Gloria a Dios Quien recibe el arrepentimiento de los pecadores a través de ti. ¿Qué más puedo reunir o decir, yo que soy tan pecadora? Ha llegado el tiempo para mi, oh Señora, de realizar mi voto, de acuerdo a tu testimonio. ¡Ahora llévame de la mano al sendero del arrepentimiento! Y con estas palabras escuché una voz de lo alto:

"Si cruzas el Jordán hallarás reposo".

Escuchando esta voz y teniendo fe en que era para mi, exclamé a la Madre de Dios:

"¡Oh Señora, Señora, no me abandones!"