lunes, 27 de julio de 2015

Hasta Septiembre, si Dios quiere


Querido hermanos

Hacemos un alto en el Oratorio Monástico, este rincón de espiritualidad monástica para alabanza del Padre todopoderoso, del Verbo eterno, nuestro Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo, nuestro único y trino Dios. Muchas gracias por vuestra atención, vuestros comentarios, vuestro aliento y, sobre todo, vuestra oración. En Septiembre, si Dios, quiere, nos volveremos a ver. Que el Señor os guarde y os bendiga.

Gloria al Padre,
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

sábado, 25 de julio de 2015

La Orden de Santiago. Monasterio de Uclés.


En la Solemnidad del Apóstol Santiago, no podemos dejar de hablar de una institución que todavía hoy pervive en su rama femenina. la Orden de Santiago.

Su hay que atribuírsela al rey Alfonso VIII de Castilla, con la aprobación del papa Alejandro III mediante una bula otorgada el 5 de julio de 1175 en Ferentino, cerca de Roma. En dicha bula aprobaron sus constituciones y la hizo exenta. Sus privilegios fueron confirmados y ampliados más adelante por los papas Lucio III, Urbano III e Inocencio III, por medio de diferentes bulas que arreglaron igualmente el estado de los caballeros y el de los religiosos. A partir de este momento se les conoció con el nombre de Caballeros de Santiago.

Como efecto de su doble acto fundacional -institución real en su rama militar y aprobación pontificia en su rama religiosa- la Orden quedó constituida, como una Militia Christi, con vocación tanto religiosa como militar, cuya misión era el «servicio de Dios, el ensalzamiento y defensa de la Christiana religion, y Fee catholica y la defensa de la Republica Christiana».

A diferencia de las contemporáneas órdenes de Calatrava y Alcántara, que siguieron la dura Regla de los benedictinos de la Abadía de Cîteaux, la Orden de Santiago aprobó la Regla más suave de los canónigos agustinos. De hecho, en León han ofrecido sus servicios a los canónigos regulares de San Eloy en esa ciudad para la protección de los peregrinos a Santiago y los hospicios de los caminos que conducen a Compostela. Esto explica el carácter mixto de su Orden, que es hospitalaria y militar, como la Orden de Malta.

Los caballeros de la Orden fueron reconocidos como religiosos por Alejandro III, cuya bula de 5 de julio de 1175 fue confirmada posteriormente por más de veinte de sus sucesores. Estos actos pontificios, recogidos en el Bullarium de la Orden, garantizaban todos los privilegios y exenciones de otras órdenes monásticas. La Orden estaba compuesta por varias clases de afiliados: canónigos, encargados de la administración de los sacramentos; comendadoras, ocupadas del servicio de los peregrinos; caballeros religiosos, que viven en comunidad; y caballeros casados.

Los caballeros de la Orden de Santiago aceptaron los votos de pobreza y obediencia. Sin embargo, al organizarse por la regla de los agustinos, sus miembros no estaban obligados a hacer voto de castidad y pudieron contraer matrimonio (casados estaban algunos de sus fundadores); sólo prometían la castidad total antes del matrimonio o acabado éste, y la castidad y fidelidad conyugal mientras permanecieran casados. La bula del papa Alejandro III recomendaba el celibato.

El derecho a contraer matrimonio, que otras órdenes militares sólo obtuvieron al final de la Edad Media, se les concedió desde el principio, con determinadas condiciones (como la autorización del rey), la obligación de observar la continencia durante el Adviento, la Cuaresma y en determinadas festividades del año. Los caballeros santiaguistas, con licencia del maestre, podían contraer matrimonio y vivir con sus esposas e hijos en los conventos de la Orden. La Orden de Santiago fundó conventos femeninos de comendadoras, apelativo utilizado para designar a las monjas. La presencia femenina en la Orden es mayor que en otras órdenes de la época. Aquí, las mujeres asumieron la función educar a las hijas de los caballeros, aunque hubo algunas mujeres que estuvieron al frente de una encomienda.

El Monasterio de Uclés fue cabeza de la Orden y una de sus casas principales. Hoy se conserva el Monasterio de las Comendadoras, en el centro de Madrid. En el siguiente video, visitaremos el Monasterio de Uclés.

jueves, 23 de julio de 2015

El Convento de Vadsten


El Convento de Vadstena es un monasterio católico situado en la localidad de Vadstena, Suecia. Originalmente era un palacio perteneciente a la Dinastía Folkung, reinante en Suecia en los siglos XIII y XIV. Los reyes Magnus Eriksson y Blanca de Namur cedieron el palacio a Santa Brígida para que fuese habilitado como convento. La cesión se manifestó en el testamento sueco de los monarcas en 1346 y en el testamento noruego de 1347. Los reyes solicitaron que a su muerte, los monjes orasen por la salvación de sus almas.


En 1370 fueron aprobados los planes de Santa Brígida de crear la Orden del Santísimo Salvador, y comenzaron los planes de habilitación del nuevo convento. Sin embargo, éste no pudo ser consagrado sino hasta 1384, más de diez años después de la muerte de Santa Brígida.


Según las instrucciones de Brígida, el convento se compondría de un sector femenino, con 60 monjas, y uno masculiono, con 25 monjes; con una abadesa y un confesor, éste último designado por la abadesa.


Tras la canonización de Brígida em 1391, el convento se convirtió en el centro espiritual más importante de toda Suecia y fue favorecido con donaciones por la familia real. En 1430 se consagró su templo y en 1495 se estableció una imprenta, la primera de Suecia, que sin embargo sería destruida meses después por un incendio. En 1543, durante el reinado de Gustavo Vasa y la puesta en marcha de la reforma protestante en el país, el convento fue seriamente dañado y sus numerosos libros fueron saqueados. El convento permaneció como tal hasta 1595, cuando las últimas monjas fueron desterradas a Polonia y Suecia se había convertido en un estado luterano. La última monja de Vadstena falleció en Polonia en 1638.


La orden brigidina regresó a Suecia en 1935, bajo el mando de Elisabeth Hesselblad, quien estableció allí una casa de reposo de la orden. El convento se unió en 1963 al convento brigidino de Uden, en los Países Bajos, perteneciente a una rama medieval de la orden. En 1988 se independizó y en 1991 fue ordenada la primera abadesa desde 1595.

miércoles, 22 de julio de 2015

San Gregorio Magno. Ardía en deseos de Cristo, a quien pensaba que se lo habían llevado

Vallejo Cósida - Noli me tangere

María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado, y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús le dice: «¡María!» Después de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:

«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial».

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: «Maestro», ya que el mismo a quienella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

San Gregorio Magno
Homilía 25 sobre los evangelios (1-2.4-5: PL 76, 1189-1193)

martes, 21 de julio de 2015

Speculum Caritatis. Conviértete al Señor

21.- Ahora te preguntaré si quieres poseer tú el ser y el saber. Supuesto que sí, junta estas tres cosas: ser, saber y querer. Vuélvete, oh rebelde, hacia tu corazón, y considera cuál sea la unidad y la igualdad de estas tres cosas; y cuando hubieses hallado que existen en ti, pero no son por ti, entonces piensa en la eterna esencia, en la eterna sabiduría y en la eterna voluntad de la eterna sabiduría y esencia, y no digas en tu corazón: No hay Dios, sino, más bien, reflexionando, conviértete al Señor con todos los confines de la tierra.

Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad

lunes, 20 de julio de 2015

La mejor parte


Felices los que comprenden esto y perseveran en la paz sin imponerse toda clase de trabajos, cambiando su servicio corporal por la obra de la oración cuando son capaces de ello. Aquel que es incapaz de soportar la soledad sin recurrir al servicio, deberá, con justicia, recurrir a él. Pero que ese servicio lo realice como si fuera una ayuda, como si no se tratara de un mandato esencial, sin excesiva preocupación. Esto para los débiles. Evagrio ha dicho que el trabajo manual es un obstáculo para el recuerdo de Dios...

Cuando Dios abra tu intelecto desde adentro y tú te dediques a genuflexiones repetidas, no dejes que ningún pensamiento se apodere de ti, por temor a que los demonios te convenzan secretamente de ponerlo en práctica; luego considera y admira lo que nace de ti de tales cosas.

Guárdate de hacer comparaciones entre las prácticas morales de la vida activa y tus postraciones de día y de noche con la cara contra la tierra delante de la cruz y las manos en la espalda. Si deseas que tu fervor no se debilite jamás, que tus lágrimas no se agoten, practica esto... y serás semejante a un paraíso florecido y a una fuente inagotable.

Considera ahora las numerosas pruebas de la gracia que la Providencia nos otorga. A veces un hombre está arrodillado en oración, las manos extendidas, alzadas hacia el cielo, el rostro vuelto hacia la cruz, el sentimiento y el intelecto enteramente volcados hacia Dios y la súplica. Mientras está absorto en esas súplicas y esos esfuerzos, bruscamente, una fuente de delicias se abre en su corazón, sus miembros se relajan, sus ojos se enturbian, su rostro se inclina hacia la tierra, sus mismas rodillas no son capaces de asentarse sobre el suelo a causa de la alegría y la exaltación que la gracia extiende en su cuerpo.

La Filocala

domingo, 19 de julio de 2015

Basilio de Seleucia. Yo soy el que cura a las ovejas enfermas


Con razón Cristo, siendo Pastor, exclamaba: Yo soy el buen Pastor. Yo soy el que curo a las enfermas, sano a las delicadas, vendo a las heridas, hago volver a las descarriadas, busco a las perdidas. He visto al rebaño de Israel presa de la enfermedad, he visto al ovil irse a la morada de los demonios, he visto a la grey acosada por los demonios lo mismo que si fueran lobos. Y lo que he visto, no lo dejé desprovisto.

Pues yo soy el buen Pastor: no como los fariseos que envidian a las ovejas; no como los que inscriben en su lista de suplicios, los que para la grey fueron beneficios; no como quienes deploran la liberación de los males y se lamentan de las enfermedades curadas. Resucita un muerto, llora el fariseo; es curado un paralítico y se lamentan los letrados; se devuelve la vista a un ciego y los sacerdotes se indignan; un leproso queda limpio y se querellan los sacerdotes. ¡Oh altivos pastores de la desdichada grey, que tienen como delicias propias las calamidades del rebaño!

Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. Por sus ovejas, el pastor se deja conducir al matadero como un cordero: no rehúsa la muerte, no juzga, no amenaza con la muerte a los verdugos. Como tampoco la pasión era fruto de la necesidad, sino que voluntariamente aceptó la muerte por las ovejas: Tengo poder para quitar la vida y tengo poder para recuperarla. Expía la desgracia con la desgracia, remedia la muerte con la muerte, aniquila el túmulo con el túmulo, arranca los clavos y socava los cimientos del infierno. La muerte mantuvo su imperio, hasta que Cristo aceptó la muerte; los sepulcros eran una pesadilla e infranqueables las cárceles, hasta que el Pastor, descendiendo, llevó la fausta noticia de su liberación a las ovejillas que estaban prisioneras. Lo vieron los infiernos dar la orden de partida; lo vieron repitiendo la llamada de la muerte a la vida.

El buen pastor da la vida por las ovejas. Por este medio procura granjearse la amistad de las ovejas. Y a Cristo lo ama el que escucha solícito su voz. Sabe el pastor separar los cabritos de las ovejas. Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. ¿En recompensa de qué? Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis: pues lo que das a los míos, de mí lo cosechas. Yo, por su causa, estoy desnudo, soy huésped, peregrino y pobre: suyo es el don, pero mía la gracia. Sus súplicas me desgarran el alma.

Sabe Cristo dejarse vencer por las plegarias y las dádivas de los pobres, sabe perdonar grandes suplicios en base a pequeños dones. Extingamos el fuego con la misericordia, ahuyentemos las amenazas contra nosotros mediante la observancia de la mutua amistad, abramos unos para con otros las entrañas de misericordia, habiendo nosotros mismos recibido la gracia de Dios en Cristo, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Basilio de Seleucia
Homilía 26 (2: PG 85, 306-307)

sábado, 18 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo

Roger van der Weyden. Crucifixión

92.- La grandeza de Dios. Monje, cuando contemples la inmensidad insondable del universo, y te sientas insignificante, no dudes ni te atemorices: confía, simplemente, en quien te llamó a la existencia para amarte, para ser tu compañero y para compartir contigo, en el Espíritu Santo, el amor de Dios Padre Todopoderoso, fuente de toda bondad.

jueves, 16 de julio de 2015

Carmelitas mártires de Compiegne


Celebramos la fiesta de la Virgen del Carmen, En honor de la Santísima Virgen se fundó la Orden de los Carmelitas, uno de cuyos más heroicos momentos fue el del martirio de las hermanas del Carmelo de Compiegne. Geoges Bernanos nos dejó un relato magnífico de su martirio en su obra Diálogo de Carmelitas, que fue llevada con gran acierto al cine, película de la cual podemos ver a continuación el final.


Hacía siglo y medio que las carmelitas descalzas de Amiens habían fundado en Compiègne, una ciudad de Oise. La fundación data de 1641, cuando hacía 37 años que había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé con Ana de Jesús y otras cuatro monjas españolas.

Al estallar la revolución (1789), las monjas rehusaron despojarse de su hábito carmelita, y cuando los disturbios fueron aumentando, entre junio y septiembre de 1792, siguiendo una inspiración que tuvo la priora Beata Teresa de San Agustín, todas se ofrecieron al Señor en holocausto para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado. El acto de consagración, emitido incluso por dos religiosas ancianas que al principio se habían asustado ante el solo pensamiento de la guillotina, se convirtió en ofrecimiento diario hasta el día del martirio, dos años después.

La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiègne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-Igualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.

Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes. La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo. El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte. La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia criminal con fanáticos de París.

Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues, redactó un informe en el que explicaba cómo, “considerando que las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad”, que su correspondencia era testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.

El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había convertido en cárcel. Allí esperaron la decisión final que sobre su suerte tomaría el Comité de Salud Pública asesorado por el Comité local. Entonces acordaron retractarse del juramento prestado antes, “prefiriendo mil veces la muerte mejor que ser culpables de un juramento así”. Esta resolución las llenó de serenidad. Cada día aumentaba el peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.

Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina y abarrotada de sacerdotes y laicos cristianos igualmente condenados.

Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección, impedida por las ataduras y la edad, no sabia cómo llegar al suelo. Los conductores de las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento. Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo, dijo a los que la habían maltratado:

“Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado porque, si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar la gloria y la dicha del martirio”.

Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios.

Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Carmen. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente ante el Tribunal Revolucionario. La noticia no les impidió cantar, sobre la música de La Marsellesa, unos versos improvisados en los que expresaban al mismo tiempo fe en su victoria, temor y confianza, y que se conservan en el convento de Compiègne.

Ante el Tribunal escucharon cómo el acusador público, Fouquier-Tinville, las atacaba durísimamente: “Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la obediencia de una superiora y, en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y sus escritos son suficiente testimonio”.

Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas, culpables de organizar reuniones y conciliábulos contrarrevolucionarios, de sostener correspondencia con fanáticos y de guardar escritos que atentaban contra la libertad. Una de las monjas, sor Enriqueta de la Providencia, preguntó al presidente qué entendía por la palabra “fanático” que figuraba en el texto del juicio, y la respuesta fue: Entiendo por esa palabra su apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión.

Era su amor a Dios , su fidelidad a los votos y a la religión lo que las hacía merecedoras de la pena capital. Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono derrocado, hoy plaza de la Nación. En el trayecto la gente las miraba pasar demostrando diversidad de sentimientos, unos las injuriaban, otros las admiraban. Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.

Una joven novicia, sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de ser guillotinadas. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo. Así realizó lo que ella solía decir: “El amor saldrá siempre victorioso. Cuando se ama todo se puede”.

Era el día 17 de julio de 1.794 por la tarde. Prevaleció un silencio absoluto durante todo el tiempo en que los ejecutores seguían el procedimiento. Las cabezas y los cuerpos de las mártires fueron enterrados en un pozo de arena profundo de casi nueve metros cuadrados en el cementerio parisino de Picpus. Como este pozo de arena fue el receptáculo de los cuerpos de 1298 víctimas de la Revolución, parece no haber muchas esperanzas de recuperar sus reliquias. Una placa de mármol con el nombre de las mártires y la fecha de su muerte figura sobre la fosa y en ella hay grabada una frase latina que dice: Beati qui in Domino moriuntur. Felices los que mueren en el Señor.

miércoles, 15 de julio de 2015

Benedicto XVI sobre san Buenaventura

De estos escritos suyos, que son el alma de su gobierno y que muestran el camino a recorrer sea uno solo o como comunidad, quisiera mencionar solo uno, su obra maestra, Itinerarium mentis in Deum, que es un “manual” de contemplación mística. Este libro fue concebido en un lugar de profunda espiritualidad: el monte de la Verna, donde san Francisco recibió los estigmas. En la introducción el autor ilustra las circunstancias que dieron origen a este escrito suyo: Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma de ascender a Dios, se me presentó, por otro lado, ese acontecimiento admirable ocurrido en aquel lugar al beato Francisco, es decir, la visión del Serafín alado en forma de Crucificado. Y meditando sobre esto, en seguida me dí cuenta de que esta visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y al mismo tiempo el camino que conduce a él.

Las seis alas del Serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas que conducen progresivamente al hombre al conocimiento de Dios a través de la observación del mundo y de las criaturas y a través de la exploración de la propia alma con sus facultades, hasta la unión gratificante con la Trinidad por medio de Cristo, a imitación de san Francisco de Asís. Las últimas palabras del Itinerarium de san Buenaventura, que responden a la pregunta de cómo se puede alcanzar esta comunión mística con Dios, se habrían hecho descender a lo profundo del corazón: Si ahora anhelas saber cómo sucede esto (la comunión mística con Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra; al esposo, no al maestro; a Dios, no al hombre; a la niebla, no a la claridad; no a la luce, sino al fuego que lo inflama todo y transporta a Dios con las fuertes unciones y los afectos ardentísimos... Entremos por tanto en la niebla, acallemos a los afanes, a las pasiones y a los fantasmas; pasemos con Cristo Crucificado de este mundo al Padre, para que, tras haberle visto, digamos con Felipe: esto me basta.

Benedicto XVI
Audiencia General - 10 de marzo de 2010 

martes, 14 de julio de 2015

Las monjas cartujas

Si pocos son los monasterios de monjes cartujos en el mundo, mucho menor es el número de monjas cartujas. Por eso, este domingo queremos compartir unos momentos de su silenciosa y retirada existencia, a través de este video, que acompañado de su canto litúrgico, nos muestra imágenes de los distintos monasterios de las monjas cartujas. Que el Señor las conceda perseverar en su vocación, y suscite vocaciones que permitan mantener en el seno de la Iglesia un carisma tan precioso.

domingo, 12 de julio de 2015

San Juan Gualberto


Hoy recuerda la Liturgia a uno de los santos benedictinos, que trataron de reformar el orden monástico durante la alta Edad Media. San Juan Gualberto vivió entre los años 985 al 1073. Su conversión se produjo al perdonar la vida al asesino de su propio hermano. Ingresó en el monasterio de san Miniato, pero tras una visita al eremo de la Camaldula, en el que san Romualdo acababa de dejar el atrayente testimonio de su vida, decidió iniciar una fundación en el lugar llamado Valumbrosa.

Se trata de una reforma monástica que acentúa los caracteres eremíticos y el apartamiento del mundo. De hecho procuró que los monjes no tuvieran otra actividad que la contemplación y la oración, dejando cualquier otro trabajo a los hermanos. San Juan Gualberto tuvo una gran notoriedad, por promover la reforma de la Iglesia, luchando contra la simonía, es decir, la venta de oficios eclesiásticos a cambio de dinero. De san Juan Gualberto hemos conservado algunos textos, fundamentalmente cartas. A continuación, podemos leer una carta sobre la caridad.

Abadía de Vallumbrosa

El abad Juan a todos los hermanos unidos a él en el amor fraterno: salud y bendición.

Aquejado hace ya bastante tiempo de una grave enfermedad, espero de día en día que Dios acoja mi alma y que la tierra de mi cuerpo vuelva al polvo de donde fue sacada. Lo cual nada tiene de extraño, porque la misma edad, aun sin el peso de una tan grave enfermedad, me recuerda a diario que debo vivir en esta espera. Yo pensaba salir calladamente de esta vida; pero habida cuenta del nombre y el puesto que, aunque indigno, he ocupado en esta tierra corruptible, me ha parecido de alguna utilidad deciros unas palabras sobre el vínculo del amor. En cuyo tema no diré nada nuevo ni de mi propia cosecha, sino que me limitaré a repetir brevemente y como de pasada lo que oís a diario. La caridad es indudablemente la virtud que impulsó al Creador de todas las cosas a hacerse criatura. Es la virtud que él mismo recomendó a los apóstoles como síntesis de todos sus mandamientos: Esto os mando: que os améis unos a otros.

De ella habla el apóstol Santiago, diciendo: Quien observa entera la ley, pero falta en un solo punto, tiene que responder de la totalidad. Esta es de la que el apóstol san Pedro afirma: la caridad cubre la multitud de los pecados.

De todo lo cual podemos concluir que, si poseemos la caridad, podemos cubrir todos los pecados, y que a quienes creen haber adquirido las demás virtudes, si no tienen caridad, de nada les sirven. Si un soberbio o desobediente cualquiera escuchare lo que acabo de decir, en seguida pensará que el está realmente en posesión de la caridad, basado en la mera comprobación de que perdura físicamente en la comunión fraterna. Mas he aquí que san Gregorio le desengaña de esta, digamos, falsa opinión, al indicar los límites de la verdadera caridad, diciendo: «Ama perfectamente a Dios quien no se reserva nada de sí mismo».

No sé en concreto qué decir de la caridad, pues no ignoro que todos los mandamientos brotan de esta raíz. Porque si es verdad que son muchas las ramas de las bue= nas obras, una sola es la raíz: la caridad. Los réprobos no pueden aguantar por mucho tiempo su ardor, como expresamente afirma nuestro Salvador: Se enfriará el amor de la mayoría. Sobre éstos que se han enfriado en el amor y se han separado de la unidad, llora y gime el apóstol san Juan, diciendo: Salieron de entre nósotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros.

Y si esto es así, o, mejor, porque esto es así, todo fiel debe reflexionar continuamente sobre la manera de adherirse a tan sumo bien, y buscar ansiosamente unirse a sus compañeros de peregrinación hacia Dios. Y así como los réprobos, al abandonar la caridad, son amputados del cuerpo de Cristo, así los elegidos, abrazándola sinceramente, quedan establemente unidos al mismo cuerpo de Cristo. Para conservar inviolablemente la caridad, es en gran manera útil la unidad fraterna, que se agrupa bajo el cuidado de una sola persona. Pues así como se seca el lecho de un río si se le divide en infinidad de arroyuelos, así también la unidad fraterna es menos eficaz en sus realizaciones concretas si se polariza en multitud de iniciativas.

Por lo cual y para que esta caridad permanezca largamente inviolable entre vosotros, es mi voluntad que, después de mi muerte, vuestro cuidado y dirección queden en manos del padre Rodolfo, al menos con las mismas atribuciones que tuve yo mientras vivía. Adiós.

sábado, 11 de julio de 2015

Homilía de Benedicto XVI a los monjes benedictinos en Montecasino


Queridos hermanos y hermanas de la gran familia benedictina: Al concluir mi visita, con mucho gusto me detengo en este lugar sagrado, en esta abadía, cuatro veces destruida y reconstruida, la última vez tras los bombardeos de la segunda guerra mundial, hace 65 años. "Succisa virescit": las palabras de su nuevo escudo indican bien su historia. Montecassino, como encina secular plantada por san Benito, fue "escamondada" por la violencia de la guerra, pero resurgió con mayor vitalidad. En varias ocasiones yo también he disfrutado de la hospitalidad de los monjes, y en esta abadía he vivido momentos inolvidables de descanso y oración.

Hoy la liturgia nos invita a contemplar el misterio de la Ascensión del Señor. La lectura breve, tomada de la primera carta de san Pedro, nos ha exhortado a fijar la mirada en nuestro Redentor, que murió "una sola vez para siempre por los pecados" para llevarnos nuevamente a Dios, a cuya diestra se encuentra, "tras haber ascendido al cielo y haber recibido la soberanía sobre los ángeles, los principados y las potestades" (cf. 1 P 3, 18.22). Jesús, "elevado al cielo" e invisible a los ojos de los discípulos, no los abandonó, pues, "muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu" (1 P 3, 18), ahora está presente de una manera nueva, interior, en los creyentes, y en él la salvación se ofrece a todo ser humano, sin distinción de pueblo, lengua y cultura.

La primera carta de san Pedro contiene referencias precisas a los acontecimientos cristológicos fundamentales de la fe cristiana. El Apóstol quiere poner de relieve el alcance universal de la salvación en Cristo. Lo mismo pretende san Pablo, de cuyo nacimiento estamos celebrando el bimilenario, el cual escribe a la comunidad de Corinto: Cristo "murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

Ya no vivir para sí mismos, sino para Cristo: esto es lo que da pleno sentido a la vida de quien se deja conquistar por él. Lo manifiesta claramente la historia humana y espiritual de san Benito que, tras abandonarlo todo, siguió fielmente a Jesucristo. Encarnando en su propia existencia el Evangelio, se convirtió en el iniciador de un amplio movimiento de renacimiento espiritual y cultural en Occidente. Quiero mencionar aquí un acontecimiento extraordinario de su vida, referido por su biógrafo san Gregorio Magno, que vosotros conocéis muy bien.

Se podría decir que también el santo patriarca fue "elevado al cielo" en una indescriptible experiencia mística. La noche del 29 de octubre del año 540 —se lee en la biografía—, mientras estaba asomado a la ventana, "con los ojos fijos en las estrellas para penetrar en la divina contemplación, el santo sentía que el corazón le ardía... Para él el firmamento cuajado de estrellas era como la cortina bordada que desvelaba al Santo de los Santos. En un momento determinado, su alma se sintió transportada a la otra parte del velo para contemplar sin estorbos el rostro de Aquel que habita en una luz inaccesible" (cf. A.I. Schuster, Storia di san Benedetto e dei suoi tempi, ed. Abadía de Viboldone, Milán 1965, p. 11 y ss). Desde luego, como le sucedió a san Pablo tras ser arrebatado al cielo, también san Benito, después de esa experiencia espiritual extraordinaria, tuvo que comenzar una nueva vida. Aunque la visión fue pasajera, los efectos permanecieron; su fisonomía misma —refieren los biógrafos— cambió, su aspecto fue siempre sereno y su porte angélico; y, aun viviendo en la tierra, se comprendía que con el corazón ya estaba en el paraíso.

San Benito no recibió este don divino para satisfacer su curiosidad intelectual, sino más bien para que el carisma que Dios le había dado tuviera la capacidad de reproducir en el monasterio la misma vida del cielo y restablecer en él la armonía de la creación a través de la contemplación y el trabajo. Por eso, con razón, la Iglesia lo venera como "eminente maestro de vida monástica" y "doctor de sabiduría espiritual en el amor a la oración y al trabajo"; "guía resplandeciente de pueblos a la luz del Evangelio" que, "elevado al cielo por una senda luminosa", enseña a los hombres de todos los tiempos a buscar a Dios y las riquezas eternas por él preparadas (cf. Prefacio del santo en el suplemento monástico al Misal Romano, 1980).

Sí, san Benito fue ejemplo luminoso de santidad e indicó a los monjes como único gran ideal a Cristo; fue maestro de civilización que, proponiendo una equilibrada y adecuada visión de las exigencias divinas y de las finalidades últimas del hombre, tuvo siempre muy presentes también las necesidades y las razones del corazón, para enseñar y suscitar una fraternidad auténtica y constante, a fin de que en el conjunto de las relaciones sociales no se perdiera una unidad de espíritu capaz de construir y alimentar siempre la paz.

No es casualidad que la palabra Pax acoja a los peregrinos y los visitantes a las puertas de esta abadía, reconstruida después del enorme desastre de la segunda guerra mundial: se eleva como una silenciosa advertencia a rechazar cualquier forma de violencia para construir la paz: en las familias, en las comunidades, entre los pueblos y en toda la humanidad. San Benito invita a toda persona que sube a este monte a buscar la paz y a seguirla: "Inquire pacem et sequere eam (Sal 33, 14-15)" (Regla, Prólogo, 17).

Siguiendo la escuela de san Benito, con el paso de los siglos, los monasterios se han convertido en centros fervientes de diálogo, de encuentro y de benéfica fusión entre personas diversas, unificadas por la cultura evangélica de la paz. Los monjes han sabido enseñar con la palabra y con el ejemplo el arte de la paz, sirviéndose de los tres "vínculos" que san Benito consideraba necesarios para conservar la unidad del Espíritu entre los hombres: la cruz, que es la ley misma de Cristo; el libro, es decir, la cultura; y el arado, que indica el trabajo, el señorío sobre la materia y sobre el tiempo.

Gracias a la actividad de los monasterios, articulada en el triple compromiso cotidiano de la oración, el estudio y el trabajo, pueblos enteros del continente europeo han experimentado un auténtico rescate y un beneficioso desarrollo moral, espiritual y cultural, educándose en el sentido de la continuidad con el pasado, en la acción concreta con vistas al bien común, en la apertura hacia Dios y la dimensión trascendente. Oremos para que Europa valore siempre este patrimonio de principios e ideales cristianos que constituye una inmensa riqueza cultural y espiritual.

Pero esto sólo es posible cuando se acoge la enseñanza constante de san Benito, es decir, el "quaerere Deum", buscar a Dios, como compromiso fundamental del hombre. Sin Dios el ser humano no se realiza plenamente ni puede ser verdaderamente feliz. De manera especial, vosotros, queridos monjes, debéis ser ejemplos vivos de esta relación interior y profunda con él, actuando sin compromisos el programa que vuestro fundador sintetizó en el "nihil amori Christi praeponere", "no anteponer nada al amor de Cristo" (Regla 4, 21). En esto consiste la santidad, propuesta válida para todo cristiano, más que nunca en nuestra época, en la que se experimenta la necesidad de anclar la vida y la historia en firmes puntos de referencia espirituales. Por eso, queridos hermanos y hermanas, es muy actual vuestra vocación y es indispensable vuestra misión de monjes.

Desde este lugar, en el que descansan sus restos mortales, el santo patrono de Europa sigue invitando a todos a proseguir su obra de evangelización y promoción humana. Os alienta en primer lugar a vosotros, queridos monjes, a permanecer fieles al espíritu de los orígenes y a ser intérpretes auténticos de su programa de renacimiento espiritual y social.

Que os conceda este don el Señor, por intercesión de vuestro santo fundador, de su hermana santa Escolástica y de los santos y santas de la Orden. Y que la Madre celestial del Señor, a la que hoy invocamos como "Auxilio de los cristianos", vele sobre vosotros y proteja a esta abadía y a todos vuestros monasterios, así como a la comunidad diocesana que vive en torno a Montecassino. 

viernes, 10 de julio de 2015

Benedicto XVI en Montecasino

Sí, san Benito fue ejemplo luminoso de santidad e indicó a los monjes como único gran ideal a Cristo; fue maestro de civilización que, proponiendo una equilibrada y adecuada visión de las exigencias divinas y de las finalidades últimas del hombre, tuvo siempre muy presentes también las necesidades y las razones del corazón, para enseñar y suscitar una fraternidad auténtica y constante, a fin de que en el conjunto de las relaciones sociales no se perdiera una unidad de espíritu capaz de construir y alimentar siempre la paz.

Son palabras del Santo Padre Benedicto XVI pronunciadas en el curso de su visita, el 24 de mayo de 2009, a la Abadía de Montecasino. Hoy, como preparación a dicha celebración, podemos ver las imágenes del comienzo de las solemnes vísperas que se celebraron en la Basílica. Comienza con la procesión de entrada, desde la Sala Capitular, a través del claustro, hasta la Puerta del templo, y la procesión hasta el altar; sigue el saludo que le dirigió el entonces Abad de Montecasino.

jueves, 9 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


91.- La bondad de Dios. Monje, no se me ocurre mejor forma de seguir al Señor que vivir permanentemente en la bondad. A fin de cuentas, como dice el apóstol, en Jesucristo se nos ha aparecido el amor y la bondad de Dios. De tal forma que tu bondad no es fruto de tu esfuerzo, sino participación en la bondad del Señor, aceptación de su bondad en nuestro pensamiento y en nuestro obrar. A través de la bondad, monje, vivirás en el amor, anunciarás amor, llegarás al Amor.

miércoles, 8 de julio de 2015

Abadía de Pannonhalma (Hungría)


La abadía de Pannonhalma (construida en el año 996) ocupa un lugar especial en la historia de Hungría; hasta ella han llegado prestigiosos visitantes como el primer rey de Hungría, Esteban I (1000-1038) o Juan Pablo II. En 996 el príncipe Géza solicita a los monjes benedictinos la fundación de un monasterio en la colina Pannonhalma, lugar de nacimiento de San Martín, obispo de Tours. Según la tradición húngara, el primer abad fue San Anastásio, quien trajo la corona a San Esteban I de Hungría desde Roma.

En 997 tras la muerte de Géza, según las leyes cristianas el heredero al trono húngaro era su hijo San Esteban, sin embargo el líder pagano Cupan, también miembro de la familia real, se adjudicó el trono para si mismo alegando que era mayor en edad al joven príncipe. Valiéndose de ejércitos germánicos y húngaros, San Esteban venció las fuerzas paganas de Cupan, Señor de la región húngara de Somogy, al sur del lago Balaton. Esteban decidió que tras su ejecución, el diezmo de sus territorios fuesen enteramente a las arcas de la Abadía de Pannonhalma, lo que la enriqueció importantemente.

Los monjes benedictinos de Pannonhalma fueron los pioneros que condujeron la evangelización en Hungría. Crearon la primera escuela magiar, y redactaron, en 1055, el primer texto escrito en latín que contenía palabras en húngaro (actualmente la comunidad monástica aún tiene un lugar importante en la propagación de la cultura cristiana en la región). En 1242 fue defendida con éxito de la invasión mongol por el abad Uros de Pannonhalma, quien organizó la estrategia para su preservación (este destacado abad es recordado por haber participado en la Quinta Cruzada junto al rey Andrés II de Hungría, y por haber llevado a cabo numerosos compendios de documentos legales). La abadía fue construida como una verdadera fortaleza, y siglos más tarde sufrirá tres ocupaciones turcas durante las cuales los monjes tuvieron que huir para salvar la mayor cantidad posible de bienes.


En 1786, José II de Austria cierra los monasterios pero los restableció en 1802 el de Pannonhalma, con la condición de que los monjes enseñen. La abadía se convirtió en un centro universitario, y reunió más de 350000 volúmenes en su biblioteca.

Protegida por la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la abadía no sufrió daños ni pillaje. Bajo el régimen comunista (1950-1990), a pesar de una interrupción entre 1945 y 1950, conservó sus propiedades y su estatus de enseñanza privada. En diciembre de 1996, con ocasión de su milenario, fue visitada por el papa san Juan Pablo II.

lunes, 6 de julio de 2015

Regla de San Benito. La humildad


La Sagrada Escritura, hermanos, nos advierte con voz muy fuerte diciendo: Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. El profeta indica que la evitaba al decir: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad. Y, ¿qué pasará si no fui humilde, si se ensoberbeció mi alma? Tratarás a mi alma como al recién destetado en brazos de su madre. 

Por tanto, hermanos, si queremos llegar a la cumbre de la humildad y llegar pronto a aquella exaltación celestial a la que se asciende por la humildad de la vida presente mediante los peldaños de nuestras obras, tendremos que levantar aquella escala que Jacob vio en sueños y en la que se veían ángeles bajando y subiendo. Sin duda alguna, en el bajar y subir no entendemos otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. Pues esa escala levantada es nuestra vida temporal que Dios eleva hasta el cielo por nuestra humildad de corazón. Los largueros de esa escala son nuestro cuerpo y nuestra alma. La vocación divina ha dispuesto en ellos diversos peldaños de humildad o de observancia que se deben subir.

domingo, 5 de julio de 2015

Un Monasterio georgiano: Gelati


El monasterio de la Virgen - Gelati cerca de Kutaisi (región de Imereti de Georgia occidental) fue fundado por el rey de Georgia David el Constructor (1089-1125) en 1106. 


El monasterio ortodoxo de Gelati durante largo tiempo fue uno de los principales centros intelectuales y culturales en Georgia. Tenía una academia en la que trabajaron algunos de los más célebres científicos georgianos, teólogos y filósofos, muchos de los cuales habían estado previamente en activo en varios monasterios ortodoxos en el extranjero o en la academia Mangan en Constantinopla. Entre los científicos había notables eruditos como Ioane Petritsi y Arsen Ikaltoeli.


Debido al amplio trabajo llevado a cabo por la academia Gelati, la gente de su tiempo la llamó una nueva «Hélade» y «un segundo Athos». El monasterio Gelati ha conservado un gran número de murales y manuscritos que se remontan a los siglos XII-XVII. El tríptico Khakhuli también tuvo su santuario en Gelati hasta que fue robado en 1859.


En Gelati está enterrado su fundador y uno de los más grandes reyes georgianos, David el Constructor (Davit Agmashenebeli en georgiano).

viernes, 3 de julio de 2015

Speculum Caritatis. Esta sabiduría verdadera es la que se inyectaba a las almas santas para que pudieran ser sabias

19.- Si me objetas que un ángel puede hacerse sabio, te preguntaré de dónde le ha de venir a éste el ser sabio; y si es que él a sí mismo se hizo tal, volvemos a caer en el mismo conflicto. Réstanos, por consiguiente, que la sabiduría haga sabios a los demás, pero no pueda ser hecha.

La sabiduría jamás puede perder el juicio, ya que nunca puede tornarse en necedad; como la muerte nunca puede ser vida, aunque sí lo sea para nosotros la muerte de Cristo. Igual que la luz jamás podrá ser tinieblas, por más que en otro tiempo nosotros sí lo fuimos; ahora, sin embargo, somos luz en el Señor. Juan no era la luz, sino que había de dar testimonio acerca de ella. Existía la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta sabiduría verdadera es la que se inyectaba a las almas santas para que pudieran ser sabias. ¿Te parece, oh necio, que todo esto es poco?

20.- De nuevo pregunto: ¿Sabes que existes? Me dirás que nadie puede ignorar semejante verdad. Pero has de saber que ni el filósofo de profesión posee sobre esto certeza absoluta. ¿Has existido tú siempre? Si no ha sido así, sin duda de algún sitio habrás tomado lo necesario para poder existir. ¿Te hiciste a ti mismo? Grande obra es hacer esto, no siendo tú nada. ¿De dónde, pues, te ha venido a ti el existir? Quizá lo has recibido de otro hombre, que acaso lo recibió a su vez de un ángel. Pero, el ángel, ¿de dónde? Debemos, por tanto, afirmar que la esencia de la que todas las cosas reciben el ser no ha sido hecha, como tampoco la sabiduría, de la que los demás seres reciben el poder saber.

Guárdate para ti el saber de esta o de otra forma, y el ser de talo de cual manera. Háblete en el corazón el que tiene en sí el ser, que es el mismo saber, y ya no digas en tu corazón: "No hay Dios." Viéndote plenamente en él, en cuanto que tienes ser, no puedes decir en tu corazón que Dios no exista, a no ser que tú también seas Dios

Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad

jueves, 2 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


90.- El perdón que Dios nos ofrece. Monje, un día se detuvo Jesús ante un paralítico, lo miró con compasión, y le perdonó sus pecados. ¿Qué era más terrible: la enfermedad de su cuerpo, o la parálisis de su alma? La gente, sin embargo, se extrañaba de que un hombre se atreviese a hacer lo que sólo Dios puede hacer: perdonar los pecados. ¡Admirable milagro! Somos curados por el Señor, y levantados de nuestra propia postración. Que nunca cese nuestra alabanza ante tanta misericordia.

miércoles, 1 de julio de 2015

Vida monacal en San Isidro de Dueñas

Hace dos años la Televisión de Palencia emitió este interesante reportaje sobre el Monasterio Trapense de San Isidro de Dueñas.