19.- Si me objetas que un ángel puede hacerse sabio, te preguntaré de dónde le ha de venir a éste el ser sabio; y si es que él a sí mismo se hizo tal, volvemos a caer en el mismo conflicto. Réstanos, por consiguiente, que la sabiduría haga sabios a los demás, pero no pueda ser hecha.
La sabiduría jamás puede perder el juicio, ya que nunca puede tornarse en necedad; como la muerte nunca puede ser vida, aunque sí lo sea para nosotros la muerte de Cristo. Igual que la luz jamás podrá ser tinieblas, por más que en otro tiempo nosotros sí lo fuimos; ahora, sin embargo, somos luz en el Señor. Juan no era la luz, sino que había de dar testimonio acerca de ella. Existía la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta sabiduría verdadera es la que se inyectaba a las almas santas para que pudieran ser sabias. ¿Te parece, oh necio, que todo esto es poco?
20.- De nuevo pregunto: ¿Sabes que existes? Me dirás que nadie puede ignorar semejante verdad. Pero has de saber que ni el filósofo de profesión posee sobre esto certeza absoluta. ¿Has existido tú siempre? Si no ha sido así, sin duda de algún sitio habrás tomado lo necesario para poder existir. ¿Te hiciste a ti mismo? Grande obra es hacer esto, no siendo tú nada. ¿De dónde, pues, te ha venido a ti el existir? Quizá lo has recibido de otro hombre, que acaso lo recibió a su vez de un ángel. Pero, el ángel, ¿de dónde? Debemos, por tanto, afirmar que la esencia de la que todas las cosas reciben el ser no ha sido hecha, como tampoco la sabiduría, de la que los demás seres reciben el poder saber.
Guárdate para ti el saber de esta o de otra forma, y el ser de talo de cual manera. Háblete en el corazón el que tiene en sí el ser, que es el mismo saber, y ya no digas en tu corazón: "No hay Dios." Viéndote plenamente en él, en cuanto que tienes ser, no puedes decir en tu corazón que Dios no exista, a no ser que tú también seas Dios
La sabiduría jamás puede perder el juicio, ya que nunca puede tornarse en necedad; como la muerte nunca puede ser vida, aunque sí lo sea para nosotros la muerte de Cristo. Igual que la luz jamás podrá ser tinieblas, por más que en otro tiempo nosotros sí lo fuimos; ahora, sin embargo, somos luz en el Señor. Juan no era la luz, sino que había de dar testimonio acerca de ella. Existía la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta sabiduría verdadera es la que se inyectaba a las almas santas para que pudieran ser sabias. ¿Te parece, oh necio, que todo esto es poco?
20.- De nuevo pregunto: ¿Sabes que existes? Me dirás que nadie puede ignorar semejante verdad. Pero has de saber que ni el filósofo de profesión posee sobre esto certeza absoluta. ¿Has existido tú siempre? Si no ha sido así, sin duda de algún sitio habrás tomado lo necesario para poder existir. ¿Te hiciste a ti mismo? Grande obra es hacer esto, no siendo tú nada. ¿De dónde, pues, te ha venido a ti el existir? Quizá lo has recibido de otro hombre, que acaso lo recibió a su vez de un ángel. Pero, el ángel, ¿de dónde? Debemos, por tanto, afirmar que la esencia de la que todas las cosas reciben el ser no ha sido hecha, como tampoco la sabiduría, de la que los demás seres reciben el poder saber.
Guárdate para ti el saber de esta o de otra forma, y el ser de talo de cual manera. Háblete en el corazón el que tiene en sí el ser, que es el mismo saber, y ya no digas en tu corazón: "No hay Dios." Viéndote plenamente en él, en cuanto que tienes ser, no puedes decir en tu corazón que Dios no exista, a no ser que tú también seas Dios
Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad
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