jueves, 28 de noviembre de 2013

Una despedida temporal


Querido hermanos

Al final del año litúrgico, que hemos compartido en este Oratorio Monástico, nos vemos obligados a hacer un alto. Diversas circunstancias inherentes a nuestra vida religiosa nos obligan a abandonar, esperemos que temporalmente, este rincón de espiritualidad monástica para alabanza del Padre todopoderoso, del Verbo eterno, nuestro Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo, nuestro único y trino Dios.

Muchas gracias por vuestra atención, vuestros comentarios, vuestro aliento y, sobre todo, vuestra oración. Han sido unos meses de alegre trabajo, compartiendo las riquezas de la tradición monástica desde el silencio del claustro, a través de los medios digitales. Ciertamente, podemos utilizar los adelantos de la modernidad para anunciar la Salvación que nuestro Señor Jesucristo realizó en su Misterio Pascual.

Los monjes de este Oratorio Monástico os imploramos vuestras oraciones, para afrontar los nuevos caminos por los que habremos de seguir a nuestro Señor. Que el Señor os bendiga.

Gloria al Padre,
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

martes, 26 de noviembre de 2013

San silvestre y los monjes silvestrinos

Celebramos hoy los monjes benedictinos la memoria de uno de los santos abades reformadores de la Edad Media: san Silvestre. De su reforma monástica surgió una Congregación benedictina, afiliada a la Confederación Benedictina, que cuenta con monasterios no sólo en Italia, sino en otras partes del mundo. De su Website (http://www.silvestrini.org/), hemos traducido la presentación que hacen de sí mismos.

La Congregación Silvestrina de la Orden de San Benito nació en las Marcas (Italia) en el siglo XIII de la mano de Silvestre de Osimo. Hasta mediados del siglo XIX tenía una distribución geográfica limitada: Las Marcas, Umbría, Lacio, Toscana y Abruzzo. En 1845, la congregación que fundó una misión en Sri Lanka, a partir de un proceso de expansión en el extranjero, lo que le ha llevado a adquirir un rostro internacional. Hoy, de hecho, está presente en los Estados Unidos de América (desde 1910), Australia (desde 1949), India (desde 1962), Filipinas (desde 1999) y la República Democrática del Congo (desde 2006).

Durante los últimos treinta años la historigrafía silvestrina, superado el espíritu apologético y celebrativo del pasado, ha revisado críticamente los orígenes y desarrollo de la congregación, mediante la colocación de los acontecimientos y los personajes en el contexto más amplio de la historia de la Iglesia y de la sociedad, especialmente con ocasión de los Estudios celebrados en el monasterio de San Silvestro en Montefano en Fabriano, en los años 1977, 1981, 1990, 1998 y 2006, y su publicación en la serie Bibliotheca Montisfani (que todavía están en la preparación de las Actas del Congreso de 2006).


lunes, 25 de noviembre de 2013

Monasterio de Sucevita


El Monasterio de Suceviţa es un monasterio ortodoxo situado en la parte noreste de Rumanía,  cerca del río Suceviţa. Se encuentra ubicado en la parte sur de la región histórica de Bucovina . Fue construido en 1585 por Ieremia Movilă , Gheorghe Movilă y Simion Movilă.

La arquitectura de la iglesia contiene elementos tanto bizantinos como góticos, así como pinturas, típicas del norte de Moldavia. Ambas paredes, interiores y exteriores están cubiertas por pinturas murales, que son de gran valor artístico y representan episodios bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento . Las pinturas datan de alrededor de 1601, lo que hace Suceviţa uno de los últimos monasterios en ser decoradas con el famoso estilo de Moldavia de pinturas exteriores.

El patio interior del conjunto monástico es casi cuadrado (100 por 104 metros) y está rodeado por altos muros de 6 metros, con 3 metros de anchura. Hay varias otras estructuras defensivas en el conjunto, entre ellos cuatro torres (una en cada esquina). Suceviţa era una residencia principesca, así como un monasterio fortificado. Los gruesos muros albergan hoy un museo que presenta una sobresaliente colección de objetos históricos y de arte. Las cubiertas de las tumbas de Ieremia Simion Movilă - retratos ricos bordados en hilo de plata - junto con platería eclesiástica, libros y manuscritos iluminados, ofrecen un testimonio elocuente de la importancia de Suceviţa.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Stat Crux dum volvitur orbis


La Cruz permanece mientras el mundo cambia. Éste es el el lema de los monjes cartujos. la Cruz permanece como firme y seguro puerto de salvación, mientras tormentas de todo tipo agitan un mundo que prescinde de Dios. En este día de Cristo Rey, en el que celebramos su dominio sobre toda la creación, alabamos la gloria de su majestad y esperamos, como en el Buen Ladrón, entrar como pecadores acogidos a su misericordia en su Reino.


San Juan Crisóstomo, el patriarca que nunca dejó de ser monje, nos recordaba esta mañana: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. No tuvo la audacia de decir: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino antes de haber depuesto por la confesión la carga de sus pecados. ¿Te das cuenta de lo importante que es la confesión? Se confesó y abrió el paraíso. Se confesó y le entró tal confianza que, de ladrón, pasó a pedir el reino. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la cruz? ¿Pides el reino? Y, ¿qué es lo que ves que te lo sugiera? Ante ti tienes los clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz —dice— es el símbolo del reino. Por eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir por sus súbditos. Lo dijo él mismo: El buen pastor da la vida por las ovejas: luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio su vida, por eso lo llamo rey: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Imperial Monasterio Cisterciense de San Clemente de Toledo


El Imperial Monasterio de San Clemente es uno de los monasterios de la ciudad de Toledo, que alberga desde sus orígenes una comunidad de monjas cistercienses, y que llegó a ser, gracias a las mercedes reales y de los nobles, cuyas hijas confesaron en la orden, uno de los conventos más extensos y más ricos en propiedades y rentas de Toledo. Del edificio original del siglo XIII queda sólo la techumbre de la sala capitular. 


El monasterio posee tres claustros, dos de ellos mudéjares-renacentistas, de Nicolás de Vergara El Mozo, destacando el "Claustro de las Procesiones". En el refectorio se ha restaurado recientemente un alfarje del siglo XIII con decoración heráldica de Fernando III el Santo y azulejos del XVI.

Es muy interesante el trascoro decorado con azulejería, con bella sillería de madera, siendo destacable la silla abacial, firmada por Felipe de Vigarny.

La iglesia y su portada, muy italianizante con decoración plateresca, data del siglo XVI, erigida como gran novedad del momento, por Alfonso Covarrubias, si bien fue muy restaurada a finales del siglo XVIII.

La iglesia es de una sola nave, dividida en dos tramos, con bóvedas de crucería estrelladas. El coro se sitúa a los pies del templo, con sillería de madera del siglo XV. La sala capitular es una estancia adosada al muro del Evangelio, con techumbre plana de madera o alfanje muy decorada con colores negro, blanco y ocre. El refectorio presenta dos zonas bien diferenciadas, una cuadrada, cubierta con bóveda de crucería, y otra rectangular con un importante artesonado de madera policromado.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Crisis en la vida monástica 4


Principios conciliares para la reforma de la liturgia monástica.- Los benedictinos aportaron al Concilio Vaticano II grandes logros en materia litúrgica, gestados desde el inicio del movimiento litúrgico en el siglo XIX. Habían logrado devolver a la liturgia su carácter central en la espiritualidad cristiana, y habían logrado, además, elevarla a la categoría de disciplina teológica fundamental, combinando sus avances con una profundización en las fuentes patrísticas y monásticas de la Antigüedad.

Preocupación de los monjes benedictinos antes del Concilio había sido el hacer posible el acceso de los fieles a la riqueza de la liturgia, a través de traducciones de los textos latinos a los idiomas modernos, haciendo ediciones accesibles de los misales, y publicando revistas especializadas en las que se analizaron hasta el detalle los más variados aspectos de la liturgia.

El Concilio Vaticano II elaboró una Constitución dogmática sobre la Liturgia: la Sacrosanctum Concilium. El principio más importante e innovador de dicho texto era el de la participación activa de los fieles. Además, no sólo se ocupaba de la celebración de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía (aspecto que el Concilio de Trento había abordado en profundidad dentro del contexto de la polémica con los protestantes), sino también la importancia de la celebración del Oficio Divino.

Con respecto a la Eucaristía, se acogieron las principales aportaciones del movimiento litúrgico, y se dispuso una renovación de su celebración, pudiendo traducirse a las lenguas vernáculas para hacerla más accesible al pueblo fiel. Desde una perspectiva teológica, se volvió a situar como concepto fundamental de la celebración eucarística el de memorial del misterio pascual de Jesucristo, arrinconado por el concepto de sacrificio, que había sido el motivo de la polémica con los protestantes, y que había ocupado una posición excesivamente unilateral en la teología litúrgica post-tridentina. Al mismo tiempo, se insistió en la importancia de la Liturgia de la Palabra, como elemento esencial constitutivo en la celebración eucarística. Estos principios fueron los que el Concilio dispuso habrían de regir la reforma de los libros litúrgicos, labor que el concilio encomendó a una fase posterior.


En cuanto al Oficio Divino, quiso el Concilio que no sólo fuera una labor de clérigos y religiosos, sino que, tal como había sucedido en la Antigüedad, alimentara la espiritualidad y oración de todo el Pueblo de Dios. Los padres conciliares acogieron, pues, las propuestas del movimiento litúrgico, que consideraba la celebración del Oficio Divino la forma por excelencia de la oración de todos los cristianos, superando la dicotomía entre liturgia y devociones, tan característica de la espiritualidad gestada en la Baja Edad Media, y que se generalizó desde el Concilio de Trento.

Estos principios, contenidos en la Constitución Sacrosanctum Concilium, serán los que se desarrollen en la reforma litúrgica postconciliar, que afectó plenamente, en muchos casos de forma traumática, a la reforma de la liturgia monástica, en una dirección no querida por el movimiento litúrgico.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Crisis en la vida monástica 3


El monacato benedictino y el Concilio Vaticano II.- Como tantas otras instituciones de la Iglesia Católica, el monacato benedictino llego al Concilio con una apariencia muy brillante, pero con amenazantes sombras en su interior. Sin embargo, la tradición benedictina aportaba importantes logros, que habrían de jugar un notable papel en el desarrollo conciliar. Desde el siglo XIX se había desarrollado en diversos monasterios un vigoroso movimiento litúrgico, que había profundizado en las fuentes y en la teología, con la finalidad de devolverla la centralidad que le había correspondido en la vida espiritual de la Iglesia.

Los monjes de Solesmes, con la traducción de los textos del Oficio y de la Misa, o con el magnífico comentario de Dom Prospero Geranger (1805-1875) al Año Litúrgico; o los de Beuron, especialmente en la abadía de Maria Laach con su gran teólogo de los misterios Dom Odo Cassel (1886-1948), habían devuelto a la liturgia no sólo su categoría de ciencia teológica sino que, sobre todo, habían vuelto a hacer de ella el gran tesoro de vida espiritual que siempre había sido. Los monjes de Maredsous se esforzaron en la publicación de las ediciones críticas de los textos de los Padres de la Iglesia y del Monacato, en su célebre colección Fontes Christianorum. Otros muchos monjes, en diversas publicaciones, profundizaron en los enfoques teológicos y espirituales de la Liturgia, que encontraron en el Ateneo de San Anselmo de Roma un centro especializado, que enriqueció a toda la Iglesia. No es de extrañar, por eso, que de todo este vigoroso movimiento teológico y espiritual surgieran figuras como santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), que partieron de este sustrato típicamente benedictino para alcanzar altas cumbres en la espiritualidad y, por fin, en la santidad.


Desde esta rica posición concurren también los monjes benedictinos a la convocatoria conciliar que realizó el beato papa Juan XXIII. Su aportación, desde los últimos decenios, había sido importante en materia de teología y espiritualidad litúrgica. Además, las comunidades se habían renovado profundamente, superando las crisis revolucionarias que habían provocado su casi extinción en Europa y habiéndose renovado con respecto a situación de prepotencia económica y estancamiento espiritual de finales del siglo XVIII.

Cuando se abrió el Concilio, se pusieron muchos temas encima de la mesa, sin que la Iglesia tuviera que defenderse y responder a una crisis dogmática, como había sucedido hasta entonces. Más bien, después de las pasadas convulsiones, y en la percepción de los revolucionarios cambios que se estaban produciendo en la existencia humana, la Iglesia percibió la necesidad de actualizarse y acompasarse a los nuevos tiempos.

Los logros conciliares son innegables; ahí están los textos sobre la Iglesia, sobre la Liturgia, sobre la Divina Revelación, sobre el Ecumenismo, sobre la vida sacerdotal y laical.... Pero fue la Constitución Gaudium et Spes la que abriría líneas de actuación que habrían de prevalecer en el desarrollo postconciliar: una decidida presencia social, la opción preferencial por los pobres y el esfuerzo por potenciar a los países en vías de desarrollo.

Con relación a la vida consagrada, se elaboró el decreto Perfectae Caritatis, que intentó impregnar de criterios evangélicos la renovación de una vida religiosa lastrada por criterios rígidamente jurídico-canónicos. Específicamente en relación con la vida monástica, el número 9 de este decreto pedía el mantenimiento de la institución monástica, al tiempo que urgía renovar sus tradiciones caritativas y adaptarlas a las necesidades actuales de los hombres, de manera que los monasterios fueran como semilleros de edificación del pueblo cristiano.


En materia litúrgica, se impuso el criterio de la participación activa del pueblo de Dios. La Iglesia se definía no ya como una sociedad perfecta, en paralelismo a los estados, sino como el Pueblo de Dios, según los criterios que se desprenden de las Escrituras. Este pueblo de Dios habría de celebrar el misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Jesucristo, como elemento fundamental del culto que debía tributar a Dios. Y habría de hacerlo de forma colectiva, participando activamente en dicha celebración, sin reducir esta función a los sacerdotes ordenados, sino ejerciendo el sacerdocio común de los bautizados.

El balance general del Concilio Vaticano II no puede dejar de calificarse de magnífico, obra del Espíritu Santo, que ayudó a la Iglesia a salir del estancamiento escolástico en el que había permanecido durante siglos, y a distanciarse de las crisis socio-políticas en las que se había visto involucrada como consecuencia de su papel temporal durante los últimos siglos. Para la vida monástica, también los textos, considerados estrictamente en sí mismos, eran muy enriquecedores y esperanzadores.




martes, 19 de noviembre de 2013

Catequesis de Benedicto XVI sobre santa Matilde

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy desearía hablaros de santa Matilde de Hackeborn, una de las grandes figuras del monasterio de Helfta, que vivió en el siglo XIII. Su hermana, santa Gertrudis la Grande, en el libro VI de la obra Liber specialis gratiae (Libro de la gracia especial), en el que se narran las gracias especiales que Dios concedió a santa Matilde, afirma: «Lo que hemos escrito es muy poco respecto a lo que hemos omitido. Únicamente para gloria de Dios y utilidad del prójimo publicamos estas cosas, porque nos parecería injusto guardar silencio sobre tantas gracias que Matilde recibió de Dios, no tanto para ella misma, según nuestra opinión, sino para nosotros y para aquellos que vendrán después de nosotros» (Matilde de Hackeborn, Liber specialis gratiae, VI, 1).

Esta obra fue redactada por santa Gertrudis y por otra monja de Helfta, y tiene una historia singular. Matilde, a la edad de cincuenta años, atravesaba una grave crisis espiritual acompañada de sufrimientos físicos. En estas condiciones, confió a dos religiosas amigas las gracias singulares con que Dios la había guiado desde la infancia, pero no sabía que ellas tomaban nota de todo. Cuando lo supo, se angustió y se turbó profundamente. Pero el Señor la tranquilizó, haciéndole comprender que cuanto se escribía era para gloria de Dios y el bien del prójimo (cf. ib., II, 25; V, 20). Así, esta obra es la fuente principal para obtener informaciones sobre la vida y la espiritualidad de nuestra santa.

Con ella entramos en la familia del barón de Hackeborn, una de las más nobles, ricas y potentes de Turingia, emparentada con el emperador Federico II, y entramos también en el monasterio de Helfta, en el período más glorioso de su historia. El barón ya había dado al monasterio una hija, Gertrudis de Hackeborn (1231-1232/1291-1292), dotada de una notable personalidad, abadesa durante cuarenta años, capaz de dar una impronta peculiar a la espiritualidad del monasterio, llevándolo a un florecimiento extraordinario como centro de mística y cultura, escuela de formación científica y teológica. Gertrudis les dio a las monjas una elevada instrucción intelectual, que les permitía cultivar una espiritualidad fundada en la Sagrada Escritura, la liturgia, la tradición patrística, la Regla y la espiritualidad cisterciense, con particular predilección por san Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint-Thierry. Fue una verdadera maestra, ejemplar en todo, en el radicalismo evangélico y en el celo apostólico. Matilde, desde la infancia, acogió y gustó el clima espiritual y cultural creado por su hermana, dando luego su impronta personal.

Matilde nació en 1241 o 1242, en el castillo de Helfta; era la tercera hija del barón. A los siete años, con la madre, visitó a su hermana Gertrudis en el monasterio de Rodersdorf. Se sintió tan fascinada por ese ambiente, que deseó ardientemente formar parte de él. Ingresó como educanda, y en 1258 se convirtió en monja en el convento que, mientras tanto, se había mudado a Helfta, en la finca de los Hackeborn. Se distinguió por la humildad, el fervor, la amabilidad, la limpidez y la inocencia de su vida, la familiaridad y la intensidad con que vive su relación con Dios, la Virgen y los santos. Estaba dotada de elevadas cualidades naturales y espirituales, como «la ciencia, la inteligencia, el conocimiento de las letras humanas y la voz de una maravillosa suavidad: todo la hacía apta para ser un verdadero tesoro para el monasterio bajo todos los aspectos» (ib., Proemio). Así, «el ruiseñor de Dios» —como se la llama—, siendo muy joven todavía, se convirtió en directora de la escuela del monasterio, directora del coro y maestra de novicias, servicios que desempeñó con talento e infatigable celo, no sólo en beneficio de las monjas sino también de todo aquel que deseaba recurrir a su sabiduría y bondad.

Iluminada por el don divino de la contemplación mística, Matilde compuso numerosas plegarias. Fue maestra de doctrina fiel y de gran humildad, consejera, consoladora y guía en el discernimiento: «Ella enseñaba —se lee— la doctrina con tanta abundancia como jamás se había visto en el monasterio, y ¡ay!, tenemos gran temor de que no se verá nunca más algo semejante. Las monjas se reunían en torno a ella para escuchar la Palabra de Dios como alrededor de un predicador. Era el refugio y la consoladora de todos, y tenía, por don singular de Dios, la gracia de revelar libremente los secretos del corazón de cada uno. Muchas personas, no sólo en el monasterio sino también extraños, religiosos y seglares, llegados desde lejos, testimoniaban que esta santa virgen los había liberado de sus penas y que jamás habían experimentado tanto consuelo como cuando estaban junto a ella. Además, compuso y enseñó tantas plegarias que, si se recopilaran, excederían el volumen de un salterio» (ib., VI, 1).

En 1261 llegó al convento una niña de cinco años, de nombre Gertrudis; se la encomendaron a Matilde, apenas veinteañera, que la educó y la guió en la vida espiritual hasta hacer de ella no sólo una discípula excelente sino también su confidente. En 1271 ó 1272 también ingresó en el monasterio Matilde de Magdeburgo. Así, el lugar acogía a cuatro grandes mujeres —dos Gertrudis y dos Matilde—, gloria del monaquismo germánico. Durante su larga vida pasada en el monasterio, Matilde soportó continuos e intensos sufrimientos, a los que sumaba las durísimas penitencias elegidas por la conversión de los pecadores. De este modo, participó en la pasión del Señor hasta el final de su vida (cf. ib., vi, 2). La oración y la contemplación fueron el humus vital de su existencia: las revelaciones, sus enseñanzas, su servicio al prójimo y su camino en la fe y en el amor tienen aquí sus raíces y su contexto. En el primer libro de la obra Liber specialis gratiae, las redactoras recogen las confidencias de Matilde articuladas a lo largo de las fiestas del Señor, de los santos y, de modo especial, de la bienaventurada Virgen. Es impresionante la capacidad que tiene esta santa de vivir la liturgia en sus varios componentes, incluso en los más simples, llevándola a la vida cotidiana monástica. Algunas imágenes, expresiones y aplicaciones a veces resultan ajenas a nuestra sensibilidad, pero, si se considera la vida monástica y su tarea de maestra y directora del coro, se capta su singular capacidad de educadora y formadora, que ayuda a sus hermanas de comunidad a vivir intensamente, partiendo de la liturgia, cada momento de la vida monástica.

En la oración litúrgica, Matilde da particular relieve a las horas canónicas y a la celebración de la santa misa, sobre todo a la santa Comunión. Aquí se extasiaba a menudo en una intimidad profunda con el Señor en su ardientísimo y dulcísimo Corazón, mediante un diálogo estupendo, en el que pedía la iluminación interior, mientras intercedía de modo especial por su comunidad y sus hermanas. En el centro están los misterios de Cristo, a los cuales la Virgen María remite constantemente para avanzar por el camino de la santidad: «Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas» (ib., I, 40). En esta intimidad con Dios está presente el mundo entero, la Iglesia, los bienhechores, los pecadores. Para ella, el cielo y la tierra se unen.

Sus visiones, sus enseñanzas y las vicisitudes de su existencia se describen con expresiones que evocan el lenguaje litúrgico y bíblico. Así se capta su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, que era su pan diario. A ella recurría constantemente, ya sea valorando los textos bíblicos leídos en la liturgia, ya sea tomando símbolos, términos, paisajes, imágenes y personajes. Tenía predilección por el Evangelio: «Las palabras del Evangelio eran para ella un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos de tanta dulzura, que muchas veces por el entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas palabras era tan ferviente, que suscitaba devoción en todos. De igual modo, cuando cantaba en el coro estaba totalmente absorta en Dios, embargada por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos mediante gestos… Otra veces, como en éxtasis, no oía a quienes la llamaban o la movían, y de mal grado retomaba el sentido de las cosas exteriores» (ib., VI, 1). En una de sus visiones, es Jesús mismo quien le recomienda el Evangelio; abriéndole la llaga de su dulcísimo Corazón, le dice: «Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros (Joan. XV, 9)» (ib., I, 22).

Queridos amigos, la oración personal y litúrgica, especialmente la liturgia de las Horas y la santa misa son el fundamento de la experiencia espiritual de santa Matilde de Hackeborn. Dejándose guiar por la Sagrada Escritura y alimentada con el Pan eucarístico, recorrió un camino de íntima unión con el Señor, siempre en plena fidelidad a la Iglesia. Esta es también para nosotros una fuerte invitación a intensificar nuestra amistad con el Señor, sobre todo a través de la oración diaria y la participación atenta, fiel y activa en la santa misa. La liturgia es una gran escuela de espiritualidad.

Su discípula Gertrudis describe con expresiones intensas los últimos momentos de la vida de santa Matilde de Hackeborn, durísimos, pero iluminados por la presencia de la santísima Trinidad, del Señor, de la Virgen María y de todos los santos, incluso de su hermana de sangre Gertrudis. Cuando llegó la hora en que el Señor quiso llamarla a sí, ella le pidió poder vivir todavía en el sufrimiento por la salvación de las almas, y Jesús se complació con este ulterior signo de amor.

Matilde tenía 58 años. Recorrió el último tramo de camino caracterizado por ocho años de graves enfermedades. Su obra y su fama de santidad se difundieron ampliamente. Al llegar su hora, «el Dios de majestad…, única suavidad del alma que lo ama…, le cantó: Venite vos, benedicti Patris mei… Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino…, y la asoció a su gloria» (ib., VI, 8).

Santa Matilde de Hackeborn nos encomienda al sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María. Nos invita a alabar al Hijo con el corazón de la Madre y a alabar a María con el corazón del Hijo: «Te saludo, oh Virgen veneradísima, en ese dulcísimo rocío que desde el corazón de la santísima Trinidad se difundió en ti; te saludo en la gloria y el gozo con que ahora te alegras eternamente, tú que preferida entre todas las criaturas de la tierra y del cielo fuiste elegida incluso antes de la creación del mundo. Amén» (ib., i, 45).

Benedicto XVI
Roma, 29 de septiembre de 2010

lunes, 18 de noviembre de 2013

Monasterio de las Condes

Chile esta siendo noticia porque allí se realizan en estos días elecciones presidenciales, pero también allí existen hombre que bajo la regla benedictina rezan y trabajan buscando a Dios en el silencio del claustro. Dejamos hoy aquí unos vídeos para mayor conocimiento de este cenobio benedictino. Monasterio de la Santisima Trinidad de Las Condes, Chile.


domingo, 17 de noviembre de 2013

Crisis en la vida monástica 2

La vida monástica a las puertas del Concilio Vaticano II.- Acababan de comenzar los años sesenta. Toda Europa estaba en pleno proceso de reconstrucción, tras los traumáticos conflictos de los años treinta y cuarenta. Nunca hasta entonces había experimentado la humanidad situaciones bélicas tan destructivas. Millones y millones de personas habían sucumbido, no sólo en los campos de batalla, sino también como consecuencia de tremendas agresiones a la población civil.

Los cristianos habían sufrido persecuciones tan sistemáticas y crueles, como desde la época del Imperio Romano no se recordaban. Católicos de Méjico y España, así como ortodoxos de Rusia habían sido asesinados a miles. Los totalitarismos nazi y fascista de Alemania e Italia habían pretendido reducir el Cristianismo al silencio. En aquellos años posteriores a tal crisis, se produjo un gran florecimiento de las instituciones católicas en toda Europa. Seminarios y monasterios se llenaron de jóvenes, en gran medida movidos por un deseo de paz y de amor, pero también movidos por la necesidad y viendo en la Iglesia una salida para adquirir sustento y formación.

La conciencia occidental fue tan duramente sacudida en aquellos años, que no parecía viable sostener un discurso cristiano moralista, que ignorase además los vertiginosos avances de todo tipo que se habían producido no sólo en el campo de la ciencia, sino también en su aplicación práctica a la vida.


El monacato benedictino llega a este momento con una notable uniformidad en cuanto a las formas. La inmensa mayoría de los monasterios benedictinos mantenían horarios similares, con idéntica liturgia y similar estructuración, al menos en el entorno occidental (a diferencia de los llamados entonces monasterios de misiones). Se rezaba el mismo oficio, se mantenían formas similares, el latín era el idioma no sólo litúrgico sino también en la enseñanza. La formación que se daba a los candidatos al sacerdocio era fundamentalmente escolástica, aunque muchos monasterios se habían adherido al movimiento litúrgico que desde el siglo XIX había comenzado a renovar la vida espiritual y litúrgica del monacato benedictino.

Las comunidades estaban estrictamente divididas en secciones cuya escasa convivencia, conducía a que más bien se debía hablar de varias comunidades compartiendo un edificio. Por una parte estaban los padres, dedicados al estudio y a la oración. Su vida giraba en torno al Oficio Divino. Por otra parte, estaban los hermanos, con una formación muy limitada a algunas nociones espirituales; su trabajo consistía en todas las labores manuales que sustentaban la vida del Monasterio.

El Oficio Divino de los padres era el establecido por san Benito. Rezaban un gran oficio nocturno muy prolongado, y siete horas canónicas diurnas (las que conocemos actualmente, más la prima). A ello tenían que añadir algo que san Benito no contempló, porque en su época no existía: la celebración cotidiana de la misa conventual, a la que se añadió desde la Edad Media la misa privada de cada sacerdote. En la práctica, los monjes sacerdotes empleaban la mayor parte de las jornada en el Oficio Divino, dejando al estudio o algún trabajo leve el resto del día. Otra consecuencia era que, en muchas ocasiones, la excesiva prolijidad de los oficios condujese a una celebración rutinaria y veloz, en detrimento de la belleza de la liturgia.

Los hermanos, por su parte, rezaban un oficio más sencillo, sin tantos salmos, y de un carácter marcadamente devocional. Su carácter más reducido les permitía, además, dedicarse a sus labores manuales. Su participación en la Eucaristía quedaba garantizada por la necesidad de ayudar en las misas privadas.


La estructura de la comunidad también estaba afectada por esta división. Los padres tenían la plenitud de los derechos capitulares, mientras que los hermanos, a lo sumo, podían asistir a los capítulos, en los que se decidían los asuntos comunitarios, pero carecían de derecho de voz y de voto. De hecho, existían dos noviciados distintos: el de los padres, y el de los hermanos.

Lo que sí es cierto es que, con pocas variantes, este esquema se repetía con gran uniformidad en todo el mundo benedictino. Los aspectos formales tenían una gran importancia y se observaban con escrúpulo en todos los monasterios: hábito, tonsura, clausura, horarios, gestos, observancia del silencio, canto gregoriano, etc. Y, ante la abundancia de vocaciones, no había indicios claros de que la vida monástica estuviera al borde de una de las mayores crisis de su historia. Sólo la escasa calidad en la formación, el dudoso discernimiento vocacional y las deficiencias en la vida espiritual podían anunciar una crisis que, en dichos elementos, provocarían la difícil situación de pocas décadas después.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Catequesis de Benedicto XVI sobre santra Gertrudis la Grande

Santa Gertrudis la Grande, de quien quiero hablaros hoy, nos lleva también esta semana al monasterio de Helfta, donde nacieron algunas obras maestras de la literatura religiosa femenina latino-alemana. A este mundo pertenece Gertrudis, una de las místicas más famosas, la única mujer de Alemania que recibió el apelativo de «Grande», por su talla cultural y evangélica: con su vida y su pensamiento influyó de modo singular en la espiritualidad cristiana. Es una mujer excepcional, dotada de particulares talentos naturales y de extraordinarios dones de gracia, de profundísima humildad y ardiente celo por la salvación del prójimo, de íntima comunión con Dios en la contemplación y de prontitud a la hora de socorrer a los necesitados.

En Helfta se confronta, por decirlo así, sistemáticamente con su maestra Matilde de Hackeborn, de la que hablé en la audiencia del miércoles pasado; entra en relación con Matilde de Magdeburgo, otra mística medieval; crece bajo el cuidado maternal, dulce y exigente, de la abadesa Gertrudis. De estas tres hermanas adquiere tesoros de experiencia y sabiduría; los elabora en una síntesis propia, recorriendo su itinerario religioso con una confianza ilimitada en el Señor. Expresa la riqueza de la espiritualidad no sólo de su mundo monástico, sino también y sobre todo del bíblico, litúrgico, patrístico y benedictino, con un sello personalísimo y con gran eficacia comunicativa.

Nace el 6 de enero de 1256, fiesta de la Epifanía, pero no se sabe nada ni de sus padres ni del lugar de su nacimiento. Gertrudis escribe que el Señor mismo le desvela el sentido de su primer desarraigo: «La he elegido como morada mía porque me complace que todo lo que hay de amable en ella sea obra mía (…). Precisamente por esta razón la alejé de todos sus parientes, para que nadie la amara por razón de consanguinidad y yo fuera el único motivo del afecto que se le tiene» (Le rivelazioni, I, 16, Siena 1994, pp. 76-77).

A los cinco años de edad, en 1261, entra en el monasterio, como era habitual en aquella época, para la formación y el estudio. Allí transcurre toda su existencia, de la cual ella misma señala las etapas más significativas. En sus memorias recuerda que el Señor la previno con longánima paciencia e infinita misericordia, olvidando los años de la infancia, la adolescencia y la juventud, transcurridos «en tal ofuscamiento de la mente que habría sido capaz (…) de pensar, decir o hacer sin ningún remordimiento todo lo que me hubiese gustado y donde hubiera podido, si tú no me hubieses prevenido, tanto con un horror innato del mal y una inclinación natural por el bien, como con la vigilancia externa de los demás. Me habría comportado como una pagana (…) y esto aunque tú quisiste que desde la infancia, es decir, desde que yo tenía cinco años, habitara en el santuario bendito de la religión para que allí me educaran entre tus amigos más devotos» (ib., II, 23, 140 s).

Gertrudis es una estudiante extraordinaria; aprende todo lo que se puede aprender de las ciencias del trivio y del cuadrivio, la formación de su tiempo; se siente fascinada por el saber y se entrega al estudio profano con ardor y tenacidad, consiguiendo éxitos escolares más allá de cualquier expectativa. Si bien no sabemos nada de sus orígenes, ella nos dice mucho de sus pasiones juveniles: la cautivan la literatura, la música y el canto, así como el arte de la miniatura; tiene un carácter fuerte, decidido, inmediato, impulsivo; con frecuencia dice que es negligente; reconoce sus defectos y pide humildemente perdón por ellos. Con humildad pide consejo y oraciones por su conversión. Hay rasgos de su temperamento y defectos que la acompañarán hasta el final, tanto que asombran a algunas personas que se preguntan cómo podía sentir preferencia por ella el Señor.

De estudiante pasa a consagrarse totalmente a Dios en la vida monástica y durante veinte años no sucede nada excepcional: el estudio y la oración son su actividad principal. Destaca entre sus hermanas por sus dotes; es tenaz en consolidar su cultura en varios campos. Pero durante el Adviento de 1280 comienza a sentir disgusto de todo esto, se percata de su vanidad y el 27 de enero de 1281, pocos días antes de la fiesta de la Purificación de la Virgen, por la noche, hacia la hora de Completas, el Señor ilumina sus densas tinieblas. Con suavidad y dulzura calma la turbación que la angustia, turbación que Gertrudis ve incluso como un don de Dios «para abatir esa torre de vanidad y de curiosidad que, aun llevando —¡ay de mí!— el nombre y el hábito de religiosa, yo había ido levantando con mi soberbia, a fin de que pudiera encontrar así al menos el camino para mostrarme tu salvación» (ib., II, 1, p. 87). Tiene la visión de un joven que la guía a superar la maraña de espinas que oprime su alma, tomándola de la mano. En aquella mano Gertrudis reconoce «la preciosa huella de las llagas que han anulado todos los actos de acusación de nuestros enemigos» (ib., II, 1, p. 89), reconoce a Aquel que en la cruz nos salvó con su sangre, Jesús.

Desde ese momento se intensifica su vida de comunión íntima con el Señor, sobre todo en los tiempos litúrgicos más significativos —Adviento-Navidad, Cuaresma-Pascua, fiestas de la Virgen— incluso cuando no podía acudir al coro por estar enferma. Es el mismo humus litúrgico de Matilde, su maestra, que Gertrudis, sin embargo, describe con imágenes, símbolos y términos más sencillos y claros, más realistas, con referencias más directas a la Biblia, a los Padres, al mundo benedictino.

Su biógrafa indica dos direcciones de la que podríamos definir su particular «conversión»: en los estudios, con el paso radical de los estudios humanistas profanos a los teológicos, y en la observancia monástica, con el paso de la vida que ella define negligente a la vida de oración intensa, mística, con un excepcional celo misionero. El Señor, que la había elegido desde el seno materno y desde pequeña la había hecho participar en el banquete de la vida monástica, la llama con su gracia «de las cosas externas a la vida interior y de las ocupaciones terrenas al amor de las cosas espirituales». Gertrudis comprende que estaba alejada de él, en la región de la desemejanza, como dice ella siguiendo a san Agustín; que se ha dedicado con demasiada avidez a los estudios liberales, a la sabiduría humana, descuidando la ciencia espiritual, privándose del gusto de la verdadera sabiduría; conducida ahora al monte de la contemplación, donde deja al hombre viejo para revestirse del nuevo. «De gramática se convierte en teóloga, con la incansable y atenta lectura de todos los libros sagrados que podía tener o procurarse, llenaba su corazón de las más útiles y dulces sentencias de la Sagrada Escritura. Por eso, tenía siempre lista alguna palabra inspirada y de edificación con la cual satisfacer a quien venía a consultarla, junto con los textos escriturísticos más adecuados para confutar cualquier opinión equivocada y cerrar la boca a sus opositores» (ib., I, 1, p. 25).

Gertrudis transforma todo eso en apostolado: se dedica a escribir y divulgar la verdad de fe con claridad y sencillez, gracia y persuasión, sirviendo con amor y fidelidad a la Iglesia, hasta tal punto que era útil y grata a los teólogos y a las personas piadosas. De esta intensa actividad suya nos queda poco, entre otras razones por las vicisitudes que llevaron a la destrucción del monasterio de Helfta. Además del Heraldo del amor divino o Las revelaciones, nos quedan los Ejercicios espirituales, una rara joya de la literatura mística espiritual.

En la observancia religiosa —dice su biógrafa— nuestra santa es «una sólida columna (…), firmísima propugnadora de la justicia y de la verdad» (ib., I, 1, p. 26). Con las palabras y el ejemplo suscita en los demás gran fervor. A las oraciones y las penitencias de la regla monástica añade otras con tal devoción y abandono confiado en Dios, que suscita en quien se encuentra con ella la conciencia de estar en presencia del Señor. Y, de hecho, Dios mismo le hace comprender que la ha llamado a ser instrumento de su gracia. Gertrudis se siente indigna de este inmenso tesoro divino y confiesa que no lo ha custodiado y valorizado. Exclama: «¡Ay de mí! Si tú me hubieses dado por tu recuerdo, indigna como soy, incluso un solo hilo de estopa, habría tenido que mirarlo con mayor respeto y reverencia de la que he tenido por estos dones tuyos» (ib., II, 5, p. 100). Pero, reconociendo su pobreza y su indignidad, se adhiere a la voluntad de Dios, «porque —afirma— he aprovechado tan poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que se me hayan dado para mí sola, al no poder nadie frustrar tu eterna sabiduría. Haz, pues, oh Dador de todo bien que me has otorgado gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el corazón de al menos uno de tus amigos se conmueva al pensar que el celo de las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo una gema de valor tan inestimable en medio del fango abominable de mi corazón» (Ib., II, 5, p. 100 s).

Estima en particular dos favores, más que cualquier otro, como Gertrudis misma escribe: «Los estigmas de tus salutíferas llagas que me imprimiste, como joyas preciosas, en el corazón, y la profunda y saludable herida de amor con la que lo marcaste. Tú me inundaste con tus dones de tanta dicha que, aunque tuviera que vivir mil años sin ninguna consolación ni interna ni externa, su recuerdo bastaría para confortarme, iluminarme y colmarme de gratitud. Quisiste también introducirme en la inestimable intimidad de tu amistad, abriéndome de distintos modos el sagrario nobilísimo de tu divinidad que es tu Corazón divino (…). A este cúmulo de beneficios añadiste el de darme por Abogada a la santísima Virgen María, Madre tuya, y de haberme encomendado a menudo a su afecto como el más fiel de los esposos podría encomendar a su propia madre a su amada esposa» (Ib., ii, 23, p. 145).

Orientada hacia la comunión sin fin, concluye su vida terrena el 17 de noviembre de 1301 ó 1302, a la edad de cerca de 46 años. En el séptimo Ejercicio, el de la preparación a la muerte, santa Gertrudis escribe: «Oh Jesús, a quien amo inmensamente, quédate siempre conmigo, para que mi corazón permanezca contigo y tu amor persevere conmigo sin posibilidad de división y tú bendigas mi tránsito, para que mi espíritu, liberado de los lazos de la carne, pueda inmediatamente encontrar descanso en ti. Amén» (Ejercicios, Milán 2006, p. 148).

Me parece obvio que estas no son sólo cosas del pasado, históricas, sino que la existencia de santa Gertrudis sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor. Y esta amistad se aprende en el amor a la Sagrada Escritura, en al amor a la liturgia, en la fe profunda, en el amor a María, para conocer cada vez más realmente a Dios mismo y así la verdadera felicidad, la meta de nuestra vida. Gracias.

Benedicto XVI - Plaza de San Pedro de Roma
Miércoles, 16 de octubre de 2010

viernes, 15 de noviembre de 2013

La Liturgia


La vida del monje, gira o debería girar, en torno a la liturgia. su vida ha de estar inmersa y regida no  por las estaciones del año sino solo y, fundamentalmente, por la vivencia plena y consciente del año litúrgico y la celebración de los misterios del Señor.  

Para la Iglesia Católica, la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo que es realizado por los bautizados. El Concilio Vaticano II define la liturgia como "la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza ". (Sacrosanctum Concilium, n. 10, en Concilio Ecuménico Vaticano II)

Liturgia católica, en sentido general objetivo, es lo mismo que culto público de la Iglesia y puede definirse como "el conjunto de acciones, fórmulas y cosas con que, según las disposiciones de la Iglesia católica, se da culto público a Dios". En un sentido más teológico puede definirse como "todo culto público del Cuerpo místico de Jesucristo, o sea de la Cabeza y de sus miembros" ó como "el ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo por la Iglesia" (Pío XII, Mediator Dei). Es también parte de la Sagrada Tradición. En el Magisterio de la Iglesia, la palabra liturgia se usa por primera vez en la encíclica Inter Gravissimas (1832) de Gregorio XVI. Sin embargo, se usará regularmente sólo desde el pontificado de San Pío X a inicios del siglo XX. La palabra liturgia se usa también como ciencia litúrgica, o sea, el conocimiento científico y sistemático del culto público en cuanto lo ha ordenado y prescrito la Iglesia.

El término liturgia proviene del latín liturgīa (liturguía), que a su vez proviene del griego λειτουργία (leitourguía), con el significado de «servicio público», y que literalmente significa «obra del pueblo»; compuesto por λάος (láos) = pueblo, y έργον (érgon) = trabajo, obra. En el mundo helénico este término no tenía las connotaciones religiosas actuales, sino que hacía referencia a las obras que algún ciudadano hacía en favor del pueblo o a las funciones militares y políticas, etc. A la exención de esas funciones se le llamaba αλειτουργεσία (aleitourguesía).

En el Nuevo Testamento, escrito en el dialecto griego llamado κοινέ (koiné), esta palabra se utiliza con cuatro significados fundamentales:
- Obra civil (7 veces): como el cuidar a los pobres, colectas, etc.
- Culto del templo (5 veces): con un sentido ritual, similar al culto del templo de Jerusalén.
- Ejercicio público de la religión (1 vez): como la predicación que se hacía en las sinagogas o en las plazas.
- Culto espiritual comunitario (2 veces): como la asamblea litúrgica que se reúne para celebrar en comunidad la fe.

Celebremos pues con dignidad la liturgia, como encuentro público y privado con Dios omnipotente Señor y dueño de toda existencia, a quien el monje  busca con ansia y devoción. En ella ejerce de forma oblativa su acción  de cuidar y atender a los hermanos no solo de manera individual sino colectiva manifestada en la intercesión y la súplica por todos los hermanos. Sobre todo el monje de manera especial en la acción litúrgica experimenta, intuye, escucha y goza a Dios en el culto público terrenal como una prefiguración del culto celeste que no tendrá fin.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Pedro el Venerable. De Miraculis.


Cuando parecía declinar la estrella de Cluny, dice Lacarra, se enfriaba el fervor primitivo con la prodigalidad exagerada del rezo litúrgico, y surgía en Claraval el espíritu de San Bernardo que había de atraer hacia su reforma la atención unánime de príncipes y prelados, Pedro el Venerable, abad de Cluny, con su sencillez y energía, con su dinamismo, su buena prosa y su temperamento ardiente y combativo, logra contener una decadencia que se inicia, y en sus treinta y cuatro años de prelacía mantiene la venerable abadía borgoñona a la altura a que la elevaron San Odón y San Hugo.
Su viaje a España en 1141 obedeció sin duda a este afán de vigorizar una disciplina que se relajaba, en la cabeza y en sus miembros, y tal vez a su deseo también de afirmar la observancia cluniacense, que no podía menos de resentirse ante los avances de los Estatutos del Cister y de Fontevrault (1). En 1142 (29 de julio) estaba en Salamanca, donde recibía de Alfonso VII el monasterio de San Pedro de Cardeña con todas sus dependencias a cambio del tributo de 2.000 monedas de oro que desde Alfonso VI debían pagar anualmente a Cluny los reyes de León y Castilla. Por el mismo concepto se incorporó a Cluny el lugar de Villalbilla, junto a Burgos, con sus términos, y dos familias pecheras. El 7 de septiembre del mismo año encontramos en Burgos a Pedro el Venerable, donde el Emperador le otorgaba extraordinarias exenciones para el barrio de San Zoilo de Carrión, formado en derredor del monasterio clunaciense del mismo nombre. Las donaciones a Cluny siguieron a partir de entonces, lo que ha hecho pensar si no fueron principalmente de orden económico las razones que le movieron a venir a España .

Pero otras trascendentales consecuencias en orden a la cultura cristiana de su siglo, tuvo el viaje a España del venerable abad de Cluny. Al llegar a la región del Ebro, tal vez en Nájera, conoció a dos extranjeros, Roberto de Retines, inglés, y Hermann de Carintia, o el Dálmata, que llevados por sus aficiones astrológicas, habían venido a España a estudiar la ciencia de los árabes. Pedro el Venerable les indujo a colaborar en la traducción del Alcorán, empresa que había encomendado al Maestro Pedro Toledano, para poder, con conocimiento de causa, refutar la doctrina de Mahoma, contra la cual escribió además un tratado que se conserva incompleto. A Roberto de Retines, o de Chester, lo hemos de ver en 1143 de arcediano en Pamplona, en 1145 aparece en Segovia y desde 1147 hasta 1150 sabemos que vivió en Londres. Hermann el Dálmata, en 1142 estaba en León y al año siguiente se le encuentra en Toulouse y en Beziéres. Merced al celo de Pedro el Venerable la Europa cristiana conoció, con su refutación vigorosa, la  primera  traducción latina  del  Alcorán.

En Nájera se detendría el abad de Cluny varios días, tal vez  meses.  La abadía que creara  García  el  de Nájera, era una de las posesiones más ricas de la Casa Madre de Cluny, desde que la incorporara, entre generales protestas, Alfonso VI en el año 1079. Allí, acompañado de los prelados Esteban de Osma y Arnaldo de Olorón, tuvo ocasión de informarse de la estupenda visión que refería el antiguo burgués de Estella, Pedro Engelberto, ahora monje en una decanía que dependía de Nájera. Hablaron con él, y el abad de Cluny nos trasmite el sencillo relato que vemos en este video y que relata en su libro De Miraculis.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Regla de san Leandro

San Leandro de Sevilla escribió una obra que llevaba por título : Libro de la Educación de las Vírgenes y del Desprecio del Mundo. Se trataba de una obra, dirigida a su hermana Florentina, con el fin de organizar la vida de una comunidad monástica de vírgenes. Se la conoce, también, como la Regla monástica de San Leandro. Sus fuentes son occidentales: Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Agustín..., aunque también contiene elementos del monacato egipcio a través de Juan Casiano.

En este día, en el que celebramos la memoria de san Leandro, volveremos nuestra mirada a aquel venerable texto monástico, leyendo las primeras líneas de esta obra.

Murillo: San Leandro

LEANDRO, EN CRISTO DIOS, POR SU MISERICORDIA, OBISPO, 
SALUDA A SU HIJA EN CRISTO Y HERMANA FLORENTINA

Al preguntarme con insistencia a mí mismo, queridísima hermana Florentina, qué caudal de riquezas podría dejarte en herencia como lote del patrimonio, acudían a mi imaginación multitud de bienes falaces. Pero después de espantarlos como molestas moscas con el meneo de la reflexión, me decía para mis adentros: «El oro y la plata proceden de la tierra, y a la tierra vuelven; la hacienda y las rentas patrimoniales son de poco valor, son caducas, pues pasa la apariencia de este mundo» Nada, por consiguiente, de lo que he contemplado bajo el sol lo he creído digno de ti, hermana mía; convencido estoy de que nada de ello puede caer en gracia a tu profesión. He visto que todo ha de ser mudable, caduco y vacío; por eso he comprendido qué verdad son las palabras de Salomón: Voy a ensalzar mis empresas: me edifiqué casas y planté viñas, me formé jardines y vergeles, y puse en ellos toda clase de árboles. Me construí estanques de agua para regar el plantío de los tiernos árboles. Tuve a mi disposición esclavos y esclavas y numerosa servidumbre. Asimismo, rebaños de bueyes, corderos y ovejas, como también de cabras, en mayor cantidad que todos cuantos existieron antes de mí en Jerusalén. Amontoné oro, y plata, y riquezas de reyes y regiones; me organicé cantores y cantoras y diversiones de los hombres; copas y vasijas para el servicio de los vinos. Y sobrepujé en riquezas a todos los que existieron en Jerusalén.

En resumen, que toda esta pompa humana la expuso en tales términos, que concluyó: Después de volver la mirada a todas las obras de mis manos y a los trabajos en que inútilmente me había afanado, vi en todo vanidad y un azotar el aire y que nada hay estable bajo el sol. Y en otro pasaje continúa el mismo: He aborrecido solemnemente a toda mi actividad, en que me empleé tan afanosamente en este mundo, pues he de tener un heredero, que ignoro si será avisado o necio. Él poseerá el fruto de mis trabajos, que tantos sudores y afanes me costaron. Y ¿puede haber algo tan huero como esto? Por eso he dado de mano a todo esto y decidido en mi intención no afanarme más en este mundo.

Por mi parte, pues, ilustrado con estas palabras del oráculo, no me creería un verdadero padre para ti si te entregara tales riquezas carentes de toda consistencia, que, pudiendo ser arrebatadas por los vaivenes del mundo, podrían dejarte pobre y desamparada. Además, cargaría sobre ti un cúmulo de ruinas y te expondría a un continuo temor si pensara en reservarte, en razón de tu legítima fraternidad para conmigo, tesoros que los ladrones podían robar, roer la polilla, devorar el orín, consumir el fuego, tragárselos la tierra, destruir el agua, abrasar el sol, pudrir la lluvia, congelar el hielo. Y, en efecto, no cabe duda que, enredado el espíritu en estos negocios humanos, se va apartando de Dios y acaba por alejarse de la norma inconmovible y permanente de la verdad. Ni es capaz tampoco de dar cabida en sí mismo a la dulcedumbre del Verbo de Dios y a la suavidad del Espíritu Santo el corazón que se ve agitado con tantos obstáculos mundanos y acribillado con tantas espinas de inquietudes temporales.

Si, pues, te ligare con tales lazos, si te echare encima tales cargas y te oprimiere con el peso de preocupaciones terrenas, deberías considerarme no como padre, sino como enemigo; habrías de pensar que era un asesino, no un hermano. Por eso, queridísima hermana, en vista de que todo cuanto se encierra bajo la bóveda del cielo se apoya sobre cimientos de tierra y va rodando sobre su haz, nada he encontrado digno de constituir tu tesoro. Allá en lo alto de los cielos hay que buscarlo, de modo que topes con el patrimonio de la virginidad allí donde aprendiste su profesión. El valor, pues, de la integridad se echa de ver en su recompensa, apreciándose su mérito por la retribución que recibe; pues cuanto más despreciable sería considerada si se enriqueciera con bienes transitorios y terrenos, tanto más bella y excelente es la virginidad, que después de pisar y repudiar los placeres del mundo, conservando en la tierra la entereza de los ángeles, se granjeó la herencia del Señor de los ángeles. ¿Cuál es entonces la herencia de la virginidad ¿No ves cómo la canta en los Salmos David, el salmista: El Señor es mi herencia; y en otro lugar: Mi lote es el Señor?

martes, 12 de noviembre de 2013

San Teodoro, abad de Studion


Recuerda hoy la liturgia latina a un gran monje bizantino, san Teodoro, abad del Monasterio de Studion, en Constantinopla. Además de participar en la defensa del culto a las sagradas imágenes, polémica que perturbó la cristiandad oriental durante los siglos VIII y IX, san Teodoro destacó por su esfuerzo en fomentar la vida espiritual de su monasterio.

De san Teodoro de Studion conservamos, entre muchos otros escritos, una conmovedora descripción de su despedida, que compendia sus principales líneas espirituales. Dice así:

Padres y hermanos míos: Como veis, he llegado al término de mi vida, término que siempre he esperado. A todos les está reservado este cáliz, si bien unos han de apurarlo antes, otros después. En efecto, desde el momento mismo en que entramos en esta vida, debemos aceptar igualmente el fin, como lo ha establecido nuestro óptimo Señor: los que disfrutan de la vida, han de soportar también la muerte. También yo debo ciertamente emprender el camino del resto de los mortales y marchar a donde me precedieron mis padres, donde se goza de la vida eterna o, mejor, del mismo Señor, mi Dios: aquel a quien mi alma ha amado, aquel a quien mi corazón ha siempre deseado, aquel de quien he sido llamado siervo, si bien he descuidado su servicio; a él le he consagrado toda mi vida.

En cuanto a vosotros, hijitos, permaneced firmes en la doctrina que os hemos predicado, observando las reglas que habéis recibido y guardando incontaminada vuestra vida junto con vuestra fe. Una y otra os son necesarias si queréis aguardar a Dios y serle gratos a él.

Sabéis muy bien que no he escatimado esfuerzo alguno con tal de anunciaros la verdad, antes bien, en público o en privado, he indicado a todos lo que era bueno. ¡Quiera Dios que todas estas verdades permanezcan inmutablemente en vuestras mentes!

Por mi parte, os prometo que si, en mi pobreza, el día del Señor consigo el premio esperado, ofreceré incesantemente súplicas y plegarias por vosotros, para que también vosotros podáis constantemente avanzar en la virtud y este vuestro cenobio goce de incrementos siempre mayores.

Saludad con mis palabras a los padres que no están aquí presentes.

Enviad mi saludo, con expresiones apropiadas a su rango, a los obispos y sacerdotes.

A todos los hermanos esparcidos por doquier, y a todos los demás que perseveran en un mismo testimonio de fe y de vida, hacedles llegar, de mi parte, estas mis últimas palabras.

lunes, 11 de noviembre de 2013

De la Vida de san Martín


3,1. Cierto día, no llevando consigo nada más que sus armas y una sencilla capa militar (era entonces un invierno más riguroso que de costumbre, hasta el punto de que muchos morían de frío), encontró Martín, en la puerta de la ciudad de Amiens, a un pobre desnudo. Como la gente que pasaba a su lado no atendía a los ruegos que les hacía para que se apiadaran de él, el varón- lleno de Dios, comprendió que sí los demás no tenían piedad, era porque el pobre le estaba reservado a él. 3,2. ¿Qué hacer? No tenía más que la capa militar. Lo demás ya lo había dado en ocasiones semejantes. Tomó pues la espada que ceñía, partió la capa por la mitad, dio una parte al pobre y se puso de nuevo el resto. Entre los que asistían al hecho, algunos se pusieron a reír al ver el aspecto ridículo que tenía con su capa partida, pero muchos en cambio, con mejor juicio, se dolieron profundamente de no haber hecho otro tanto, pues teniendo más hubieran podido vestir al pobre sin sufrir ellos la desnudez.
3,3. A la noche, cuando Martín se entregó al sueño, vio a Cristo vestido con el trozo de capa con que había cubierto al pobre. Se le dijo que mirara atentamente al Señor y la capa que le había dado. Luego oyó al Señor que decía con voz clara a una multitud de ángeles que lo rodeaban: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”. 3,4. En verdad el Señor, recordando las palabras que él mismo dijera: "Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mi me lo hicieron" (Mt 25,40), proclamó haber recibido el vestido en la persona del pobre. Y para confirmar tan buena obra se dignó mostrarse llevando el vestido que recibiera el pobre.
3,5. Martín no se envaneció con gloria humana por esta visión, sino que reconoció la bondad de Dios en sus obras. Tenía entonces dieciocho años, y se apresuró a recibir el bautismo- Sin embargo no renunció inmediatamente a la carrera de las armas, vencido por los ruegos de su tribuno, con quien lo ligaban lazos de amistad. Pues este prometía renunciar al mundo una vez concluido el tiempo de su tribunato. Martín, en suspenso ante esta expectativa, durante casi dos años después de su bautismo continuó en el ejército, aunque sólo de nombre.

Sulpicio Severo
Vida de San Martín

domingo, 10 de noviembre de 2013

Crisis en la vida monástica 1


Los Monasterios no están mal porque carecen de monjes: porque los Monasterios están mal, por eso carecen de monjes.

La afirmación puede parecer un poco dura, pero un enfermo no puede hacer peor cosa que ignorar la realidad de su estado para procurar poner los medios que puedan conducir a su curación.

Hace unos días nos conocimos un artículo del Secretario de la Congregación para la Vida Consagrada, en el que se analizaba la situación de la vida religiosa y se diagnosticaban una serie de causas de su crisis. Dichas reflexiones ponían de manifiesto las dificultades que la mentalidad del mundo actual ponen en crisis la vida religiosa, pero se echaba de menos una cierta crítica de la respuesta de la propia vida religiosa, durante las últimas décadas, a un cambio social que ha terminado por superarla.

Hablando claro: ¿está la vida religiosa mal porque nuestra sociedad está mal? Tal vez sí, pero también puede ser cierto que la respuesta que la vida religiosa ha dado, después del Concilio Vaticano II, a la necesidad de renovación, ha sido en muchos casos muy desacertada, y ha podido conducir a la actual situación de crisis.

La vida monástica también está en crisis actualmente. El síntoma más evidente es el vertiginoso descenso en el número de miembros de las comunidades. Pero nos engañaríamos a nosotros mismos si no nos diéramos cuenta de que este síntoma, como la fiebre, no es el mal en sí mismo, sino la consecuencia, la manifestación externa, incluso la señal de alarma, ante otra enfermedad, la verdadera enfermedad, que amenaza, ya de forma crítica para muchas comunidades, sus mismas posibilidades de supervivencia.

jueves, 31 de octubre de 2013

Antífona de las Primeras Vísperas de Todos los Santos

Fresco de Todos los Santos
Baptisterio de Padua

Ángeles, arcángeles,
tronos y dominaciones,
principados y potestades,
ejércitos celestiales,
querubines y serafines,
patriarcas y profetas,
santos doctores de la ley,
todos los apóstoles,
mártires de Cristo,
santos confesores y vírgenes del Señor,
anacoretas y todos los santos:
interceded por nosotros.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La amistad Espiritual



20. El amigo es, en cierto modo, el guardián del amor, o según otros, el guardián del alma; porque mi amigo debe cuidar del amor mutuo, o de mi propia alma, para guardar con un silencio fiel todos sus secretos, corregir en lo posible y tolerar todo lo vicioso, gozar con el que se alegra y sufrir con el que sufre, y hacer suyo todo lo del amigo.

Elredo de Rieval
La Amistad Espiritual. Libro I

viernes, 13 de septiembre de 2013

San Juan Crisóstomo. Homilía antes de partir al exilio


Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos? Y allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? El me ha garantizado su protección, yo no me apoyo en mis fuerzas. Tengo en mis manos su palabra escrita. Este es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, sino lo que tú quieres que haga». Este es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.

Homilía antes de partir para el exilio (1-3: PG 52, 427*-430)

jueves, 12 de septiembre de 2013

Monasterio de las cuevas de Pskov

A pesar de que está hablado en ruso y traducido solo al inglés, nos ha parecido interesante, para aquellos que puedan entender el inglés, ver este reportaje sobre el Monasterio ortodoxo de las Cuevas, en Pskov.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Traslación de las Reliquias de santo Domingo de Silos


El Monasterio de Silos celebra hoy la Traslación de las Reliquias de Santo Domingo, a su actual capilla, en la que desde el siglo XVIII es venerado. En ese tiempo, los monjes decidieron sustituir su templo románico, por una iglesia más espaciosa y acorde al gusto de la época. Encargaron el proyecto al arquitecto Ventura Rodríguez. Por este motivo, decidieron abrir la tumba medieval en la que era venerado el santo, y trasladar sus reliquias a una urna de plata, que sería colocada en la capilla en la que actualmente se encuentran.

Santo Domingo de Silos fue un monje que, oriundo de Cañas (La Rioja), se vio forzado a abandonar su Monasterio de San Millán de la Cogolla, donde era prior conventual, y encontró refugio en el decaído monasterio de San Sebastián de Silos. Su celo hizo resurgir la vida monástica en este lugar. Su vida virtuosa no solo se vio refrendada por numerosos milagros obrados en vida, sino que dicho poder taumatúrgico se prolongó tras su muerte. De hecho, se sepulcro de objeto de peregrinaciones de devotos, que buscaban su intercesión.

Que dicha intercesión siga protegiendo a los monjes de Santo Domingo de Silos, y nos consiga a todos la gracia de una vida santa.

martes, 10 de septiembre de 2013

Monacato en Lituania

El Cristianismo ha experimentado un vigoroso florecimiento en los países sometidos hace años a la dictadura soviética. El ateísmo impuesto ha sido incapaz de terminar con las profundas raíces cristianas de dichos pueblos. Uno de ellos, especialmente unido a la Iglesia Católica, es Lituania. También el monacato benedictino ha vuelto a florecer en este país báltico. El siguiente video nos muestra una vestición monástica en una comunidad de monjas benedictinas lituanas.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Filoteo el Sinaíta


Cuando hayamos adquirido un cierto hábito de temperancia y de renunciamiento a los pecados visibles producidos por los cinco sentidos, estaremos en condiciones de cuidar nuestro corazón en Jesús, de recibir su iluminación, de saborear en nuestro espíritu con ferviente ternura las delicias de su bondad. La ley que nos prescribe purificar nuestro corazón no tiene más razón de ser que arrojar las imágenes de los malos pensamientos de la atmósfera de nuestro corazón; disiparlos por una atención constante para que podamos ver claramente, como en un día sereno, a Jesús, el sol de verdad, iluminando en nuestro espíritu los aspectos (las razones) de su majestad.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Monjes del Monte Athos venerando a la Santa Madre de Dios

Los monjes del Monasterio ortodoxo de Vatopedy, en el Monte Athos, veneran como una de sus más preciosas reliquias un cinturó de la Santísima Virgen María. En honor de la Madre de Dios celebran una liturgia, algunas de cuyas imágenes y sonidos podemos contemplar en el siguiente video.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


21.- El amor a la Palabra de Dios. Monje, aunque no tuviste la dicha de nacer en Israel hace dos mil años, y así poder haber conocido a Jesús, sí has sido agraciado con el don de la fe. Muchos vieron a Jesús, pero no creyeron en él. tú, sin embargo, eres dichoso, porque sin haberlo visto, has creído. Y te has hecho monje, precisamente, para conocerlo más y mejor, y para consagrar tu existencia a la alabanza al Padre, que el Hijo mismo comenzó en su vida terrena, y que el Espíritu Santo suscita desde lo hondo de tu corazón. Tu salvación consiste, precisamente, en vivir ya en tu existencia terrena la vida divina a la que has sido invitado en Cristo, el Señor. Pero, ¿cómo profundizar en tu conocimiento de Dios? No hay otro camino que el de la meditación de las divinas Escrituras, que nos revelan el rostro del verdadero Dios. Por eso, monje, consagra con ánimo renovado tu existencia a conocer la Palabra. En ella está tu vida, tu luz, tu futuro, su gozo. No desfallezcas, pues ella alimenta tu oración, mantiene viva tu fe, te confiere esperanza, y te empuja a la caridad. Que siempre tengas a mano las divinas Escrituras para conocer más y mejor al Salvador de los hombres. En nada mejor podrás emplear tu tiempo. Ellas te enseñarán a orar continuamente.