jueves, 17 de julio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 23 -


20 de marzo de 1938 - Domingo 3º de Cuaresma

¡Qué cansado estoy, Señor y Dios mío! ¿Hasta cuándo me tendrás en olvido?... Cómo se recrea mi alma en esos salmos de David en los que llora su hastío de vivir aún en la tierra y suspira por Ti... "Incola ego sum in terra", me repito muchas veces, suspirando por el cielo y viéndome extraño y peregrino en la tierra.

¡Qué cansado estoy, Señor! Cómo me cuesta a veces el tratar con las criaturas que me hablan de todo menos de Dios... Cuánta violencia me hago a veces para no romper a gritos, llamando a Dios en mi ayuda en medio de este destierro, en el que, como dice santa Teresa, todo es impedimento para no gozarle.

¡Hasta cuándo, Señor!

Me cansan los hombres, aun los buenos... Nada me dicen. Suspiro todo el día por Cristo, y en medio de mi deseo de cielo y de amor a Jesús, arrastro mi vida que el mundo aún sujeta y tengo forzosamente que ocuparme de comer, dormir..., ¡qué asco!, Señor, perdóname... Tú así lo quieres

No sé lo que digo... No sé lo que siento... Perdóname, Señor... ¡Estoy tan cansado! Mi alma sufre de verse privada de tus amores, sufre de verse en el encierro de este cuerpo miserable... Estoy enfermo, Señor, ten misericordia de mí... He sido un gran pecador. No sé lo que quiero ni lo que me pasa... Perdóname, Señor, lo que digo... Tú que conoces mi corazón hasta el fondo, puedes comprender... Los hombres no, pero no me importa... Sigan ellos con sus cosas, con su mundo, con preocupaciones..., con sus vanidades... Yo, Señor, nada quiero, nada me importa..., sólo Tú... No me hagas caso de lo que digo, a veces estoy loco.

Ayer quería morir a fuerza de penitencia; hoy veo que nada puedo hacer que Tú no quieras... Estoy atado a tu voluntad..., ¡qué alegría!

No me hagas caso, Señor..., soy un niño caprichoso... Pero Tú tienes la culpa, mi Dios..., ¡si no me quisieras tanto!

Comprende, Jesús mío, que con lo que Tú me quieres, y con lo que yo te quiero, es muy penoso vivir así..., y claro, ya comprenderás que a veces sienta esos deseos de desatarme de este cuerpo que tanta guerra me da, que desee salir de entre tanta criatura que no son Tú..., que me canse de esperar... Ya ves, Señor, soy flaco y miserable... No sé padecer, no sé cumplir tu voluntad...

Soy un pobre hombre que al mismo tiempo que desea cumplir sólo lo que Tú quieras y desees, ansia volar a Ti, suspira por ver a la Virgen y a los santos...

¡Qué alegría el día que pueda ver a María, con san Juan Evangelista y san Juan de la Cruz, san Bernardo, san Francisco de Asís y san José que son mis protectores, así como esas dos santas que tanto te amaron y que tanto me han enseñado: Gertrudis y Teresa de Jesús, y santa Teresita..., y los ángeles todos, y el glorioso san Rafael, y el ángel de mi guarda... Y... bueno, y Tú, Señor, a quien tanto quiero, a quien adoro, a quien amo sobre todas las cosas, por quien suspiro y peno, y lloro, y por quien Tú lo sabes bien, mi buen Jesús, quisiera volverme loco.

Tengo, Señor, dentro de mi, como ves, todo eso, y así no me es posible vivir, te lo digo en serio, Señor..., soy un desgraciado.

Pero perdona mi atrevimiento... ¿Quién soy para atreverme a tanto? No sé..., el ignorante se atreve a todo, y yo ignoro muchas veces lo que soy, y lo que he sido... Ilumina mis tinieblas para conocerme mejor, y ver a la luz que Tú me envíes, mis miserias, mis pecados, mis enormidades que aún necesito llorar largo tiempo aquí en la tierra.

No me hagas caso, Señor, hasta que esté limpio… Envíame tu luz para comprender. La santa compunción para llorar. La fe para sólo en ella confiar. La esperanza para sostener mis flaquezas… Y por encima de todo, dominándolo todo, lléname, Señor, de tu inmensa caridad, de tu amor… Que me llene, me desborde, me inunde en las delicias de tu amor sin límites…, y me vuelva loco de veras.

Perdóname, Señor..., no sé lo que pido.

María, Madre mía, sé mi ayuda y sé mi guía. Así sea.

miércoles, 16 de julio de 2014

Aquí vive Teresa

En el día de la Santísima Virgen del Carmen, vamos a hacer una interesantísima visita a uno de los monasterios más importantes de la Orden del carmen: el de la Anunciación de Ávila, donde comenzó su aventura espiritual sante Teresa de Jesús. Dura media hora, pero a mí me ha gustado mucho.

martes, 15 de julio de 2014

Benedicto XVI sobre san Buenaventura

De estos escritos suyos, que son el alma de su gobierno y que muestran el camino a recorrer sea uno solo o como comunidad, quisiera mencionar solo uno, su obra maestra, Itinerarium mentis in Deum, que es un “manual” de contemplación mística. Este libro fue concebido en un lugar de profunda espiritualidad: el monte de la Verna, donde san Francisco recibió los estigmas. En la introducción el autor ilustra las circunstancias que dieron origen a este escrito suyo: “Mientras meditaba sobre las posibilidades del alma de ascender a Dios, se me presentó, por otro lado, ese acontecimiento admirable ocurrido en aquel lugar al beato Francisco, es decir, la visión del Serafín alado en forma de Crucificado. Y meditando sobre esto, en seguida me dí cuenta de que esta visión me ofrecía el éxtasis contemplativo del mismo padre Francisco y al mismo tiempo el camino que conduce a él" (Itinerario della mente in Dio, Prologo, 2, en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 499).

Las seis alas del Serafín se convierten así en el símbolo de seis etapas que conducen progresivamente al hombre al conocimiento de Dios a través de la observación del mundo y de las criaturas y a través de la exploración de la propia alma con sus facultades, hasta la unión gratificante con la Trinidad por medio de Cristo, a imitación de san Francisco de Asís. Las últimas palabras del Itinerarium de san Buenaventura, que responden a la pregunta de cómo se puede alcanzar esta comunión mística con Dios, se habrían hecho descender a lo profundo del corazón: “Si ahora anhelas saber cómo sucede esto (la comunión mística con Dios), interroga a la gracia, no a la doctrina; al deseo, no al intelecto; al gemido de la oración, no al estudio de la letra; al esposo, no al maestro; a Dios, no al hombre; a la niebla, no a la claridad; no a la luce, sino al fuego que lo inflama todo y transporta a Dios con las fuertes unciones y los afectos ardentísimos... Entremos por tanto en la niebla, acallemos a los afanes, a las pasiones y a los fantasmas; pasemos con Cristo Crucificado de este mundo al Padre, para que, tras haberle visto, digamos con Felipe: esto me basta" (ibid., VII, 6).

Benedicto XVI
Audiencia General - 10 de marzo de 2010 

lunes, 14 de julio de 2014

Convento de dominicas de La Solana


Visitamos hoy el convento de las Madres Dominicas de La Solana, en la Diócesis de Ciudad Real. Como cuentan ellas mismas en su Web, están en La Solana desde 1.593. La fundación del monasterio se llevó a cabo gracias a la generosidad del Bachiller Juan Díaz de Sabina, presbítero y religioso de la Orden de San Juan de Malta, natural y vecino de La Solana y a una hermana suya. La fundación se hizo en las casas de su morada, dándoles a las monjas para iglesia una ermita, que había junto a ellas, dedicada al glorioso Patriarca San José.

Para hacer la fundación vinieron Sor Lucía de Torres, priora, procedente del monasterio de Santa Catalina de Granada, y con ella sor Felipa de Santiago, sor Isabel de Jesús, y sor Juana de Chaves. Y del convento de Chinchilla vino sor Francisca de la Trinidad. Ilustres monjas que dejaron honda huella viviendo con ejemplaridad y perfección la observancia regular. Ellas fueron, poco a poco, habilitando las distintas dependencias del monasterio y claustros, y sobre todo implantaron la vida contemplativa dominicana desde sus propias vidas.

La continuidad histórica de la vida religiosa en este monasterio se vio rota durante el periodo de la guerra civil entre 1.936-39, en esta época, nuestra casa fue convertida en cárcel y sus muros contemplaron el horror de la muerte entre hermanos. Por fin, el 29 de octubre de 1.951 se recomienza la vida contemplativa. Desde entonces se ha procurado restaurar el monasterio, adaptándose a la adecuada renovación espiritual de la vida religiosa, según las exigencias de los tiempos.

domingo, 13 de julio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 22 -


19 de marzo de 1938 - sábado

Día 19 de marzo, glorioso san José.

Bendito Jesús, ni yo mismo me entiendo. Ya no sé ni lo que quiero, ni lo que deseo, ni si deseo o quiero... Mi alma es un torbellino. A veces creo que ya está mi corazón vacío de todo, y a veces veo que no lo está... ¡En qué quedamos!... No lo sé.

Señor, tengo un deseo inmenso de cumplir tu voluntad y nada más que ella; hundirme en tu voluntad; amarla hasta morir; ahogarme en ella y vivir sólo para cumplirla... Esto es cierto.

Siento al mismo tiempo unos deseos míos de mortificación y penitencia. Siento inmensas ansias de padecer algo por Ti, mi buen Jesús.

Quisiera dejarme morir de hambre si me dejaran... Quisiera no respirar, ni hablar, ni levantar la vista del suelo... Quisiera no dormir, ni acostarme...

Quisiera estar arrodillado ante tu Sagrario día y noche... ¡Ah!, Señor, cuánto me cuesta algunas veces, dejar la iglesia..., y tratar con los hombres.

Quisiera, Señor, morir o vivir, pero haciendo algo por tu amor..., es terrible esta vida inútil que yo llevo.

Tengo mucho miedo en mi actual situación. Estoy demasiado considerado, me van a dar la cogulla, nadie me pisotea, como merezco.

Quisiera vivir en un rincón del monasterio vestido de saco, y comiendo sólo las cortezas del queso que deja la comunidad...

Quisiera, Señor, hacer locuras..., y en lugar de vivir como vivo, vivir olvidado, despreciado e incluso dando asco.

Todo esto es cierto. ¿Se compagina con tu voluntad? No lo sé, por lo menos en este momento. Otras veces creo que no y otras veces creo que lo que no tengo es valor ni resolución para dar el brinco y saltar por todo. Algunas veces creo que Dios me llama por un camino de más penitencia y más oración. Más mortificación y menos o ningún cuidado a mi enfermedad.

Como en la comunidad no me permitirían hacer esa vida, la podría hacer debajo de los puentes y en los pórticos de las iglesias..., con unos zuecos de madera y un saco al hombro..., y a desaparecer de todo el que me conozca tanto padres, como amigos, como frailes..., nadie, sólo Dios y yo. Dicen que San Benito Labre murió de inanición en una iglesia (1).

Todo esto lo he pensado en serio.

En mis confesores, superiores y maestros, lo único que he encontrado es prudencia..., prudencia y prudencia. Me mandan comer, dormir y no trabajar... Soy una especie de flor de estufa que no da ni olor.

Mientras tanto..., esperar a saber lo que debo hacer. ¿Lo sabré con certeza algún día? Espero en Dios y en María que sí.

¡Señor, es tan cómoda esta vida! Tengo mi cuarto; mi cama, algo dura, pero ya me he acostumbrado... Tengo libros; paso algo de hambre, pero no me muero por eso, ni mucho menos, al contrario, me parece que estoy mejor desde que vine. No me dan trabajos pesados... Tengo silencio cuando quiero, pues no tengo más que retirarme a mi habitación... En fin, quitando algunas cosillas, ¡qué más puedo pedir!... Y siento una cosa dentro que me dice: mortificación..., penitencia..., sacrificio..., nada de eso hago.

Ante ese llamamiento opongo dos cosas: 1º Yo mismo. 2º La prudencia. La carne y la obediencia. Mi naturaleza encuentra muy razonable obedecer, ¡es tan cómodo!

- Padre, ¿puedo levantarme al Oficio?
- No hijo, que necesitas descanso.

- Padre, ¿puedo cercenar la comida?

- No hijo, que necesitas alimento.

- Padre, ¿puedo ir al trabajo del campo?

- No hijo, que te cansas.

Bueno, pues a obedecer..., y obedezco a veces con unos deseos inmensos de hacer lo contrario..., saltar la prudencia, y... morir por Jesús y por María.

viernes, 11 de julio de 2014

Videnti Creatorem angusta est omnis creatura


Para el alma que ve al Creador, pequeña es toda criatura. Puesto que por poca que sea la luz que reciba del Creador, le parece exiguo todo lo creado. Porque la claridad de la contemplación interior amplifica la visión íntima del alma y tanto se dilata en Dios, que se hace superior al mundo; incluso el alma del vidente se levanta sobre sí, pues en la luz de Dios se eleva y se agranda interiormente.

Y cuando así elevada mira lo que queda debajo de ella, entiende cuán pequeño es lo que antes estando en sí, no podía comprender. El hombre de Dios, pues, contemplando el globo de fuego vio también a los ángeles que subían al cielo, cosa que ciertamente no pudo ver sino en la luz de Dios. ¿Qué hay de extraño, pues, que viera el mundo reunido en su presencia, el que elevado por la luz del espíritu salió fuera del mundo?

Y al decir que el mundo quedó recogido ante sus ojos, no quiero decir que el cielo y la tierra redujeran su tamaño, sino que, dilatado y arrebatado en Dios el espíritu del vidente, pudo ver sin dificultad todo lo que estaba por debajo de Dios. Pues a esta luz que brillaba ante sus ojos, correspondía una luz interior en su alma, que arrebatando el espíritu del vidente en las cosas celestiales, le mostró cuán pequeñas son todas las cosas terrenas.

San Gregorio Magno
Libro II de los Diálogos - Vida de San Benito
Capítulo 35

miércoles, 9 de julio de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


44.- Tradición y humildad. Monje, tu fe no es fruto de tu esfuerzo. Conoces aquello que te han anunciado; admiras lo que del Señor te dijeron; meditas la Palabra que te han transmitido. Si te mantienes humilde en este depósito, no te conducirá el orgullo al error de tu propia voluntad, de tu propia sabiduría, de tu propia divinización. Renuncia a juzgar lo que tus padres te han entregado: ámalo, en cambio, con humilde y sincero corazón. Sólo entonces vendrá a ti el Espíritu Santo, y vivificará en tu existencia las maravillas que el Señor obra en quienes le son fieles.

martes, 8 de julio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 21 -


13 de marzo de 1938 - domingo

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Señor! ¿cómo es posible vivir, esperando lo que espero? ¿Cómo me es posible pensar en tanta cosa criada, como me rodea, teniéndote a Ti? Me maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan abundante!

Sueño con tu gloria; vivo algunas veces atontado y sin saber lo que quiero..., de tanto que quiero.

¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué sinsabor tan grande me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios temporales, el escuchar noticias!... ¡Ah!, Señor, nada quisiera saber, ni escuchar... Sólo Tú, Señor, sólo Tú.

Nada me llena... Nada desea mi alma..., ni aun gozar ni padecer... Sólo desea amar con locura. Sólo se llena del pensamiento de Ti... ¡Qué ansias tan grandes, Señor..., qué duro es vivir!

Antes todo me llevaba a Ti... Todo me hablaba de tu inmensa bondad, de tu grandeza; ahora también te alabo en las criaturas, Señor..., pero el sol me parece pequeño..., el cielo azul es hermoso, pero no eres Tú, la belleza del mundo..., es tan poquita cosa.

¡Cómo cambias mi alma!... Qué maravilloso milagro. Nada me dicen las criaturas..., todo es ruido... Sólo en el silencio de todo y de todos, hallo la paz de tu amor... Sólo en el humilde sacrificio de mi soledad, hallo lo que busco..., tu Cruz..., y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo, sin luz y sin flores, sin nubes, sin sol... Las criaturas te abandonaron, el cielo se oscureció... Sólo quedó en el silencio del Gólgota, un Dios clavado en la Cruz.

Señor Jesús..., mírame a tus plantas adorando tu agonía, besando tus llagas, limpiando con mi dolor tu divina sangre...

Cómo quisiera, Señor, morir a tus plantas de amor..., olvidado de todos, sin ruido, en silencio, sin pensar en los hombres que son criaturas, sin soñar con el mundo, que te abandonó, sin mirar a los cielos, ni a las flores, ni a las aves, ni al sol.

Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz; ¿qué divino milagro hiciste con mi alma? ¿Dónde están mis penas?... ¿Dónde mis alegrías? ¿Dónde mis ilusiones?... Todo voló.

Mis penas eran egoísmos... Mis alegrías, vanidades... Mis ilusiones, Tú las desvaneciste al soplo de tu amor. Me enseñaste a los hombres y me dijiste: ¿Qué te pueden dar que no te dé yo?... Y vi miserias, que me hicieron llorar... Busqué consuelo, y no lo encontré. Busqué caridad y..., Señor, ¿qué diré?, sólo en Ti la encontré.

Ya nada me importa..., sólo me hace sufrir la espera..., el temor de perderte..., el tener que vivir.

Ya no me importa vivir encerrado entre muros, sin ver las puestas del sol, sin tomar las brisas del mar, sin correr por el mundo en alas de la libertad. Todo eso es pequeño, no es nada, prefiero a Jesús en la soledad.

Ya no me importan las criaturas, ni me hacen daño las flaquezas de los hombres... Son hombres, y nada más; sólo en Dios hallo refugio; sólo en Él he de buscar caridad.

Ya no me importa mi vida, ni mi salud, ni la enfermedad... Sólo encuentro consuelo en hacer su voluntad..., y eso me llena de tal alegría que, a veces, tengo el corazón tan lleno, que parece va a estallar...

Qué bueno es Dios, qué grande es su misericordia..., qué maravilloso es el amor que Jesús me tiene... ¿Hasta dónde va a llegar?

No sé, Señor..., me anonado, me atonto, me abismo en mi pequeñez, y suspiro por un poquito de amor para poder ofrecértelo,. Nada soy, nada valgo, sólo tengo miserias y pecados… y a pesar de todo… Tú, Señor, me cuidas y me consuelas… me apartas de las criaturas y me llenas de tu amor… ¿qué diré?

Yo bien quisiera callar..., pero el escribir este inmenso milagro que estás haciendo con mi alma, aunque quizás nadie lo lea..., me parece que con ello te doy un poquito de gloria, pues mi escritura muchas veces es oración.

Señor Jesús, qué bueno eres.

Una de tus grandezas es la transformación que haces en mi alma con respecto al amor al prójimo. Me explicaré.

Cuando antes buscaba un religioso y me encontraba en su lugar, un hombre corriente..., ¡cuánto sufría, buen Dios!

Cuando un hermano, sin él saberlo, me humillaba (¡a mi..., qué paradoja!), también sufría...

Cuando no encontraba mi alma lo que buscaba... aunque no fuera más que educación..., muchos ratos he pasado a los pies de la Cruz... Señor, Tú ya sabes.

Perdí la ilusión..., y en mis ratos de desconsuelo pensaba... más vale así..., he de separar mi corazón de los hombres y entregárselo sólo a Dios... Pasaba días en que no quería hacer ni señas... En medio de todo eso (ahora lo he visto claro), había bastante soberbia, mucha vanidad, y un inmenso amor propio... Dulce y manso Jesús..., perdóname, no sabía lo que hacía... Solo y sin guía..., si Tú no me ayudas, mil y mil veces me desviaré del verdadero camino, de la caridad de Cristo.

Ahora me pasa una cosa muy rara. Algunos días, cuando salgo de la oración, aunque en ésta me parece no hacer nada, siento unos deseos muy grandes de amar a todos los miembros de la comunidad con unas ansias muy grandes..., como Jesús los ama.

Siento algunos días después recibir al Señor en la comunión, y ver lo que Él me ama siendo lo que soy, que de buena gana, besaría el suelo que los religiosos pisan, y siento unos deseos muy grandes de humillarme ante aquéllos que antes creía yo me habían humillado.

Son religiosos al servicio de Dios... Jesús los quiere... Yo soy el último, el más mundano y con más lastre de pecados... ¡Ah, si el mundo supiera lo que yo he sido!

¡Ah!, Señor, en esos momentos quisiera ser pisoteado por todos; siento un gran amor y caridad por todos; no me importaría que el último me mandase las cosas más humillantes..., no veo flaquezas ni miserias en nadie... sólo veo mi ruindad amada por Dios..., y ante eso ¿qué no quisiera yo hacer para imitarle?... ¡Pues amar entrañablemente al prójimo!

¡Qué grande es tu misericordia, Señor! ¿Qué mérito tenemos al amar a los buenos y a los santos? ¿Acaso Jesús no está clavado en la Cruz por los pecadores?

Buen Jesús, llena mi alma de caridad... Es el único alimento que en esta vida me puede de veras nutrir...

No sé si me explico..., pero lo que me pasa yo me lo entiendo muy bien.

¡Ah!, Señor, y qué gran paz se siente en esos momentos... Así como antes me turbaba una falta o una flaqueza de un hermano y sentía casi repulsión..., ahora siento una ternura muy grande hacia él..., y quisiera en lo que de mí depende, reparar la falta... Es un alma a la que quiere Jesús. Es un alma por la cual Jesús sangra desde la Cruz... ¡Acaso yo la voy a desdeñar!... Dios me libre..., al contrario, siento un gran amor hacia ella, y esto que digo no es yana palabrería, es un hecho real y positivo que yo no he conseguido, sino que Jesús ha puesto en mi alma... He aquí el estupendo milagro.

Ahora veo claro.

Sólo la caridad hace feliz... Sólo en ella se encuentra la mansedumbre y la paz... Solamente en la caridad se halla la verdadera humildad, y solamente en ella podemos vivir tranquilos y felices en comunidad. ¡Cuántas cosas diría si supiese escribir!

Mas no sé, y ante la impotencia de poder expresar lo que mi alma siente, prefiero callar.

La Santísima Virgen, que me comprende sin necesidad de ruidos ni de palabras, es mi gran consuelo.

Ante Ella deposito mi silencio. Así sea.

lunes, 7 de julio de 2014

Un Monasterio georgiano: Gelati


El monasterio de la Virgen - Gelati cerca de Kutaisi (región de Imereti de Georgia occidental) fue fundado por el rey de Georgia David el Constructor (1089-1125) en 1106. 


El monasterio ortodoxo de Gelati durante largo tiempo fue uno de los principales centros intelectuales y culturales en Georgia. Tenía una academia en la que trabajaron algunos de los más célebres científicos georgianos, teólogos y filósofos, muchos de los cuales habían estado previamente en activo en varios monasterios ortodoxos en el extranjero o en la academia Mangan en Constantinopla. Entre los científicos había notables eruditos como Ioane Petritsi y Arsen Ikaltoeli.


Debido al amplio trabajo llevado a cabo por la academia Gelati, la gente de su tiempo la llamó una nueva «Hélade» y «un segundo Athos». El monasterio Gelati ha conservado un gran número de murales y manuscritos que se remontan a los siglos XII-XVII. El tríptico Khakhuli también tuvo su santuario en Gelati hasta que fue robado en 1859.


En Gelati está enterrado su fundador y uno de los más grandes reyes georgianos, David el Constructor (Davit Agmashenebeli en georgiano).

domingo, 6 de julio de 2014

Abba Sisoes

Abba Sisoes. Monasterio de Meteora

El Martirologio romano nos recuerda hoy la figura de monje lejano y desconocido, san Sisoes, que practicó la vida monástica en Egipto a la estela del gran san Antonio el Grande, muriendo el año 429. 

San Sisoes era egipcio de nacimiento. Después de retirarse del mundo desde su juventud, fue al desierto de Escitia, y vivió algún tiempo bajo la dirección del abad Hor. El deseo de encontrar un refugio aún menos frecuentado le indujo a cruzar el Nilo y esconderse en la montaña donde San Antonio murió algún tiempo antes.

Extremadamente estricto consigo mismo, Abba Sisoes era muy misericordioso y compasivo con los demás, recibiendo a todos con amor. La fama de su santidad se hizo tan ilustre como para merecer la plena confianza de todos los solitarios vecinos. Algunos incluso llegaron desde una gran distancia para ser guiados en los caminos interiores de la perfección.

Abba Sisoes siempre enseñó la humildad como la virtud más necesaria. Cuando uno de los monjes le preguntó cómo podía alcanzar un constante recuerdo de Dios, Sisoes comentó: "Eso no es una gran cosa, hijo mío, pero es una gran cosa considerarse a sí mismo como inferior a todos los demás. Esto lleva a la adquisición de la humildad ". Mientras que él nunca perdió de vista la presencia divina, tuvo siempre la conciencia de su propia nada y miseria. Cuando los monjes le preguntaron si un año es suficiente para el arrepentimiento cuando un hermano peca, Abba Sisoes dijo, "Yo confío en la misericordia de Dios, que si un hombre se arrepiente como con todo su corazón, entonces Dios aceptará su arrepentimiento en tres días."

A menudo pasaba dos días sin comer, y estaba tan absorto en Dios, que se olvidó de su comida, por lo que era necesario que su discípulo Abraham le recordara que ya era hora de romper su ayuno. Su oración era tan ferviente que a menudo entraba en éxtasis con el corazón inflamado en amor divino. Según su doctrina, un solitario no debe elegir el trabajo manual que le resulte más agradable. Su trabajo ordinario consistía en hacer cestas.

Su celo contra el vicio era sin amargura; y cuando sus monjes cometían faltas, lejos de enfadarse y reprenderlos, les ayudaba a levantarse de nuevo con una ternura verdaderamente paternal.

Algunos arrianos tuvieron el descaro de inducirle a la herejía ante sus discípulos. El santo, en lugar de una respuesta, mandó leer a uno de los monjes el tratado de san Atanasio contra el arrianismo. Luego los despidió con su buen humor habitual.

El santo dijo una vez, "llevo treinta años rezando todos los días para que mi Señor Jesús me guarde de decir una palabra ociosa, y sin embargo, siempre estoy con recaídas." Fue singularmente observante de los tiempos de retiro y el silencio, y tuvo su celda constantemente cerrada para evitar molestias.

Cuando Sisoes yacía en su lecho de muerte, los discípulos que rodeaban al anciano vieron que su rostro se puso brillante como el sol. Preguntaron al moribundo qué veía. Abba Sisoes respondió contemplaba a san Antonio, a  los Profetas y a los Apóstoles. Creció el brillo de su rostro y hablaba con alguien. Los monjes le preguntaron: "¿Con quién estás hablando, padre?"  Él dijo que los ángeles habían venido a buscar su alma, y les suplicaba que le dieran un poco más de tiempo para arrepentirse. Los monjes dijeron: "Usted no tiene necesidad de arrepentimiento, Padre", a lo que respondió Sisoes con gran humildad: "No creo que ni siquiera haya empezado a arrepentirme."

Después de estas palabras, el rostro del santo brillaba tanto que los hermanos no eran capaces de mirar sobre él. Sisoes les dijo que vio al Señor mismo. Luego hubo un destello como un relámpago, y un olor fragante, y Abba Sisoes partió al Reino Celestial.

viernes, 4 de julio de 2014

Apotegmas de un monje a sí mismo


43.- Buscar la verdadera Sabiduría. Monje, busca todos los días la Sabiduría, pero búscale allí donde realmente se encuentra. Pues, por mucho que puedas aprender de la Naturaleza, por mucho que penetres en el misterio de tu propio ser, por mucho que te remontes con las alas de tu ingenio, en ningún otro sitio la hallarás sino en la paradoja de la Cruz. Allí se ha entregado por ti la propia Sabiduría y, dejando abierto su costado, te ha mostrado el camino que te llevará al verdadero conocimiento del que es fuente de todo ser. Que no decaiga tu ánimo en esta búsqueda, y que todo tu ser responda al anhelo por desposarte con la Sabiduría.

jueves, 3 de julio de 2014

Escritos del santo Hermano Rafael - 20 -


9 de marzo de 1938 - miércoles

Mi amadísimo Jesús: Comprendo que la humildad y paciencia, son las cosas que hoy más necesito.

Después de llevar una hora y pico en la clase de latín con los oblatos, salgo con el espíritu cansado y con los nervios en tensión. Cuántas veces, Señor, me agarro al crucifijo y hago un acto de sumisión a tu voluntad... Pero, Señor, los nervios no puedo dominarlos. ¡Si tuviera verdadera y perfecta paciencia!

Virgen Santísima María, a ti te ofrezco ese pequeño sufrimiento en reparación de tantas veces como te he ofendido en las clases y en las aulas de la universidad.

Te ofrezco, Señora, el esfuerzo de atención en reparación de tanto tiempo perdido en mis días de estudiante. Te ofrezco, Virgen María, la obediencia humilde en la clase, en reparación de tantas faltas de soberbia como tuve en el mundo.

Por último, Señora, te ofrezco para que tú se la presentes a Jesús, toda mi voluntad y sumisión, a los divinos deseos de tu Hijo.

Recíbelo todo, Madre mía, a pesar de ir a tus manos, no con toda la pureza que yo quisiera, pero mira Señora, no la ofrenda en si, que nada vale, sino mi intención que bien quisiera fuera de tu agrado. Así sea.

miércoles, 2 de julio de 2014

Calderón de la Barca. El Príncipe Constante


... Y cánsate, porque yo,
aunque más tormentos sufra,
aunque más rigores vea,
aunque llore más angustias,
aunque más miserias pase,
aunque halle más desventuras,
aunque más hambre padezca,
aunque mis carnes no cubran
estas ropas, y aunque sea
mi esfera esta estancia sucia,
firme he de estar en mi fe;
porque es el sol que me alumbra,
porque es la luz que me guía,
es el laurel que me ilustra.
No has de triunfar de la Iglesia;
de mí, si quisieres, triunfa;
Dios defenderá mi causa,
pues yo defiendo la suya.

Monólogo de Fernando
El Príncipe Constante. Jornada III
Calderón de la Barca

martes, 1 de julio de 2014

Descalzas de Zamora

El Siglo de oro fue una época de especial florecimiento de las órdenes religiosas. Una de ellas, las clarisas descalzas, fueron las fundadoras del Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid; procedían de Gandía, y fueron orientadas hacia Madrid por san Francisco de Borja, general de los jesuitas. De allí también partieron las monjas que fundaron las Descalzas de Zamora, que visitamos a través del siguiente documental.