9 de marzo de 1938 - miércoles
Mi amadísimo Jesús: Comprendo que la humildad y paciencia, son las cosas que hoy más necesito.
Después de llevar una hora y pico en la clase de latín con los oblatos, salgo con el espíritu cansado y con los nervios en tensión. Cuántas veces, Señor, me agarro al crucifijo y hago un acto de sumisión a tu voluntad... Pero, Señor, los nervios no puedo dominarlos. ¡Si tuviera verdadera y perfecta paciencia!
Virgen Santísima María, a ti te ofrezco ese pequeño sufrimiento en reparación de tantas veces como te he ofendido en las clases y en las aulas de la universidad.
Te ofrezco, Señora, el esfuerzo de atención en reparación de tanto tiempo perdido en mis días de estudiante. Te ofrezco, Virgen María, la obediencia humilde en la clase, en reparación de tantas faltas de soberbia como tuve en el mundo.
Por último, Señora, te ofrezco para que tú se la presentes a Jesús, toda mi voluntad y sumisión, a los divinos deseos de tu Hijo.
Recíbelo todo, Madre mía, a pesar de ir a tus manos, no con toda la pureza que yo quisiera, pero mira Señora, no la ofrenda en si, que nada vale, sino mi intención que bien quisiera fuera de tu agrado. Así sea.
Después de llevar una hora y pico en la clase de latín con los oblatos, salgo con el espíritu cansado y con los nervios en tensión. Cuántas veces, Señor, me agarro al crucifijo y hago un acto de sumisión a tu voluntad... Pero, Señor, los nervios no puedo dominarlos. ¡Si tuviera verdadera y perfecta paciencia!
Virgen Santísima María, a ti te ofrezco ese pequeño sufrimiento en reparación de tantas veces como te he ofendido en las clases y en las aulas de la universidad.
Te ofrezco, Señora, el esfuerzo de atención en reparación de tanto tiempo perdido en mis días de estudiante. Te ofrezco, Virgen María, la obediencia humilde en la clase, en reparación de tantas faltas de soberbia como tuve en el mundo.
Por último, Señora, te ofrezco para que tú se la presentes a Jesús, toda mi voluntad y sumisión, a los divinos deseos de tu Hijo.
Recíbelo todo, Madre mía, a pesar de ir a tus manos, no con toda la pureza que yo quisiera, pero mira Señora, no la ofrenda en si, que nada vale, sino mi intención que bien quisiera fuera de tu agrado. Así sea.
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