domingo, 30 de junio de 2013

Buena es la oración con el ayuno y la limosna


Los que oran no han de presentarse ante Dios con meras preces infructuosas y estériles. La petición es ineficaz cuando se acude a Dios con una oración estéril. Pues, si al árbol que no da fruto se le tala y se le echa al fuego, de igual modo las palabras sin fruto no pueden granjearse el favor de Dios, por ser infecundas en obras. Por eso la divina Escritura nos instruye diciendo: Buena es la oración con el ayuno y la limosna. Porque el que el día del juicio otorgará el premio por las obras y las limosnas, también hoy escucha benignamente al que se acerca a la oración acompañado de obras. Por eso precisamente mereció ser escuchada la oración del capitán Cornelio: daba muchas limosnas al pueblo y oraba regularmente.

Suben inmediatamente a Dios las oraciones que van recomendadas por los méritos de nuestras obras. Así el ángel Rafael se presentó a Tobías, siempre atento a la oración y a las buenas obras, diciendo: Es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Cuando orabais tú y Sara yo presentaba vuestras oraciones en el acatamiento de Dios.

Dios promete estar presente y dice que escuchará y protegerá a los que desatan de su corazón los nudos de injusticia y, secundando sus mandatos, ejercitan la limosna con los servidores de Dios; y así, mientras escuchan lo que Dios manda hacer, ellos mismos se hacen dignos de ser escuchados por Dios. El bienaventurado apóstol Pablo, socorrido por los hermanos en una necesidad extrema, califica de sacrificios a Dios las obras buenas. Estoy plenamente pagado, dice, al recibir lo que me mandáis con Epafrodito: es un incienso perfumado, un sacrificio aceptable que agrada a Dios. En efecto, cuando uno se apiada del pobre presta a interés a Dios, y cuando da a los más humildes es a Dios a quien da: es como si le ofreciera a Dios sacrificios espirituales de suave olor.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro

sábado, 29 de junio de 2013

Cuando eras joven, tú mismo te ceñías


El que mire ahora a Pedro, verá que no sólo se recobró suficientemente por la penitencia y el dolor vivísimo de la negación, en la que por debilidad cayó, sino que desterró totalmente de su alma el vicio de la arrogancia con que pretendía preferirse a los demás.

Queriendo el Señor mostrarnos a todos esto, después de haber padecido por nosotros la muerte y haber resucitado al tercer día, se dirigió a Pedro con aquellas palabras transmitidas en el evangelio de hoy, diciéndole: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?, es decir, más que mis discípulos.

Mira su conversión a la humildad. Antes, aun cuando nadie le había preguntado, se antepone a los demás, diciendo: Aunque todos... yo jamás; ahora, interrogado si le ama más que los otros, asiente a lo del amor, pero omite aquello de «más», diciendo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y entonces, ¿qué es lo que hace el Señor? Ahora que ve que Pedro no le falla en la caridad y que ha adquirido la humildad, da cumplimiento a lo que ya anteriormente le había anunciado, y le dice: Apacienta mis corderos.

A la Iglesia de los creyentes la llamó edificio: ahora le promete que le pondrá a él como fundamento. Y si queremos hablar acudiendo a imágenes de pesca, podríamos decir que le hace pescador de hombres, al decirle: Desde ahora serás pescador de hombres. Y como ahora está hablando de su grey, pone al frente de ella a Pedro comopastor, diciendo: Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

Pedro, interrogado una y otra vez si ama a Cristo, se contrista ante la reiterada pregunta pensando que no va a ser fiel. Pero sabiendo que ama y no ignorando que de esto es más consciente quien le interroga que él mismo, como acosado por ambas cosas, no sólo confiesa que ama, sino que proclama además que el Dios de todas las cosas es amado por él, diciendo: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. El saberlo todo es propio únicamente del Dios del universo.

Y el Señor, al autor de semejante confesión, no sólo lo constituye pastor y pastor supremo de la Iglesia, sino que, además, le dota de una fortaleza tal, que perseverará firme hasta la muerte, y muerte de cruz, quien fue incapaz de sostener con entereza ni siquiera la pregunta o el diálogo con una criada.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías con una juventud corporal y espiritual, esto es, usabas tu propia fortaleza, e ibas adonde querías, moviéndote con espontaneidad y usando en tu vida de la propia libertad; pero cuando seas viejo, llegado al final de tu juventud, tanto natural como espiritual, extenderás las manos, con lo que se da a entender que moriría en la cruz, a la cual subiría forzado.

Extenderás las manos, otro te ceñirá, es decir, te dará brío, y te llevará adonde no quieras, sacándote de esta vida. Nuestra naturaleza desea vivir y, por tanto, el martirio de Pedro era algo superior a sus fuerzas. Sin embargo, dice el Señor, lo tolerarás por mí y por mi testimonio, inmolándote con mi ayuda y superando lo que está sobre la naturaleza.

Gregorio de Palamás, Homilía 28 

viernes, 28 de junio de 2013

Scala Claustralium III

Ahora se pasa a la atenta meditación, que no se queda fuera, no permanece en la superficie, sino que da un paso más, penetra en el interior, escruta todo en detalle. Considera atentamente que no se dice: Bienaventurados los limpios de cuerpo, sino de corazón, porque no basta tener las manos limpias de malas acciones, si nuestra mente no está limpia de pensamientos impuros. Y esto lo confirma la autoridad del profeta que dice: ¿Quién subirá al monte del Señor? o ¿Quién habitará en su templo santo? El que tiene manos inocentes y puro corazón (Salm 23, 3-4).

Considera aun cuánto desease ese mismo profeta la pureza de corazón pues orando decía:

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro (Salm 50, 12), y también: Si hubiera visto iniquidad en mi corazón, el Señor no me hubiera escuchado (Salm 65, 18).

Piensa cuán solicito era el bienaventurado Job en la custodia de su corazón cuando decía:

He hecho con mis ojos el pacto de no mirar a doncella alguna (Job 31, 1).

Mira qué violencia no se hacía este hombre santo que cerraba sus ojos para no mirar vanidad que tal vez, después de vista por imprudencia, pudiera involuntariamente desear. Después de haber considerado estas y otras cosas semejantes acerca de la pureza del corazón, la meditación empieza a pensar en el premio, o sea cuán glorioso y deleitable sea ver el rostro deseado del Señor, el más hermoso de entre los hijos de los hombres, no ya rechazado y despreciado, ni con la apariencia de la cual le revistió su madre la Sinagoga, sino con la estola de la inmortalidad y coronado con la diadema con la cual le coronó su Padre el día de la resurrección y de la gloria, día que hizo el Señor. Piensa que en aquella visión se tendrá aquella saciedad de la que dice el profeta: Me saciaré cuando aparezca tu gloria (Salm 16, 15).

¿Ves cuánto jugo brotó de un racimo de uva tan pequeño, cuánto fuego salió de esta chispa, cuánto se haya dilatado, bajo el yunque de la meditación, esta exigua masa de Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8)? ¿Pero cuánto más se podría dilatar aún si se aplicara a ello uno más experto? Pues intuyo que el pozo es profundo, mas yo todavía soy un aprendiz sin experiencia y con dificultad he podido recoger estas pocas cosas.

Inflamada el alma por estas ascuas, estimulada por estos deseos, roto el alabastro empieza a presentir la suavidad del perfume, aún no por el gusto, sino como si dijéramos por el olfato y por él capta cuán dulce pueda ser tener experiencia de esta pureza, de la que ya por su meditación advierte llena de placer. ¿Pero qué puede hacer? Se quema por el deseo de poseerla, pero no encuentra en sí el modo de tenerla y cuanto más busca, más sed tiene. Mientras se entrega a la meditación conoce también el dolor, porque tiene sed de la dulzura que la meditación le muestra deba darse en la pureza de corazón, pero no se la da a gustar. Pues el sentir esta dulzura no es del que lee o medita, a no ser que se le conceda de lo alto. En efecto, leer y meditar es común tanto a los buenos como a los malos. Y los mismos filósofos paganos, por su razón, hallaron en qué consiste la esencia del verdadero bien. Mas, puesto que habiendo conocido a Dios no le dieron gloria como a Dios (Rm 1,21), y fiándose presuntuosamente de sus fuerzas decían: La lengua es nuestro fuerte, nuestros labios por nosotros, ¿quién va a ser nuestro amo? (Salm 11, 5), no merecieron recibir lo que pudieron ver. Se perdieron en la vanidad de sus pensamientos (Rm 1, 21), y toda su sabiduría fue inutilizada (Salm 106, 27), sabiduría que les venía del estudio de disciplinas humanas, no el espíritu de sabiduría, único que da la verdadera sabiduría, es decir, el conocimiento sabroso que alegra y recrea con un gusto inestimable al alma en la que se da. De esta sabiduría se dijo: La sabiduría no entrará en un espíritu malvado (Sb 1, 1).

Pues ella solamente procede de Dios. En efecto, el Señor ha concedido a muchos la tarea de bautizar, pero el poder y la autoridad de perdonar los pecados en el Bautismo se los ha reservado únicamente para él. Por eso Juan dijo bien de él distinguiendo: El es quien bautiza (Jn 1, 33).

Así lo mismo podemos decir de él: El es el que da sabor a la sabiduría y la hace gustosa al alma. La palabra se ofrece ciertamente a muchos, pero la sabiduría (del Espíritu) a pocos. Dios la distribuye a quien quiere y como quiere.

Carta de Guigues II, cartujo, a su amigo Gervasio, sobre la vida contemplativa

jueves, 27 de junio de 2013

Scala Claustralium II

Lectio-Meditatio: Habiendo, pues, descrito los cuatro peldaños nos queda por ver ahora sus funciones. La lectura busca la dulzura de la vida feliz, la meditación la halla, la oración la pide, la contemplación la experimenta. Porque el mismo Dios dice: Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá (Mt 7, 7).

Buscad leyendo y hallaréis meditando, llamad orando y se os abrirá contemplando. La lectura pone en la boca pedazos, la oración le extrae el sabor, la contemplación es la misma dulzura que alegra y recrea. La lectura se queda en la corteza, la meditación penetra en el pulpa, la oración en la petición llena de deseo, la contemplación en el goce de la dulzura adquirida. Para que esto pueda verse con mayor claridad proponemos un ejemplo entre muchos. En la lectura escucho esto: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8).

He aquí una palabra breve, pero suave y llena de múltiples resonancias, ofrecida como un racimo de uva para alimento del alma. Ante ella el alma después de haberla examinado diligentemente, dice para sí: aquí puede haber algo bueno, volveré a entrar en mi corazón e intentaré si me es posible comprender y encontrar esta pureza. Esta es, en efecto, algo precioso y deseable, alabada por tantos pasajes de la Escritura, a quien la posee se le llama dichoso y se le promete la visión de Dios, esto es, la vida eterna. Deseando, por tanto, que se le explique esto más plenamente, empieza a masticar y a triturar esta uva poniéndola, como si dijéramos, en el lagar, después estimula su razón para indagar en qué consista y cómo pueda adquirirse esta pureza tan preciosa y deseable.

Carta de Guigues II, cartujo, a su amigo Gervasio, sobre la vida contemplativa

miércoles, 26 de junio de 2013

La castidad sin la caridad no tiene valor

Alegoría de la Castidad. Hans Memling
La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así, en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

San Bernardo de Claraval, Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

martes, 25 de junio de 2013

No os agobiéis por el mañana

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Puede también interpretarse de esta manera: nosotros que hemos renunciado al mundo y que, fiados en la gracia espiritual, hemos despreciado sus riquezas y pompas, debemos solamente pedir para nosotros el alimento y el sustento. Nos lo advierte el Señor con estas palabras: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Y el que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo, secundando la voz de su maestro, debe pedir el pan de cada día, sin extender al mañana los deseos de su petición, de acuerdo con la prescripción del Señor, que nuevamente nos dice: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Con razón, pues, el discípulo de Cristo pide para sí el cotidiano sustento, él a quien le está prohibido agobiarse por el mañana, pues sería pecar de contradicción e incongruencia solicitar una larga permanencia en este mundo, nosotros que pedimos la acelerada venida del reino de Dios.

El Señor nos enseña que las riquezas no sólo son despreciables, sino incluso peligrosas, que en ellas está la raíz de los vicios que seducen y despistan la ceguera de la mente humana con solapada decepción. Por eso reprende Dios a aquel rico necio que sólo pensaba en las riquezas de este mundo y se jactaba de su gran cosecha, diciendo: Esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Se regodeaba el necio en su opulencia, él que moriría aquella noche; y él, a quien la vida se le estaba escapando, pensaba en la abundante cosecha.

En cambio, el Señor declara que es perfecto y consumado el que, vendiendo todo lo que tiene, lo distribuye entre los pobres, y abre una cuenta corriente en el cielo. Dice que es digno de seguirle y de imitar la gloria de la pasión del Señor, quien, expedito y ceñido, no se deja enredar en los lazos del patrimonio familiar, sino que, desembarazado y libre, sigue él mismo tras los tesoros que previamente había enviado al Señor.

Para que todos y cada uno de nosotros podamos disponernos a un tal desprendimiento, nos enseña a orar de este modo y a conocer, por el tenor de la oración, las cualidades que la oración debe revestir.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro

lunes, 24 de junio de 2013

Sobre la oración

El fin del monje y la más alta perfección del corazón tienden a establecerle en una continua e ininterrumpida atmósfera de oración. De esta suerte llega a poseer, en cuanto es posible a nuestra fragilidad humana, una tranquilidad inmóvil en la mente y una inviolable pureza de alma. Constituye éste un bien tan preciado, que tratamos de procurárnoslo al precio de un trabajo físico incansable y a trueque de una continua contrición de espíritu. Media una relación recíproca entre estas dos cosas que están inseparablemente unidas. Porque todo el edificio de las virtudes se levanta en orden a alcanzar la perfección de la oración. Y es que si la oración no mantiene este edificio y sostiene todas sus partes conjugándolas y uniéndolas entre sí, no podrá ser éste firme y sólido, sin subsistir por mucho tiempo. Esta tranquilidad estable y esta oración continua de que tratamos no pueden adquirirse sin estas virtudes; y estas virtudes, a su vez, que son como los cimientos, no pueden lograrse sin aquélla. 

Sería una quimera querer tratar con precipitación y a la ligera de los efectos de la oración, e incluso estudiarla en aquel grado sumo que implica la práctica de todas las virtudes. Importa, ante todo, examinar gradualmente las dificultades que es menester conjurar y los preparativos que se imponen para llegar a su feliz término. Como que la parábola del Evangelio nos enseña a calcular con diligencia y hacer acopio de los materiales que son necesarios para la construcción de esta ingente torre espiritual. 

Pero también estos materiales ensamblados serían de muy poco provecho e incapaces de sustentar la techumbre sublime de la perfección sin contar con un requisito previo. Esto es: desarraigar en primera línea nuestros vicios y arrancar de nuestra alma los tallos de las pasiones, poniendo al desnudo las raíces muertas. Luego, echar sobre la tierra firme de nuestro corazón, o mejor, sobre la piedra de que nos habla el Evangelio, las sólidas bases de la simplicidad de la humanidad. Merced a ellas esta torre que intentamos levantar podrá asentarse inconmovible, rodeada de nuestras virtudes y erguirse segura en su propia solidez hasta los cielos. 

Quien construye sobre tales fundamentos no tiene nada que temer. Aunque irrumpan contra ella las tempestades de las pasiones y azote sus murallas al torrente furioso de la persecución; por más que las potestades enemigas se levanten cual huracán proceloso y embistan su mole, ésta se mantendrá firme contra viento y marea no sufriendo la más leve sacudida.

Juan Casiano, Colaciones, Sobre la oración

domingo, 23 de junio de 2013

Scala Claustralium


Cuando cierto día, ocupado en un trabajo manual, había empezado a pensar en la actividad espiritual del hombre, se presentaron repentinamente a mi consideración los cuatro peldaños espirituales, a saber, la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Esta es la escalera de los monjes (Scala Claustralium) por la que se elevan de la tierra al cielo, compuesta en realidad de pocos peldaños, pero de inmensa e increíble magnitud. Su parte inferior se apoya en la tierra, mientras que la superior penetra las nubes y escruta los secretos del cielo. Estos peldaños se distinguen tanto por sus nombres y su número como por su orden y su función. Si uno examina diligentemente sus propiedades y funciones, el efecto que produzca cada uno en nosotros, cómo se diferencian y en qué relación jerárquica están entre ellos, entonces considerará breve y ligero el trabajo y la aplicación que se les haya dedicado, frente a la gran utilidad y dulzura que aportan. En efecto, la lectura (lectio) es la inspección cuidadosa de las Escrituras con entrega de espíritu. La meditación (meditatio) es la concentrada operación de la mente que investiga con la ayuda de la propia razón el conocimiento de la verdad oculta. La oración (oratio) es la fervorosa inclinación del corazón a Dios con el fin de evitarle males y alcanzar bienes. La contemplación (contemplatio) es la elevación de la mente mantenida en Dios, que degusta las alegrías de la eterna dulzura.

CARTA DE GUIGUES II, cartujo, a su amigo Gervasio, sobre la vida contemplativa

sábado, 22 de junio de 2013

Oraciones de fray Antonio de Molina, Cartujo

A PRIMA


Benignísimo Señor Jesucristo, infinitas gracias os doy, por la caridad con que quisisteis ser presentado en el concilio de los Judíos, y en el Pretorio de Pilato, y en el Palacio del rey Herodes, y otra vez remitido a Pilato: y por todas las penas y trabajos que en estos caminos padecisteis, y porque en todos estos Tribunales quisisteis ser acusado, examinado, juzgado y condenado, y ser despreciado del rey injusto y adúltero, y desechado del pueblo ingrato y ciego. Suplicoos que me guieis en todos mis caminos, y me deis gracia para hacer juicio y justicia de mí mismo, y abstenerme de juzgar a mis proximos, y no hacer caso de los vanos juicios y estimaciones de los hombres: y así mismo os doy gracias por todo lo que hicisteis y padecisteis en esta hora.

viernes, 21 de junio de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


17.- Dispersión. Monje, cuando te pones en oración, haces el esfuerzo de concentrarte en la presencia de Dios. Él siempre te acompaña, eres tú quien frecuentemente olvidas o ignoras su presencia. Por eso, ya estés despierto o duermas, ya estés triste o alegre, ya te halles en el templo o en la intimidad de tu celda..., en cualquier circunstancia de tu vida, concéntrate en la presencia del Señor y procura no alejarte de él por la dispersión de tu espíritu. Recoge todas tus potencias, hagas lo que hagas, en la presencia del Señor, para agradecerle, para alabarle, para suplicarle o para anunciarle a tus hermanos. La dispersión de tus espíritu en la finitud de lo creado es el arma del enemigo para hacerte olvidar del Señor. El problema no está fuera de ti, en las obras, sino dentro de ti, en tu espíritu olvidadizo. Evita esta dispersión y concéntrate en el Señor.

jueves, 20 de junio de 2013

Acerca de la oración constante


De la misma manera que los mandamientos generales comprenden a los mandamientos particulares, las virtudes generales envuelven a las virtudes particulares. Aquel que vende sus bienes, distribuye el producto entre los pobres y se convierte en pobre súbitamente, cumple todos los mandamientos particulares al mismo tiempo. No tienen nada para dar a quien le pida, ni para rehusar a quien quiera tomarle prestado. Del mismo modo, aquel que ora sin cesar, todo lo involucra en su oración. No está ya en la obligación de alabar al Señor siete veces al día, y a la tarde, a la mañana y al mediodía, puesto que ya cumplió con las oraciones y la salmodia que los cánones nos imponen en tiempo y horas fijas. Igualmente, aquel que posee en si, conscientemente, «el saber que al hombre enseña» (Sal 94, 10), ya recogió todo el fruto que procura la lectura y no necesita hacer lectura de libros. Así también, el hombre que entró en la familiaridad de aquel que inspiró los libros santos, es iniciado por él en los secretos inefables de los misterios ocultos convirtiéndose, para los demás, en un libro inspirado que lleva en si inscritos, por el dedo mismo de Dios, los misterios antiguos y nuevos, pues ha cumplido con todo y reposa en Dios, la perfección primera, de todos sus trabajos y sus obras.

Simeón el nuevo teólogo. Acerca de la oración constante

miércoles, 19 de junio de 2013

Tras la tristeza, espera con alegría el gozo

Me has pedido, dilectísimo hermano, que te transmita por carta unas palabras de consuelo capaces de endulzar tu razón, amargado por tantos sufrimientos como te afligen.

Pero si tu inteligencia está despierta, a mano tienes el consuelo que necesitas, pues la misma palabra divina te instruye como a hijo, destinado a obtener la herencia. Medita en aquellas palabras: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente.

Donde está el temor está la justicia. La prueba que para nosotros supone cualquier adversidad no es un castigo de esclavos, sino una corrección paterna.

Por esto Job, en medio de sus calamidades, si bien dice: Que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida, añade a continuación: Sería un consuelo para mí; aun torturado sin piedad, saltaría de gozo.

Para los elegidos de Dios, sus mismas pruebas son un consuelo, pues en virtud de estos sufrimientos momentáneos dan grandes pasos por el camino de la esperanza hasta alcanzar la felicidad del cielo.

Lo mismo hacen el martillo y la lima con el oro, quitándole la escoria para que brille más. El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. Por esto dice también Santiago: Hermanos míos: Teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.

Con razón deben alegrarse quienes sufren por sus malas obras una pena temporal, y, en cambio, obtienen por sus obras buenas los premios sempiternos del cielo.

Todo ello significa que no deben deprimir tu espíritu los sufrimientos que padeces y las correcciones con que te aflige la disciplina celestial; no murmures ni te lamentes, no te consumas en la tristeza o la pusilanimidad. Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la alegría, en tu boca la acción de gracias.

Alabanza merece la dispensación divina, que aflige temporalmente a los suyos para librarlos del castigo eterno, que derriba para exaltar, corta para curar y deprime para elevar.

Robustece tu espíritu con éstos y otros testimonios de la Escritura y, tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá.

Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior.

De las cartas de san Pedro Damiani. (Libro 8,6:PL 144, 473-476)

martes, 18 de junio de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


16.- Consagración. Monje, no esperes ya de este vida otra cosa que culminarla en aquél que te ha escogido, que te ha llamado y al que has decidido libremente seguir. Él es tu plena felicidad, tu insustituible plenitud, tu eterna salvación. Cualquier otra cosa de este mundo nada vale en su comparación. No temas a los que matan al cuerpo: teme, más bien, a aquél que te odia y que quiere apartarte de este destino tan dichoso que el Altísimo ha preparado a cuantos le aman. Vive en el amor. Que ésta sea tu ley; esfuérzate por cumplirla, y arrepiéntete cuando en vez de amor a Dios y al prójimo invade tu corazón el amor de ti mismo. Conságrate al que te ha amado y te ha lavado de tus pecados.

lunes, 17 de junio de 2013

Homilía de Benedicto XVI a los Cartujos 3


Alguien podría pensar que es suficiente venir aquí para dar este «salto». Pero no es así. Esta vocación, como toda vocación, encuentra respuesta en un camino, en la búsqueda de toda una vida. De hecho, no basta con retirarse a un lugar como este para aprender a estar en la presencia de Dios. Del mismo modo que en el matrimonio no basta con celebrar el Sacramento para llegar efectivamente a ser una sola cosa, sino que es necesario dejar que la gracia de Dios actúe y recorrer juntos la cotidianidad de la vida conyugal, así el llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, «en una perseverante vigilancia divina —como afirmaba san Bruno— esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente la puerta» (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de toda vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la medida de la madurez de Cristo, en ese particular estado de vida. En Cristo está el todo, la plenitud; necesitamos tiempo para hacer nuestra una de las dimensiones de su misterio. Podríamos decir que este es un camino de transformación en el que se realiza y se manifiesta el misterio de la resurrección de Cristo en nosotros, misterio al que nos ha remitido esta tarde la Palabra de Dios en la lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8, 11), es Aquel que realiza también nuestra configuración a Cristo según la vocación de cada uno, un camino que discurre desde la pila bautismal hasta la muerte, paso hacia la casa del Padre. A veces, a los ojos del mundo parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida apenas es suficiente para entrar en esta unión con Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo.

Por esto he venido aquí, queridos hermanos que formáis la comunidad cartuja de Serra San Bruno. Para deciros que la Iglesia os necesita, y que vosotros necesitáis a la Iglesia. Vuestro puesto no es marginal: ninguna vocación es marginal en el pueblo de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma dignidad, y es inseparable del todo. También vosotros, que vivís en un aislamiento voluntario, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis correr por sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.

Stat crux dum volvitur orbis, así reza vuestro lema. La cruz de Cristo es el punto firme, en medio de los cambios y de las vicisitudes del mundo. La vida en una cartuja participa de la estabilidad de la cruz, que es la de Dios, de su amor fiel. Permaneciendo firmemente unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, también vosotros, hermanos cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María, que junto a la cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Así, como María y junto con ella, también vosotros estáis insertados profundamente en el misterio de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre sí. En esto vosotros estáis también singularmente cercanos a mi ministerio. Así pues, que vele sobre nosotros la Madre santísima de la Iglesia, y que el santo padre Bruno bendiga siempre desde el cielo a vuestra comunidad. Amén.

domingo, 16 de junio de 2013

Homilía de Benedicto XVI a los Cartujos 2

El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque siempre persiste un ruido de fondo, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad, que corre el peligro de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta situación, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado tal nivel que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de permanecer por mucho tiempo en silencio y en soledad.

He querido aludir a esta condición sociocultural, porque pone de relieve el carisma específico de la cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo, un don que contiene un mensaje profundo para nuestra vida y para toda la humanidad. Lo resumiría de este modo: retirándose al silencio y la soledad, el hombre, por así decirlo, se «expone» a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente «vacío» al que aludí antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más real que existe, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras... Dios, Creator omnium, lo penetra todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejándolo todo, por así decirlo «se arriesga»: se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre.

sábado, 15 de junio de 2013

Homilía de Benedicto XVI a los Cartujos 1


«Fugitiva relinquere et aeterna captare»: abandonar las realidades fugaces e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro fundador dirigió al preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cf. Carta a Rodolfo, 13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión, y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor. Queridos hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cf. Mt 13, 44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme» (Mt 19, 21). Todo monasterio —masculino o femenino— es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que podemos tomar el «agua viva» para nuestra sed más profunda. Pero la cartuja es un oasis singular, donde el silencio y la soledad son custodiados de modo muy especial, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. «Habito en el desierto con los hermanos», es la frase sintética que escribía vuestro fundador (Carta a Rodolfo, 4). La visita del Sucesor de Pedro a esta histórica cartuja no sólo quiere confirmaros a vosotros, que vivís aquí, sino a toda la Orden en su misión, muy actual y significativa en el mundo de hoy.

viernes, 14 de junio de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


15.- Unificación. Monje, tu mismo nombre significa uno, unidad. Contiene todo un programa de vida. El pecado te ha dividido interiormente. Por una parte está tu entendimiento, iluminado por Dios, que conoce el Bien para el que ha sido creado; y tu voluntad procura el Bien que Dios le ha propuesto. Pero el pecado te disgregó interiormente, y de esta división procede la esclavitud a la que te somete. Por eso, monje, procura luchar contra el pecado, que te divide interiormente, y aspira a tu unidad interior. Recuerda al bienaventurado Pablo, que constataba cómo por una parte deseaba el bien, pero por otra parte hacía el mal. Sé monje, es decir, adhiérete con todas tus fuerzas al proyecto de santidad al que Dios te ha destinado. Lucha por la unificación de tu ser con el proyecto de Dios sobre ti.

jueves, 13 de junio de 2013


De la oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística.... ni siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado será un silencio "vacuo", desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.

La palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil veces.

De un Ermitaño Anónimo

martes, 11 de junio de 2013

Nilo el Asceta. Sobre la oración.


Sabiendo custodiar el fruto de la benevolencia y de la caridad por tus sinceros hermanos, reza por el enfermo para que se mejore y para que en futuro camine llevando su cama, por gracia de Cristo. Amén

Si uno quiere preparar un perfume con un buen aroma, pondrá por partes iguales, según la ley, incienso puro, canela, ónix y mirra. Éstos corresponden a las cuatro virtudes. En efecto, si éstas están puestas en cantidades iguales y por partes iguales, el intelecto no será entregado al enemigo.

El alma purificada por el cumplimiento de los mandamientos hace que la condición del intelecto se mantenga firme y capaz de recibir el estado deseado.

La oración es la unión del intelecto con Dios; ¿en qué estado necesita pues el intelecto encontrarse para poder tenderse hacia el Señor, sin darse vuelta. y conversar con Él sin ningún intermediario?

Si Moisés, tratando de acercarse a los arbustos que ardían, no pudo hacerlo hasta tanto no se hubo quitado el calzado de los pies, tú que quieres ver a Aquel que supera todo sentido y todo pensamiento, y conversar con Él, ¿como no te desprenderás de todo pensamiento pasional?

lunes, 10 de junio de 2013

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.

domingo, 9 de junio de 2013

Filocalia. Barsanufio y Juan de Gaza 5


Pregunta: Cuando mi razón parece estar en reposo y libre de toda inquietud, ¿es bueno, incluso en ese momento, dedicarme a la invocación del nombre de Cristo, nuestro Señor? Mi razón me sugiere que, desde el momento en que estoy en paz, eso no es necesario.

Respuesta: No podemos conocer una paz semejante, pues nos reconocemos pecadores. El Señor dijo: «No hay paz para los pecadores». Si no hay paz para los pecadores, ¿qué es, entonces, esa paz que creemos experimentar? Temamos, porque está escrito: «Andarán diciendo: ‘Paz y seguridad’, y entonces, de improviso, les sorprenderá la perdición, como los dolores del parto a la mujer encinta, y no podrán escapar» (1 Tes 5, 3). Sucede que nuestros enemigos, mediante engaños, aportan a nuestro corazón una efímera tranquilidad para impedirle invocar el nombre de Dios. Saben bien que esta invocación los paraliza. Estamos advertidos: llamemos sin tregua al nombre de Dios en nuestra ayuda. He aquí la oración. Está escrito: «Orad sin cesar» (1 Tes 5, 17).

sábado, 8 de junio de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


14.- Renovarse cada día. Monje, que la estabilidad no sea nunca una excusa para encastillarte en la comodidad de la vida, en la seguridad de la institución o en la indolencia de la fe. Los antiguos padres no tuvieron escrúpulos de abandonar sus celdas y cambiar de morada, comenzando nuevas formas de vida y procurando siempre avanzar de virtud en virtud. Levántate cada día con la ilusión de comenzar desde la nada tu vocación monástica, viviendo cada jornada como una única y definitiva oportunidad de encontrarte con Dios en la vida y en el destino de Jesucristo. Que su resurrección ilumine tu mañana, que su Pasión te conforte en el ocaso, y que su Espíritu Santo te empuje a comenzar siempre de nuevo.

viernes, 7 de junio de 2013

Beata Urraca de Cañas


Hoy nos recuerda el Martirologio cisterciense a la beata Urraca de Cañas, abadesa de este monasterio riojano durante la primera mitad del siglo XIII.


En el Monasterio de Hayuela, que se encontraba situado en una zona hoy absorbida por Santo Domingo de la Calzada, vivían unas monjas benedictinas disfrutando de fuero desde 1157. El 9 de abril de 1170 Lope Díaz de Haro y su esposa Aldonza Rodríguez donaron a éstas unas tierras situadas en las villas de Cañas y Canillas,1 con el objetivo de que cambiasen de orden y construyesen allí una abadía cisterciense (la orden del Císter procede de una reforma producida en 1098, dentro de la orden benedictina, en un afán de volver a un cumplimiento más austero de la regla de Benito de Nursia) al amparo de su ciudad condal de Nájera. En 1170 las monjas se trasladan a Cañas y poco después, tras la muerte de Lope Díaz ese mismo año, su esposa Aldonza se mudó al mismo lugar.


La construcción del monasterio fue paulatina, con tres etapas claramente diferenciadas: románica, de la que quedan pocos vestigios, prácticamente la parte inferior de los ábsides, gótica, del siglo XIII, en que se termina los ábsides y se construye hasta el transepto, y la posterior al siglo XVI, en la que se continúa la construcción de la nave central. Hacia 1222, Urraca Díaz de Haro fue nombrada abadesa del Monasterio de Cañas, iniciándose entonces un período de apogeo del monasterio gracias a la alta posición social de esta hija de Diego López II de Haro, viuda del conde Álvaro Núñez de Lara. Además mandó construir un hospital en Cañas. El patronazgo de los ricoshombres Haro quedó vigente hasta la extinción del linaje en 1322.


La Beata Urraca fue venerada muy pronto dentro de su propio monasterio y de la orden cisterciense, como una mujer que supo desprenderse de su noble estado y asumir el rigor de la vida monástica cisterciense, con gran amor a sus hermanas. De ella conservamos un magnífico sepulcro, prueba de una veneración que debió atraer a muchos peregrinos, que no lejos de allí, se dirigían a San Millán de la Cogolla, o a Santiago de Compostela.

jueves, 6 de junio de 2013

San Norberto y los monjes premostratenses


San Norberto (1080-1134), cuya memoria celebra hoy la Iglesia, fue el fundador de una de las ramas del monacato medieval, que procuró unir la vida de oración con la predicación de la fe entre el pueblo. La orden tomó el nombre del primer monasterio que fundó san Norberto: Premontrè, un pueblo en el norte de Francia; de ahí, premostratenses.

La Orden Premostratenses se extendió fundamentalmente por Francia y por Alemania. En España llegaron a tener unas cuarenta abadías, de entre las cuales destacan las de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, la de Santa María de la Vid, o la de Retuerta.

Los monjes y monjas premostratenses viven bajo la Regla de San Agustín, aunando elementos de vida monástica comunitaria, con otros más característicos de la atención a parroquias. Son monjes y monjas (por ejemplo, las premostratenses o norbertinas de Toro, en la diócesis de Zamora). La grabación siguiente nos muestra a un monje cantando la Salve, en un tono característico de los premostratenses.

miércoles, 5 de junio de 2013

Monacato y evangelización. San Bonifacio



El furor de los bárbaros traspasó con la espada el códice de los santos Evangelios, y cuando llegó al pecho del mártir pudo matarlo, pero no vencerlo. Aleluya.

Esta es la antífona que la liturgia destina para la memoria de uno de los grandes monjes benedictinos: san Bonifacio, el apóstol de los germanos. Inglés de nacimiento, vivió entre los años 673 a 755. Evangelizó los pueblos situados en la orilla del Rhin que no había sido romanizada, organizando la Iglesia y fundando monasterios, entre ellos, el célebre de Fulda, centro del cristianismo alemán. La muerte le llegó en forma de martirio cuando estaba evangelizando a los frisones, en el actual Flandes, cerca de Dunkerke.

La vida de san Bonifacio nos muestra las posibilidades evangelizadoras que sigue ofreciendo hoy el monacato cristiano, como una forma de vida cristiana en medio de una sociedad crecientemente pagana, a través de la oración, la paz, la concordia y la estima de cuanto de bueno y de bello es capaz de generar el hombre, rompiendo la esclavitud del tener y del placer que tiende a ahogarnos actualmente.


En su Catequesis de 11 de marzo de 2009, el papa Benedicto XVI hizo la siguiente valoración del significado para la Iglesia de san Bonifacio.

A distancia de siglos, ¿qué mensaje podemos recoger de la enseñanza y de la prodigiosa actividad de este gran misionero y mártir? Una primera evidencia se impone a quien se acerca a san Bonifacio: la centralidad de la Palabra de Dios, vivida e interpretada en la fe de la Iglesia, Palabra que él vivió, predicó, testimonió hasta el don supremo de sí mismo en el martirio. Era tan ardiente su celo por la Palabra de Dios que sentía la urgencia y el deber de llevarla a los demás, incluso con riesgo personal suyo. En ella apoyaba la fe a cuya difusión se había comprometido solemnemente en el momento de su consagración episcopal: "Profeso íntegramente la pureza de la santa fe católica y con la ayuda de Dios quiero permanecer en la unidad de esta fe, en la que sin duda alguna está toda la salvación de los cristianos" (Epist. 12, en S. Bonifatii Epistolae, ed. cit., p. 29).

La segunda evidencia, muy importante, que emerge de la vida de san Bonifacio es su fiel comunión con la Sede apostólica, que era un punto firme y central de su trabajo misionero; siempre conservó esta comunión como norma de su misión y la dejó casi como su testamento. En una carta al Papa Zacarías afirma: "Yo no dejo nunca de invitar y de someter a la obediencia de la Sede apostólica a aquellos que quieren permanecer en la fe católica y en la unidad de la Iglesia romana, y a todos aquellos que en esta misión Dios me da como oyentes y discípulos" (Epist. 50: en ib. p. 81). Fruto de este empeño fue el firme espíritu de cohesión en torno al Sucesor de Pedro que san Bonifacio transmitió a las Iglesias en su territorio de misión, uniendo a Inglaterra, Alemania y Francia con Roma, y contribuyendo así de modo decisivo a poner las raíces cristianas de Europa que habrían de producir frutos fecundos en los siglos sucesivos.

martes, 4 de junio de 2013

Filocalia. Barsanufio y Juan de Gaza 4



Pregunta: Cuando entorpecido por los pensamientos, tanto en la salmodia como fuera de ella, pido ayuda al nombre de Dios, el adversario me sugiere que existe orgullo en pensar que se hace bien mencionando a Dios sin interrupción. ¿Qué debo pensar yo?

Respuesta: Es un hecho conocido que los enfermos necesitan absolutamente al médico… Aprendamos que es necesario, en la prueba, invocar sin interrupción al Dios de misericordia. Pero, invocando el nombre de Dios, no nos dejemos llevar por los pensamientos orgullosos. De no tenerlo en su cabeza, el culpable no concebirá el orgullo. Tenemos necesidad de Dios: invocamos su nombre en nuestra ayuda contra nuestros enemigos. Estamos en necesidad: pedimos ayuda; estamos en una prueba: corremos a ponernos al abrigo. Aprendamos entonces que nombrar a Dios sin interrupción es un remedio que no solamente destruye toda pasión sino incluso el acto en si mismo. Mirad al médico: él coloca su remedio o su cataplasma sobre la herida del paciente y esto produce su efecto sin que el enfermo tenga conciencia de cómo sucedió: del mismo modo el nombre de Dios, cuando es pronunciado, destruye todas nuestras pasiones sin que nos demos cuenta por el momento.

lunes, 3 de junio de 2013

Monasterios de España

El Cristianismo hispano ha enriquecido a la Iglesia universal con multitud de Monasterios, en los que monjes y monjas de todas las épocas han procurado seguir a Cristo en la tradición monástica. Muchos de ellos son lugares, sencillamente bellos, que a través de esa belleza exterior reflejan la belleza eterna de Dios. El siguiente reportaje pretende evocar algunos de los hitos monásticos más significativos de España.

domingo, 2 de junio de 2013

La Orden de San Jerónimo

Hoy hemos recordado a San Juan de Ortega. Junto a la figura de este santo, también queremos recordar la también algo olvidada presencia de la que fuera gloriosa Orden de San Jerónimo, a la que perteneció dicho Monasterio burgalés hasta la Exclaustración de 1836. el siguiente reportaje, dividido en tres parte, nos hace una magnífica descripción de su historia y de su presente.





sábado, 1 de junio de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


13.- La compunción. Monje, mira a Jesucristo y mírate a ti mismo. Sólo cuando contemplas en el Señor a Dios puedes darte cuenta de cuánto te ha alejado de él la debilidad o la maldad de tu pecado. Eres barro, y el diablo busca seducirte para deformar la bella imagen que el Creador plasmó al concederte el ser. No temas, pues las lágrimas de la compunción pueden reblandecer esas deformidades del barro pecador, para que el Espíritu Santo vuelva a configurarte a imagen de Dios. Esas lágrimas brotan no sólo del arrepentimiento ante el mal cometido sino, sobre todo, del amor ignorado o perdido. Pues el pecado te aleja de la fuente del amor y las lágrimas de la compunición te devuelven a la presencia del Amado.