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lunes, 22 de abril de 2019

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

miércoles, 17 de abril de 2019

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.


En estos días en que se celebra solemnemente el aniversario memorial de la pasión y cruz del Señor, ningún tema de predicación más apropiado, según creo, que Jesucristo, y éste crucificado. E incluso en cualquier otro día, ¿puede predicarse algo más conforme con la fe? ¿Hay algo más saludable para el auditorio o más apto para sanear las costumbres? ¿Hay algo tan eficaz como el recuerdo del Crucificado para destruir el pecado, crucificar los vicios, nutrir y robustecer la virtud?

Hable, pues, Pablo entre los perfectos una sabiduría misteriosa, escondida; hábleme a mí, cuya imperfección perciben hasta los hombres, hábleme de Cristo crucificado, necedad ciertamente para los que están en vías de perdición, pero para mí y para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios y sabiduría de Dios; para mí es una filosofía altísima y nobilísima, gracias a la cual me río yo de la infatuada sabiduría tanto del mundo como de la carne.

¡Cuán perfecto me consideraría, cuán aprovechado en la sabiduría si llegase a ser por lo menos un idóneo oyente del crucificado, a quien Dios ha hecho para nosotros no sólo sabiduría, sino también justicia, santificación y redención! Si realmente estás crucificado con Cristo, eres sabio, eres justo, eres santo, eres libre. ¿O no es sabio quien, elevado con Cristo sobre la tierra, saborea y busca los bienes de allá arriba? ¿Acaso no es justo aquel en quien ha quedado destruida su personalidad de pecador y él libre de la esclavitud al pecado? ¿Por ventura no es santo el que a sí mismo se presenta como hostia viva, santa, agradable a Dios? ¿O no es verdaderamente libre aquel a quien el Hijo liberó, quien, desde la libertad de la conciencia, confía hacer suya aquella libre afirmación del Hijo: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí? Realmente del Crucificado viene la misericordia, la redención copiosa, que de tal modo redimió a Israel de todos sus delitos, que mereció salir libre de las calumnias del Príncipe de este mundo.

Que lo confiesen, pues, los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países; que lo confiesen, repito, con la voz y el espíritu de su Maestro; Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Beato Guerrico de Igny, Sermón 2 en el domingo de Ramos (1: PL 185, 130-131)

viernes, 5 de mayo de 2017

La liturgia en la vida del monje benedictino


Existen muchas formas de ser monje cristiano. Una de ellas, por supuesto no la única, es la que tiene en la Regla de san Benito y en la tradición benedictina una norma de vida. El concepto fundamental de esta forma de ser monje diríamos, con un término técnico que san Benito tomó del griego, que es el cenobitismo. Somos monjes cenobitas, es decir, que vivimos en común. No somos ermitaños, es decir, los monjes que siguen a Dios en la soledad absoluta. Los cenobitas se agrupan, comparten la vida y se ayudan mutuamente en su vida espiritual. Los puntos de encuentro fundamentales en la vida del monje cenobita son la oración coral, la comida en común y la escucha del magisterio del Abad. Estos elementos de vida comunitaria se complementan con otros de soledad, especialmente la vida de oración en la celda. Después, cada tradición benedictina ha articulado estos elementos según su genio propio.

La oración común en el oratorio no simplemente es un acto comunitario. Expresa la dimensión eclesial de la comunidad de monjes que, unidos a Jesucristo, alaba la gloria de la Trinidad Santa e intercede por las necesidades de todos los hombres.

La tradición benedictina se ha caracterizado por tener en la más alta consideración este elemento cenobítico; de ahí, su impresionante esfuerzo por dotar de belleza estos momentos privilegiados de la jornada del monje. El canto gregoriano, el cuidado por el lugar sagrado donde se desarrolla la celebración litúrgica, la ordenación del ceremonial y la belleza de los ornamentos, solo son signos visibles que intentan hacer tangible el Misterio que evocan.

También en nuestros días, muchas comunidades monásticas han sucumbido a la tentación de prescindir de estos elementos simbólicos, considerándolos como una estética ajena a la sensibilidad actual y que distancia del común sentir del pueblo de Dios, buscando una pretendida simplificación que, sencillamente, ha conducido a una fealdad que, carente de cualquier sentido simbólico, es incapaz de alcanzar los grados de sublimidad atesorados en la tradición benedictina.

La estética cristiana implica una objetividad y exige una disciplina. La objetividad se refiere a que dicha estética se fundamente en un lenguaje objetivo, transmitido de generación en generación, que no depende de la voluntad de cada monje y que, por lo mismo, es susceptible de ser comprendida en todo tiempo y lugar. Por ejemplo, a pesar de ser latinos, somos capaces de comprender la disposición de una catedral ortodoxa rusa, sencillamente, porque mantienen la objetividad de un lenguaje estético que se remonta al origen del cristianismo.

La disciplina alude al esfuerzo necesario para crear belleza recreando, en fidelidad a la tradición, el lenguaje recibido de la tradición. El arte tiende a no ser sencillo; de hecho, se fundamenta en el artificio, es decir, en la elaboración de los elementos simples y naturales, para construir realidades más complejas a través de las cuales se expresa la inefable riqueza del misterio cristiano.

Por eso mismo, la liturgia monástica debiera reformarse en fidelidad a la objetividad y a la disciplina, por más que estos conceptos sean rechazados por la estética contemporánea, o creamos que nos alejan de la comprensión y sensibilidad de la gente normal. Por el contrario, el pueblo fiel suele ser movido más intensamente por la captación de la belleza que remite a un misterio inexpresable, que por la comprensión intelectual de unos contenidos que necesariamente han de ser simplificados y que son incapaces de expresar el misterio sin destruirlo.

La liturgia protestante, fiel a su erróneo principio de que sólo mediante la libre interpretación de la Palabra podemos acceder a Dios, despojó a su liturgia de todo simbolismo y la redujo a un racionalismo, tantas veces estéril. De hecho, sus templos son meros auditorios, y sus celebraciones muchas veces son clases magistrales. Es una liturgia subjetiva y que no se atiene a la disciplina de la tradición; por lo mismo, no puede ser universalmente comprendida ni expresa en todo tiempo y lugar el único misterio de Dios. La liturgia católica, y especialmente la monástica, debiera huir de la influencia de tal liturgia que, por desgracia, en las últimas décadas ha sido tan intensa.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Beato Ogerio de Lucedio. El Señor es mi lote


Pero Felipe, no comprendiendo que él era absolutamente semejante al Padre, le dice: Muéstranos al Padre y nos basta. Por lo cual, Jesús, echándole en cara su desconocimiento incluso del Hijo, le replica: Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Realmente no me habéis conocido, porque si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. No conoce al Hijo, quien piensa que el Padre es mejor: no porque uno sea el Padre y otro sea el Hijo, sino porque es absolutamente semejante. Por eso, porque el Hijo es absolutamente semejante al Padre, prosigue diciendo: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? Lo que no puedes ver, créelo al menos. Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia, pues no hablo por mí mismo: lo que yo hago lo atribuyo a aquel de quien yo, que actúo, procedo. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, entre las que se cuentan las palabras, las palabras que son obras buenas cuando a alguien edifican. Y siendo el Padre quien obra en mí, ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Si estuviéramos separados, en modo alguno prodríamos actuar inseparablemente.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Es decir: os aseguro que el que cree en mí, esto es, cree que soy un Dios con el Padre, venerable y amable, también él hará las obras que yo hago, es decir, las obras que ahora las hago por mí mismo, después las haré por su medio: y aún mayores, siempre por medio de él, porque yo me voy al Padre: me voy a aquel del cual según mi divinidad nunca me he separado.

Carísimos hermanos: pidámosle esto: que su gracia nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. En su nombré pidámosle a él solo, pues es en extremo avaro quien no se contenta con Cristo. Quien posee al Señor y dice con el profeta: El Señor es mi lote, nada puede poseer fuera de él.

Por lo cual, no debemos preocuparnos de otra cosa, sino de cómo merecer que Cristo sea nuestra heredad, él por cuyo amor hemos renunciado al amor propio y a la propia voluntad. Esta es, carísimos, la heredad que hace la dicha de sus poseedores.

Beato Ogerio de Lucedio
Sermón 7 (2.3.4.7: PL 184, 906. 907-908.909)

martes, 2 de mayo de 2017

Benedicto XVI. San Atanasio


La obra doctrinal más famosa del santo obispo de Alejandría es el tratado Sobre la encarnación del Verbo, el Logos divino que se hizo carne, llegando a ser como nosotros, por nuestra salvación. En esta obra, san Atanasio afirma, con una frase que se ha hecho justamente célebre, que el Verbo de Dios "se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres para que nosotros heredáramos la incorruptibilidad" (54, 3). Con su resurrección, el Señor destruyó la muerte como si fuera "paja en el fuego" (8, 4). La idea fundamental de toda la lucha teológica de san Atanasio era precisamente la de que Dios es accesible. No es un Dios secundario, es el verdadero Dios, y a través de nuestra comunión con Cristo nosotros podemos unirnos realmente a Dios. Él se ha hecho realmente "Dios con nosotros".

Entre las demás obras de este gran Padre de la Iglesia, que en buena parte están vinculadas a las vicisitudes de la crisis arriana, podemos citar también las cuatro cartas que dirigió a su amigo Serapión, obispo de Thmuis, sobre la divinidad del Espíritu Santo, en las que esa verdad se afirma con claridad, y unas treinta cartas "festivas", dirigidas al inicio de cada año a las Iglesias y a los monasterios de Egipto para indicar la fecha de la fiesta de Pascua, pero sobre todo para consolidar los vínculos entre los fieles, reforzando su fe y preparándolos para esa gran solemnidad.

Por último, san Atanasio también es autor de textos de meditaciones sobre los Salmos, muy difundidos desde entonces, y sobre todo de una obra que constituye el best seller de la antigua literatura cristiana, la Vida de san Antonio, es decir, la biografía de san Antonio abad, escrita poco después de la muerte de este santo, precisamente mientras el obispo de Alejandría, en el destierro, vivía con los monjes del desierto egipcio. San Atanasio fue amigo del grande eremita hasta el punto de que recibió una de las dos pieles de oveja que dejó san Antonio como herencia, junto con el manto que el mismo obispo de Alejandría le había regalado.

La biografía ejemplar de ese santo tan apreciado por la tradición cristiana, que se hizo pronto sumamente popular y fue traducida inmediatamente dos veces al latín y luego a varias lenguas orientales, contribuyó decisivamente a la difusión del monaquismo, tanto en Oriente como en Occidente. En Tréveris la lectura de este texto forma parte de una emotiva narración de la conversión de dos funcionarios imperiales que san Agustín incluye en las Confesiones (VIII, 6, 15) como premisa para su misma conversión.

Por lo demás, el mismo san Atanasio muestra que tenía clara conciencia de la influencia que podía ejercer sobre el pueblo cristiano la figura ejemplar de san Antonio. En la conclusión de esa obra escribe:  "El hecho de que llegó a ser famoso en todas partes, de que encontró admiración universal y de que su pérdida fue sentida aun por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y el amor que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por sus escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra cosa, sino sólo por su servicio a Dios. Y nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este hombre, que vivió escondido en la montaña, fuera conocido en España y Galia, en Roma y África, sino por Dios, que en todas partes da a conocer a los suyos, y que, más aún, le había anunciado esto a Antonio desde el principio? Pues aunque hagan sus obras en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el Señor los muestra públicamente como lámparas a todos los hombres, y así los que oyen hablar de ellos pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan a la perfección, y entonces cobran valor para seguir la senda que conduce a la virtud" (Vida de san Antonio, 93, 5-6).

Sí, hermanos y hermanas, tenemos muchos motivos para dar gracias a san Atanasio. Su vida, como la de san Antonio y la de otros innumerables santos, nos muestra que "quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (Deus caritas est, 42).

Benedicto XVI
Roma - 20 de junio de 2007

sábado, 29 de abril de 2017

Benedicto XVI. Santa Catalina de Siena.

Tumba de Santa Catalina en Santa María de la Minerva - Roma
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.

Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).

Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión.
Benedicto XVI
Roma - 24 de noviembre de 2010

viernes, 21 de abril de 2017

San Anselmo de Canterbury

Iluminación de una Meditación de San Anselmo

¿Cómo se puede demostrar que sea justo y razonable el que Dios trate o permita tratar de esa manera a ese hombre a quien el Padre llamó su Hijo amado, en el que tiene todas sus complacencias y con el que el mismo Hijo se identificó? ¿Qué justicia puede ser la que consiste en entregar a la muerte a los pecadores al hombre más justo de todos? ¿Qué hombre habría que no fuese juzgado digno de condenación si, por librar a un malhechor condenase a un inocente? (...) Porque si no pudo salvar a los pecadores más que condenando un justo, ¿dónde está su omnipotencia? Y si pudo pero no quiso ¿cómo defenderemos su sabiduría y su justicia?

Estas palabras de san Anselmo de Canterburycuya memoria celebra hoy la Iglesia, en su obra Cur Deus Homo, es decir, Por qué Dios se hizo hombre, nos ponen en la pista no sólo de qué problemas se planteó este insigne monje del siglo XI, sino también de cómo trató de resolverlos.

San Anselmo es uno de los más grandes pensadores de la Cristiandad medieval. Monje italiano, desarrolló una larga carrera que culminó en su nombramiento como Obispo de Canterbury. Gran pensador, nos ha dejado como legado imperecedero su reflexión sobre cómo nos salvó Dios. Con ello, se muestra como pensador profundamente comprometido con la fe: siguiendo la exhortación de la Carta de san Pedro, de estar siempre dispuestos a dar razón de la fe, san Anselmo procura comprender desde la fe las razones que le movieron a actuar a través de Jesucristo en la forma concreta en la que lo hizo. El problema central que se plantea es cómo realizó Dios la obra de la salvación: ¿no pudo haber evitado la Cruz?, ¿qué sentido tiene ese elemento central de nuestra fe? El resultado de su indagación es la teoría de la satisfacción vicaria: Jesús habría satisfecha la infinita deuda contraída por nuestro pecado contra Dios, pues siendo Dios mismo, su reparación es infinitamente valiosa.

San Anselmo no sólo nos dejó una teoría; también nos legó una nueva forma de pensar, con la que se se iniciaron los tiempos modernos. No se limitó a enumerar los argumentos de autoridad de la Escritura o de los autores del pasado, sino que trató de utilizar las posibilidades racionales que Dios mismo nos ha concedido. Así,. a través del proceso lógico, desarrolló un sistema de razonamiento que hará posible, a la larga, nuestra propia modernidad.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Contemplar la Pasión

Cristo en la Cruz
Francisco de Zurbarán

Aunque la consideración de la vida de Cristo, nuestro Señor, y de todos los pasos de ella, nos debe ser tan ordinaria y continua, como se dijo arriba; pero muy más particularmente lo debe ser la meditación de la sagrada Pasión, la cual había de estar impresa en nuestra memoria, que nunca de ella se apartase, y como dice el glorioso san Bernardo: Ningún cristiano había de haber, que por lo menos siete veces al día no se acordase de ella; pues para esto quiso el mismo Señor, después de haber resucitado, conservar en su Cuerpo glorioso las señalas de las cinco Llagas principales, para que nunca se nos pudiese olvidar lo que por nosotros padeció.. Y para este mismo intento nos dejó un memorial tan noble y tan continuo, como el Santísimo Sacramento, mandándonos que, todas las veces que la celebrásemos, fuese en memoria de su Pasión, porque esta meditación es la más provechosa, y la general para todos, y así deben los puntos de ella meditarse más particular, distinta y espaciosamente que todos los demás de su vida santísima.

Fray Antonio de Molina
Ejercicios espirituales de las Excelencias de la Oración Mental
Tratado Tercero de la Segunda Parte, de la Pasión de Cristo nuestro Señor

Quien esto escribía, fray Antonio de Molina, era una monje cartujo de finales del siglo XVI, que es su magnífico libro sobre la oración, nos dejó una serie completa de meditaciones sobre la vida del Señor, de entre las que destacan las dedicadas a la Pasión del Señor. Efectivamente, en nuestra vida de oración ocupa la consideración de cuanto el Señor hizo por nosotros un lugar privilegiado. Dicha meditación, lo sabemos por experiencia, nos ha movido frecuentemente al bien, nos ha ayudado a vencer la fuerza del pecado, y nos ha impulsado a actos heroicos de amor y de generosidad. Esta contemplación de la Pasión del Señor es fuente de intensa acción espiritual, y con ella cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio, cualquier acto de amor parece pequeño en su comparación.

Fray Antonio de Molina, tomando como punto de comparación la invitación a orar siete veces, procedente de la tradición monástica, invita a hacer oración mental también siete veces, según el consejo de san Bernardo, tomando como pie la consideración de los pasos de la Pasión del Señor. No es difícil imaginar la soledad del monje cartujo, consagrada otras tantas veces a la visión amorosa del Señor eterno, muerto por su criatura perecedera.

Pero como el mismo escritor nos dice, no sólo aprovecha esta meditación al monje consagrado al Señor, sino que es fundamental para todo cristiano, que quiera tener presente a lo largo de su jornada, cuanto Jesús por él hizo.

jueves, 9 de marzo de 2017

Vida benedictina fuera del Monasterio

Muchas personas se acercan a los Monasterios, para participar de alguna forma de su vida espiritual y enriquecerse, así, del rico legado que detentan. Existen asociaciones de oblatos que agrupan a laicos que se vinculan a un Monasterio por los lazos de la oración y de la caridad. En el día de hoy, la Iglesia recuerda a una santa que lo hizo de una manera peculiar: santa Francisca Romana.


Pero, ¿cómo vivir fuera del Monasterio la espiritualidad benedictina? ¿Es, acaso, posible? San Benito propone un camino espiritual para monjes, pero sus líneas maestras también pueden adaptarse a una vida normal de laico en algunos aspectos, fundamentalmente en el esfuerzo por buscar a Dios en la oración, en algunos momentos especiales consagrados al silencio, y en la caridad.

La vida que hoy vivimos corre a un ritmo trepidante. Tal vez por eso, hoy más que nunca, tiene actualidad esta propuesta, que podríamos formular en dos facetas: por una parte, el reservar algunos días al año para un retiro espiritual en un Monasterio; y para dedicar, cada día, algunos minutos a la oración y a la práctica de las obras de misericordia.

Se trata de una fórmula que permite romper el absolutismo de las ocupaciones mundanas, para recordar en la vida cotidiana que el núcleo central de nuestra existencia consiste en tender hacia Dios. Es algo, por tanto, que no sólo está al alcance de los monjes, sino de toda persona que desee vivir en su vida familiar y laboral momentos de especial contacto con el Señor.

jueves, 23 de junio de 2016

Sobre la oración

El fin del monje y la más alta perfección del corazón tienden a establecerle en una continua e ininterrumpida atmósfera de oración. De esta suerte llega a poseer, en cuanto es posible a nuestra fragilidad humana, una tranquilidad inmóvil en la mente y una inviolable pureza de alma. Constituye éste un bien tan preciado, que tratamos de procurárnoslo al precio de un trabajo físico incansable y a trueque de una continua contrición de espíritu. Media una relación recíproca entre estas dos cosas que están inseparablemente unidas. Porque todo el edificio de las virtudes se levanta en orden a alcanzar la perfección de la oración. Y es que si la oración no mantiene este edificio y sostiene todas sus partes conjugándolas y uniéndolas entre sí, no podrá ser éste firme y sólido, sin subsistir por mucho tiempo. Esta tranquilidad estable y esta oración continua de que tratamos no pueden adquirirse sin estas virtudes; y estas virtudes, a su vez, que son como los cimientos, no pueden lograrse sin aquélla. 

Sería una quimera querer tratar con precipitación y a la ligera de los efectos de la oración, e incluso estudiarla en aquel grado sumo que implica la práctica de todas las virtudes. Importa, ante todo, examinar gradualmente las dificultades que es menester conjurar y los preparativos que se imponen para llegar a su feliz término. Como que la parábola del Evangelio nos enseña a calcular con diligencia y hacer acopio de los materiales que son necesarios para la construcción de esta ingente torre espiritual. 

Pero también estos materiales ensamblados serían de muy poco provecho e incapaces de sustentar la techumbre sublime de la perfección sin contar con un requisito previo. Esto es: desarraigar en primera línea nuestros vicios y arrancar de nuestra alma los tallos de las pasiones, poniendo al desnudo las raíces muertas. Luego, echar sobre la tierra firme de nuestro corazón, o mejor, sobre la piedra de que nos habla el Evangelio, las sólidas bases de la simplicidad de la humanidad. Merced a ellas esta torre que intentamos levantar podrá asentarse inconmovible, rodeada de nuestras virtudes y erguirse segura en su propia solidez hasta los cielos. 

Quien construye sobre tales fundamentos no tiene nada que temer. Aunque irrumpan contra ella las tempestades de las pasiones y azote sus murallas al torrente furioso de la persecución; por más que las potestades enemigas se levanten cual huracán proceloso y embistan su mole, ésta se mantendrá firme contra viento y marea no sufriendo la más leve sacudida.

Juan Casiano, Colaciones, Sobre la oración

sábado, 14 de mayo de 2016

El Espíritu Santo

Único es Dios Padre, dueño de la Antigua y de la Nueva Alianza; Único es el Salvador Jesucristo, profetizado en la Antigua y venido en la Nueva; Único también es el Espíritu Santo, que, por los profetas, fue el heraldo del Cristo, que descendió después de la venida del Cristo y lo mostró a los hombres.

Que nadie, pues, separe la Antigua Alianza de la Nueva; que nadie pretenda que el Espíritu es diferente aquí o allí, pues eso es contrariar al Espíritu Santo mismo, al que se honra con el Padre y el Hijo y a quien se engloba en la Santa Trinidad cuando se da el santo bautismo. En efecto, el Hijo Único de Dios dijo claramente a los apóstoles: Id, haced discípulas a las naciones, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Nuestra esperanza reside en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No proclamamos tres dioses, sino que proclamamos, con el Espíritu Santo, por el Hijo Único, un solo Dios. La fe es indivisible, la piedad sin falla posible. No separamos la Santa Trinidad, ni la confundimos. (16º Catequesis, 3-4)

El Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, da todas las gracias. No son unos los dones gratuitos del Padre, y otros los del Hijo, y otros los del Espíritu Santo; pues no hay más que Una salvación, Una sola potencia, una sola fe. Un solo Dios, el Padre; un solo Señor, su Hijo único; un solo Espíritu Santo, el Paráclito. (16º Catequesis, 24)

Del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo (Epiclesis), ya no es un pan cualquiera, sino el Cuerpo del Cristo, así este Santo Crisma, después de la invocación, ha dejado de ser un aceite común, para ser don gracioso del Cristo y del Espíritu Santo, así la Divinidad, por su presencia, lo hace eficaz. Así es el Crisma con el que se te hace la crismación sobre la frente y también sobre los diversos órganos de los sentidos. Mientras el cuerpo es ungido por un bálsamo visible, el alma es santificada por el Espíritu Santo y vivificada. (21º Catequesis, 3)

Después de habernos santificado con esos cantos espirituales, suplicamos al Dios de misericordia que envíe el Espíritu Santo sobre las ofrendas dispuestas ante nosotros para que transforme el pan en el Cuerpo del Cristo y el vino en la Sangre del Cristo. Lo que ha sido tocado por el Espíritu Santo es en efecto totalmente santificado y transformado. (23º Catequesis, 7)

San Cirilo de Jerusalén.

sábado, 26 de marzo de 2016

Soledad y Silencio


Hoy el silencio envuelve la tierra y contempla a Cristo depositado en el sepulcro. Un Cristo que desafiando a la muerte, en la confianza de hacer la voluntad del Padre, ha aceptado con dolor y padecimiento el plan preparado  para poder así rescatarnos del oscuro abismo donde nos habían conducido nuestros pecados.

Silencio y soledad, dos características muy determinantes en la vida del monje. Silencio para poder escuchar a quien habla al corazón a quien sondea lo profundo del alma, a quien conoce todo lo que somos y pensamos. Silencio para saber atender las necesidades del otro, para implorar misericordia e interceder con el corazón por nuestros hermanos como el mismo Cristo nos enseña en su silencioso transito hacia el Padre. Silencio que trasciende fronteras y muros porque es, paradógicamente, el medio de comunicación del Espíritu y medio en el cual transforma toda la faz de la tierra.

Soledad para encontrarse con el Amado, para descansar en  Él, para conversar sosegadamente con Él, para dejarse embriagar de Él. Una soledad que hace al monje estar y tener presente al mundo sin estar en el mundo, una soledad que se hace compañía de quien lo necesita debido al gran poder de la oración y la presencia espiritual, una soledad que acompaña y vela, que descansa en Cristo sobre la fría piedra de la terrena existencia, pero que arde en amorosos deseos de encontrase con Él como fin y principio de su existencia. Una soledad en la que espera gozar, sin figuras ni otros tantos mensajeros. Una soledad, como diría san Juan de la Cruz, donde pueda encontrase el alma de éste con quien es el amor de su alma, su Señor, quien descansa y actúa para encontrar al hombre en su eterna y sola presencia de la  callada musicalidad del alma y en la ...

la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;

domingo, 30 de junio de 2013

Buena es la oración con el ayuno y la limosna


Los que oran no han de presentarse ante Dios con meras preces infructuosas y estériles. La petición es ineficaz cuando se acude a Dios con una oración estéril. Pues, si al árbol que no da fruto se le tala y se le echa al fuego, de igual modo las palabras sin fruto no pueden granjearse el favor de Dios, por ser infecundas en obras. Por eso la divina Escritura nos instruye diciendo: Buena es la oración con el ayuno y la limosna. Porque el que el día del juicio otorgará el premio por las obras y las limosnas, también hoy escucha benignamente al que se acerca a la oración acompañado de obras. Por eso precisamente mereció ser escuchada la oración del capitán Cornelio: daba muchas limosnas al pueblo y oraba regularmente.

Suben inmediatamente a Dios las oraciones que van recomendadas por los méritos de nuestras obras. Así el ángel Rafael se presentó a Tobías, siempre atento a la oración y a las buenas obras, diciendo: Es un honor revelar y proclamar las obras de Dios. Cuando orabais tú y Sara yo presentaba vuestras oraciones en el acatamiento de Dios.

Dios promete estar presente y dice que escuchará y protegerá a los que desatan de su corazón los nudos de injusticia y, secundando sus mandatos, ejercitan la limosna con los servidores de Dios; y así, mientras escuchan lo que Dios manda hacer, ellos mismos se hacen dignos de ser escuchados por Dios. El bienaventurado apóstol Pablo, socorrido por los hermanos en una necesidad extrema, califica de sacrificios a Dios las obras buenas. Estoy plenamente pagado, dice, al recibir lo que me mandáis con Epafrodito: es un incienso perfumado, un sacrificio aceptable que agrada a Dios. En efecto, cuando uno se apiada del pobre presta a interés a Dios, y cuando da a los más humildes es a Dios a quien da: es como si le ofreciera a Dios sacrificios espirituales de suave olor.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro

sábado, 29 de junio de 2013

Cuando eras joven, tú mismo te ceñías


El que mire ahora a Pedro, verá que no sólo se recobró suficientemente por la penitencia y el dolor vivísimo de la negación, en la que por debilidad cayó, sino que desterró totalmente de su alma el vicio de la arrogancia con que pretendía preferirse a los demás.

Queriendo el Señor mostrarnos a todos esto, después de haber padecido por nosotros la muerte y haber resucitado al tercer día, se dirigió a Pedro con aquellas palabras transmitidas en el evangelio de hoy, diciéndole: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?, es decir, más que mis discípulos.

Mira su conversión a la humildad. Antes, aun cuando nadie le había preguntado, se antepone a los demás, diciendo: Aunque todos... yo jamás; ahora, interrogado si le ama más que los otros, asiente a lo del amor, pero omite aquello de «más», diciendo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y entonces, ¿qué es lo que hace el Señor? Ahora que ve que Pedro no le falla en la caridad y que ha adquirido la humildad, da cumplimiento a lo que ya anteriormente le había anunciado, y le dice: Apacienta mis corderos.

A la Iglesia de los creyentes la llamó edificio: ahora le promete que le pondrá a él como fundamento. Y si queremos hablar acudiendo a imágenes de pesca, podríamos decir que le hace pescador de hombres, al decirle: Desde ahora serás pescador de hombres. Y como ahora está hablando de su grey, pone al frente de ella a Pedro comopastor, diciendo: Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

Pedro, interrogado una y otra vez si ama a Cristo, se contrista ante la reiterada pregunta pensando que no va a ser fiel. Pero sabiendo que ama y no ignorando que de esto es más consciente quien le interroga que él mismo, como acosado por ambas cosas, no sólo confiesa que ama, sino que proclama además que el Dios de todas las cosas es amado por él, diciendo: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. El saberlo todo es propio únicamente del Dios del universo.

Y el Señor, al autor de semejante confesión, no sólo lo constituye pastor y pastor supremo de la Iglesia, sino que, además, le dota de una fortaleza tal, que perseverará firme hasta la muerte, y muerte de cruz, quien fue incapaz de sostener con entereza ni siquiera la pregunta o el diálogo con una criada.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías con una juventud corporal y espiritual, esto es, usabas tu propia fortaleza, e ibas adonde querías, moviéndote con espontaneidad y usando en tu vida de la propia libertad; pero cuando seas viejo, llegado al final de tu juventud, tanto natural como espiritual, extenderás las manos, con lo que se da a entender que moriría en la cruz, a la cual subiría forzado.

Extenderás las manos, otro te ceñirá, es decir, te dará brío, y te llevará adonde no quieras, sacándote de esta vida. Nuestra naturaleza desea vivir y, por tanto, el martirio de Pedro era algo superior a sus fuerzas. Sin embargo, dice el Señor, lo tolerarás por mí y por mi testimonio, inmolándote con mi ayuda y superando lo que está sobre la naturaleza.

Gregorio de Palamás, Homilía 28 

miércoles, 26 de junio de 2013

La castidad sin la caridad no tiene valor

Alegoría de la Castidad. Hans Memling
La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así, en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

San Bernardo de Claraval, Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

martes, 25 de junio de 2013

No os agobiéis por el mañana

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Puede también interpretarse de esta manera: nosotros que hemos renunciado al mundo y que, fiados en la gracia espiritual, hemos despreciado sus riquezas y pompas, debemos solamente pedir para nosotros el alimento y el sustento. Nos lo advierte el Señor con estas palabras: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Y el que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo, secundando la voz de su maestro, debe pedir el pan de cada día, sin extender al mañana los deseos de su petición, de acuerdo con la prescripción del Señor, que nuevamente nos dice: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Con razón, pues, el discípulo de Cristo pide para sí el cotidiano sustento, él a quien le está prohibido agobiarse por el mañana, pues sería pecar de contradicción e incongruencia solicitar una larga permanencia en este mundo, nosotros que pedimos la acelerada venida del reino de Dios.

El Señor nos enseña que las riquezas no sólo son despreciables, sino incluso peligrosas, que en ellas está la raíz de los vicios que seducen y despistan la ceguera de la mente humana con solapada decepción. Por eso reprende Dios a aquel rico necio que sólo pensaba en las riquezas de este mundo y se jactaba de su gran cosecha, diciendo: Esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Se regodeaba el necio en su opulencia, él que moriría aquella noche; y él, a quien la vida se le estaba escapando, pensaba en la abundante cosecha.

En cambio, el Señor declara que es perfecto y consumado el que, vendiendo todo lo que tiene, lo distribuye entre los pobres, y abre una cuenta corriente en el cielo. Dice que es digno de seguirle y de imitar la gloria de la pasión del Señor, quien, expedito y ceñido, no se deja enredar en los lazos del patrimonio familiar, sino que, desembarazado y libre, sigue él mismo tras los tesoros que previamente había enviado al Señor.

Para que todos y cada uno de nosotros podamos disponernos a un tal desprendimiento, nos enseña a orar de este modo y a conocer, por el tenor de la oración, las cualidades que la oración debe revestir.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro

lunes, 24 de junio de 2013

Sobre la oración

El fin del monje y la más alta perfección del corazón tienden a establecerle en una continua e ininterrumpida atmósfera de oración. De esta suerte llega a poseer, en cuanto es posible a nuestra fragilidad humana, una tranquilidad inmóvil en la mente y una inviolable pureza de alma. Constituye éste un bien tan preciado, que tratamos de procurárnoslo al precio de un trabajo físico incansable y a trueque de una continua contrición de espíritu. Media una relación recíproca entre estas dos cosas que están inseparablemente unidas. Porque todo el edificio de las virtudes se levanta en orden a alcanzar la perfección de la oración. Y es que si la oración no mantiene este edificio y sostiene todas sus partes conjugándolas y uniéndolas entre sí, no podrá ser éste firme y sólido, sin subsistir por mucho tiempo. Esta tranquilidad estable y esta oración continua de que tratamos no pueden adquirirse sin estas virtudes; y estas virtudes, a su vez, que son como los cimientos, no pueden lograrse sin aquélla. 

Sería una quimera querer tratar con precipitación y a la ligera de los efectos de la oración, e incluso estudiarla en aquel grado sumo que implica la práctica de todas las virtudes. Importa, ante todo, examinar gradualmente las dificultades que es menester conjurar y los preparativos que se imponen para llegar a su feliz término. Como que la parábola del Evangelio nos enseña a calcular con diligencia y hacer acopio de los materiales que son necesarios para la construcción de esta ingente torre espiritual. 

Pero también estos materiales ensamblados serían de muy poco provecho e incapaces de sustentar la techumbre sublime de la perfección sin contar con un requisito previo. Esto es: desarraigar en primera línea nuestros vicios y arrancar de nuestra alma los tallos de las pasiones, poniendo al desnudo las raíces muertas. Luego, echar sobre la tierra firme de nuestro corazón, o mejor, sobre la piedra de que nos habla el Evangelio, las sólidas bases de la simplicidad de la humanidad. Merced a ellas esta torre que intentamos levantar podrá asentarse inconmovible, rodeada de nuestras virtudes y erguirse segura en su propia solidez hasta los cielos. 

Quien construye sobre tales fundamentos no tiene nada que temer. Aunque irrumpan contra ella las tempestades de las pasiones y azote sus murallas al torrente furioso de la persecución; por más que las potestades enemigas se levanten cual huracán proceloso y embistan su mole, ésta se mantendrá firme contra viento y marea no sufriendo la más leve sacudida.

Juan Casiano, Colaciones, Sobre la oración

jueves, 20 de junio de 2013

Acerca de la oración constante


De la misma manera que los mandamientos generales comprenden a los mandamientos particulares, las virtudes generales envuelven a las virtudes particulares. Aquel que vende sus bienes, distribuye el producto entre los pobres y se convierte en pobre súbitamente, cumple todos los mandamientos particulares al mismo tiempo. No tienen nada para dar a quien le pida, ni para rehusar a quien quiera tomarle prestado. Del mismo modo, aquel que ora sin cesar, todo lo involucra en su oración. No está ya en la obligación de alabar al Señor siete veces al día, y a la tarde, a la mañana y al mediodía, puesto que ya cumplió con las oraciones y la salmodia que los cánones nos imponen en tiempo y horas fijas. Igualmente, aquel que posee en si, conscientemente, «el saber que al hombre enseña» (Sal 94, 10), ya recogió todo el fruto que procura la lectura y no necesita hacer lectura de libros. Así también, el hombre que entró en la familiaridad de aquel que inspiró los libros santos, es iniciado por él en los secretos inefables de los misterios ocultos convirtiéndose, para los demás, en un libro inspirado que lleva en si inscritos, por el dedo mismo de Dios, los misterios antiguos y nuevos, pues ha cumplido con todo y reposa en Dios, la perfección primera, de todos sus trabajos y sus obras.

Simeón el nuevo teólogo. Acerca de la oración constante

jueves, 13 de junio de 2013


De la oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística.... ni siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado será un silencio "vacuo", desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.

La palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil veces.

De un Ermitaño Anónimo

viernes, 31 de mayo de 2013

Juicio y misericordia

Un hermano del monasterio del abad Elías sucumbió ante una tentación y fue expulsado. Y se fue al monte con el abad Antonio. Permaneció con él algún tiempo, y luego Antonio le envió de nuevo al monasterio de donde había venido. Pero en cuanto lo vieron los hermanos lo volvieron a expulsar. Regresó el hermano a donde estaba el abad Antonio y le dijo: «Padre, no me han querido admitir». El anciano les mandó decir: «Un navío naufragó en el mar y perdió su cargamento. Con mucho esfuerzo el barco ha llegado a tierra, y ahora vosotros ¿queréis hundir esa nave que ha llegado a la orilla sana y salva?». Cuando supieron que era el abad Antonio el que lo enviaba, inmediatamente lo recibieron.


Un hermano de Scitia cometió un día una falta. Los más ancianos se reunieron y enviaron a decir al abad Moisés que viniese. Pero él no quiso venir. El presbítero envió a uno para que le dijera: «Ven, pues te esperan todos los hermanos». Y vino, tomó consigo una espuerta viejísima, la llenó de arena y se la echó a la espalda. Los hermanos saliendo a su encuentro le preguntaban: «¿Qué es esto, padre?». Y el anciano les dijo: «Mis pecados se escurren detrás de mí, y no los veo, y ¿voy a juzgar hoy los pecados ajenos?». Al oír esto los hermanos no dijeron nada al culpable y lo perdonaron.

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. IX. De no juzgar