Mostrando entradas con la etiqueta San Anselmo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta San Anselmo. Mostrar todas las entradas

jueves, 11 de abril de 2019

Tengo hambre y sed de ti


Mi vida, el fin de mi destino es amarte
 aunque hasta aquí no haya podido hacerme digno de amarte cuanto debo;
pero por lo menos ése es mi deseo.

Si todo lo que me inspiras, ¡oh, Señor!, es bueno,
sobre todo cuando este bien que quieres es que yo te ame,
haz que cumpla tu voluntad.

Tengo hambre y sed de ti;
yo te deseo,
yo suspiro tras de ti,
yo anhelo ardientemente por ti.

San Anselmo de Canterbury
Oración II ante Cristo

miércoles, 10 de abril de 2019

San Anselmo. Oración ante la Santa Cruz


¿Cómo entonces alabarte?
¿De qué manera exaltarte?
¿Con qué corazón rogarte?
¿Con que placer me glorificaré yo en ti?
Por ti ha sido despojado el infierno,
ha sido cerrado a todos aquellos que han sido rescatados por ti.

Por ti los demonios han sido aterrorizados, oprimidos, aplastados.
Por ti el mundo ha quedado renovado y embellecido,
gracias a la verdad que resplandece y a la justicia que reina en El.
Por ti, la naturaleza humana, pecadora, queda justificada;
condenada, ha sido salvada;
esclava del pecado y del infierno, ha sido hecha libre;
muerta, ha sido resucitada.
Por ti esta ciudad bienaventurada del cielo
ha sido restaurada y perfeccionada.
Por ti, Dios, el Hijo de Dios,
ha querido por nosotros hacerse obediente a su Padre hasta la muerte,
por lo cual levantado desde la tierra,
ha recibido un nombre que esta por encima de todo nombre.

San Anselmo
Oración IV ante la Santa Cruz 24 -29

sábado, 13 de mayo de 2017

Oración a Santa María, de san Anselmo


¡Oh santa y, después de Dios, entre los santos particularmente santa, oh María, madre de admirable virginidad, de amable fecundidad, que has dado a luz al Hijo del Altísimo, que has traído al mundo al Salvador de este género humano entregado a la muerte! ¡Oh soberana, de santidad deslumbradora y de dignidad eminente, y que has sido dotada de un poder y de una bondad que no son menores! ¡Oh engendradora de la vida, madre de la salvación, templo de dulzura y misericordia!, delante de ti desea presentarse mi alma desgraciada, languideciendo de las enfermedades de sus vicios, desgarrada con las llagas de sus crímenes, infectada con las úlceras de sus infamias; es como una moribunda, y quisiera poder suplicarte que te dignases curarla por el poder de tus méritos y piadosas oraciones.

¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad pero se avergüenza al aspecto de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, Yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡Oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y, sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas.

¡Oh María, tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las misericordias!, no detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera, allí donde reconoces tan verdadera miseria.

viernes, 21 de abril de 2017

San Anselmo de Canterbury

Iluminación de una Meditación de San Anselmo

¿Cómo se puede demostrar que sea justo y razonable el que Dios trate o permita tratar de esa manera a ese hombre a quien el Padre llamó su Hijo amado, en el que tiene todas sus complacencias y con el que el mismo Hijo se identificó? ¿Qué justicia puede ser la que consiste en entregar a la muerte a los pecadores al hombre más justo de todos? ¿Qué hombre habría que no fuese juzgado digno de condenación si, por librar a un malhechor condenase a un inocente? (...) Porque si no pudo salvar a los pecadores más que condenando un justo, ¿dónde está su omnipotencia? Y si pudo pero no quiso ¿cómo defenderemos su sabiduría y su justicia?

Estas palabras de san Anselmo de Canterburycuya memoria celebra hoy la Iglesia, en su obra Cur Deus Homo, es decir, Por qué Dios se hizo hombre, nos ponen en la pista no sólo de qué problemas se planteó este insigne monje del siglo XI, sino también de cómo trató de resolverlos.

San Anselmo es uno de los más grandes pensadores de la Cristiandad medieval. Monje italiano, desarrolló una larga carrera que culminó en su nombramiento como Obispo de Canterbury. Gran pensador, nos ha dejado como legado imperecedero su reflexión sobre cómo nos salvó Dios. Con ello, se muestra como pensador profundamente comprometido con la fe: siguiendo la exhortación de la Carta de san Pedro, de estar siempre dispuestos a dar razón de la fe, san Anselmo procura comprender desde la fe las razones que le movieron a actuar a través de Jesucristo en la forma concreta en la que lo hizo. El problema central que se plantea es cómo realizó Dios la obra de la salvación: ¿no pudo haber evitado la Cruz?, ¿qué sentido tiene ese elemento central de nuestra fe? El resultado de su indagación es la teoría de la satisfacción vicaria: Jesús habría satisfecha la infinita deuda contraída por nuestro pecado contra Dios, pues siendo Dios mismo, su reparación es infinitamente valiosa.

San Anselmo no sólo nos dejó una teoría; también nos legó una nueva forma de pensar, con la que se se iniciaron los tiempos modernos. No se limitó a enumerar los argumentos de autoridad de la Escritura o de los autores del pasado, sino que trató de utilizar las posibilidades racionales que Dios mismo nos ha concedido. Así,. a través del proceso lógico, desarrolló un sistema de razonamiento que hará posible, a la larga, nuestra propia modernidad.

miércoles, 12 de abril de 2017

Tengo hambre y sed de ti


Mi vida, el fin de mi destino es amarte
 aunque hasta aquí no haya podido hacerme digno de amarte cuanto debo;
pero por lo menos ése es mi deseo.

Si todo lo que me inspiras, ¡oh, Señor!, es bueno,
sobre todo cuando este bien que quieres es que yo te ame,
haz que cumpla tu voluntad.

Tengo hambre y sed de ti;
yo te deseo,
yo suspiro tras de ti,
yo anhelo ardientemente por ti.

San Anselmo de Canterbury
Oración II ante Cristo

lunes, 10 de abril de 2017

San Anselmo. Oración ante la Sancta Cruz


¿Cómo entonces alabarte?
¿De qué manera exaltarte?
¿Con qué corazón rogarte?
¿Con que placer me glorificaré yo en ti?
Por ti ha sido despojado el infierno,
ha sido cerrado a todos aquellos que han sido rescatados por ti.

Por ti los demonios han sido aterrorizados, oprimidos, aplastados.
Por ti el mundo ha quedado renovado y embellecido,
gracias a la verdad que resplandece y a la justicia que reina en El.
Por ti, la naturaleza humana, pecadora, queda justificada;
condenada, ha sido salvada;
esclava del pecado y del infierno, ha sido hecha libre;
muerta, ha sido resucitada.
Por ti esta ciudad bienaventurada del cielo
ha sido restaurada y perfeccionada.
Por ti, Dios, el Hijo de Dios,
ha querido por nosotros hacerse obediente a su Padre hasta la muerte,
por lo cual levantado desde la tierra,
ha recibido un nombre que esta por encima de todo nombre.

San Anselmo
Oración IV ante la Santa Cruz 24 -29

miércoles, 22 de marzo de 2017

San Anselmo. Haz que te conozca, Señor.

Pietro Perugino
Yo te suplico, ¡oh Señor!, haz que te conozca, que te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí cada día hasta ese momento deseado.

Que en esta vida cada instante me eleve más y más al conocimiento de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que aquí mi amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi alegría en esperanza sea cada vez mayor, que allí sea completa; en realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que pidamos y nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto.

Yo te lo pido, Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable que nos has dado: haz que reciba, como lo prometes por tu Verdad, a fin de que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en tus promesas!, que yo reciba, para que mi alegría sea completa.

Y ahora, en medio de estos deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi alma y de las palabras de mi lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la gloria del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Así sea.

San Anselmo de Canterbury
Proslogion 26

martes, 21 de abril de 2015

Benedicto XVI: San Anselmo - 1 -

San Anselmo nació en 1033 en Aosta, primogénito de una familia noble. Su padre era un hombre rudo, dedicado a los placeres de la vida y dilapidador de sus bienes; su madre, en cambio, era mujer de elevadas costumbres y de profunda religiosidad. Fue ella quien cuidó de la primera formación humana y religiosa de su hijo, que encomendó después a los benedictinos de un priorato de Aosta. San Anselmo, que desde niño —como narra su biógrafo— imaginaba la morada de Dios entre las altas y nevadas cumbres de los Alpes, soñó una noche que era invitado a este palacio espléndido por Dios mismo, que se entretuvo largo tiempo y afablemente con él y al final le ofreció para comer un pan blanquísimo. Este sueño le dejó la convicción de ser llamado a cumplir una alta misión.

A la edad de quince años pidió ser admitido en la Orden benedictina, pero su padre se opuso con toda su autoridad y no cedió siquiera cuando su hijo, gravemente enfermo, sintiéndose cerca de la muerte, imploró el hábito religioso como supremo consuelo. Después de la curación y la muerte prematura de su madre, san Anselmo atravesó un período de disipación moral: descuidó los estudios y, arrastrado por las pasiones terrenas, se hizo sordo a la llamada de Dios. Se marchó de casa y comenzó a viajar por Francia en busca de nuevas experiencias. Después de tres años, al llegar a Normandía, se dirigió a la abadía benedictina de Bec, atraído por la fama de Lanfranco de Pavía, prior del monasterio. Para él fue un encuentro providencial y decisivo para el resto de su vida. Bajo la guía de Lanfranco, san Anselmo retomó con vigor sus estudios y en poco tiempo se convirtió no sólo en el alumno predilecto, sino también en el confidente del maestro. Su vocación monástica se volvió a despertar y, tras una atenta valoración, a la edad de 27 años entró en la Orden monástica y fue ordenado sacerdote. La vida ascética y el estudio le abrieron nuevos horizontes, haciéndole encontrar de nuevo, en un grado mucho más alto, la familiaridad con Dios que había tenido de niño.

Cuando en 1063 Lanfranco se convirtió en abad de Caen, san Anselmo, que sólo llevaba tres años de vida monástica, fue nombrado prior del monasterio de Bec y maestro de la escuela claustral, mostrando dotes de refinado educador. No le gustaban los métodos autoritarios; comparaba a los jóvenes con plantitas que se desarrollan mejor si no se las encierra en un invernadero, y les concedía una "sana" libertad. Era muy exigente consigo mismo y con los demás en la observancia monástica, pero en lugar de imponer la disciplina se esforzaba por hacer que la siguieran con la persuasión.

A la muerte del abad Erluino, fundador de la abadía de Bec, san Anselmo fue elegido por unanimidad para sucederle: era el mes de febrero de 1079. Entretanto numerosos monjes habían sido llamados a Canterbury para llevar a los hermanos del otro lado del Canal de la Mancha la renovación que se estaba llevando a cabo en el continente. Su obra fue bien aceptada, hasta el punto de que Lanfranco de Pavía, abad de Caen, se convirtió en el nuevo arzobispo de Canterbury y pidió a san Anselmo que pasara cierto tiempo con él para instruir a los monjes y ayudarle en la difícil situación en que se encontraba su comunidad eclesial tras la invasión de los normandos. La permanencia de san Anselmo se reveló muy fructuosa; ganó simpatía y estima, hasta tal punto que, a la muerte de Lanfranco, fue elegido para sucederle en la sede arzobispal de Canterbury. Recibió la solemne consagración episcopal en diciembre de 1093.

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de septiembre de 2009

lunes, 22 de septiembre de 2014

San Anselmo. Exhortación a la contemplación de Dios - 1 -


¡Oh hombre, lleno de miseria y debilidad!, sal un momento de tus ocupaciones habituales; ensimísmate un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de ti las preocupaciones agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas inquietudes. Busca, a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno. Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarle; búscale en el silencio de tu soledad. ¡Oh corazón mío!, di con todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor!

Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! , enseña a mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte. Si no estás en mí, ¡oh Señor!, si estás ausente, ¿dónde te encontraré? Desde luego habitas una luz inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa luz inaccesible? ¿Cómo me aproximaré a ella? ¿Quién me guiará, quién me introducirá en esa morada de luz? ¿Quién hará que allí te contemple? ¿Por qué signos, bajo qué forma te buscaré? Nunca te he visto, Señor Dios mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, este tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, atormentado con el amor de tus perfecciones y arrojado lejos de tu presencia? Fatígase intentando verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, tú eres mi maestro, y nunca te he visto. Tú me has creado y rescatado, tú me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Finalmente, he sido creado para verte, y todavía no he alcanzado este fin de mi nacimiento.

San Anselmo de Canterbury
Proslogion. Capítulo I

martes, 13 de mayo de 2014

Oración a Santa María, de san Anselmo


¡Oh santa y, después de Dios, entre los santos particularmente santa, oh María, madre de admirable virginidad, de amable fecundidad, que has dado a luz al Hijo del Altísimo, que has traído al mundo al Salvador de este género humano entregado a la muerte! ¡Oh soberana, de santidad deslumbradora y de dignidad eminente, y que has sido dotada de un poder y de una bondad que no son menores! ¡Oh engendradora de la vida, madre de la salvación, templo de dulzura y misericordia!, delante de ti desea presentarse mi alma desgraciada, languideciendo de las enfermedades de sus vicios, desgarrada con las llagas de sus crímenes, infectada con las úlceras de sus infamias; es como una moribunda, y quisiera poder suplicarte que te dignases curarla por el poder de tus méritos y piadosas oraciones.

¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad pero se avergüenza al aspecto de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, Yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡Oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y, sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas.

¡Oh María, tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las misericordias!, no detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera, allí donde reconoces tan verdadera miseria.

sábado, 22 de marzo de 2014

San Anselmo. Haz que te conozca, Señor.

Pietro Perugino
Yo te suplico, ¡oh Señor!, haz que te conozca, que te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí cada día hasta ese momento deseado.

Que en esta vida cada instante me eleve más y más al conocimiento de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que aquí mi amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi alegría en esperanza sea cada vez mayor, que allí sea completa; en realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que pidamos y nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto.

Yo te lo pido, Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable que nos has dado: haz que reciba, como lo prometes por tu Verdad, a fin de que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en tus promesas!, que yo reciba, para que mi alegría sea completa.

Y ahora, en medio de estos deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi alma y de las palabras de mi lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la gloria del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Así sea.

San Anselmo de Canterbury
Proslogion 26

domingo, 25 de agosto de 2013

Carta de San Anselmo a un ermitaño

Carísimos hermanos, Dios va pregonando que ha puesto en venta el reino del cielo. Este reino de los cielos es tal, que su beatitud y su gloria no hay ojo mortal que pueda contemplarlas, ni oído que pueda oírlas, ni corazón capaz de imaginarlas. Pero para que de algún modo puedas imaginártelo,, piensa: el que allí merezca reinar encontrará en el cielo y en la tierra todo lo que deseare, y lo que no deseare no lo hallará ni en el cielo ni en la tierra. Y el amor que reinará entre Dios y los que allí estén y de éstos entre sí será tan grande, que todos se amarán mutuamente como a sí mismos, pero todos amarán más a Dios que a sí mismos. Por eso, en el cielo nadie querrá más que lo que Dios quiere; y lo que uno quisiere, eso lo querrán todos; y lo que quiere uno o todos juntos, esto mismo lo querrá Dios. Por lo cual, si uno cualquiera tuviere un deseo, lo verá realizado, tanto si se refiere a sí mismo, a los demás, a cualquier criatura e incluso al mismo Dios. Y así, cada cual por separado será un rey perfecto, pues lo que cada uno quisiere, eso se realizará; y todos juntos con Dios serán un solo rey y como un solo hombre, ya que todos querrán una misma cosa, y lo que quisieren eso se hará. Esta es la recompensa que desde el cielo pregona Dios que está a la venta.

Si alguien pregunta por el precio, se le responderá: No necesita precio terreno el que quiere dar el reino del cielo, ni nadie puede dar a Dios algo que no tenga, pues suyo es cuanto existe. Y sin embargo, Dios no da gratuitamente una cosa de tanto valor, pues no la da a quien no ama. En efecto, nadie da lo que le es caro a aquel para quien no es caro. Pues bien, como Dios no necesita de tus bienes, y como por otra parte no debe dar un bien tan valioso a quien no se preocupa de amarlo, sólo exige amor, sin el cual no debe dar nada. Por tanto, da amor y recibe el reino; ama y toma.

Ahora bien: como reinar en el cielo no es otra cosa que confundirse de tal modo con Dios y con todos los santos, ángeles y hombres, por el amor, en una sola voluntad, que todos juntos no ejercen más que un solo y único poder, ama a Dios más que a ti mismo, y comienzas ya a tener lo que allí deseas perfectamente poseer. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres —con tal que éstos no estén en desacuerdo con Dios—, y ya empiezas a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, concordarán entonces Dios y todos los santos con tu voluntad. Si quieres, pues, ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.

Pero no podrás poseer este amor perfecto si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen el corazón lleno de amor de Dios y del prójimo, no quieren más que lo que quiere Dios o lo que quiere otro hombre, mientras no esté en contra de Dios. Por eso se dedican asiduamente a la oración y a los coloquios y meditaciones sobre las realidades celestiales, porque les es dulce desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en aquel a quien tanto aman. Por eso ríen con los que están alegres, lloran con los que lloran, se compadecen de los desgraciados, dan limosna a los pobres: porque aman a los demás hombres como a sí mismos. Por eso desprecian las riquezas, los primeros puestos, los placeres y el ser honra-dos o alabados. Pues el que esto ama, fácilmente hará algo contra Dios y contra el prójimo. Así pues, estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Por lo tanto, el que desee tener aquel amor perfecto, con el que se compra el reino de los cielos, que ame el desprecio, la pobreza, el trabajo, la sujeción, como hacen los hombres santos.

Carta 112 (Opera omnia, t. 3, 1946, 244-246)

lunes, 22 de abril de 2013

El ser de Dios


Tú existes verdadera y simplemente porque no tienes pasado ni futuro, sino únicamente un presente, y no se puede suponer un momento en que no existas. Pero tú eres la vida, la luz, la sabiduría, la felicidad, la eternidad y todos los bienes, de cualquier clase que sean, y, sin embargo, no eres más que el Bien único y supremo que te bastas a ti mismo enteramente y no careces de nada. De ti, en cambio, han menester las demás cosas para existir y estar como conviene.
San Anselmo de Canterbury
Proslogion XXII

domingo, 21 de abril de 2013

San Anselmo de Canterbury

Iluminación de una Meditación de San Anselmo
¿Cómo se puede demostrar que sea justo y razonable el que Dios trate o permita tratar de esa manera a ese hombre a quien el Padre llamó su Hijo amado, en el que tiene todas sus complacencias y con el que el mismo Hijo se identificó? ¿Qué justicia puede ser la que consiste en entregar a la muerte a los pecadores al hombre más justo de todos? ¿Qué hombre habría que no fuese juzgado digno de condenación si, por librar a un malhechor condenase a un inocente? (...) Porque si no pudo salvar a los pecadores más que condenando un justo, ¿dónde está su omnipotencia? Y si pudo pero no quiso ¿cómo defenderemos su sabiduría y su justicia?

Estas palabras de san Anselmo de Canterbury, cuya memoria celebra hoy la Iglesia, en su obra Cur Deus Homo, es decir, Por qué Dios se hizo hombre, nos ponen en la pista no sólo de qué problemas se planteó este insigne monje del siglo XI, sino también de cómo trató de resolverlos.

San Anselmo es uno de los más grandes pensadores de la Cristiandad medieval. Monje italiano, desarrolló una larga carrera que culminó en su nombramiento como Obispo de Canterbury. Gran pensador, nos ha dejado como legado imperecedero su reflexión sobre cómo nos salvó Dios. Con ello, se muestra como pensador profundamente comprometido con la fe: siguiendo la exhortación de la Carta de san Pedro, de estar siempre dispuestos a dar razón de la fe, san Anselmo procura comprender desde la fe las razones que le movieron a actuar a través de Jesucristo en la forma concreta en la que lo hizo. El problema central que se plantea es cómo realizó Dios la obra de la salvación: ¿no pudo haber evitado la Cruz?, ¿qué sentido tiene ese elemento central de nuestra fe? El resultado de su indagación es la teoría de la satisfacción vicaria: Jesús habría satisfecha la infinita deuda contraída por nuestro pecado contra Dios, pues siendo Dios mismo, su reparación es infinitamente valiosa.

San Anselmo no sólo nos dejó una teoría; también nos legó una nueva forma de pensar, con la que se se iniciaron los tiempos modernos. No se limitó a enumerar los argumentos de autoridad de la Escritura o de los autores del pasado, sino que trató de utilizar las posibilidades racionales que Dios mismo nos ha concedido. Así,. a través del proceso lógico, desarrolló un sistema de razonamiento que hará posible, a la larga, nuestra propia modernidad.