martes, 30 de abril de 2013

Apotegamas de un monje a sí mismo


4.- La Paz. Monje, busca la paz y corre tras ella. Pero, ¿dónde se encuentra la paz?, ¿cómo encontrar la paz en un mundo atravesado por los conflictos? Hasta en el santísimo Monasterio de Cluny, su más dulce abad, Pedro el Venerable, sólo llegó a ese cargo tras el turbulento abadiato del abad Poncio, un escandaloso motín de los monjes y el asalto al monasterio. ¿No es un contrasentido que haya conflictos en los monasterios? Pero, ¿qué otra cosa cabe esperar, donde nos reunimos pobres pecadores? Pero san Benito te exhorta, monje, a que busques la paz. ¿Dónde encontrarla? Solo en Jesús: Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como la da el mundo os la doy yo. Esfuérzate pues, monje, a encontrar tu reposo sólo en Jesús, pues fuera de él tendrás que sobrellevar las debilidades humanas.

lunes, 29 de abril de 2013

Benedicto XVI. Santa Catalina de Siena.

Tumba de Santa Catalina en Santa María de la Minerva - Roma
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.

Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).

Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión.
Benedicto XVI
Roma - 24 de noviembre de 2010

domingo, 28 de abril de 2013

Apotegamas de un monje a sí mismo


3.- El mandamiento del amor. Monje, en la Santa Regla encuentras muchos preceptos que debes practicar: cuánto debes dormir, cómo debes comer, de qué forma has de orar, cómo debe ser tu obediencia al abad, qué papel juega el silencio en tu vida, cómo debes huir del mundo... Son muchos preceptos los que debes observar pero, al final, el propio Padre san Benito te habla de la dilatación del corazón, que hace llevadera tal cantidad de preceptos. Y esta dilatación del corazón no es sino fruto de la caridad, pues también el monje está fundamentalmente obligado por el mandamiento nuevo del amor que formuló el Señor aquella noche después de la Última Cena. En el orden de tus obligaciones, ninguna ocupa un papel tan central como la de la caridad. En tu oración, nada debes pedir para ti por encima de la caridad. En tus relaciones concretas con los hermanos, ningún otro móvil te debe mover fuera de la caridad. Y tu vida, monje, para que de verdad pueda llamarse monástica, debe estar regida por la caridad.

sábado, 27 de abril de 2013

Apotegamas de un monje a sí mismo


2.- El camino de la misericordia. Dios quiso llegar hasta la miserable condición del ser humano, degradado por el mal uso de su libertad en los vicios y en los odios, a través del camino de la misericordia. Este camino lo recorrió el Hijo, bajando de su solio real hasta nuestro triste estado. Allí hizo uso de su misericordia para compadecerse de los pobres, para curar a los enfermos, para perdonar a los pecadores, para volver a la vida a los muertos. El camino de la misericordia le impidió instalarse en el monte de la Transfiguración, y le condujo hasta el monte de la Cruz. En su misericordia, Dios Padre Todopoderoso  rescató al Hijo del poder de la muerte, para que por el camino de la misericordia todos llegaran hasta él. Monje, esfuérzate en seguir el camino de la misericordia, por el que caminó nuestro Señor Jesucristo.

viernes, 26 de abril de 2013

Benedicto XVI sobre san Isidoro

San Braulio de Zaragoza y san Isidoro de Sevilla
En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios» (Differentiarum Lib. II, 34, 133: PL 83, col 91 A).

Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas" (o.c., 134: ib., col 91 B).

San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).

Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.

Benedicto XVI 
Roma - Audiciencia General del 18 de junio de 2008

jueves, 25 de abril de 2013

Apotegamas de un monje a sí mismo


1.- Escucha, oh monje, la voz de tu propia conciencia, escucha atento lo que debes decirte a ti mismo: vuelve al Señor. Sí, vuelve, porque aunque pasan ya muchos años desde que te convertiste y abrazaste la vida monástica, has perdido aquel ardor de tu juventud y te has vuelto indolente. Vuélvete hacia ti mismo y abandona lo exterior, pues solo en lo más profundo de tu corazón encontrarás a quien un día te llamó a subir a su santa montaña para habitar en la intimidad de su tienda.

miércoles, 24 de abril de 2013

Caridad contemplativa

La perfecta humildad es una parte integral del puro y ciego amor del contemplativo. Siendo todo él impulso hacia Dios, este simple amor golpea incesantemente sobre la oscura nube del no-saber, dejando todo pensamiento discursivo bajo la nube del olvido. Y así como el amor contemplativo fomenta la perfecta humildad, de la misma manera crea la bondad práctica, especialmente la caridad. Pues en la caridad verdadera uno ama a Dios por si mismo, por encima de todo lo creado, y ama a su hermano el hombre por que esta es la ley de Dios. En la obra contemplativa, Dios es amado por encima de toda criatura pura y simplemente por él mismo. En realidad, el verdadero secreto de esta obra no es otra cosa que un puro impulso hacia Dios por ser él quien es.

Lo llamo puro impulso porque es totalmente desinteresado. En esta obra el perfecto artesano no busca el medro personal o verse exento del sufrimiento. Desea sólo a Dios y a él solo. Está tan fascinado por el Dios que ama y tan preocupado porque se haga su voluntad en la tierra, que ni se da cuenta ni se preocupa de su propia comodidad o ansiedad. Y esto porque, a mi juicio, en esta obra Dios es realmente amado perfectamente y por ser él quien es. Pues un verdadero contemplativo no debe compartir con ninguna otra creatura el amor que debe a Dios.

En la contemplación, además, también se cumple totalmente el segundo mandamiento de la caridad. Los frutos de la contemplación son testigos de esto aun cuando durante el tiempo real de la oración el contemplativo avezado no dirija su mirada a ninguna persona en particular, sea hermano o extraño, amigo o enemigo. En realidad, ningún hombre le es extraño, porque considera a cada uno como hermano. Y nadie es su enemigo. Todos son sus amigos. Incluso aquellos que le hieren o le ofenden en la vida diaria son tan queridos para él como sus mejores amigos y todos los buenos deseos hacia sus mejores amigos se los desea a ellos.
 La nube del no-saber. Anónimo. s. XIV

martes, 23 de abril de 2013

Protegidos con el estandarte de la cruz


La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.

Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires.

San Pedro Damiani, Sermón 3, sobre san Jorge (PL 144, 567-571)

lunes, 22 de abril de 2013

El ser de Dios


Tú existes verdadera y simplemente porque no tienes pasado ni futuro, sino únicamente un presente, y no se puede suponer un momento en que no existas. Pero tú eres la vida, la luz, la sabiduría, la felicidad, la eternidad y todos los bienes, de cualquier clase que sean, y, sin embargo, no eres más que el Bien único y supremo que te bastas a ti mismo enteramente y no careces de nada. De ti, en cambio, han menester las demás cosas para existir y estar como conviene.
San Anselmo de Canterbury
Proslogion XXII

domingo, 21 de abril de 2013

San Anselmo de Canterbury

Iluminación de una Meditación de San Anselmo
¿Cómo se puede demostrar que sea justo y razonable el que Dios trate o permita tratar de esa manera a ese hombre a quien el Padre llamó su Hijo amado, en el que tiene todas sus complacencias y con el que el mismo Hijo se identificó? ¿Qué justicia puede ser la que consiste en entregar a la muerte a los pecadores al hombre más justo de todos? ¿Qué hombre habría que no fuese juzgado digno de condenación si, por librar a un malhechor condenase a un inocente? (...) Porque si no pudo salvar a los pecadores más que condenando un justo, ¿dónde está su omnipotencia? Y si pudo pero no quiso ¿cómo defenderemos su sabiduría y su justicia?

Estas palabras de san Anselmo de Canterbury, cuya memoria celebra hoy la Iglesia, en su obra Cur Deus Homo, es decir, Por qué Dios se hizo hombre, nos ponen en la pista no sólo de qué problemas se planteó este insigne monje del siglo XI, sino también de cómo trató de resolverlos.

San Anselmo es uno de los más grandes pensadores de la Cristiandad medieval. Monje italiano, desarrolló una larga carrera que culminó en su nombramiento como Obispo de Canterbury. Gran pensador, nos ha dejado como legado imperecedero su reflexión sobre cómo nos salvó Dios. Con ello, se muestra como pensador profundamente comprometido con la fe: siguiendo la exhortación de la Carta de san Pedro, de estar siempre dispuestos a dar razón de la fe, san Anselmo procura comprender desde la fe las razones que le movieron a actuar a través de Jesucristo en la forma concreta en la que lo hizo. El problema central que se plantea es cómo realizó Dios la obra de la salvación: ¿no pudo haber evitado la Cruz?, ¿qué sentido tiene ese elemento central de nuestra fe? El resultado de su indagación es la teoría de la satisfacción vicaria: Jesús habría satisfecha la infinita deuda contraída por nuestro pecado contra Dios, pues siendo Dios mismo, su reparación es infinitamente valiosa.

San Anselmo no sólo nos dejó una teoría; también nos legó una nueva forma de pensar, con la que se se iniciaron los tiempos modernos. No se limitó a enumerar los argumentos de autoridad de la Escritura o de los autores del pasado, sino que trató de utilizar las posibilidades racionales que Dios mismo nos ha concedido. Así,. a través del proceso lógico, desarrolló un sistema de razonamiento que hará posible, a la larga, nuestra propia modernidad.

sábado, 20 de abril de 2013

¿También vosotros queréis marcharos?

Nosotros también seremos dignos de estos bienes si siempre seguimos a nuestro Salvador, y, si no solamente en esta Pascua nos purificásemos, sino toda nuestra vida la juzgásemos como una solemnidad, y siempre unidos a Él y nunca apartados le dijésemos: “Tú tienes palabras de vida eterna, ¿adónde iremos?” Y si alguna vez nos hemos apartado, volvamos por la confesión de nuestras trasgresiones, no guardando rencor contra nadie, sino mortifiquemos con el espíritu los actos del cuerpo.
San Atanasio, cart. 10.

"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67). Esta pregunta provocadora no se dirige sólo a los que entonces escuchaban sino que alcanza a  todos nosotros, a los hombres de todas las épocas. Muchos se escandalizan  hoy ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece dura, demasiado difícil de acoger y de practicar. ¿Rechazar y abandonar a Cristo? Hay quien, por la dificultas, el esnobismo o un afán de protagonismo, trata de adaptar su palabra, "La Palabra" a las cambiantes modas desvirtuando así su sentido y su valor. Entonces el detrimento de una vivencia radicaliza en el seguimiento del Maestro se transforma en el seguimiento de nosotros mismos y hemos abandonado el escandaloso seguimiento de Cristo, nos hemos marchado de su lado.

"¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en el corazón y espera de cada uno una respuesta personal. Jesús, de hecho, no se contenta con una pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en su pensar y querer. Seguir a Jesús ha de llenar el corazón de alegría y dar un sentido pleno a nuestra existencia, pero comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra la corriente de un mundo demasiado acomodado.

A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los apóstoles: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (vv. 68-69). 

También nosotros podemos repetir la respuesta de Pedro, (diría Benedicto XVI) conscientes ciertamente de nuestra fragilidad humana, pero confiando en la potencia del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, entrega libre y total del hombre a Dios; la fe es dócil escucha de la Palabra del Señor, que es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino. Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por Él, podemos experimentar también nosotros, que nuestra única felicidad consiste en amar a Dios y saber que Él nos ama.

viernes, 19 de abril de 2013

Del cuidado del corazón

Vosotros deseáis ardientemente obtener la grandiosa y divina «fotofanía» de nuestro Salvador Jesucristo; vosotros que queréis aprehender sensiblemente en vuestro corazón el fuego más que celestial; vosotros que os esforzáis por obtener la experiencia sentida del perdón de Dios; vosotros que habéis abandonado todos los bienes de este mundo para descubrir y poseer el tesoro oculto en el terreno de vuestro corazón; vosotros que queréis desde esta tierra abrazaros alegremente a las antorchas del alma y, para ello, habéis renunciado a todas las cosas presentes; vosotros que queréis conocer y tomar con un conocimiento experimental el reino de Dios presente ante vosotros, venid para que yo os exponga la ciencia, el método de la vida eterna, o mejor, celestial, que introduce sin fatiga ni sudor a aquel que la practica en el puerto de la apatheia. El no debe temer la seducción ni el terror que proceden de los demonios. Esa caída no amenaza más que a aquel cuya desobediencia entraña permanecer lejos de la vida que os expongo, tal como le sucedió a Adán quien, despreciando el precepto divino, se relacionó con la serpiente, confió en ella, se dejó embriagar con el fruto engañoso y se precipitó lastimosamente, y su posteridad con él, en el abismo de la muerte, de las tinieblas y de la corrupción.

Volved, pues, volvamos, -para hablar más exactamente- pues, a nosotros mismos, mis hermanos, rechazando con el mayor desprecio el consejo de la serpiente y toda intimidad con aquel que repta. Pues sólo hay un medio de acceder al perdón y a la familiaridad con Dios: volver, en lo posible, a nosotros mismos, o mejor -por una paradoja- reentrar en nosotros mismos, alejándonos del comercio con el mundo y de las preocupaciones vanas, para ligarnos indefectiblemente al «reino de los cielos que está dentro de nosotros». Si la vida monástica ha recibido el nombre de «ciencia de la ciencia y arte de las artes», es porque sus efectos no tienen nada en común con las ventajas corruptibles de aquí abajo, que desvían a nuestro espíritu de lo que es mejor, para enterramos bajo sus aluviones. Ella nos promete bienes maravillosos e inefables «que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni se le antojó al corazón del hombre» (1 Cor 2, 9). También «porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires» (Ef 6, 12). Puesto que el siglo presente sólo es de tinieblas, huyámosle, huyámosle incluso en pensamiento. Que no haya nada en común entre nosotros y el enemigo de Dios, pues «aquel que quiere hacer amistad con él se sitúa como enemigo de Dios». Y, ¿quién podrá acudir en ayuda de aquel que se hace enemigo de Dios?

Imitemos entonces a los Padres y, según su ejemplo, busquemos el tesoro oculto en nuestros corazones, y, habiéndolo descubierto, retengámosle con todas nuestras fuerzas para, a la vez, guardarlo y hacerlo valer. A ello fuimos destinados desde nuestro origen. Si algún nuevo Nicodemo intenta perturbamos preguntando: «¿Cómo es posible volver a entrar en el corazón para vivir y trabajar allí?» tendremos derecho a dar la misma respuesta que dio el Salvador a la objeción del primer Nicodemo («¿cómo se puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y renacer cuando se es viejo?»): «El Espíritu sopla por donde quiere», con una imagen tomada del viento material. Si compartimos una duda semejante en relación a las obras de la vida activa, ¿cómo llegaremos a aquellas de la contemplación siendo que «la vida activa es el camino de acceso a la contemplación»?.
Nicéforo el Solitario

jueves, 18 de abril de 2013

La Eucaristía en la vida del monje


La Eucaristía vino a ser llamada en el último Concilio como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En efecto, en ella hacemos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y ofrecemos al Dios, nuestro Padre, el más perfecto sacrificio que podríamos nunca ofrecerle: a su mismo Hijo, entregándose por nuestros pecados.

Si bien en el origen de la espiritualidad monástica no se insistió en la riqueza de la Eucaristía para la vida del monje, la evolución posteriormente del Cristianismo nos ha ido poniendo de manifiesto la importancia radical que tiene la Eucaristía, como presencia viva y eficaz del Señor resucitado en medio de sus discípulos.

Al mismo tiempo, tras el redescubrimiento de la Palabra de Dios en el interior de la Eucaristía, operado a raíz del Concilio Vaticano II, tenemos la oportunidad, todos los días, de profundizar en el significado de la Palabra de Dios, como profecía que se refería a Cristo en el Antiguo Testamento, y como realización del misterio de la Redención en la comunidad creyente a partir del Nuevo Testamento. De alguna forma, seguimos siendo como los Discípulos de Emaús, que nos sentamos a la Mesa del Señor para que él nos ilumine y nos dé la luz del Espíritu para comprender su Misterio desde las propias Escrituras, que a él se referían.

Por eso, la Eucaristía no sólo contiene una oportunidad catequética. Es, sobre todo, el principal acto de adoración, es decir, de acción de gracias y de reconocimiento de cuanto ha hecho Dios por nosotros, que en nuestra jornada podemos realizar. Por más que en los Monasterios celebremos los monjes cada día la Eucaristía apenas sin participación del pueblo, la eficacia del Memorial de la Redención encierra en sí mismo un poder capaz de salvar al mundo, no por lo que unos pobres pecadores hagan, sino en virtud de la fuerza de Dios operada en el Santo Sacrificio.

miércoles, 17 de abril de 2013

La vida apostólica

Monjes del Monte Athos comiendo en el Refectorio

El libro de los Hechos de los Apóstoles no sólo nos da a conocer la acción evangelizadora de los apóstoles, con la consiguiente expansión del cristianismo, sino también su propio género de vida. ¿Cómo vivieron los apóstoles inmediatamente después de la muerte del Señor? Esta imagen, que a través de diversos rasgos se nos describe en los Hechos, siempre ha sido considerada como una imagen en la que se deben mirar todas las comunidades cristianas a lo largo de los siglos, incluidas por supuesto las comunidades monásticas.

Por una parte, se nos dice que los apóstoles perseveraron en la oración. De hecho, nos cuentan cómo subían al Templo, para participar en la oración de Israel. A través de la oración, especialmente de los Salmos, es como irían penetrando en el sentido de las palabras y de los hechos de Jesús. A través de la luz del Espíritu Santo se irían adentrando en el misterio del que habían sido testigos.

Al mismo tiempo, constituyeron una comunidad de vida, fundamentada sobre la caridad. Compartieron sus bienes, poniendo cada uno a disposición de los demás cuanto poseía. El texto resume este género de vida diciendo que tenían un solo corazón y una sola alma en Dios. Pero esta concordia ideal tuvo que enfrentarse con las dificultades de la vida cotidiana. Así, vemos que pronto surgieron conflictos, el más grave de ellos referido a la actitud hacia los gentiles que se convertían. Pero aún en esta decisiva encrucijada, se dejaron guiar por el Espíritu Santo, aún en contra de lo que su tradición originariamente judía les pedía.

En cualquier caso, los Hechos de los Apóstoles enfatizan el hecho de la presencia rectora del Espíritu Santo por una parte, y de la disponibilidad de la comunidad creyente a dejarse guiar hacia donde el Espíritu quisiera. A esto es a lo que nos referimos cuando hemos aludido a la vida apostólica, que no es un simple esfuerzo de proselitismo o de propaganda. La vida apostólica es la vida de las comunidades cristianas que quieren tomar como referencia aquella primera comunidad que perseveró junto a María en la oración.

martes, 16 de abril de 2013

San Fructuoso de Braga

Scriptorium de Tavara

Hoy recuerda la Iglesia a san Fructuoso. Fue un noble visigodo que, a mediados del siglo VII, se retiró a las montañas de León, fundando en Compludo un Monasterio, para el que escribió una Regla Monástica. Acudieron muchos discípulos, lo que le movió a buscar otro lugar más solitario. Así, fundó el que sería célebre monasterio de San Pedro de los Montes. Su vida no término plácidamente allí, sino que fue elegido obispo de Braga, a donde marchó.

La importancia de san Fructuoso estriba en la Regla que compuso, por la que se rigieron muchos Monasterios del norte hispano. Se trata de una Regla especialmente dura, por la disciplina tan férrea que establece. Parece ser que en el monasterio de Compludo llegaron a vivir familias enteras. La observancia del ayuno era muy severa. Se prescribían, además, doce oraciones comunitarias. Es decir, se trata de una forma de vida monástica más dura que la de san Benito prescribió para sus monjes.

Lo más significativo de la Regla de san Fructuoso era el pacto, es decir, una especie de consenso entre el monje y el abad, por el que se regiría la obediencia del primero hacia el segundo.

Hoy no queda resto alguno en Compludo de aquel Monasterio. Tan solo en su sencilla iglesia rural queda el vestigio de un capitel de mármol, que perteneció a otra construcción, mucho más noble desde luego que el actual edificio parroquial, de insignificante valor artístico-histórico.

lunes, 15 de abril de 2013

El alma se inflama de amor por Dios

Si el alma, con un movimiento seguro y sin imágenes, se inflama de amor por Dios llevando, por así decirlo, al cuerpo mismo hasta las profundidades de ese amor indecible - ya sea que el cuerpo del que está movido por la santa gracia, vele o entre en el sueño - sin otro pensamiento que el término del movimiento que lo lleva, sabed que esto es obra del Espíritu santo. Pues, colmado totalmente por esta inexpresable suavidad, le es imposible concebir nada, en tanto que es raptado por una alegría inexpresable.
Si el intelecto concibe, en esta moción, la menor duda o algún pensamiento impuro, incluso si recurre al santo nombre para rechazar el mal y no únicamente por amor de Dios, es necesario concluir que este consuelo, bajo su apariencia de alegría, viene del mentiroso. Esta alegría indecisa y desordenada es la del que viene para llevar el alma al adulterio. Cuando él ve el intelecto fuerte hundirse en esa experiencia sensible, por ciertos consuelos engañosos conduce al alma, para que, relajada por esta yana y cómoda dulzura, no reconozca la mezcla de mentira. Nosotros debemos discernir el espíritu de verdad del espíritu de mentira. Pues es imposible gustar íntimamente la bondad divina y experimentar conscientemente la amargura del demonio si no se tiene la certidumbre absoluta de que la gracia estableció su morada en lo profundo del intelecto, mientras que los espíritus malvados circulan alrededor de los miembros del corazón. Esto es lo que los demonios ocultan a los hombres a cualquier precio, a fin de que el intelecto, debidamente informado, no pueda precaverse contra ellos con el recuerdo de Dios.

Que nadie espere, a través del sentimiento o del intelecto, una visión de la gloria de Dios. Decimos que el alma, una vez purificada, siente, con una sensación inexpresable, el consuelo divino; no decimos que se le aparecen objetos invisibles, pues «caminamos en la fe y no en la clara visión» (2 Cor 5, 7). Si alguno de los combatientes ve una forma ígnea o una luz, que no acepte esa visión ya que es un engaño del enemigo, del que muchos, por ignorancia, han sido víctimas y que los ha apartado del camino recto.

domingo, 14 de abril de 2013

El santo Altar


Un Monasterio es un lugar en el que hombres y mujeres consagran su vida a seguir a Cristo en la oración, en la contemplación de su Palabra, y en la celebración de sus misterios, intentando hacer de la caridad la norma suprema de coexistencia, procurando su sustento con el trabajo de sus manos, y separándose de cuanto en la vida es calificado como normal, para centrarse en el Dios manifestado en Jesucristo.

Hay muchos lugares en el Monasterio que expresan físicamente todos estos conceptos, pero ninguno como el altar del oratorio, ante el cual comparecen diariamente los monjes para recordar que en el ara de la Cruz, nuestro Señor Jesucristo entregó su existencia por nosotros, y para constatar que todas las Escrituras encuentran en él su plenitud y explicación.

El altar no sólo es la mesa en la que los discípulos comparten con el Señor aquella Última Cena. También evoca los altares que erigieron Abraham, Isaac y Jacob, la tienda del encuentro que trasportó Moisés por el desierto, el altar en torno al cual se deleitaba el salmista contemplando la belleza de la casa del Señor, el altar de doce piedras que levantó el profeta Elías en medio de la apostasía de Israel, el mismo altar sobre el que de generación en generación hasta Jesús se sacrificaba el cordero pascual.

Todo ello hace del altar un compendio de todo lo que está contenido en la Cruz, nuestro verdadero altar, sobre el que el Señor nos rescató, y que convirtió de instrumento de tortura y vilipendio en trono de eterna salvación. Por eso, los Monasterios se esfuerzan por hacer del altar el centro de su entera geografía espiritual.

sábado, 13 de abril de 2013

Acerca de la oración constante y sus efectos. Simeón el nuevo teólogo

El monje oriental Simeón el Nuevo Teólogo, cuyos escritos han ejercido un notable influjo sobre la teología y la espiritualidad de Oriente, en particular en lo que respecta a la experiencia de la unión mística con Dios. Simeón el Nuevo Teólogo nació en el 949 en Galacia, en Paflagonia (Asia Menor), de una familia noble de la provincia. Aún joven, se transfirió a Constantinopla para emprender los estudios y entrar al servicio del emperador. Pero se sintió poco atraído por la carrera civil que se le sugería y, bajo la influencia de iluminaciones interiores que iba experimentando, se puso a la búsqueda de una persona que le orientara en el momento lleno de dudas y perplejidades que estaba viviendo, y que le ayudase a progresar en el camino de la unión con Dios. Encontró esta guía espiritual en Simeón el Pío (Eulabes), un simple monje del monasterio de Studion, en Constantinopla, que le dio a leer el tratado La ley espiritual de Marcos el Monje. En este texto, Simeón el Nuevo Teólogo encontró una enseñanza que le impresionó mucho: "Si buscas la curación espiritual - leyó en él - estate atento a tu conciencia. Todo lo que ella te diga hazlo y encontrarás lo que te es útil". Desde aquel momento - refiere él mismo - nunca se acostó sin preguntarse si la conciencia no tuviese algo que reprocharle.

De la misma manera que los mandamientos generales comprenden a los mandamientos particulares, las virtudes generales envuelven a las virtudes particulares. Aquel que vende sus bienes, distribuye el producto entre los pobres y se convierte en pobre súbitamente, cumple todos los mandamientos particulares al mismo tiempo. No tienen nada para dar a quien le pida, ni para rehusar a quien quiera tomarle prestado. Del mismo modo, aquel que ora sin cesar, todo lo involucra en su oración. No está ya en la obligación de alabar al Señor siete veces al día, y a la tarde, a la mañana y al mediodía, puesto que ya cumplió con las oraciones y la salmodia que los cánones nos imponen en tiempo y horas fijas. Igualmente, aquel que posee en si, conscientemente, «el saber que al hombre enseña» (Sal 94, 10), ya recogió todo el fruto que procura la lectura y no necesita hacer lectura de libros. Así también, el hombre que entró en la familiaridad de aquel que inspiró los libros santos, es iniciado por él en los secretos inefables de los misterios ocultos convirtiéndose, para los demás, en un libro inspirado que lleva en si inscritos, por el dedo mismo de Dios, los misterios antiguos y nuevos, pues ha cumplido con todo y reposa en Dios -la perfección primera- de todos sus trabajos y sus obras.

Aplicaos con todas vuestras fuerzas a vuestro oficio permaneciendo en vuestra celda. Perseverad en la oración con compunción, atención, lágrimas continuas, sin pensar que habéis sobrepasado la medida del cansancio y que podéis cercenar un poco la oración a causa de vuestra fatiga física. Os lo digo: es posible extenuarse tanto como se quiera en el oficio; pero el que se priva de la oración sufre un grave detrimento.

Si durante vuestra oración se produce un pavor, un estruendo, un relámpago de luz, o cualquier otro fenómeno, no os turbéis y perseverad en ella con tanta mayor tenacidad. Esa turbación, ese espanto, ese estupor, vienen de los demonios que quieren debilitaros y haceros renunciar a la oración para apoderarse de vosotros cuando ese debilitamiento se convierta en hábito. En cambio, si mientras vosotros cumplís vuestra oración, brilla una luz imposible de expresar, el alma se llena de alegría, del deseo de lo mejor, se libera un raudal de lágrimas de compunción, entonces sabréis que se trata de una visita y de un consuelo (un auxilio) de Dios.

Simeón entró en el monasterio de los Estuditas, donde, sin embargo, sus experiencias místicas y su extraordinaria devoción hacia el Padre espiritual le causaron dificultades. Se transfirió al pequeño convento de San Mamés, también en Constantinopla, del cual, tres años después, llegó a ser cabeza, el higumeno. Allí condujo una intensa búsqueda de unión espiritual con Cristo, que le confirió gran autoridad. Es interesante notar que se le dio el apelativo de "Nuevo Teólogo", a pesar de que la tradición reservara el título de "Teólogo" a dos personalidades: al evangelista Juan y a Gregorio Nacianceno. Sufrió incomprensiones y el exilio, pero fue rehabilitado por el patriarca de Constantinopla, Sergio II.

Simeón el Nuevo Teólogo pasó la última fase de su existencia en el monasterio de Santa Macrina, donde escribió gran parte de sus obras, convirtiéndose en cada vez más célebre por sus enseñanzas y por sus milagros. Murió el 12 de marzo de 1022.


viernes, 12 de abril de 2013

San Serafin de Sarov. La purificación del alma

Serafín de Sarov fue monje ortodoxo, un stárets, uno de los santos más venerados en la Iglesia ortodoxa. Nació el 19 de julio de 1759 en la ciudad de Kursk en Rusia. Siendo niño resultó indemne después de caer de un campanario, más tarde se curó de un mal grave por una aparición de la Virgen, y después de ello adquirió la habilidad de ver a los ángeles. En 1777 ya es un novicio en el monasterio de Sarov. En 1786 tomó los hábitos y recibió el nombre de Serafín. Durante muchos años llevó una vida de ermitaño en un bosque remoto. Por su vida santa en 1831 mereció con sus alumnos ver, por la segunda vez en su vida, la aparición de la Virgen, acompañada por Juan el Bautista y Juan el Evangelista. Falleció en 1833 mientras oraba arrodillado en su celda en el monasterio de Sarov. Serafín de Sarov fue beatificado por la Iglesia Ortodoxa Rusa el 29 de enero de 1903. Sus reliquias descansan en el monasterio de Divéyevo cerca de Nízhniy Nóvgorod.

Sus obra contienen una admirable doctrina, que encierra no sólo el legado de lo mejor de la tradición monástica cristiana, sino también, de una experiencia iluminada por la acción del Espíritu Santo. En sus escritos podemos leer este texto admirable, acerca de la ascesis, es decir, la purificación interior como camino para contemplar la luz de Dios.


Para recibir y sentir en el corazón la luz de Cristo, hay que alejarse lo más posible de las acciones visibles.  Luego de purificar el alma mediante la penitencia y las buenas obras, y con una fe sincera en el Crucificado, cerrando los ojos, hay que sumergir la mente en el interior del corazón, clamar y llamar, sin cesar, el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, en la medida del esfuerzo y del ardor del espíritu hacia el Bien amado, el hombre encuentra en el nombre invocado una dulzura que provoca sed de conocimiento superior.

Cuando el hombre internamente ve la luz eterna, su mente se torna limpia y libre de imágenes sensoriales. Estando todo concentrado en la admiración de la belleza no creada, olvida todo lo sensorial, no se quiere ver tampoco a sí mismo, quiere esconderse en el núcleo de la tierra, solo para no perder a este verdadero Bien: a Dios.

San Serafín de Sarov
Sermones

jueves, 11 de abril de 2013

Dios es el bien


Dios es el bien en si, la misericordia misma, un abismo de bondad y, al mismo tiempo, él abraza ese abismo y excede todo nombre y todo concepto posible. No hay otro medio para obtener su misericordia que la unión. Uno se une a Dios compartiendo, en la medida de lo posible, las mismas virtudes, por ese comercio de súplica y de unión que se establece en la oración.

La participación en las virtudes, por la semejanza que instaura, tiene por efecto disponer al hombre virtuoso a recibir a Dios. Pertenece al poder de la oración operar esta recepción y consagrar místicamente el crecimiento del hombre hacia lo divino y su unión con él -pues ella es el lazo de las criaturas razonables con su Creador- siempre a condición de que la oración haya transcendido, gracias a una compunción inflamada, el estadio de las pasiones y de los pensamientos. Pues un espíritu ligado a las pasiones no podría pretender la unión divina. En tanto que el espíritu ora en esta clase de disposición, no obtiene misericordia; en cambio, cuanto más éxito alcanza en alejar los pensamientos, más adquiere la compunción y, en la medida de su compunción, participa en la misericordia y en su consuelo. Que persevere humildemente en ese estado y transformará enteramente la parte apasionada del alma.

Gregorio Palamas

miércoles, 10 de abril de 2013

Ego sum lux mundi


Cristo Todopoderoso, o dicho en griego, el Cristo Pantocrátor, es la luz que ilimina el mundo. Desde su trono de gloria, a la cabeza de la Iglesia, derrama su luz sobre nuestro mundo. Con esta luz inmaterial podemos comenzar a contemplar las realidades inmateriales que nos circundan, a las que en realidad pertenecemos, una vez que superemos esta peregrinación de la Creación. Esta luz nos descubre la misteriorsa fuerza del amor, capaz de vencer no sólo nuestros bajos instintos que nos llevan al conflicto, sino también las más elaboradas y complejas diferencias que nos conducen a la enemistad.

El Cristo Pantocrátor que ilumina el mundo lleva en su mano un libro. En ese libro están contenidas las palabras de la Vida, que nos enseñan a comprender e interpretar la realidad que nos circunda. Son las palabras que Jesús, el eterno Hijo de Dios, pronunció entre nosotros, y que como un preciado tesoro conservaron sus discípulos de generación en generación.

Y Cristo Pantocrátor nos ha dejado su Espíritu, que sigue soplando donde quiere, por más sorprendente que eso nos pueda resultar. Es el Espíritu Santo quien ilumina nuestros ojos, y nos hace reinterpretar nuestra realidad a la luz de Cristo. Su fuerza nos mueve al amor, al bien y a la belleza. Todo lo que no es amor, lo que no es bondad y lo que no es bello nos divide, y nos conduce a la frustración.

martes, 9 de abril de 2013

Nacer de nuevo

El encuentro de Jesús con Nicodemo podemos leerlo a la luz de los Padres antiguos e intentar orar con esta expresión. "nacer de nuevo".

Él no sólo curó nuestras enfermedades con la fuerza de sus milagros, y nos liberó de nuestros muchos y gravísimos pecados, cargando con nuestras pasiones y con el suplicio de la cruz como si él lo mereciera, con la que saldó nuestra deuda, sino que nos enseñó  a imitarlo en su benignidad condescendiente y en su perfecta caridad para con todos. 
San Máximo Confesor (c.580-662)

Mira siempre hacia oriente, de donde sale para ti el sol de justicia, y te nace continuamente la luz, para que no camines nunca en tinieblas, ni te sorprenda en tinieblas aquel día último; sino que vivas siempre en la luz de la sabiduría, en el pleno día de la fe, bajo la luz de la caridad y de la paz. 
Orígenes (c.185-253)

El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia,  y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta.
San Antonio (1196-1231)

Mantened con firmeza lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Conservaos así puros e inmaculados para el día del Señor. 
San Paciano de Barcelona (S. IV-V)

Despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvamos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo, Señor, ¡qué bien estaría quedarnos aquí!.
San Anastasio Sinaíta (c.700)

Nacer de nuevo es  dejarse guiar por la fuerza renovadora del Espiritu Santo. En él esta nuestro consuelo y él sabe lo que necesitamos, él intercede por nosotros, él es nuestro consolador y en él encontramos la fuerza para cumplir y obrar la voluntad del Padre.
Un monje

lunes, 8 de abril de 2013

La confianza de María y la incredulidad de Tomás

Fra Angelico: Anunciación
En el corto plazo de dos días, la liturgia nos regala dos textos cuya comparación nos resulta especialmente enriquecedora: la duda de Tomás y la fe de María. Tomás cede a la lógica humana, según la cual, es imposible que ningún difunto vuelva a la vida, ni que el escarnecido, por muchos milagros que hiciera en vida, pueda ahora triunfar sobre la tremenda decepción de verlo crucificado. Tomás no admite el testimonio de sus compañeros, no puede creer en algo que le resulta imposible.

María, en cambio, hoy dice sí a un plan absolutamente increíble: que la virgen conciba sin concurso de varón no al rey de Israel sino al Rey eterno, a Dios mismo. La muchacha sabe que se expone al escarnio público y a la pérdida de su prometido, pero no puede ni quiere decirle no al ángel que le anuncia el plan de salvación de Dios.

Ante nosotros, pues, quedan dos actitudes completamente contrapuestas: la que se cierra a la lógica humana y rechaza creer en una acción de Dios a la que considera imposible; es decir, rechaza que en el orden de lo humano puedan existir otras fuerzas que las intrínsecas a este mundo. Y, frente a esta lógica humana, está la humilde aceptación de lo que no se comprende, de lo que no se puede dominar, simplemente porque la confianza en el poder de Dios llega hasta donde no es capaz la lógica humana.

Al final, en María contemplamos y alabamos de generación en generación el triunfo de la humildad que, sencillamente, le dice sí a Dios, aunque no comprenda de que se trate. Y, por su parte, la lección que recibió del Resucitado Tomás nos enseña a poner toda nuestra confianza en el poder de quien es nuestro Señor y nuestro Dios.

La vida del monje está especialmente llamada a reproducir el ejemplo de María, confiando en un plan tantas veces digno de ser rechazo por humanamente inviable, pero al mismo tiempo determinado con providente amor desde toda la eternidad por el Creador para nuestro bien. A él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén

domingo, 7 de abril de 2013

Adoración al Señor resucitado


Señor, Dios mío, que en la tarde del Jueves Santo hiciste de tu Última Cena en este mundo el momento cumbre de tu vida, entregándola por todos nosotros: Permíteme, por unos instantes, adorarte, bendecirte, y darte gracias.

Quisiera, Señor, que toda mi existencia fuera un canto de alabanza a tu amor. Sé que soy indigno de ti, Señor. Pero me conmueve tu compasión para con Pedro, al que por tres veces preguntaste si te quería, y con tres confesiones lavó la mancha de sus tres negaciones.

Señor, yo te he negado muchas más veces. Y, sin embargo, te veo resucitado junto a mí, pecador. Te veo junto a todos cuantos caminamos por este mundo, tantas veces sin rumbo fijo.

Es más, te has hecho nuestro pan para el camino por este mundo. Y este pan que nos alimenta es la unión con tu persona.

Señor, danos fuerza para nunca desfallecer, aun cuando la carga de nuestros pecados nos agobie, y la vergüenza de enfrentarnos contigo, como le sucedió a Pedro, cubra de rubor nuestra cara, y desarme nuestra arrogante lógica.

¡Quédate con nosotros, Señor, porque atardece! Acoge nuestra alabanza, que con amor te ofrecemos de todo corazón.

Un monje

viernes, 5 de abril de 2013

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

Aleluya en san Benito

En el capitulo 15 de la Regla de San Benito, se prescribe de manera especial cuándo los monjes deben decir aleluya: 
     " Desde la santa Pascua hasta Pentecostés dígase sin interrupción aleluya tanto en los salmos como en los responsorios. Pero desde Pentecostés hasta el principio de la cuaresma sólo se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del oficio de vigilias. Todos los domingos fuera de cuaresma se dirán con aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona. Las vísperas, en cambio, se dirán con antífona. En cambio los responsorios nunca se digan con aleluya, sino desde Pascua hasta Pentecostés".

La aclamación de jubilo del aleluya era para los cristianos de los primeros siglos muy estimada. Cita el P. Colombás en su comentario a la regla, que Vigilancio quería reservar solo el uso del Aleluya a la fieta de Pascua, pero al parecer esto parecía una gran exageración. El uso del Aleluya difería de Iglesia a Iglesia, algunos lo usaban en diferentes épocas del año y otros se limitaban a esta cincuentena pascual o solemnidades. Adalbert de Vogüe ha realizado un estudio al respecto del uso del Aleluya dado en Roma en esta época ya que es aquí cuando se empieza a codificar este uso.
Hay que tener en cuenta que para para el Maestro según cita Colombás, el aleluya significa una pertenencia de los "siervos de Dios" a su Señor, y es el monasterio, como "casa de Dios" que equivale a vivir continuamente en presencia de Dios, "con el Señor"en un eterno tiempo pascual y por ello se acentúa el canto frecuente del aleluya.
San Benito no hace una teórica reflexión del tema sino que es pragmático y simplemente fija la practica de esta teoría. Se cree que era ya practica romana con respecto al domingo, o pascua semanal. Después, manda el aleluya, fuera de cuaresma, en todas las horas y va fuera de la costumbre romana al prescribir el aleluya en el segundo nocturno desde Pentecostés hasta cuaresma y sin interrupción de Pascua a Pentecostés, claro esta.
Para san Benito parece que es sinónimo de gozo espiritual y manifestación de un gozo incontenible y una alabanza entusiasta tributada al mismo Dios, que ha querido rescatarnos de la muerte y ha vencido a ella en la victoriosa resurrección de su Hijo Jesucristo. 
Hemos sido rescatados de la muerte y del pecado, Cristo verdaderamente ha resucitado, estamos alegres, cantemos con gozo ¡ALELUYA!

jueves, 4 de abril de 2013

Opus stupent et angeli

Diego de la Cruz: Piedad
Museo Correr, Venecia
Reincidimos hoy tanto en el himno de Vigilias Hic est dies verus, como en el pintor hispano-flamento Diego de la Cruz, pues vamos a tomar otra estrofa de este himno, en la contemplación de otra maravillosa representación del Cristo resucitado ante la estupefacción de los ángeles.

La segundo estrofa de este himno dice así:

Opus stupent et angeli,
poenam videntes corporis
Christoque adherentem reum
vitam beatam carpere.

Podríamos traducirlo de la siguiente forma: "Los mismos ángeles se asombran al contemplar aquel cuerpo desgarrado y a Cristo que promete el paraíso al que está crucificado a su derecha"

La vida monástica, en cierto modo, conduce al monje a la estupefacción, es decir, a tal grado de admiración en la contemplación del misterio del inmenso amor de Dios, que queda incapacitado para pronunciar otra palabra que no sea una pobre alabanza.

Los ángeles, como dice la Carta a los Hebreos, contemplan al mismo Señor de la gloria rebajado muy por debajo de ellos mismos, y quedan asombrados de todo el amor que despliega para así rescatar a la oveja que se le ha perdido. Tanto amor le lleva a dejarse asesinar en una cruz, a ser expuesto al escarnio público, a ser objeto de todos los odios de la historia de la humanidad. Dios ha conocido desde dentro lo mejor de lo que es capaz el hombre, para también ha experimentado todo el horror del que han sido y serán capaces los humanos.

Cristo resucitado muestra las huellas de su Pasión. No las esconde, no son objeto de vergüenza o de pudor, sino que son las más preciadas joyas que ornan su sacratísima humanidad. A través de ellas se manifiesta el Resucitado, y dan sentido a todas las heridas que sufrimos los hombres. Los ángeles, como todos nosotros, quedan estupefactos en la contemplación de ese cuerpo desgarrado, que asciende glorioso del sepulcro. Por eso mismo, entiende el monje su existencia como una improductiva e inútil reiteración en la acción de gracias, porque ya nada es lo mismo después de que Dios mismo salió triunfante del sepulcro.

miércoles, 3 de abril de 2013

Mysterium mirabile

Diego de la Cruz: Cristo de la Piedad
"Ego sum via veritas et vita"

Uno de los privilegios que nos es permitido gozar a quienes en la vida monástica disfrutamos del rico acervo litúrgico de la Tradición es el de encontrarnos con acertadas formulaciones que condensan en sí mismas todo un rico contenido espiritual, que no es fácil expresar de otra forma. Por eso, pecan de insensatez quienes por el prurito de modernidad renuncian a un patrimonio espiritual aquilatado a lo largo de los siglos, que sigue sorprendiendo a veces por su belleza y por su riqueza.

Una de estas joyas se encuentra en el himno latino que se canta en el Oficio de Vigilias de la Octava de Pascua. El himno se titula Hic est dies verus, es decir, éste es verdaderamente el día. La estrofa a la que nos queremos referir dice así:

Mysterium morabile,
ut abluat mundi luem,
peccata tollat omnium
carnis vitia mundans caro.

La traducción de estos versos podría ser la siguiente: "¡Oh, qué misterio tan admirable, en el que los crímenes del mundo se limpian, los pecados de los hombres se perdonan, y se purifican con la carne las culpas de la carne".

El texto se refiere, evidentemente, a la Resurrección, un misterio que no sólo implica que un difunto haya vuelto a la vida. Por encima de este valor particular, encierra un misterio que renueva desde lo más profundo el ser de la entera Creación y de la Humanidad: la Resurrección consigue la purificación de la suciedad provocada en la Creación por el pecado humano, y consigue este efecto de limpiar la carne, es decir, la humanidad responsable del pecado, desde la misma carne, es decir, desde la humanidad asumida por Dios en Jesús, el eterno y unigénito Hijo de Dios.

La humanidad, pues, ha sido redimida desde sí misma, porque Dios la ha asumido en sí y la ha llevado a una plenitud de vida que no conoce ocaso en su Resurrección. De ahí que el misterio central de nuestra fe no puede dejar de ser aludido sino como misterio admirable, ante el cual solo podemos permanecer estupefactos en adoración.

Algún día, en los tiempos remotos, algún monje recibió la inspiración para plasmar en verso y dotar de músicas conceptos tan bellamente elaborados. Que el Señor se lo premie, pues con el trascurso de los siglos, nos sigue ayudando para expresar nuestra alabanza por misterio tan sobrecogedor.

martes, 2 de abril de 2013

Cantemos Aleluya, hermanos



Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención a los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo, hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios, dice el Apóstol, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.

San Agustín, Sermón 256, 1.2.3

lunes, 1 de abril de 2013

El descanso pascual

Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía

En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.

Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.