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lunes, 22 de abril de 2019

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

sábado, 20 de abril de 2019

Apotegmas de un monje a sí mismo

Moretto da Brescia - Entierro de Cristo

80.- Lamentación sobre Cristo muerto. Monje, trata de compartir en tu oración los sentimientos de los discípulos. Aquél en quien había creído, por quien lo habían dejado todo, había quedado desacreditado ante todo el pueblo en la Cruz como un impostor abandonado y maldito por Dios. Aquél en quien habían puesto su esperanza como salvador de Israel, yacía en un sepulcro y ellos mimos se habían escondido, desesperados, para escapar de su misma suerte. Y, sobre todo, aquél al que habían amado, había muerto ante sus ojos después de una tortura inhumana. Y ahora, ¿qué? Esta misma pregunta te habrá asaltado en los momentos difíciles de tu vida. Responde con las últimas palabras de Jesús: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Llora hoy en silencio, monje, y comparte el dolor de la Madre del Señor, de sus discípulos, y de cuantos sufren las consecuencias del pecado humano.

jueves, 18 de abril de 2019

Velad y orad

Andrea Mantegna - La Oración del Huerto

El Señor se quedó sólo. Los discípulos sólo le acompañaron hasta el huerto, no perseveraron con él en la oración, precisamente en el momento supremo de la historia de la humanidad, cuando Dios se disponía a entregar su vida humana, asumida en el Hijo, para que así la creación entera pudiera vivir en plenitud su historia como historia de salvación en Dios.

Esta noche, después de la gozosa intimidad de la Última Cena, el Señor nos espera en el silencio, en la agonía que sufrió hasta dejarse arrastrar a la muerte, en el sufrimiento y el miedo al saber el horrible suplicio que le esperaba, en la definitiva lucha cósmica entre Dios y el poder del mal.

Esta noche el Señor nos pide que velemos y oremos, para no caer en la tentación, pues el alma está dispuesta, pero la carne es débil. Esta noche el Señor nos enseña a empuñar las únicas armas, la oración, para poder combatir junto a él, para poder afrontar los sufrimientos de la Cruz, y para prepararnos a la muerte con el Señor en la espera de la Pascua.

Esta noche aprendemos en la oración a esperar esperanzados nuestra muerte, pues la vida nos espera en la Resurrección del Señor. Esta noche nos sirve para comprender todas las noches, todas las oscuridades, todas las incertidumbres de nuestra vida. ¡Velad y orad esta noche!

miércoles, 3 de mayo de 2017

Beato Ogerio de Lucedio. El Señor es mi lote


Pero Felipe, no comprendiendo que él era absolutamente semejante al Padre, le dice: Muéstranos al Padre y nos basta. Por lo cual, Jesús, echándole en cara su desconocimiento incluso del Hijo, le replica: Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Realmente no me habéis conocido, porque si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. No conoce al Hijo, quien piensa que el Padre es mejor: no porque uno sea el Padre y otro sea el Hijo, sino porque es absolutamente semejante. Por eso, porque el Hijo es absolutamente semejante al Padre, prosigue diciendo: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? Lo que no puedes ver, créelo al menos. Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia, pues no hablo por mí mismo: lo que yo hago lo atribuyo a aquel de quien yo, que actúo, procedo. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, entre las que se cuentan las palabras, las palabras que son obras buenas cuando a alguien edifican. Y siendo el Padre quien obra en mí, ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Si estuviéramos separados, en modo alguno prodríamos actuar inseparablemente.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Es decir: os aseguro que el que cree en mí, esto es, cree que soy un Dios con el Padre, venerable y amable, también él hará las obras que yo hago, es decir, las obras que ahora las hago por mí mismo, después las haré por su medio: y aún mayores, siempre por medio de él, porque yo me voy al Padre: me voy a aquel del cual según mi divinidad nunca me he separado.

Carísimos hermanos: pidámosle esto: que su gracia nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. En su nombré pidámosle a él solo, pues es en extremo avaro quien no se contenta con Cristo. Quien posee al Señor y dice con el profeta: El Señor es mi lote, nada puede poseer fuera de él.

Por lo cual, no debemos preocuparnos de otra cosa, sino de cómo merecer que Cristo sea nuestra heredad, él por cuyo amor hemos renunciado al amor propio y a la propia voluntad. Esta es, carísimos, la heredad que hace la dicha de sus poseedores.

Beato Ogerio de Lucedio
Sermón 7 (2.3.4.7: PL 184, 906. 907-908.909)

miércoles, 26 de abril de 2017

Benedicto XVI sobre san Isidoro

San Braulio de Zaragoza y san Isidoro de Sevilla
En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios».

Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas".

San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).

Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.

Benedicto XVI 
Roma - Audiciencia General del 18 de junio de 2008

jueves, 13 de abril de 2017

Velad y orad

Andrea Mantegna - La Oración del Huerto

El Señor se quedó sólo. Los discípulos sólo le acompañaron hasta el huerto, no perseveraron con él en la oración, precisamente en el momento supremo de la historia de la humanidad, cuando Dios se disponía a entregar su vida humana, asumida en el Hijo, para que así la creación entera pudiera vivir en plenitud su historia como historia de salvación en Dios.

Esta noche, después de la gozosa intimidad de la Última Cena, el Señor nos espera en el silencio, en la agonía que sufrió hasta dejarse arrastrar a la muerte, en el sufrimiento y el miedo al saber el horrible suplicio que le esperaba, en la definitiva lucha cósmica entre Dios y el poder del mal.

Esta noche el Señor nos pide que velemos y oremos, para no caer en la tentación, pues el alma está dispuesta, pero la carne es débil. Esta noche el Señor nos enseña a empuñar las únicas armas, la oración, para poder combatir junto a él, para poder afrontar los sufrimientos de la Cruz, y para prepararnos a la muerte con el Señor en la espera de la Pascua.

Esta noche aprendemos en la oración a esperar esperanzados nuestra muerte, pues la vida nos espera en la Resurrección del Señor. Esta noche nos sirve para comprender todas las noches, todas las oscuridades, todas las incertidumbres de nuestra vida. ¡Velad y orad esta noche!

jueves, 6 de abril de 2017

Morir con Cristo


El monje se queda solo; esa soledad justifica el nombre de solitario que tiene, pero le conduce a la soledad de un desierto, en el que no tiene posibilidades de sobrevivir. El monje sabe que su vida ya no tiene más sentido que morir junto a aquél que por nosotros murió. No se trata de que la muerta sea buena, ni que se desee, que el monje huya de la existencia y se deje morir poco a poco. El monje sabe que desde que Dios murió en la Cruz y resucitó para nuestra salvación, la muerte ya no es muerte sino un simple paso, y la vida ya no es esta vida sino estar con Cristo; todo lo demás, por muy evidente que nos resulte con los ojos de este mundo, por muy lógico y por muy absoluto que nos parezca, al contrastarse con ese acontecimiento cósmico de la nueva creación en la Pascua de Cristo, ha dejado de ser lo únicamente real, para tener un carácter sumamente relativo.

No todos los días es fácil para el monje asumir este bautismo reforzado que es su profesión monástica, pues su parte humana y mundana se rebela, y quisiera disfrutar de la existencia que el Creador le ha concedido, y gustar con los demás de los gozos y fatigas de la vida real. Sin embargo, el Señor, por los motivos que él sólo conoce, llamó al monje para que estuviera con él, en la forma y manera, en el lugar y en el tiempo que el misteriosamente escogió.

Con María y Juan, el monje debe besar todos los días las taladradas manos del Señor, que los hombres clavaron a la Cruz para que dejaran de hacer el bien, pero que Dios resucitó de entre los muertos para que por toda la eternidad derramen la gracia del Espíritu Santo sobre todo lo creado, asociándonos al amor de la Santa Trinidad.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Contemplar la Pasión

Cristo en la Cruz
Francisco de Zurbarán

Aunque la consideración de la vida de Cristo, nuestro Señor, y de todos los pasos de ella, nos debe ser tan ordinaria y continua, como se dijo arriba; pero muy más particularmente lo debe ser la meditación de la sagrada Pasión, la cual había de estar impresa en nuestra memoria, que nunca de ella se apartase, y como dice el glorioso san Bernardo: Ningún cristiano había de haber, que por lo menos siete veces al día no se acordase de ella; pues para esto quiso el mismo Señor, después de haber resucitado, conservar en su Cuerpo glorioso las señalas de las cinco Llagas principales, para que nunca se nos pudiese olvidar lo que por nosotros padeció.. Y para este mismo intento nos dejó un memorial tan noble y tan continuo, como el Santísimo Sacramento, mandándonos que, todas las veces que la celebrásemos, fuese en memoria de su Pasión, porque esta meditación es la más provechosa, y la general para todos, y así deben los puntos de ella meditarse más particular, distinta y espaciosamente que todos los demás de su vida santísima.

Fray Antonio de Molina
Ejercicios espirituales de las Excelencias de la Oración Mental
Tratado Tercero de la Segunda Parte, de la Pasión de Cristo nuestro Señor

Quien esto escribía, fray Antonio de Molina, era una monje cartujo de finales del siglo XVI, que es su magnífico libro sobre la oración, nos dejó una serie completa de meditaciones sobre la vida del Señor, de entre las que destacan las dedicadas a la Pasión del Señor. Efectivamente, en nuestra vida de oración ocupa la consideración de cuanto el Señor hizo por nosotros un lugar privilegiado. Dicha meditación, lo sabemos por experiencia, nos ha movido frecuentemente al bien, nos ha ayudado a vencer la fuerza del pecado, y nos ha impulsado a actos heroicos de amor y de generosidad. Esta contemplación de la Pasión del Señor es fuente de intensa acción espiritual, y con ella cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio, cualquier acto de amor parece pequeño en su comparación.

Fray Antonio de Molina, tomando como punto de comparación la invitación a orar siete veces, procedente de la tradición monástica, invita a hacer oración mental también siete veces, según el consejo de san Bernardo, tomando como pie la consideración de los pasos de la Pasión del Señor. No es difícil imaginar la soledad del monje cartujo, consagrada otras tantas veces a la visión amorosa del Señor eterno, muerto por su criatura perecedera.

Pero como el mismo escritor nos dice, no sólo aprovecha esta meditación al monje consagrado al Señor, sino que es fundamental para todo cristiano, que quiera tener presente a lo largo de su jornada, cuanto Jesús por él hizo.

martes, 14 de marzo de 2017

La confesión de los pecados


El sacramento de la penitencia es uno de los que más cambios ha sufrido a lo largo de su historia. De ser un proceso público de conversión, pasó al ámbito estrictamente privado. Durante los primeros siglos del Cristianismo, había una serie de pecados que, por su especial gravedad, provocaban la exclusión del pecador de la comunidad eclesial; para poder volver al seno de los creyentes, el bautizado tenía que inscribirse en una lista pública, y hacer una penitencia pública consistente en ayunos, vigilias y oraciones. Así, al llegar la Pascua, era reconciliado con la Iglesia. Pero esta penitencia solo podía realizarse una vez en la vida, por lo que muchas personas retrasan su bautismo hasta prácticamente el momento de la muerte, y evitar así lo enojoso de tal proceso penitencial.

Frente a esta penitencia pública, la influencia de la espiritualidad monástica fue creando un nuevo modo de reconciliación por los pecados, que es nuestra actual penitencia privada. Los monjes, siguiendo el consejo del Apóstol, se confesaban los pecados unos a otros; y el anciano espiritual, a través de esta revelación de la conciencia, ayudaba a su discípulo en el progreso espiritual. Esta penitencia se reiteraba cuantas veces fuera necesario, y no se restringía a un número limitado de pecados; de hecho, era un factor esencial en el reconocimiento de la multiforme manifestación del pecado, y en el combate del monje contra las diversas fuerzas del mal.

Esta forma de penitencia privada saltó fuera del ámbito monástica, y se impuso a la generalidad de los fieles, tanto en Oriente como en Occidente. Por fin, en el Concilio de Trente, se reguló de forma definitiva la forma de su celebración, y desde entonces se impuso su celebración en los confesionarios que fueron instalados en las iglesias.

Desde hace décadas esta forma de celebración del sacramento, y la penitencia en sí misma, ha entrado en crisis y, en en gran medida, ha dejado de celebrarse con la frecuencia con que se celebraba. Desde luego, no sólo estamos hablando de una crisis en la forma de la celebración, sino del entero concepto de pecado y de reconciliación. Hoy nos creemos más adultos, y rechazamos el que todo sea pecado; ha entrado en crisis, en sí mismo, el concepto de pecado, y hemos perdido gran parte de la sensibilidad hacia el mal y sus consecuencias. Por eso, en consecuencia, apenas celebramos este sacramento que nos reconcilia con Dios.

De hecho, hasta en la vida monástica actual ha descendido en cantidad y en calidad esta celebración de la penitencia. Cuando, de hecho, sigue siendo una forma esencial de reconocer el poder del pecado y, humildemente, luchar contra ella. No se trata de vivir apresado por un moralismo estrecho, en un escrúpulo constante por las faltas cometidas; pero tampoco es posible ignorar los estragos que en nosotros hace el mal a través de una periódica revisión de la propia conciencia y de la humilde manifestación del propio pecado.

jueves, 9 de marzo de 2017

Vida benedictina fuera del Monasterio

Muchas personas se acercan a los Monasterios, para participar de alguna forma de su vida espiritual y enriquecerse, así, del rico legado que detentan. Existen asociaciones de oblatos que agrupan a laicos que se vinculan a un Monasterio por los lazos de la oración y de la caridad. En el día de hoy, la Iglesia recuerda a una santa que lo hizo de una manera peculiar: santa Francisca Romana.


Pero, ¿cómo vivir fuera del Monasterio la espiritualidad benedictina? ¿Es, acaso, posible? San Benito propone un camino espiritual para monjes, pero sus líneas maestras también pueden adaptarse a una vida normal de laico en algunos aspectos, fundamentalmente en el esfuerzo por buscar a Dios en la oración, en algunos momentos especiales consagrados al silencio, y en la caridad.

La vida que hoy vivimos corre a un ritmo trepidante. Tal vez por eso, hoy más que nunca, tiene actualidad esta propuesta, que podríamos formular en dos facetas: por una parte, el reservar algunos días al año para un retiro espiritual en un Monasterio; y para dedicar, cada día, algunos minutos a la oración y a la práctica de las obras de misericordia.

Se trata de una fórmula que permite romper el absolutismo de las ocupaciones mundanas, para recordar en la vida cotidiana que el núcleo central de nuestra existencia consiste en tender hacia Dios. Es algo, por tanto, que no sólo está al alcance de los monjes, sino de toda persona que desee vivir en su vida familiar y laboral momentos de especial contacto con el Señor.

sábado, 28 de mayo de 2016

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».



Sentencias de los Padres del Desierto
Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.

jueves, 12 de mayo de 2016

Espíritu Santo y vida monástica

Un monje es un ser humano que ha sido llamado por  el Espíritu Santo para abandonar las preocupaciones, los  deseos y las ambiciones de otras personas y consagrar  su vida entera a la búsqueda de Dios . Este concepto es  familiar . La realidad que tal concepto significa es un misterio. Porque, de hecho, nadie en la tierra sabe exactamente qué significa «buscar a Dios» hasta que se pone a buscarlo . Ninguna persona puede decirle a otra lo que esta búsqueda significa a no ser que ésta esté iluminada, al mismo tiempo, por el Espíritu que habla dentro de su propio corazón. En definitiva, nadie puede buscar a Dios, si antes no ha sido encontrado por Él . Un monje es aquel que busca a Dios porque ha sido encontrado por Dios. En pocas palabras, un monje es un «hombre de Dios» 
Thomas Merton



La vida monástica es un carisma, creación del Espíritu Santo, que sólo se puede asumir en libertad y en amor por inspiración del Espíritu Santo. Esta forma de vida cristiana sólo puede  ser evangélica y siempre nueva, gracias a la ayuda del Espíritu Santo.

La vida monástica es una forma de vida cristiana, uno de los caminos para vivir el misterio pascual. Es una vida pneumática porque es cristiana, mesiánica, consagrada en la única consagración bautismal, en la que se de la unción del Espíritu Santo;  Por eso el monacato no es algo condición aparte, una categoría de cristianos compuesta por miembros mejores en comparación con los demás.

sábado, 26 de marzo de 2016

Soledad y Silencio


Hoy el silencio envuelve la tierra y contempla a Cristo depositado en el sepulcro. Un Cristo que desafiando a la muerte, en la confianza de hacer la voluntad del Padre, ha aceptado con dolor y padecimiento el plan preparado  para poder así rescatarnos del oscuro abismo donde nos habían conducido nuestros pecados.

Silencio y soledad, dos características muy determinantes en la vida del monje. Silencio para poder escuchar a quien habla al corazón a quien sondea lo profundo del alma, a quien conoce todo lo que somos y pensamos. Silencio para saber atender las necesidades del otro, para implorar misericordia e interceder con el corazón por nuestros hermanos como el mismo Cristo nos enseña en su silencioso transito hacia el Padre. Silencio que trasciende fronteras y muros porque es, paradógicamente, el medio de comunicación del Espíritu y medio en el cual transforma toda la faz de la tierra.

Soledad para encontrarse con el Amado, para descansar en  Él, para conversar sosegadamente con Él, para dejarse embriagar de Él. Una soledad que hace al monje estar y tener presente al mundo sin estar en el mundo, una soledad que se hace compañía de quien lo necesita debido al gran poder de la oración y la presencia espiritual, una soledad que acompaña y vela, que descansa en Cristo sobre la fría piedra de la terrena existencia, pero que arde en amorosos deseos de encontrase con Él como fin y principio de su existencia. Una soledad en la que espera gozar, sin figuras ni otros tantos mensajeros. Una soledad, como diría san Juan de la Cruz, donde pueda encontrase el alma de éste con quien es el amor de su alma, su Señor, quien descansa y actúa para encontrar al hombre en su eterna y sola presencia de la  callada musicalidad del alma y en la ...

la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;

jueves, 24 de diciembre de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


59.- Luz en medio de la noche. Monje, esta noche será larga. La oscuridad envuelve el mundo, pero la luz terminará triunfando. Como los pastores, has de estar esta noche santa en vela. Así verás la gloria del Señor. Su luz es tu gozo y tu alegría, pues te iluminará con la verdadera Sabiduría, que Dios nos ha revelado en el Verbo encarnado. En él está la Vida, y la vida es la luz de los hombres.

sábado, 18 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo

Roger van der Weyden. Crucifixión

92.- La grandeza de Dios. Monje, cuando contemples la inmensidad insondable del universo, y te sientas insignificante, no dudes ni te atemorices: confía, simplemente, en quien te llamó a la existencia para amarte, para ser tu compañero y para compartir contigo, en el Espíritu Santo, el amor de Dios Padre Todopoderoso, fuente de toda bondad.

jueves, 9 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


91.- La bondad de Dios. Monje, no se me ocurre mejor forma de seguir al Señor que vivir permanentemente en la bondad. A fin de cuentas, como dice el apóstol, en Jesucristo se nos ha aparecido el amor y la bondad de Dios. De tal forma que tu bondad no es fruto de tu esfuerzo, sino participación en la bondad del Señor, aceptación de su bondad en nuestro pensamiento y en nuestro obrar. A través de la bondad, monje, vivirás en el amor, anunciarás amor, llegarás al Amor.

jueves, 2 de julio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


90.- El perdón que Dios nos ofrece. Monje, un día se detuvo Jesús ante un paralítico, lo miró con compasión, y le perdonó sus pecados. ¿Qué era más terrible: la enfermedad de su cuerpo, o la parálisis de su alma? La gente, sin embargo, se extrañaba de que un hombre se atreviese a hacer lo que sólo Dios puede hacer: perdonar los pecados. ¡Admirable milagro! Somos curados por el Señor, y levantados de nuestra propia postración. Que nunca cese nuestra alabanza ante tanta misericordia.

sábado, 20 de junio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo

Lippo Memmi - Cristo bendiciendo

89.- Confianza. Monje, cierra los ojos y abandona, confiado, tu suerte en manos de Cristo, el Señor. No pretendas saber cómo alcanzarás todo lo que él te promete; no quieras adelantar la hora de su cumplimiento; no intentes conducir tu existencia según tus propios criterios. Confía tu suerte a su Palabra. Nada sobre la tierra bastará para salvarte; sólo su amor providente te acogerá y redimirá la vaciedad y fragilidad de tu ser.

viernes, 12 de junio de 2015

Apotegmas de un monje a sí mismo


88.- El amor de Cristo. Monje, ¡qué difícil es ponderar la inmensidad del amor de Jesús! Fue amado por María, la Madre, que lo siguió a pie firme hasta la Cruz; fue amado por José, quien lo cuidó a pesar de no siempre comprender; miró con ojos amorosos a los que llamó a seguirle; tanto amó a Juan, que lo llamó "el discípulo amado"; fue amado por la Lázaro, Marta y María; el amor que la Magdalena le profesó mereció verlo resucitado; fue su mirada amorosa la que conmovió a Pedro y lo rescató de la negación. También a ti, monje, te amó cuando te concedió la fe y cuando murió por ti en la Cruz. Procura, pues, que tu vida, responda en la limitada medida de tus posibilidades a su inmenso amor.

miércoles, 10 de junio de 2015

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.