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lunes, 22 de abril de 2019

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

miércoles, 10 de abril de 2013

Ego sum lux mundi


Cristo Todopoderoso, o dicho en griego, el Cristo Pantocrátor, es la luz que ilimina el mundo. Desde su trono de gloria, a la cabeza de la Iglesia, derrama su luz sobre nuestro mundo. Con esta luz inmaterial podemos comenzar a contemplar las realidades inmateriales que nos circundan, a las que en realidad pertenecemos, una vez que superemos esta peregrinación de la Creación. Esta luz nos descubre la misteriorsa fuerza del amor, capaz de vencer no sólo nuestros bajos instintos que nos llevan al conflicto, sino también las más elaboradas y complejas diferencias que nos conducen a la enemistad.

El Cristo Pantocrátor que ilumina el mundo lleva en su mano un libro. En ese libro están contenidas las palabras de la Vida, que nos enseñan a comprender e interpretar la realidad que nos circunda. Son las palabras que Jesús, el eterno Hijo de Dios, pronunció entre nosotros, y que como un preciado tesoro conservaron sus discípulos de generación en generación.

Y Cristo Pantocrátor nos ha dejado su Espíritu, que sigue soplando donde quiere, por más sorprendente que eso nos pueda resultar. Es el Espíritu Santo quien ilumina nuestros ojos, y nos hace reinterpretar nuestra realidad a la luz de Cristo. Su fuerza nos mueve al amor, al bien y a la belleza. Todo lo que no es amor, lo que no es bondad y lo que no es bello nos divide, y nos conduce a la frustración.

viernes, 5 de abril de 2013

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

jueves, 4 de abril de 2013

Opus stupent et angeli

Diego de la Cruz: Piedad
Museo Correr, Venecia
Reincidimos hoy tanto en el himno de Vigilias Hic est dies verus, como en el pintor hispano-flamento Diego de la Cruz, pues vamos a tomar otra estrofa de este himno, en la contemplación de otra maravillosa representación del Cristo resucitado ante la estupefacción de los ángeles.

La segundo estrofa de este himno dice así:

Opus stupent et angeli,
poenam videntes corporis
Christoque adherentem reum
vitam beatam carpere.

Podríamos traducirlo de la siguiente forma: "Los mismos ángeles se asombran al contemplar aquel cuerpo desgarrado y a Cristo que promete el paraíso al que está crucificado a su derecha"

La vida monástica, en cierto modo, conduce al monje a la estupefacción, es decir, a tal grado de admiración en la contemplación del misterio del inmenso amor de Dios, que queda incapacitado para pronunciar otra palabra que no sea una pobre alabanza.

Los ángeles, como dice la Carta a los Hebreos, contemplan al mismo Señor de la gloria rebajado muy por debajo de ellos mismos, y quedan asombrados de todo el amor que despliega para así rescatar a la oveja que se le ha perdido. Tanto amor le lleva a dejarse asesinar en una cruz, a ser expuesto al escarnio público, a ser objeto de todos los odios de la historia de la humanidad. Dios ha conocido desde dentro lo mejor de lo que es capaz el hombre, para también ha experimentado todo el horror del que han sido y serán capaces los humanos.

Cristo resucitado muestra las huellas de su Pasión. No las esconde, no son objeto de vergüenza o de pudor, sino que son las más preciadas joyas que ornan su sacratísima humanidad. A través de ellas se manifiesta el Resucitado, y dan sentido a todas las heridas que sufrimos los hombres. Los ángeles, como todos nosotros, quedan estupefactos en la contemplación de ese cuerpo desgarrado, que asciende glorioso del sepulcro. Por eso mismo, entiende el monje su existencia como una improductiva e inútil reiteración en la acción de gracias, porque ya nada es lo mismo después de que Dios mismo salió triunfante del sepulcro.