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jueves, 7 de marzo de 2019

Vigilias del Jueves. Salmo 40


En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.

Israel oró este versículo agradeciendo al Señor la salvación sobre tantos enemigos como habían intentado destruir al pueblo elegido, lo cual era una prueba palpable del amor del Dios que había hecho alianza con los descendientes de Abrahán.

Jesucristo oró este versículo dando gracias a Dios, su Padre, que le habría de hacer vencer sobre el enemigo de Dios y de los hombres, sobre el mal que ensombrece el mundo creado bueno por Dios, sobre la malicia del Maligno que intenta apoderarse del corazón humano y lo lleva por caminos de oscuridad.

Los cristianos oramos este versículo junto a Cristo, nuestra cabeza, pues su victoria aún no se ha completado en cada uno de nosotros, y seguimos luchando contra el mal que pugna por imponerse en nuestro corazón. Pero la resurrección de Cristo es la prueba definitiva del amor de Dios hacia el hombre, y prenda de lo que esperamos se realizará en cada uno de nosotros y en nuestro mundo.

sábado, 6 de mayo de 2017

La Eucaristía en la vida del monje


La Eucaristía vino a ser llamada en el último Concilio como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En efecto, en ella hacemos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y ofrecemos al Dios, nuestro Padre, el más perfecto sacrificio que podríamos nunca ofrecerle: a su mismo Hijo, entregándose por nuestros pecados.

Si bien en el origen de la espiritualidad monástica no se insistió en la riqueza de la Eucaristía para la vida del monje, la evolución posteriormente del Cristianismo nos ha ido poniendo de manifiesto la importancia radical que tiene la Eucaristía, como presencia viva y eficaz del Señor resucitado en medio de sus discípulos.

Al mismo tiempo, tras el redescubrimiento de la Palabra de Dios en el interior de la Eucaristía, operado a raíz del Concilio Vaticano II, tenemos la oportunidad, todos los días, de profundizar en el significado de la Palabra de Dios, como profecía que se refería a Cristo en el Antiguo Testamento, y como realización del misterio de la Redención en la comunidad creyente a partir del Nuevo Testamento. De alguna forma, seguimos siendo como los Discípulos de Emaús, que nos sentamos a la Mesa del Señor para que él nos ilumine y nos dé la luz del Espíritu para comprender su Misterio desde las propias Escrituras, que a él se referían.

Por eso, la Eucaristía no sólo contiene una oportunidad catequética. Es, sobre todo, el principal acto de adoración, es decir, de acción de gracias y de reconocimiento de cuanto ha hecho Dios por nosotros, que en nuestra jornada podemos realizar. Por más que en los Monasterios celebremos los monjes cada día la Eucaristía apenas sin participación del pueblo, la eficacia del Memorial de la Redención encierra en sí mismo un poder capaz de salvar al mundo, no por lo que unos pobres pecadores hagan, sino en virtud de la fuerza de Dios operada en el Santo Sacrificio.

jueves, 23 de junio de 2016

Sobre la oración

El fin del monje y la más alta perfección del corazón tienden a establecerle en una continua e ininterrumpida atmósfera de oración. De esta suerte llega a poseer, en cuanto es posible a nuestra fragilidad humana, una tranquilidad inmóvil en la mente y una inviolable pureza de alma. Constituye éste un bien tan preciado, que tratamos de procurárnoslo al precio de un trabajo físico incansable y a trueque de una continua contrición de espíritu. Media una relación recíproca entre estas dos cosas que están inseparablemente unidas. Porque todo el edificio de las virtudes se levanta en orden a alcanzar la perfección de la oración. Y es que si la oración no mantiene este edificio y sostiene todas sus partes conjugándolas y uniéndolas entre sí, no podrá ser éste firme y sólido, sin subsistir por mucho tiempo. Esta tranquilidad estable y esta oración continua de que tratamos no pueden adquirirse sin estas virtudes; y estas virtudes, a su vez, que son como los cimientos, no pueden lograrse sin aquélla. 

Sería una quimera querer tratar con precipitación y a la ligera de los efectos de la oración, e incluso estudiarla en aquel grado sumo que implica la práctica de todas las virtudes. Importa, ante todo, examinar gradualmente las dificultades que es menester conjurar y los preparativos que se imponen para llegar a su feliz término. Como que la parábola del Evangelio nos enseña a calcular con diligencia y hacer acopio de los materiales que son necesarios para la construcción de esta ingente torre espiritual. 

Pero también estos materiales ensamblados serían de muy poco provecho e incapaces de sustentar la techumbre sublime de la perfección sin contar con un requisito previo. Esto es: desarraigar en primera línea nuestros vicios y arrancar de nuestra alma los tallos de las pasiones, poniendo al desnudo las raíces muertas. Luego, echar sobre la tierra firme de nuestro corazón, o mejor, sobre la piedra de que nos habla el Evangelio, las sólidas bases de la simplicidad de la humanidad. Merced a ellas esta torre que intentamos levantar podrá asentarse inconmovible, rodeada de nuestras virtudes y erguirse segura en su propia solidez hasta los cielos. 

Quien construye sobre tales fundamentos no tiene nada que temer. Aunque irrumpan contra ella las tempestades de las pasiones y azote sus murallas al torrente furioso de la persecución; por más que las potestades enemigas se levanten cual huracán proceloso y embistan su mole, ésta se mantendrá firme contra viento y marea no sufriendo la más leve sacudida.

Juan Casiano, Colaciones, Sobre la oración

sábado, 28 de mayo de 2016

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».



Sentencias de los Padres del Desierto
Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.

miércoles, 10 de junio de 2015

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.

jueves, 6 de marzo de 2014

Vigilias del Jueves. Salmo 40


En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.

Israel oró este versículo agradeciendo al Señor la salvación sobre tantos enemigos como habían intentado destruir al pueblo elegido, lo cual era una prueba palpable del amor del Dios que había hecho alianza con los descendientes de Abrahán.

Jesucristo oró este versículo dando gracias a Dios, su Padre, que le habría de hacer vencer sobre el enemigo de Dios y de los hombres, sobre el mal que ensombrece el mundo creado bueno por Dios, sobre la malicia del Maligno que intenta apoderarse del corazón humano y lo lleva por caminos de oscuridad.

Los cristianos oramos este versículo junto a Cristo, nuestra cabeza, pues su victoria aún no se ha completado en cada uno de nosotros, y seguimos luchando contra el mal que pugna por imponerse en nuestro corazón. Pero la resurrección de Cristo es la prueba definitiva del amor de Dios hacia el hombre, y prenda de lo que esperamos se realizará en cada uno de nosotros y en nuestro mundo.

miércoles, 26 de junio de 2013

La castidad sin la caridad no tiene valor

Alegoría de la Castidad. Hans Memling
La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así, en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

San Bernardo de Claraval, Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

martes, 25 de junio de 2013

No os agobiéis por el mañana

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Puede también interpretarse de esta manera: nosotros que hemos renunciado al mundo y que, fiados en la gracia espiritual, hemos despreciado sus riquezas y pompas, debemos solamente pedir para nosotros el alimento y el sustento. Nos lo advierte el Señor con estas palabras: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Y el que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo, secundando la voz de su maestro, debe pedir el pan de cada día, sin extender al mañana los deseos de su petición, de acuerdo con la prescripción del Señor, que nuevamente nos dice: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Con razón, pues, el discípulo de Cristo pide para sí el cotidiano sustento, él a quien le está prohibido agobiarse por el mañana, pues sería pecar de contradicción e incongruencia solicitar una larga permanencia en este mundo, nosotros que pedimos la acelerada venida del reino de Dios.

El Señor nos enseña que las riquezas no sólo son despreciables, sino incluso peligrosas, que en ellas está la raíz de los vicios que seducen y despistan la ceguera de la mente humana con solapada decepción. Por eso reprende Dios a aquel rico necio que sólo pensaba en las riquezas de este mundo y se jactaba de su gran cosecha, diciendo: Esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Se regodeaba el necio en su opulencia, él que moriría aquella noche; y él, a quien la vida se le estaba escapando, pensaba en la abundante cosecha.

En cambio, el Señor declara que es perfecto y consumado el que, vendiendo todo lo que tiene, lo distribuye entre los pobres, y abre una cuenta corriente en el cielo. Dice que es digno de seguirle y de imitar la gloria de la pasión del Señor, quien, expedito y ceñido, no se deja enredar en los lazos del patrimonio familiar, sino que, desembarazado y libre, sigue él mismo tras los tesoros que previamente había enviado al Señor.

Para que todos y cada uno de nosotros podamos disponernos a un tal desprendimiento, nos enseña a orar de este modo y a conocer, por el tenor de la oración, las cualidades que la oración debe revestir.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro

lunes, 24 de junio de 2013

Sobre la oración

El fin del monje y la más alta perfección del corazón tienden a establecerle en una continua e ininterrumpida atmósfera de oración. De esta suerte llega a poseer, en cuanto es posible a nuestra fragilidad humana, una tranquilidad inmóvil en la mente y una inviolable pureza de alma. Constituye éste un bien tan preciado, que tratamos de procurárnoslo al precio de un trabajo físico incansable y a trueque de una continua contrición de espíritu. Media una relación recíproca entre estas dos cosas que están inseparablemente unidas. Porque todo el edificio de las virtudes se levanta en orden a alcanzar la perfección de la oración. Y es que si la oración no mantiene este edificio y sostiene todas sus partes conjugándolas y uniéndolas entre sí, no podrá ser éste firme y sólido, sin subsistir por mucho tiempo. Esta tranquilidad estable y esta oración continua de que tratamos no pueden adquirirse sin estas virtudes; y estas virtudes, a su vez, que son como los cimientos, no pueden lograrse sin aquélla. 

Sería una quimera querer tratar con precipitación y a la ligera de los efectos de la oración, e incluso estudiarla en aquel grado sumo que implica la práctica de todas las virtudes. Importa, ante todo, examinar gradualmente las dificultades que es menester conjurar y los preparativos que se imponen para llegar a su feliz término. Como que la parábola del Evangelio nos enseña a calcular con diligencia y hacer acopio de los materiales que son necesarios para la construcción de esta ingente torre espiritual. 

Pero también estos materiales ensamblados serían de muy poco provecho e incapaces de sustentar la techumbre sublime de la perfección sin contar con un requisito previo. Esto es: desarraigar en primera línea nuestros vicios y arrancar de nuestra alma los tallos de las pasiones, poniendo al desnudo las raíces muertas. Luego, echar sobre la tierra firme de nuestro corazón, o mejor, sobre la piedra de que nos habla el Evangelio, las sólidas bases de la simplicidad de la humanidad. Merced a ellas esta torre que intentamos levantar podrá asentarse inconmovible, rodeada de nuestras virtudes y erguirse segura en su propia solidez hasta los cielos. 

Quien construye sobre tales fundamentos no tiene nada que temer. Aunque irrumpan contra ella las tempestades de las pasiones y azote sus murallas al torrente furioso de la persecución; por más que las potestades enemigas se levanten cual huracán proceloso y embistan su mole, ésta se mantendrá firme contra viento y marea no sufriendo la más leve sacudida.

Juan Casiano, Colaciones, Sobre la oración

lunes, 10 de junio de 2013

Adelantar en la vida espiritual

El abad Juan dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes. Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad. Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos. Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y no devuelvas mal por mal. No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes al contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz y trabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos. Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. I. De la manera de adelantar en la vida espiritual.

viernes, 31 de mayo de 2013

Juicio y misericordia

Un hermano del monasterio del abad Elías sucumbió ante una tentación y fue expulsado. Y se fue al monte con el abad Antonio. Permaneció con él algún tiempo, y luego Antonio le envió de nuevo al monasterio de donde había venido. Pero en cuanto lo vieron los hermanos lo volvieron a expulsar. Regresó el hermano a donde estaba el abad Antonio y le dijo: «Padre, no me han querido admitir». El anciano les mandó decir: «Un navío naufragó en el mar y perdió su cargamento. Con mucho esfuerzo el barco ha llegado a tierra, y ahora vosotros ¿queréis hundir esa nave que ha llegado a la orilla sana y salva?». Cuando supieron que era el abad Antonio el que lo enviaba, inmediatamente lo recibieron.


Un hermano de Scitia cometió un día una falta. Los más ancianos se reunieron y enviaron a decir al abad Moisés que viniese. Pero él no quiso venir. El presbítero envió a uno para que le dijera: «Ven, pues te esperan todos los hermanos». Y vino, tomó consigo una espuerta viejísima, la llenó de arena y se la echó a la espalda. Los hermanos saliendo a su encuentro le preguntaban: «¿Qué es esto, padre?». Y el anciano les dijo: «Mis pecados se escurren detrás de mí, y no los veo, y ¿voy a juzgar hoy los pecados ajenos?». Al oír esto los hermanos no dijeron nada al culpable y lo perdonaron.

Sentencias de los Padres del Desierto. Cap. IX. De no juzgar

martes, 28 de mayo de 2013

De la paciencia


Un hermano que había sido insultado por otro hermano, acudió al abad Sisoés de Tebas y le dijo:
"Ese hermano me ha insultado y quiero vengarme". 
El anciano le rogaba: "No, hijo. Deja en manos de Dios la venganza". 
Pero el otro decía: "No descansaré hasta que me haya vengado yo mismo". 
El anciano insistió: "Hermano, hagamos oración". 
Y el anciano puesto en pie añadió: "Dios mío, ya no necesitamos que te ocupes de nosotros, pues nos vengamos nosotros mismos". 
Al oír esto el hermano se echó a los pies del anciano y le dijo: "Ya no tengo nada contra aquel hermano. ¡Por favor, Padre, perdóname!".


Sentencias de los Padres del Desierto. Cal XVI. De la paciencia

domingo, 26 de mayo de 2013

Dios en el alma

La Santísima Trinidad, Dios infinito, uno en naturaleza y trino en Personas, habita en nuestras almas: el Espíritu Santo que celebramos en Pentecostés, viene en nuestra ayuda y nos hace comprender las palabras de Cristo, la revelación máxima que nos hizo, sobre su Vida íntima, sobre la intimidad de Dios. Nos enseña que Dios nos es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, de vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice San Agustín, Amante, Amado y Amor. (Cf.  Benedicto XVI, Angelus del 11 de Junio de 2006)

A pesar de que no podemos ver a Dios en este mundo, él mismo se dio a conocer en Cristo además de que el apóstol san Juan dice: "Dios es amor" (1Jn 4, 16) "hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él"

Quien se encuentra con Cristo y entra en una relación de amistad con él  por medio de la gracia y la fe, acoge en su alma la misma comunión trinitaria, según la promesa de Jesús a los discípulos: "si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

Dios hace morada en nosotros, inhabita en el alma de cada uno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivamos pues en su amistad, abrámonos a la gracia, dejemos que more en el profundo de nuestra busqueda deseosa de Él, que la morada en nuestra alma sea un reflejo de sus graciosa presencia.

En la Iglesia, dice san Atanasio, se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.

Somos templos de Dios y esta realidad, esta verdad, tiene que ser nuestra obsesión espiritual, pues es el tesoro más precioso que pueda tener el hombre sobre la tierra, Dios, el Cielo, en su alma.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La ciencia de los santos

Dijo el Padre Isidoro: "Esta es la ciencia de los santos, el conocimiento de la voluntad de Dios: Cuando todo obedece a la verdad, el hombre está por encima de todo, porque es imagen y semejanza de Dios. De todos los espíritus, el más terrible es seguir al propio impulso, es decir, nuestro propio pensamiento y no el de Dios. Esto se convierte al final en aflicción para el hombre.( Apotegmas de los Padres del desierto)

Jamás se deben examinar las razones de lo que Dios hace, por más que se turbe nuestro entendimiento: porque al Señor le toca mandar, y a los siervos obeceder. No puede decir la obra al que la ha formado: ¿Por qué me has hecho así? ¿Para qué es hacer esfuerzos queriendo penetrar los secretos de Dios? ¿No sabéis que de todo tiene cuidado, que es infinitamente sabio, que nada hace en vano, que no obra temerariamente, que os ama más que los padres que os han engendrado, y que los cuidados que tiene de vosotros exceden infinitamente a la ternura de un buen padre o de una buena madre? No busquéis, pues, las ocultas razones de su conducta; no paséis adelante, porque estas consideraciones deben ser suficientes para sosegar vuestro espíritu. (S. Juan Crisósto., Homil. 82, c. 11, Ep. ad Rom., sent. 283, Tric. t. 6, p. 358.)"

miércoles, 15 de mayo de 2013

Sembrad siempre buenas obras


Sed ricos en buenas obras, dice el Señor. Éstas son las riquezas que debéis ostentar, que debéis sembrar. Estas son las obras a las que se refiere el Apóstol, cuando dice que no debemos cansarnos de hacer el bien, pues a su debido tiempo recogeremos. Sembrad, aunque no veáis todavía lo que habéis de recoger. Tened fe y seguid sembrando. ¿Acaso el labrador, cuando siembra, contempla ya la cosecha? El trigo de tantos sudores, guardado en el granero, lo saca y lo siembra. Confía sus granos a la tierra. Y vosotros, ¿no confiáis vuestras obras al que hizo el cielo y la tierra?

Fijaos en los que tienen hambre, en los que están desnudos, en los necesitados de todo, en los peregrinos, en los que están presos. Todos éstos serán los que os ayudarán a sembrar vuestras obras en el cielo... La cabeza, Cristo, está en el cielo, pero tiene en la tierra sus miembros. Que el miembro de Cristo dé al miembro de Cristo; que el que tiene dé al que necesita. Miembro eres tú de Cristo y tienes que dar, miembro es él de Cristo y tiene que recibir. Los dos vais por el mismo camino, ambos sois compañeros de ruta. El pobre camina agobiado; tú, rico, vas cargado. Dale parte de tu carga. Dale, al que necesita, parte de lo que a ti te pesa. Tú te alivias y a tu compañero le ayudas.

San Agustín de Hipona, Sermón sobre las bienaventuranzas

sábado, 20 de abril de 2013

¿También vosotros queréis marcharos?

Nosotros también seremos dignos de estos bienes si siempre seguimos a nuestro Salvador, y, si no solamente en esta Pascua nos purificásemos, sino toda nuestra vida la juzgásemos como una solemnidad, y siempre unidos a Él y nunca apartados le dijésemos: “Tú tienes palabras de vida eterna, ¿adónde iremos?” Y si alguna vez nos hemos apartado, volvamos por la confesión de nuestras trasgresiones, no guardando rencor contra nadie, sino mortifiquemos con el espíritu los actos del cuerpo.
San Atanasio, cart. 10.

"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67). Esta pregunta provocadora no se dirige sólo a los que entonces escuchaban sino que alcanza a  todos nosotros, a los hombres de todas las épocas. Muchos se escandalizan  hoy ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece dura, demasiado difícil de acoger y de practicar. ¿Rechazar y abandonar a Cristo? Hay quien, por la dificultas, el esnobismo o un afán de protagonismo, trata de adaptar su palabra, "La Palabra" a las cambiantes modas desvirtuando así su sentido y su valor. Entonces el detrimento de una vivencia radicaliza en el seguimiento del Maestro se transforma en el seguimiento de nosotros mismos y hemos abandonado el escandaloso seguimiento de Cristo, nos hemos marchado de su lado.

"¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en el corazón y espera de cada uno una respuesta personal. Jesús, de hecho, no se contenta con una pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en su pensar y querer. Seguir a Jesús ha de llenar el corazón de alegría y dar un sentido pleno a nuestra existencia, pero comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra la corriente de un mundo demasiado acomodado.

A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los apóstoles: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (vv. 68-69). 

También nosotros podemos repetir la respuesta de Pedro, (diría Benedicto XVI) conscientes ciertamente de nuestra fragilidad humana, pero confiando en la potencia del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, entrega libre y total del hombre a Dios; la fe es dócil escucha de la Palabra del Señor, que es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino. Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por Él, podemos experimentar también nosotros, que nuestra única felicidad consiste en amar a Dios y saber que Él nos ama.

viernes, 19 de abril de 2013

Del cuidado del corazón

Vosotros deseáis ardientemente obtener la grandiosa y divina «fotofanía» de nuestro Salvador Jesucristo; vosotros que queréis aprehender sensiblemente en vuestro corazón el fuego más que celestial; vosotros que os esforzáis por obtener la experiencia sentida del perdón de Dios; vosotros que habéis abandonado todos los bienes de este mundo para descubrir y poseer el tesoro oculto en el terreno de vuestro corazón; vosotros que queréis desde esta tierra abrazaros alegremente a las antorchas del alma y, para ello, habéis renunciado a todas las cosas presentes; vosotros que queréis conocer y tomar con un conocimiento experimental el reino de Dios presente ante vosotros, venid para que yo os exponga la ciencia, el método de la vida eterna, o mejor, celestial, que introduce sin fatiga ni sudor a aquel que la practica en el puerto de la apatheia. El no debe temer la seducción ni el terror que proceden de los demonios. Esa caída no amenaza más que a aquel cuya desobediencia entraña permanecer lejos de la vida que os expongo, tal como le sucedió a Adán quien, despreciando el precepto divino, se relacionó con la serpiente, confió en ella, se dejó embriagar con el fruto engañoso y se precipitó lastimosamente, y su posteridad con él, en el abismo de la muerte, de las tinieblas y de la corrupción.

Volved, pues, volvamos, -para hablar más exactamente- pues, a nosotros mismos, mis hermanos, rechazando con el mayor desprecio el consejo de la serpiente y toda intimidad con aquel que repta. Pues sólo hay un medio de acceder al perdón y a la familiaridad con Dios: volver, en lo posible, a nosotros mismos, o mejor -por una paradoja- reentrar en nosotros mismos, alejándonos del comercio con el mundo y de las preocupaciones vanas, para ligarnos indefectiblemente al «reino de los cielos que está dentro de nosotros». Si la vida monástica ha recibido el nombre de «ciencia de la ciencia y arte de las artes», es porque sus efectos no tienen nada en común con las ventajas corruptibles de aquí abajo, que desvían a nuestro espíritu de lo que es mejor, para enterramos bajo sus aluviones. Ella nos promete bienes maravillosos e inefables «que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni se le antojó al corazón del hombre» (1 Cor 2, 9). También «porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires» (Ef 6, 12). Puesto que el siglo presente sólo es de tinieblas, huyámosle, huyámosle incluso en pensamiento. Que no haya nada en común entre nosotros y el enemigo de Dios, pues «aquel que quiere hacer amistad con él se sitúa como enemigo de Dios». Y, ¿quién podrá acudir en ayuda de aquel que se hace enemigo de Dios?

Imitemos entonces a los Padres y, según su ejemplo, busquemos el tesoro oculto en nuestros corazones, y, habiéndolo descubierto, retengámosle con todas nuestras fuerzas para, a la vez, guardarlo y hacerlo valer. A ello fuimos destinados desde nuestro origen. Si algún nuevo Nicodemo intenta perturbamos preguntando: «¿Cómo es posible volver a entrar en el corazón para vivir y trabajar allí?» tendremos derecho a dar la misma respuesta que dio el Salvador a la objeción del primer Nicodemo («¿cómo se puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y renacer cuando se es viejo?»): «El Espíritu sopla por donde quiere», con una imagen tomada del viento material. Si compartimos una duda semejante en relación a las obras de la vida activa, ¿cómo llegaremos a aquellas de la contemplación siendo que «la vida activa es el camino de acceso a la contemplación»?.
Nicéforo el Solitario

jueves, 18 de abril de 2013

La Eucaristía en la vida del monje


La Eucaristía vino a ser llamada en el último Concilio como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En efecto, en ella hacemos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y ofrecemos al Dios, nuestro Padre, el más perfecto sacrificio que podríamos nunca ofrecerle: a su mismo Hijo, entregándose por nuestros pecados.

Si bien en el origen de la espiritualidad monástica no se insistió en la riqueza de la Eucaristía para la vida del monje, la evolución posteriormente del Cristianismo nos ha ido poniendo de manifiesto la importancia radical que tiene la Eucaristía, como presencia viva y eficaz del Señor resucitado en medio de sus discípulos.

Al mismo tiempo, tras el redescubrimiento de la Palabra de Dios en el interior de la Eucaristía, operado a raíz del Concilio Vaticano II, tenemos la oportunidad, todos los días, de profundizar en el significado de la Palabra de Dios, como profecía que se refería a Cristo en el Antiguo Testamento, y como realización del misterio de la Redención en la comunidad creyente a partir del Nuevo Testamento. De alguna forma, seguimos siendo como los Discípulos de Emaús, que nos sentamos a la Mesa del Señor para que él nos ilumine y nos dé la luz del Espíritu para comprender su Misterio desde las propias Escrituras, que a él se referían.

Por eso, la Eucaristía no sólo contiene una oportunidad catequética. Es, sobre todo, el principal acto de adoración, es decir, de acción de gracias y de reconocimiento de cuanto ha hecho Dios por nosotros, que en nuestra jornada podemos realizar. Por más que en los Monasterios celebremos los monjes cada día la Eucaristía apenas sin participación del pueblo, la eficacia del Memorial de la Redención encierra en sí mismo un poder capaz de salvar al mundo, no por lo que unos pobres pecadores hagan, sino en virtud de la fuerza de Dios operada en el Santo Sacrificio.

miércoles, 17 de abril de 2013

La vida apostólica

Monjes del Monte Athos comiendo en el Refectorio

El libro de los Hechos de los Apóstoles no sólo nos da a conocer la acción evangelizadora de los apóstoles, con la consiguiente expansión del cristianismo, sino también su propio género de vida. ¿Cómo vivieron los apóstoles inmediatamente después de la muerte del Señor? Esta imagen, que a través de diversos rasgos se nos describe en los Hechos, siempre ha sido considerada como una imagen en la que se deben mirar todas las comunidades cristianas a lo largo de los siglos, incluidas por supuesto las comunidades monásticas.

Por una parte, se nos dice que los apóstoles perseveraron en la oración. De hecho, nos cuentan cómo subían al Templo, para participar en la oración de Israel. A través de la oración, especialmente de los Salmos, es como irían penetrando en el sentido de las palabras y de los hechos de Jesús. A través de la luz del Espíritu Santo se irían adentrando en el misterio del que habían sido testigos.

Al mismo tiempo, constituyeron una comunidad de vida, fundamentada sobre la caridad. Compartieron sus bienes, poniendo cada uno a disposición de los demás cuanto poseía. El texto resume este género de vida diciendo que tenían un solo corazón y una sola alma en Dios. Pero esta concordia ideal tuvo que enfrentarse con las dificultades de la vida cotidiana. Así, vemos que pronto surgieron conflictos, el más grave de ellos referido a la actitud hacia los gentiles que se convertían. Pero aún en esta decisiva encrucijada, se dejaron guiar por el Espíritu Santo, aún en contra de lo que su tradición originariamente judía les pedía.

En cualquier caso, los Hechos de los Apóstoles enfatizan el hecho de la presencia rectora del Espíritu Santo por una parte, y de la disponibilidad de la comunidad creyente a dejarse guiar hacia donde el Espíritu quisiera. A esto es a lo que nos referimos cuando hemos aludido a la vida apostólica, que no es un simple esfuerzo de proselitismo o de propaganda. La vida apostólica es la vida de las comunidades cristianas que quieren tomar como referencia aquella primera comunidad que perseveró junto a María en la oración.

domingo, 14 de abril de 2013

El santo Altar


Un Monasterio es un lugar en el que hombres y mujeres consagran su vida a seguir a Cristo en la oración, en la contemplación de su Palabra, y en la celebración de sus misterios, intentando hacer de la caridad la norma suprema de coexistencia, procurando su sustento con el trabajo de sus manos, y separándose de cuanto en la vida es calificado como normal, para centrarse en el Dios manifestado en Jesucristo.

Hay muchos lugares en el Monasterio que expresan físicamente todos estos conceptos, pero ninguno como el altar del oratorio, ante el cual comparecen diariamente los monjes para recordar que en el ara de la Cruz, nuestro Señor Jesucristo entregó su existencia por nosotros, y para constatar que todas las Escrituras encuentran en él su plenitud y explicación.

El altar no sólo es la mesa en la que los discípulos comparten con el Señor aquella Última Cena. También evoca los altares que erigieron Abraham, Isaac y Jacob, la tienda del encuentro que trasportó Moisés por el desierto, el altar en torno al cual se deleitaba el salmista contemplando la belleza de la casa del Señor, el altar de doce piedras que levantó el profeta Elías en medio de la apostasía de Israel, el mismo altar sobre el que de generación en generación hasta Jesús se sacrificaba el cordero pascual.

Todo ello hace del altar un compendio de todo lo que está contenido en la Cruz, nuestro verdadero altar, sobre el que el Señor nos rescató, y que convirtió de instrumento de tortura y vilipendio en trono de eterna salvación. Por eso, los Monasterios se esfuerzan por hacer del altar el centro de su entera geografía espiritual.