Mostrando entradas con la etiqueta liturgia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta liturgia. Mostrar todas las entradas

domingo, 14 de abril de 2019

Procesión hacia el Reino


La procesión te dice a dónde nos dirigimos, y la Pasión nos muestra el camino. 

Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino, como grita el ladrón crucificado: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Lo ve caminar hacia el reino y le pide que, cuando llegue, se acuerde de él. También él llegó, y por un atajo tan corto que aquel mismo día mereció estar con el Señor en el Paraíso.

La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama.

San Bernardo de Claraval
Sermón I en el Domingo de Ramos, 2

viernes, 5 de mayo de 2017

La liturgia en la vida del monje benedictino


Existen muchas formas de ser monje cristiano. Una de ellas, por supuesto no la única, es la que tiene en la Regla de san Benito y en la tradición benedictina una norma de vida. El concepto fundamental de esta forma de ser monje diríamos, con un término técnico que san Benito tomó del griego, que es el cenobitismo. Somos monjes cenobitas, es decir, que vivimos en común. No somos ermitaños, es decir, los monjes que siguen a Dios en la soledad absoluta. Los cenobitas se agrupan, comparten la vida y se ayudan mutuamente en su vida espiritual. Los puntos de encuentro fundamentales en la vida del monje cenobita son la oración coral, la comida en común y la escucha del magisterio del Abad. Estos elementos de vida comunitaria se complementan con otros de soledad, especialmente la vida de oración en la celda. Después, cada tradición benedictina ha articulado estos elementos según su genio propio.

La oración común en el oratorio no simplemente es un acto comunitario. Expresa la dimensión eclesial de la comunidad de monjes que, unidos a Jesucristo, alaba la gloria de la Trinidad Santa e intercede por las necesidades de todos los hombres.

La tradición benedictina se ha caracterizado por tener en la más alta consideración este elemento cenobítico; de ahí, su impresionante esfuerzo por dotar de belleza estos momentos privilegiados de la jornada del monje. El canto gregoriano, el cuidado por el lugar sagrado donde se desarrolla la celebración litúrgica, la ordenación del ceremonial y la belleza de los ornamentos, solo son signos visibles que intentan hacer tangible el Misterio que evocan.

También en nuestros días, muchas comunidades monásticas han sucumbido a la tentación de prescindir de estos elementos simbólicos, considerándolos como una estética ajena a la sensibilidad actual y que distancia del común sentir del pueblo de Dios, buscando una pretendida simplificación que, sencillamente, ha conducido a una fealdad que, carente de cualquier sentido simbólico, es incapaz de alcanzar los grados de sublimidad atesorados en la tradición benedictina.

La estética cristiana implica una objetividad y exige una disciplina. La objetividad se refiere a que dicha estética se fundamente en un lenguaje objetivo, transmitido de generación en generación, que no depende de la voluntad de cada monje y que, por lo mismo, es susceptible de ser comprendida en todo tiempo y lugar. Por ejemplo, a pesar de ser latinos, somos capaces de comprender la disposición de una catedral ortodoxa rusa, sencillamente, porque mantienen la objetividad de un lenguaje estético que se remonta al origen del cristianismo.

La disciplina alude al esfuerzo necesario para crear belleza recreando, en fidelidad a la tradición, el lenguaje recibido de la tradición. El arte tiende a no ser sencillo; de hecho, se fundamenta en el artificio, es decir, en la elaboración de los elementos simples y naturales, para construir realidades más complejas a través de las cuales se expresa la inefable riqueza del misterio cristiano.

Por eso mismo, la liturgia monástica debiera reformarse en fidelidad a la objetividad y a la disciplina, por más que estos conceptos sean rechazados por la estética contemporánea, o creamos que nos alejan de la comprensión y sensibilidad de la gente normal. Por el contrario, el pueblo fiel suele ser movido más intensamente por la captación de la belleza que remite a un misterio inexpresable, que por la comprensión intelectual de unos contenidos que necesariamente han de ser simplificados y que son incapaces de expresar el misterio sin destruirlo.

La liturgia protestante, fiel a su erróneo principio de que sólo mediante la libre interpretación de la Palabra podemos acceder a Dios, despojó a su liturgia de todo simbolismo y la redujo a un racionalismo, tantas veces estéril. De hecho, sus templos son meros auditorios, y sus celebraciones muchas veces son clases magistrales. Es una liturgia subjetiva y que no se atiene a la disciplina de la tradición; por lo mismo, no puede ser universalmente comprendida ni expresa en todo tiempo y lugar el único misterio de Dios. La liturgia católica, y especialmente la monástica, debiera huir de la influencia de tal liturgia que, por desgracia, en las últimas décadas ha sido tan intensa.

sábado, 31 de octubre de 2015

Antífona de las Primeras Vísperas de Todos los Santos

Fresco de Todos los Santos - Baptisterio de Padua

Ángeles, arcángeles,
tronos y dominaciones,
principados y potestades,
ejércitos celestiales,
querubines y serafines,
patriarcas y profetas,
santos doctores de la ley,
todos los apóstoles,
mártires de Cristo,
santos confesores y vírgenes del Señor,
anacoretas y todos los santos:
interceded por nosotros.

martes, 4 de noviembre de 2014

Liturgia monástica de difuntos

Escuchamos el Tracto Absolve, de la liturgia monástica exequial. Las imágenes son muy sugerentes. El texto dice: Absolve, Domine, animas omnium fidelium defunctorum ab omni vinculo delictorum et gratia tua illis succurente mereantur evadere iudicium ultionis, et lucis æternae beatitudine perfrui, es decir, Absuelve, Señor, las almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de delito, para que ayudados por tu gracia, puedan escapar del juicio del castigo y disfruten de la luz de la bienaventuranza eterna.


viernes, 15 de noviembre de 2013

La Liturgia


La vida del monje, gira o debería girar, en torno a la liturgia. su vida ha de estar inmersa y regida no  por las estaciones del año sino solo y, fundamentalmente, por la vivencia plena y consciente del año litúrgico y la celebración de los misterios del Señor.  

Para la Iglesia Católica, la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo que es realizado por los bautizados. El Concilio Vaticano II define la liturgia como "la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza ". (Sacrosanctum Concilium, n. 10, en Concilio Ecuménico Vaticano II)

Liturgia católica, en sentido general objetivo, es lo mismo que culto público de la Iglesia y puede definirse como "el conjunto de acciones, fórmulas y cosas con que, según las disposiciones de la Iglesia católica, se da culto público a Dios". En un sentido más teológico puede definirse como "todo culto público del Cuerpo místico de Jesucristo, o sea de la Cabeza y de sus miembros" ó como "el ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo por la Iglesia" (Pío XII, Mediator Dei). Es también parte de la Sagrada Tradición. En el Magisterio de la Iglesia, la palabra liturgia se usa por primera vez en la encíclica Inter Gravissimas (1832) de Gregorio XVI. Sin embargo, se usará regularmente sólo desde el pontificado de San Pío X a inicios del siglo XX. La palabra liturgia se usa también como ciencia litúrgica, o sea, el conocimiento científico y sistemático del culto público en cuanto lo ha ordenado y prescrito la Iglesia.

El término liturgia proviene del latín liturgīa (liturguía), que a su vez proviene del griego λειτουργία (leitourguía), con el significado de «servicio público», y que literalmente significa «obra del pueblo»; compuesto por λάος (láos) = pueblo, y έργον (érgon) = trabajo, obra. En el mundo helénico este término no tenía las connotaciones religiosas actuales, sino que hacía referencia a las obras que algún ciudadano hacía en favor del pueblo o a las funciones militares y políticas, etc. A la exención de esas funciones se le llamaba αλειτουργεσία (aleitourguesía).

En el Nuevo Testamento, escrito en el dialecto griego llamado κοινέ (koiné), esta palabra se utiliza con cuatro significados fundamentales:
- Obra civil (7 veces): como el cuidar a los pobres, colectas, etc.
- Culto del templo (5 veces): con un sentido ritual, similar al culto del templo de Jerusalén.
- Ejercicio público de la religión (1 vez): como la predicación que se hacía en las sinagogas o en las plazas.
- Culto espiritual comunitario (2 veces): como la asamblea litúrgica que se reúne para celebrar en comunidad la fe.

Celebremos pues con dignidad la liturgia, como encuentro público y privado con Dios omnipotente Señor y dueño de toda existencia, a quien el monje  busca con ansia y devoción. En ella ejerce de forma oblativa su acción  de cuidar y atender a los hermanos no solo de manera individual sino colectiva manifestada en la intercesión y la súplica por todos los hermanos. Sobre todo el monje de manera especial en la acción litúrgica experimenta, intuye, escucha y goza a Dios en el culto público terrenal como una prefiguración del culto celeste que no tendrá fin.


jueves, 31 de octubre de 2013

Antífona de las Primeras Vísperas de Todos los Santos

Fresco de Todos los Santos
Baptisterio de Padua

Ángeles, arcángeles,
tronos y dominaciones,
principados y potestades,
ejércitos celestiales,
querubines y serafines,
patriarcas y profetas,
santos doctores de la ley,
todos los apóstoles,
mártires de Cristo,
santos confesores y vírgenes del Señor,
anacoretas y todos los santos:
interceded por nosotros.

domingo, 26 de mayo de 2013

Dios en el alma

La Santísima Trinidad, Dios infinito, uno en naturaleza y trino en Personas, habita en nuestras almas: el Espíritu Santo que celebramos en Pentecostés, viene en nuestra ayuda y nos hace comprender las palabras de Cristo, la revelación máxima que nos hizo, sobre su Vida íntima, sobre la intimidad de Dios. Nos enseña que Dios nos es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, de vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice San Agustín, Amante, Amado y Amor. (Cf.  Benedicto XVI, Angelus del 11 de Junio de 2006)

A pesar de que no podemos ver a Dios en este mundo, él mismo se dio a conocer en Cristo además de que el apóstol san Juan dice: "Dios es amor" (1Jn 4, 16) "hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él"

Quien se encuentra con Cristo y entra en una relación de amistad con él  por medio de la gracia y la fe, acoge en su alma la misma comunión trinitaria, según la promesa de Jesús a los discípulos: "si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23).

Dios hace morada en nosotros, inhabita en el alma de cada uno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivamos pues en su amistad, abrámonos a la gracia, dejemos que more en el profundo de nuestra busqueda deseosa de Él, que la morada en nuestra alma sea un reflejo de sus graciosa presencia.

En la Iglesia, dice san Atanasio, se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.

Somos templos de Dios y esta realidad, esta verdad, tiene que ser nuestra obsesión espiritual, pues es el tesoro más precioso que pueda tener el hombre sobre la tierra, Dios, el Cielo, en su alma.

viernes, 17 de mayo de 2013

El encuentro

la Abadia cistercense Madre de Dios, el encuentro, situada en el corazón de la Sierra Madre Michoacana, vecina del fastuoso Santuario de las Mariposas, en el Rincón de San Jerónimo, correspondiente al municipio de Ciudad Hidalgo (Michoacán) Mejico.

Las 25 Monjas Cistercienses que conforman la Abadía, ofrecen una increíble imagen de mujeres preparadas y modernas que han sabido, de manera magistral, consagrarse a una vocación divina y aportar, a la sociedad moderna, un perfil de mujer, altamente madura y culta que despierta la admiración y el respeto de cuantos las conocen o acuden a ellas.

martes, 23 de abril de 2013

Protegidos con el estandarte de la cruz


La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.

Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires.

San Pedro Damiani, Sermón 3, sobre san Jorge (PL 144, 567-571)

domingo, 14 de abril de 2013

El santo Altar


Un Monasterio es un lugar en el que hombres y mujeres consagran su vida a seguir a Cristo en la oración, en la contemplación de su Palabra, y en la celebración de sus misterios, intentando hacer de la caridad la norma suprema de coexistencia, procurando su sustento con el trabajo de sus manos, y separándose de cuanto en la vida es calificado como normal, para centrarse en el Dios manifestado en Jesucristo.

Hay muchos lugares en el Monasterio que expresan físicamente todos estos conceptos, pero ninguno como el altar del oratorio, ante el cual comparecen diariamente los monjes para recordar que en el ara de la Cruz, nuestro Señor Jesucristo entregó su existencia por nosotros, y para constatar que todas las Escrituras encuentran en él su plenitud y explicación.

El altar no sólo es la mesa en la que los discípulos comparten con el Señor aquella Última Cena. También evoca los altares que erigieron Abraham, Isaac y Jacob, la tienda del encuentro que trasportó Moisés por el desierto, el altar en torno al cual se deleitaba el salmista contemplando la belleza de la casa del Señor, el altar de doce piedras que levantó el profeta Elías en medio de la apostasía de Israel, el mismo altar sobre el que de generación en generación hasta Jesús se sacrificaba el cordero pascual.

Todo ello hace del altar un compendio de todo lo que está contenido en la Cruz, nuestro verdadero altar, sobre el que el Señor nos rescató, y que convirtió de instrumento de tortura y vilipendio en trono de eterna salvación. Por eso, los Monasterios se esfuerzan por hacer del altar el centro de su entera geografía espiritual.

martes, 9 de abril de 2013

Nacer de nuevo

El encuentro de Jesús con Nicodemo podemos leerlo a la luz de los Padres antiguos e intentar orar con esta expresión. "nacer de nuevo".

Él no sólo curó nuestras enfermedades con la fuerza de sus milagros, y nos liberó de nuestros muchos y gravísimos pecados, cargando con nuestras pasiones y con el suplicio de la cruz como si él lo mereciera, con la que saldó nuestra deuda, sino que nos enseñó  a imitarlo en su benignidad condescendiente y en su perfecta caridad para con todos. 
San Máximo Confesor (c.580-662)

Mira siempre hacia oriente, de donde sale para ti el sol de justicia, y te nace continuamente la luz, para que no camines nunca en tinieblas, ni te sorprenda en tinieblas aquel día último; sino que vivas siempre en la luz de la sabiduría, en el pleno día de la fe, bajo la luz de la caridad y de la paz. 
Orígenes (c.185-253)

El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia,  y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta.
San Antonio (1196-1231)

Mantened con firmeza lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Conservaos así puros e inmaculados para el día del Señor. 
San Paciano de Barcelona (S. IV-V)

Despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvamos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo, Señor, ¡qué bien estaría quedarnos aquí!.
San Anastasio Sinaíta (c.700)

Nacer de nuevo es  dejarse guiar por la fuerza renovadora del Espiritu Santo. En él esta nuestro consuelo y él sabe lo que necesitamos, él intercede por nosotros, él es nuestro consolador y en él encontramos la fuerza para cumplir y obrar la voluntad del Padre.
Un monje

jueves, 4 de abril de 2013

Opus stupent et angeli

Diego de la Cruz: Piedad
Museo Correr, Venecia
Reincidimos hoy tanto en el himno de Vigilias Hic est dies verus, como en el pintor hispano-flamento Diego de la Cruz, pues vamos a tomar otra estrofa de este himno, en la contemplación de otra maravillosa representación del Cristo resucitado ante la estupefacción de los ángeles.

La segundo estrofa de este himno dice así:

Opus stupent et angeli,
poenam videntes corporis
Christoque adherentem reum
vitam beatam carpere.

Podríamos traducirlo de la siguiente forma: "Los mismos ángeles se asombran al contemplar aquel cuerpo desgarrado y a Cristo que promete el paraíso al que está crucificado a su derecha"

La vida monástica, en cierto modo, conduce al monje a la estupefacción, es decir, a tal grado de admiración en la contemplación del misterio del inmenso amor de Dios, que queda incapacitado para pronunciar otra palabra que no sea una pobre alabanza.

Los ángeles, como dice la Carta a los Hebreos, contemplan al mismo Señor de la gloria rebajado muy por debajo de ellos mismos, y quedan asombrados de todo el amor que despliega para así rescatar a la oveja que se le ha perdido. Tanto amor le lleva a dejarse asesinar en una cruz, a ser expuesto al escarnio público, a ser objeto de todos los odios de la historia de la humanidad. Dios ha conocido desde dentro lo mejor de lo que es capaz el hombre, para también ha experimentado todo el horror del que han sido y serán capaces los humanos.

Cristo resucitado muestra las huellas de su Pasión. No las esconde, no son objeto de vergüenza o de pudor, sino que son las más preciadas joyas que ornan su sacratísima humanidad. A través de ellas se manifiesta el Resucitado, y dan sentido a todas las heridas que sufrimos los hombres. Los ángeles, como todos nosotros, quedan estupefactos en la contemplación de ese cuerpo desgarrado, que asciende glorioso del sepulcro. Por eso mismo, entiende el monje su existencia como una improductiva e inútil reiteración en la acción de gracias, porque ya nada es lo mismo después de que Dios mismo salió triunfante del sepulcro.

martes, 2 de abril de 2013

Cantemos Aleluya, hermanos



Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención a los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo, hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios, dice el Apóstol, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.

San Agustín, Sermón 256, 1.2.3

domingo, 24 de marzo de 2013

Procesión hacia el Reino


La procesión te dice a dónde nos dirigimos, y la Pasión nos muestra el camino. 

Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino, como grita el ladrón crucificado: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Lo ve caminar hacia el reino y le pide que, cuando llegue, se acuerde de él. También él llegó, y por un atajo tan corto que aquel mismo día mereció estar con el Señor en el Paraíso.

La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama.

San Bernardo de Claraval
Sermón I en el Domingo de Ramos, 2

viernes, 8 de marzo de 2013

Siete veces al día te alabaré


San Benito, cuando estableció en la Regla cómo debían orar los monjes, recurrió a un salmo que oraba con frecuencia, en el que el orante se propone alabar al Señor siete veces al día. Se trata, es claro, de una cifra simbólica: el siete alude a la suma o unión de lo divino (el tres) y los humano (el cuatro). Tres son las divinas Personas de la Trinidad, y cuatro los elementos (tierra, aire, agua y fuego) que constituyen la Creación. De esta forma, la vida del monje debiera ser una constante alabanza de la Creación, en cuya representación se pone el orante, al único Dios en su misterio trinitario.

No se trata de un simple concepto teológico: el misterio incomprensible de la Trinidad consiste en cómo tres personas, absolutamente distintas, pueden llegar a ser un único ser divino, de cuya plenitud procede el ser, y a cuya intimidad hemos sido convocados para toda la eternidad. El Padre se goza en el Hijo, el Hijo ama al Padre, y entre ambos el Espíritu Santo sella la perfecta unión divina en el amor. El Hijo confía en el Padre, el Padre glorifica al Hijo, y el Espíritu Santo le da la gloria que procede del Padre. El mismo Espíritu Santo nos es dado, para que en todo momento podamos seguir existiendo en el ser de Dios.

La oración litúrgica, por tanto, más allá de un simple instrumento de catequesis, de confraternización, de comunión humana, es esencialmente una participación que nos es concedida por el Espíritu Santo en el eterno movimiento de amor que existe en el seno de la Trinidad; y, en nombre de toda la Creación, cada orante puede así alabar al que es fuente y origen de todo ser.

Además, el número siete encierra un segundo simbolismo. Cada momento de oración alude a diversos misterios del Dios que ha venido a nuestro mundo a salvarnos. Por la noche, cuando el silencio cubre la tierra y los hombres descansan, el orante sale del sueño del pecado, para estar en vela y esperar al Señor que viene. Al amanecer, el orante agradece al Padre no sólo la creación que comienza de desperezarse recuperando sus colores y su vida, sino también la nueva creación hecha en la Resurrección de Cristo. En Tercia, invoca al Espíritu Santo, cuyo mandamiento de amor medita el orante. En Sexta sube a la Cruz con Cristo. En Nona, muere con Cristo en la Cruz. En Vísperas, al ocaso del día, invoca con confianza junto a Cristo crucificado al que es refugio y fortaleza del justo. Por fin, en Completas entrega la propia existencia al Señor, como anticipo del propio fin.

Así, la entera vida del orante reproduce cada día el misterio de Dios, hecho hombre para que el hombre puede conocer, amar y disfrutar de Dios. Y el monje, de hecho, consagrado a este proceso de cristificación, es decir, de reproducción en sí mismo del propio ser de Cristo, es movido por el Espíritu Santo a progresar en su participación en el misterio de la Trinidad.

De ahí que en san Benito sea tan importante y repetida la breve doxología que compendia toda la existencia cristiana:

Gloria al Padre,
al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

jueves, 7 de marzo de 2013

La liturgia en la vida del monje benedictino


Existen muchas formas de ser monje cristiano. Una de ellas, por supuesto no la única, es la que tiene en la Regla de san Benito y en la tradición benedictina una norma de vida. El concepto fundamental de esta forma de ser monje diríamos, con un término técnico que san Benito tomó del griego, que es el cenobitismo. Somos monjes cenobitas, es decir, que vivimos en común. No somos ermitaños, es decir, los monjes que siguen a Dios en la soledad absoluta. Los cenobitas se agrupan, comparten la vida y se ayudan mutuamente en su vida espiritual. Los puntos de encuentro fundamentales en la vida del monje cenobita son la oración coral, la comida en común y la escucha del magisterio del Abad. Estos elementos de vida comunitaria se complementan con otros de soledad, especialmente la vida de oración en la celda. Después, cada tradición benedictina ha articulado estos elementos según su genio propio.

La oración común en el oratorio no simplemente es un acto comunitario. Expresa la dimensión eclesial de la comunidad de monjes que, unidos a Jesucristo, alaba la gloria de la Trinidad Santa e intercede por las necesidades de todos los hombres.

La tradición benedictina se ha caracterizado por tener en la más alta consideración este elemento cenobítico; de ahí, su impresionante esfuerzo por dotar de belleza estos momentos privilegiados de la jornada del monje. El canto gregoriano, el cuidado por el lugar sagrado donde se desarrolla la celebración litúrgica, la ordenación del ceremonial y la belleza de los ornamentos, solo son signos visibles que intentan hacer tangible el Misterio que evocan.

También en nuestros días, muchas comunidades monásticas han sucumbido a la tentación de prescindir de estos elementos simbólicos, considerándolos como una estética ajena a la sensibilidad actual y que distancia del común sentir del pueblo de Dios, buscando una pretendida simplificación que, sencillamente, ha conducido a una fealdad que, carente de cualquier sentido simbólico, es incapaz de alcanzar los grados de sublimidad atesorados en la tradición benedictina.

La estética cristiana implica una objetividad y exige una disciplina. La objetividad se refiere a que dicha estética se fundamente en un lenguaje objetivo, transmitido de generación en generación, que no depende de la voluntad de cada monje y que, por lo mismo, es susceptible de ser comprendida en todo tiempo y lugar. Por ejemplo, a pesar de ser latinos, somos capaces de comprender la disposición de una catedral ortodoxa rusa, sencillamente, porque mantienen la objetividad de un lenguaje estético que se remonta al origen del cristianismo.

La disciplina alude al esfuerzo necesario para crear belleza recreando, en fidelidad a la tradición, el lenguaje recibido de la tradición. El arte tiende a no ser sencillo; de hecho, se fundamenta en el artificio, es decir, en la elaboración de los elementos simples y naturales, para construir realidades más complejas a través de las cuales se expresa la inefable riqueza del misterio cristiano.

Por eso mismo, la liturgia monástica debiera reformarse en fidelidad a la objetividad y a la disciplina, por más que estos conceptos sean rechazados por la estética contemporánea, o creamos que nos alejan de la comprensión y sensibilidad de la gente normal. Por el contrario, el pueblo fiel suele ser movido más intensamente por la captación de la belleza que remite a un misterio inexpresable, que por la comprensión intelectual de unos contenidos que necesariamente han de ser simplificados y que son incapaces de expresar el misterio sin destruirlo.

La liturgia protestante, fiel a su erróneo principio de que sólo mediante la libre interpretación de la Palabra podemos acceder a Dios, despojó a su liturgia de todo simbolismo y la redujo a un racionalismo, tantas veces estéril. De hecho, sus templos son meros auditorios, y sus celebraciones muchas veces son clases magistrales. Es una liturgia subjetiva y que no se atiene a la disciplina de la tradición; por lo mismo, no puede ser universalmente comprendida ni expresa en todo tiempo y lugar el único misterio de Dios. La liturgia católica, y especialmente la monástica, debiera huir de la influencia de tal liturgia que, por desgracia, en las últimas décadas ha sido tan intensa.