miércoles, 29 de mayo de 2019

San León Magno. En Cristo, hemos penetrado en lo más alto del cielo


Como quiera que la ascensión de Cristo es nuestra propia exaltación
y adonde ha precedido la gloria de la cabeza,
 allí es estimulada la esperanza del cuerpo,
 alegrémonos, amadísimos,
 con dignos sentimientos de júbilo
 y deshagámosnos en sentidas acciones de gracias.
 Pues en el día de hoy no sólo se nos ha confirmado
 la posesión del paraíso,
 sino que, en Cristo, hemos penetrado en lo más alto del cielo,
 consiguiendo, por la inefable gracia de Cristo,
 mucho más de lo que habíamos perdido por la envidia del diablo.
 En efecto, a los que el virulento enemigo
 había arrojado de la felicidad de la primera morada,
 a ésos, incorporados ya a Cristo, el Hijo de Dios los ha colocado a la derecha del Padre:
 con el cual vive y reina en la unidad del Espíritu Santo
 y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

San León Magno
Tratado 73 (4-5: CCL A, 452-454)

martes, 28 de mayo de 2019

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


1.- El Señor de los cielos invade hoy con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor. La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afectó rapidísimo para acoger su palabra.

Nosotros, en cambio, vivimos en este otro país saturado de maldad y pobre de sabiduría: el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma mente pensativa. La mente o entendimiento se abruma cuando piensa en muchas cosas, y no se concentra en la sola y única contemplación de aquella ciudad tan bien trazada. Es normal que la mente se abata y se distraiga con tantas cosas y tantos rodeos. El alma son los afectos, excitados por las pasiones que anidan en el cuerpo mortal; éstos no pueden moderarse ni desaparecer hasta que la voluntad busque y tienda a la unidad.

domingo, 26 de mayo de 2019

San Bernardo de Claraval. Si no tengo amor, no soy nada


Yo y el Padre –dice el Hijo– vendremos a él, esto es, al hombre santo, y haremos morada en él. Pienso que no de otro cielo hablaba el profeta cuando dijo: Aunque tú habitas en el santuario, esperanza de Israel. Y más claramente el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones.

Nada tiene de extraño que el Señor Jesús habite gustoso en este cielo, toda vez que no lo creó, como a los demás con un simple «hágase», sino que luchó por conquistarlo, murió para redimirlo. Por eso, después de la fatiga, dijo con mayor deseo: Esta es mi mansión por siempre aquí viviré, porque la deseo. Dichosa el alma a la que dice el Señor: «Ven amada mía, y pondré en ti mi trono». ¿Por qué te acongojas ahora, alma mía, por qué te me turbas? ¿Piensas también tú encontrar en ti un lugar para el Señor? Pero, ¿qué lugar hay en nosotros que podamos considerar idóneo para semejante gloria, adecuado para tal majestad? ¡Ojalá fuera digno de postrarme ante el estrado de sus pies! ¡Quién me concediera seguir siquiera las pisadas de cualquier alma santa, que Dios se escogió como heredad! Sin embargo, si se dignara infundir también en mi alma el óleo de su misericordia, de modo que yo mismo pudiera decir: Correré por el camino de tus mandatos, cuando me ensanches el corazón, quizá podría también yo mostrarle en mí mismo, si no una sala grande arreglada, donde pueda sentarse a la mesa con sus discípulos, sí al menos un lugar donde pueda reclinar su cabeza.

Después, es necesario que ella (es decir, el alma) crezca y se dilate, para que sea capaz de Dios. Porque su anchura es su amor, como dijo el Apóstol: Ensanchaos en la caridad. Pues si bien el alma, por ser espíritu, no es susceptible de cuantidad extensa, sin embargo, la gracia le concede lo que la naturaleza le niega. Y así, crece y se extiende, pero espiritualmente. Crece y progresa hasta llegar al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud; crece también hasta formar un templo consagrado al Señor.

Así que la grandeza de cualquier alma se estima por la medida de la caridad que posee, de modo que la que posee mucha es grande; la que poca, pequeña; y la que ninguna, nada. Pues como dice Pablo: Si no tengo caridad, no soy nada.
San Bernardo de Claraval
Sermón 27 sobre el Cantar de los cantares (8-10: Opera omnia, Edit Cisterc 1, 1957, 187-189)

sábado, 25 de mayo de 2019

San Beda el Venerable. Deseo ver a Cristo

James Doyle Penrose - El último capítulo

El martes, antes de la fiesta de la Ascensión, la enfermedad de Beda se agravó; su respiración era fatigosa y los pies se le hinchaban. Sin embargo, durante todo aquel día siguió sus lecciones y el dictado de sus escritos con ánimo alegre. Dijo, entre otras cosas:

«Aprended de prisa porque no sé cuánto tiempo viviré aún, ni si el Creador me llevará consigo en seguida».

Nosotros teníamos la impresión de que tenía noticia clara de su muerte; prueba de ello es que se pasó toda la noche velando y en acción de gracias. Al amanecer del miércoles, nos mandó que escribiéramos lo que teníamos comenzado; lo hicimos hasta la hora de Tercia. A la hora de Tercia tuvimos la procesión con las reliquias de los santos, como es costumbre ese día. Uno de los nuestros, que estaba con Beda, le dijo:

«Maestro, falta aún un capítulo del libro que últimamente dictabas; ¿Te resultaría muy difícil seguir contestando a nuestras preguntas?».

A lo que respondió:

«No hay dificultad. Toma la pluma y ponte a escribir en seguida».

Así lo hizo él. Pero a la hora de Nona me dijo:

«Tengo en mi baúl unos cuantos objetos de cierto valor, a saber, pimienta, pañuelos e incienso; ve corriendo y avisa a los presbíteros del monasterio para repartir entre ellos estos regalos que Dios me ha hecho».

Ellos vinieron, y Beda les dirigió la palabra, rogando a todos y cada uno que celebraran misas por él y recitaran oraciones por su alma, lo que prometieron todos de buena gana. Se les caían las lágrimas, sobre todo cuando Beda dijo que ya no verían por más tiempo su rostro en este mundo. Pero se alegraron cuando dijo:

«Hora es ya de que vuelva a mi Creador (si así le agrada), a quien me creó cuando yo no era y me formó de la nada. He vivido mucho tiempo, y el piadoso juez ha tenido especial providencia de mi vida; es inminente el momento de mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo; mi alma desea ver en todo su esplendor a mi rey, Cristo».

Y dijo más cosas edificantes, continuando con su alegría de siempre hasta el atardecer. Wiberto, de quien ya hemos hablado, se atrevió aún a decirle:

«Querido maestro, queda aún por escribir una frase». Contestó Beda:

«Pues escribe en seguida».

Al poco tiempo dijo el muchacho:

«Ya está».

Y Beda contestó de nuevo:

«Bien dices, está cumplido. Ahora haz el favor de colocarme la cabeza de manera que pueda sentarme mirando a la capilla en que solía orar; pues también ahora quiero invocar a mi Padre».

Y así, tendido sobre el suelo de su celda, comenzó a recitar:

«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Al nombrar al Espíritu Santo exhaló el último suspiro, y, sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas.

Cutberto
Carta sobre la muerte de san Beda el Venerable (4-6: PL 90, 64-66)

viernes, 24 de mayo de 2019

San Genadio

Cueva de san Genadio

Celebra hoy la Iglesia de Astorga la memoria de san Genadio. Mencionado por algunos autores como sobrino de Ordoño I o como hijo de Alfonso III y Jimena de Asturias, fue un monje seguidor de san Fructuoso y San Valerio. En sus comienzos se formó en el Monasterio de Ageo (Ayoó de Vidriales) bajo la tutela de su abad Arandiselo, y fue allí donde conoció la obra de estos santos. Posteriormente, hacia 895, decidió restaurar el monasterio benedictino de San Pedro de Montes, ubicado en los Montes Aquilanos, en el que también habían residido San Fructuoso y San Valerio.

Tras su restauración, en 898 el obispo de Astorga Ranulfo le nombró abad del monasterio. En 899, a instancias de Alfonso III, sucedió a Ranulfo al frente de la diócesis «más bien por obediencia al príncipe que por propia voluntad, si bien ni aun casi corporalmente vivía allí». Hacia el año 9195 o 9206 Genadio renunció al obispado, sucediéndole Fortis. Después se retiró de nuevo al valle del Silencio a continuar su ascetismo hasta su muerte, acaecida hacia 936 probablemente en Peñalba de Santiago.

Ruinas de San Pedro de los Montes

Estuvo sepultado en este monasterio hasta que en 1603 la duquesa de Alba María de Toledo, viuda de Fadrique Álvarez de Toledo, exhumó sus restos sin autorización para llevarlos al convento de dominicas de Villafranca; su cabeza, reclamada por el cabildo de Astorga, fue entregada a la catedral en 1621, mientras que su cuerpo fue trasladado al monasterio de Nuestra Señora de la Laura de Valladolid, que derribado en la década de 1980 ocupaba el lugar donde hoy está el Hospital Campo Grande.

San Genadio se convirtió en una de las figuras más importantes en el denominado arte de repoblación pues en la zona de El Bierzo fue el impulsor de la restauración de San Pedro de Montes y Santa Leocadia de Castañeda y de la fundación de Santiago de Peñalba, Santo Tomás, San Pedro y San Pablo de Castañeda y San Andrés de Montes, a los que legó una nutrida biblioteca que todos ellos debían compartir.

jueves, 23 de mayo de 2019

Elredo de Rieval. Oración pastoral


Cuando recuerdo, en la amargura de mi alma, mis años pasados, me lleno de temor y me estremezco al solo nombre de pastor: ciertamente sería una insensatez si no me sintiera totalmente indigno de él.

Pero tu santa misericordia está sobre mí para arrancar mi alma miserable de las profundidades del abismo, tú que tienes misericordia del que quieres y la concedes a quien te agrada, y de tal modo perdonas los pecados que no castigas por venganza ni llenas de confusión con tus reprensiones, ni amas menos a los que amonestas: sin embargo permanezco confundido y conturbado, pues, si bien recuerdo tu bondad, no puedo olvidar mis ingratitudes.

Aquí está, aquí está en tu presencia la confesión de mi corazón, la confesión de mis innumerables crímenes, de cuyo dominio tu misericordia quiso liberar a mi pobre alma. Por todo esto, mis entrañas te dan gracias y te alaban con todas sus fuerzas.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Santa Rita de Casia


Recuerda hoy la Iglesia la santidad de Rita de Casia. Rita nació en la aldea de Rocca-Porena, 5 km al oeste del pueblo de Cascia. A pesar de que quería ser monja, cuando tenía 14 años de edad sus padres la casaron con un hombre del pueblo llamado Paolo Mancini. Su esposo le causó muchos sufrimientos, pero ella se consolaba en la oración y le devolvió su crueldad con bondad, logrando su conversión a Cristo con el paso de los años.

Tuvieron dos hijos mellizos, Jacobo y Paolo. Un día Mancini —que trabajaba como sereno de la aldea de Rocca Porena y tenía muchos enemigos por sus fechorías pasadas- fue emboscado y asesinado. Una vez viuda, pero aliviada ya que había logrado que Paolo muriera en paz, Rita pidió la admisión al convento agustiniano de Santa María Magdalena, en Cascia. Pero no fue aceptada debido a que sólo se permitían vírgenes. Un año más tarde (1417) también murieron sus dos hijos de muerte natural. Rita los había preparado plenamente para encontrarse con Cristo. Con un amor heroico por sus almas, le había suplicado que ambos adolescentes murieran, porque temía que estuvieran planeando vengar el asesinato de su padre. Habrían cometido así el pecado capital de la venganza, lo que hubiera condenado sus almas eternamente. Ambos se enfermaron y murieron, también pidiendo perdón a su madre por todos los dolores que le habían causado. Ya sin obligaciones familiares, Rita fue aceptada en el convento, recibió los hábitos de monja, y más tarde realizó su profesión de fe. Tenía 36 años. En el convento, Rita se entregó a una vida de oración y penitencia.

De acuerdo a la tradición en 1428, una madrugada Rita recibió de manos de Cristo una larga astilla de madera clavada en el hueso de la frente. Se trataba de un estigma divino: la marca de la corona de espinas que Jesucristo había exhibido en la cruz. Le extrajeron la astilla y la guardaron como reliquia sagrada. Pero cada madrugada el estigma se le volvía a abrir por sí mismo, hasta que empezó a expeler un fuerte olor inmundo, que se mantuvo milagrosamente el resto de su vida.

En 1453 Rita cayó en cama gravemente enferma. Desde ese momento, estando siempre atendida por novicias, la herida de su frente gradualmente se cerró, pero Rita pasó los últimos cuatro años de su vida con infecciones en la sangre. Uno de los símbolos de santa Rita es la rosa. En su vejez, ella contaba que su marido le prohibía dar de comer a los pobres. Un día en que estaba saliendo de su casa con un pan bajo sus ropas, Mancini la confrontó y le quitó el vestido: pero el pan se había convertido milagrosamente en rosas. Al final de su vida, la visitó su prima de su aldea de Rocca Porena. Le preguntó si quería algo y Rita le pidió que le llevara una rosa del jardín del convento. En pleno invierno, la prima creyó que no encontraría nada, pero cuál no sería su sorpresa al encontrar un pimpollo de rosa. Se lo llevó a Rita. Esa rosa representaría el amor de Cristo hacia Rita, y la capacidad de Rita de interceder por las causas imposibles.

Rita murió en el convento agustiniano el 22 de mayo de 1457 a la edad de 76 años. La gente se agrupó en el lugar para mostrar los últimos respetos a su cadáver, que emitía una intensa fragancia dulce (como si hubiera sido embalsamado). Su cuerpo se conserva hasta la actualidad (aunque muy deshidratado). Empezaron a correr rumores de que por intercesión de la monja, sucedían curaciones milagrosas. Así la devoción hacia Rita se extendió por toda Italia.

martes, 14 de mayo de 2019

La buena lucha: la vida en un monasterio ortodoxo aislado



La buena lucha: en lo alto de las montañas del Líbano, una comunidad inesperada prospera dentro de los confines de un monasterio cristiano ortodoxo griego. Este hermoso documento corto ofrece una visión rara de su forma de vida casi silenciosa.