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domingo, 2 de junio de 2019

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


2.- Debemos, pues, purificar el entendimiento y el afecto: el primero para conocer y el otro para amar. Dichosos una y mi veces Elías y Enoc, que se vieron liberados de todas las ocasiones y obstáculos para que su entendimiento y su afecto vivieran sólo para Dios, conociendo y amando solamente a él. De Enoc se dice que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su entendimiento, ni la perfidia sedujera su alma.

Nosotros tenemos el entendimiento turbio, por no decir ciego; y el afecto muy sucio y manchado. Pero Cristo da luz al entendimiento, el Espíritu Santo purifica el afecto. Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender cómo nos predestinó el Señor del universo, cómo vino hasta nosotros, cómo nos salvó? ¿Por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?

martes, 28 de mayo de 2019

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


1.- El Señor de los cielos invade hoy con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor. La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afectó rapidísimo para acoger su palabra.

Nosotros, en cambio, vivimos en este otro país saturado de maldad y pobre de sabiduría: el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma mente pensativa. La mente o entendimiento se abruma cuando piensa en muchas cosas, y no se concentra en la sola y única contemplación de aquella ciudad tan bien trazada. Es normal que la mente se abata y se distraiga con tantas cosas y tantos rodeos. El alma son los afectos, excitados por las pasiones que anidan en el cuerpo mortal; éstos no pueden moderarse ni desaparecer hasta que la voluntad busque y tienda a la unidad.

domingo, 14 de abril de 2019

Procesión hacia el Reino


La procesión te dice a dónde nos dirigimos, y la Pasión nos muestra el camino. 

Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino, como grita el ladrón crucificado: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Lo ve caminar hacia el reino y le pide que, cuando llegue, se acuerde de él. También él llegó, y por un atajo tan corto que aquel mismo día mereció estar con el Señor en el Paraíso.

La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la Pasión, porque nada es imposible para el que ama.

San Bernardo de Claraval
Sermón I en el Domingo de Ramos, 2

lunes, 25 de diciembre de 2017

San Bernardo. Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá


Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre?

Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

San Bernardo de Claraval
Sermón 1 en la Vigilia de Navidad

viernes, 15 de septiembre de 2017

Sermón de san Bernardo sobre los Dolores de la Virgen

Dieric Bouts - Mater Dolorosa

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

San Bernardo de Claraval
Sermón, domingo infraoctava de la Asunción

jueves, 25 de mayo de 2017

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


2.- Debemos, pues, purificar el entendimiento y el afecto: el primero para conocer y el otro para amar. Dichosos una y mi veces Elías y Enoc, que se vieron liberados de todas las ocasiones y obstáculos para que su entendimiento y su afecto vivieran sólo para Dios, conociendo y amando solamente a él. De Enoc se dice que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su entendimiento, ni la perfidia sedujera su alma.

Nosotros tenemos el entendimiento turbio, por no decir ciego; y el afecto muy sucio y manchado. Pero Cristo da luz al entendimiento, el Espíritu Santo purifica el afecto. Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender cómo nos predestinó el Señor del universo, cómo vino hasta nosotros, cómo nos salvó? ¿Por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?

martes, 23 de mayo de 2017

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


1.- El Señor de los cielos invade hoy con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor. La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afectó rapidísimo para acoger su palabra.

Nosotros, en cambio, vivimos en este otro país saturado de maldad y pobre de sabiduría: el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma mente pensativa. La mente o entendimiento se abruma cuando piensa en muchas cosas, y no se concentra en la sola y única contemplación de aquella ciudad tan bien trazada. Es normal que la mente se abata y se distraiga con tantas cosas y tantos rodeos. El alma son los afectos, excitados por las pasiones que anidan en el cuerpo mortal; éstos no pueden moderarse ni desaparecer hasta que la voluntad busque y tienda a la unidad.

viernes, 10 de marzo de 2017

San Bernardo. La oración nunca es infructuosa


Hermanos, no despreciéis vuestra oración. Os digo que aquél a quien oramos, tampoco la desprecia. Antes de que salga de vuestra boca, ya la manda escribir en su libro. Podemos esperar, sin duda alguna, una de estas dos cosas: nos dará lo que pedimos, o lo que él sabe que nos conviene. Nosotros no sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir. él se compadece de nuestra ignorancia y acoge con bondad nuestra oración. Pero no nos da lo que no nos conviene, o no tiene por qué dárnoslo tan pronto. La oración nunca es infructuosa.

Sermón 5 en la cuaresma, 5

miércoles, 29 de junio de 2016

Sermón 3 de san Bernardo en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo


Con mucha razón, hermanos, la madre Iglesia aplica a los Apóstoles lo que dice el libro de la Sabiduría: Éstos son los hombres misericordiosos... Hombres misericordiosos, sin duda alguna, tanto por haber alcanzado misericordia, como por estar llenos de misericordia, o porque nos han sido dados misericordiosamente por Dios. Observa, en primer lugar, qué misericordia han conseguido. Pregúntale a Pablo; escucha lo que él confiesa espontáneamente de sí mismo: Antes fui un blasfemo, perseguidor e insolente; a pesar de esto, Dios tuvo misericordia de mí.

 ¿Quién no conoce el daño que hizo a los fieles de Jerusalén? Y no sólo en Jerusalén y Judea, sino en todo Israel, descargaba su furor, para pisotear a los miembros de Cristo. Caminaba loco de furia, y se le adelantó la gracia. Respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, quedó convertido en discípulo del Señor; consciente, además, de cuanto tendría que sufrir por él. Chorreaba veneno mortal por todos sus poros, y se transformó en un instrumento tan maravilloso que de su corazón brotaban frases tan bellas y santas como ésta: Señor, ¿qué quieres que haga? Estamos ante un cambio realizado por la diestro del Altísimo.

 Con razón diría más tarde: mucha verdad es este dicho y digno de que todos lo hagan suyo: que el Mesías Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; y nadie es más pecador que yo. Que el ejemplo de San Pablo os infunda consuelo y confianza. Si os habéis convertido ya al Señor, no os atormentéis con el recuerdo de vuestros pecados, sino humillaos y decid como él: soy el menor de los Apóstoles, y no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Seamos humildes bajo la mano poderosa de Dios, y confiemos: también nosotros hemos alcanzado misericordia, estamos lavados y santificados. Todos, sin excepción, porque todos pecamos y estamos privados de esta gloria de Dios.

 De San Pedro quisiera deciros otra cosa, que tiene mucho valor por ser muy rara, y que es sublime por ser única. Pablo pecó, pero lo hizo con la ignorancia del que no cree. Pedro, en cambio, cayó con los ojos bien abiertos. Aquí sí que donde abundó el pasado sobreabundó la gracia. Los que pecan antes de conocer a Dios, de experimenar su misericordia, de llevar su yugo suave y ligero, o de recibir la gracia de la devoción y el consuelo del Espíritu Santo, cuentan con un generoso perdón. Y esto fuimos todos nosotros.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

San Bernardo. Jesúcristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá


Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre?

Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

San Bernardo de Claraval
Sermón 1 en la Vigilia de Navidad

miércoles, 7 de octubre de 2015

San Bernardo. Conviene meditar los misterios de salvación

Antonio Arias Fernández. La Virgen del Rosario

El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy.

En el principio —dice el Evangelio— ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero?

Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado en nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.

¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.

¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros.

San Bernardo de Claraval
Sermón sobre el acueducto (Opera omnia, Edic. Cister. 5, 1968, 282-283)

martes, 23 de diciembre de 2014

San Bernardo. Jesúcristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá


Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá. Fíjate en el detalle. No nace en Jerusalén, la ciudad de los reyes. Nace en Belén, diminuta entre las aldeas de Judá. Belén, eres insignificante, pero el Señor te ha engrandecido. Te enalteció el que, de grande que era, se hizo en ti pequeño. Alégrate Belén. Que en todos tus rincones resuene hoy el cántico del "Aleluya". ¿Qué ciudad, oyéndote, no envidiará ese preciosísimo establo y la gloria de su pesebre?

Tu nombre se ha hecho famoso en la redondez de la tierra y te llaman dichosa todas las generaciones. Por doquier te proclaman dichosa, ciudad de Dios. En todas partes se canta: El hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. En todo lugar, repito, se anuncia se proclama que Jesucristo, el Hijo de Dios, nace en Belén de Judá.

San Bernardo de Claraval
Sermón 1 en la Vigilia de Navidad

martes, 7 de octubre de 2014

San Bernardo. Conviene meditar los misterios de salvación

Antonio Arias Fernández. La Virgen del Rosario

El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy.

En el principio —dice el Evangelio— ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero?

Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado en nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.

¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.

¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros.

San Bernardo de Claraval
Sermón sobre el acueducto (Opera omnia, Edic. Cister. 5, 1968, 282-283)

lunes, 15 de septiembre de 2014

Sermón de san Bernardo sobre los Dolores de la Virgen

Dieric Bouts - Mater Dolorosa

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

San Bernardo de Claraval
Sermón, domingo infraoctava de la Asunción

miércoles, 20 de agosto de 2014

San Bernardo: Amo porque amo, amo por amar


El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que..la ama con mayor intensidad.

Sermón 83 sobre el libro del Cantar de los cantares (4-6: Opera omnia, ed. Cist. 2, 1958, 300-302)

domingo, 29 de junio de 2014

Sermón 3 de san Bernardo en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo


Con mucha razón, hermanos, la madre Iglesia aplica a los Apóstoles lo que dice el libro de la Sabiduría: Éstos son los hombres misericordiosos... Hombres misericordiosos, sin duda alguna, tanto por haber alcanzado misericordia, como por estar llenos de misericordia, o porque nos han sido dados misericordiosamente por Dios. Observa, en primer lugar, qué misericordia han conseguido. Pregúntale a Pablo; escucha lo que él confiesa espontáneamente de sí mismo: Antes fui un blasfemo, perseguidor e insolente; a pesar de esto, Dios tuvo misericordia de mí.

 ¿Quién no conoce el daño que hizo a los fieles de Jerusalén? Y no sólo en Jerusalén y Judea, sino en todo Israel, descargaba su furor, para pisotear a los miembros de Cristo. Caminaba loco de furia, y se le adelantó la gracia. Respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, quedó convertido en discípulo del Señor; consciente, además, de cuanto tendría que sufrir por él. Chorreaba veneno mortal por todos sus poros, y se transformó en un instrumento tan maravilloso que de su corazón brotaban frases tan bellas y santas como ésta: Señor, ¿qué quieres que haga? Estamos ante un cambio realizado por la diestro del Altísimo.

 Con razón diría más tarde: mucha verdad es este dicho y digno de que todos lo hagan suyo: que el Mesías Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; y nadie es más pecador que yo. Que el ejemplo de San Pablo os infunda consuelo y confianza. Si os habéis convertido ya al Señor, no os atormentéis con el recuerdo de vuestros pecados, sino humillaos y decid como él: soy el menor de los Apóstoles, y no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Seamos humildes bajo la mano poderosa de Dios, y confiemos: también nosotros hemos alcanzado misericordia, estamos lavados y santificados. Todos, sin excepción, porque todos pecamos y estamos privados de esta gloria de Dios.

 De San Pedro quisiera deciros otra cosa, que tiene mucho valor por ser muy rara, y que es sublime por ser única. Pablo pecó, pero lo hizo con la ignorancia del que no cree. Pedro, en cambio, cayó con los ojos bien abiertos. Aquí sí que donde abundó el pasado sobreabundó la gracia. Los que pecan antes de conocer a Dios, de experimenar su misericordia, de llevar su yugo suave y ligero, o de recibir la gracia de la devoción y el consuelo del Espíritu Santo, cuentan con un generoso perdón. Y esto fuimos todos nosotros.

jueves, 26 de junio de 2014

La castidad sin la caridad no tiene valor

San Pelayo. Olivares de Duero

La castidad, la caridad y la humildad carecen externamente de relieve, pero no de belleza; y, ciertamente, no es poca su belleza, ya que llenan de gozo a la divina mirada. ¿Qué hay más hermoso que la castidad, la cual purifica al que ha sido concebido de la corrupción, convierte en familiar de Dios al que es su enemigo y hace del hombre un ángel?

El hombre casto y el ángel son diferentes por su felicidad, pero no por su virtud. Y si bien la castidad del ángel es más feliz, sabemos que la del hombre es más esforzada. Sólo la castidad significa el estado de la gloria inmortal en este tiempo y lugar de mortalidad; sólo la castidad reivindica para sí, en medio de las solemnidades nupciales, el modo de vida de aquella dichosa región en la cual ni los hombres ni las mujeres se casarán, y permite, así, en la tierra la experiencia de la vida celestial.

Sin embargo, aunque la castidad sobresalga de modo tan eminente, sin la caridad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin la caridad es una lámpara sin aceite; y, no obstante, como dice el sabio, qué hermosa es la generación casta, con caridad, con aquella caridad que, como escribe el Apóstol, brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Carta 42, a Enrique, arzobispo de Sens

miércoles, 4 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


6.- No tengo la menor duda de que vuestro entendimiento está iluminado. Si me fijo en cambio en pruebas evidentes, vuestro afecto no está tan purificado. Conocéis el bien, el camino a seguir, y cómo debéis caminar. Pero la voluntad no es idéntica en todos. Algunos andan, corren y vuelan en todos los ejercicios de este camino y de esta vida: las vigilias se les hacen breves, las comidas sabrosas y el pan excelente, los trabajos llevaderos y agradables. Otros todo lo contrario: tienen un corazón tan árido y un afecto tan pertinaz, que nada de esto los atrae. Son tan pobres y miserables que únicamente les mueve algo el temor del infierno. Comparten todas las miserias, pero no las alegrías.

¿Tan pequeña es ahora la mano del Señor, que es incapaz de atender a todos? ¿No abre la mano y sacia de favores a todo viviente? ¿Qué ocurre? Sencillamente, que éstos no ven a Cristo cuando se retira de ellos. No consideran que son huérfanos y peregrinos en este mundo, que actualmente están prisioneros en la cárcel espantosa del cuerpo y lejos de Cristo. Si soportan largo tiempo este peso se agotan y sucumben, su vida es un verdadero infierno. Jamás disfrutan de la luz maravillosa del Señor, ni de la libertad espiritual, única capaz de hacer llevadero el yugo y ligera la carga.

lunes, 2 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


5.- Me viene ahora a la mente aquello del profeta Eliseo, a quien Elías le había prometido dar en el momento de su partida o elevación todo lo que pidiera: déjame en herencia tu espíritu por duplicado. Elías comentó: ¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. ¿No te parece que Elías en su elevación representa al Señor, y Eliseo al grupo de apóstoles que contemplan ansiosos la ascensión de Cristo? A Eliseo le era imposible separarse de Elías: y los Apóstoles tampoco querían privarse de la presencia de Cristo. Al final logró persuadirles de que sin fe es imposible agradar a Dios.

Este doble espíritu que pide Eliseo no es otro que la luz del entendimiento y la purificación del afecto. Una cosa muy difícil, porque es muy raro quien lo consigue en este mundo. Pero si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Tus discípulos, Señor Jesús, no quedarán defraudados, porque te vieron subir al cielo, y con los ojos rebosantes de anhelo contemplaban cómo avanzabas lleno de fuerza. El mejor espíritu duplicado es aquello que Jesús dijo a los discípulos: Quien cree en mí hará obras como las mías y aún mayores. ¿No hizo Pedro, por medio de Cristo, cosas mayores que el mismo Cristo, cuando se nos dice que sacaban tos enfermos a la calle y los ponían en camillas, para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno y se curaran? Del Señor no se nos dice que curara a nadie con su sombra.

domingo, 1 de junio de 2014

San Bernardo. Sermón 3 en la Ascensión del Señor


4.- Pero ellos estaban tan familiarizados con esa carne santísima que no comprendían nada de su marcha, ni de que tes abandonara aquel por quien todo lo habían dejado. ¿A qué se debe esto? Su entendimiento estaba iluminado, pero su afecto no estaba purificado. Por eso les repite dulcemente el Maestro: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá vuestro abogado. Porque os he dicho esto la tristeza os abruma. ¿A qué se debe el que no pueda venir a ellos el Espíritu Santo, mientras Cristo vive en este mundo? ¿Desdeñara la compañía de aquella carne que él mismo hizo concebir en la Virgen y nacer de la Virgen madre?

 De ninguna manera. El quería darnos un camino a recorrer, un molde que nos moldeara. Los dejó llorando y subió al cielo. Y envió el Espíritu Santo que  unificó su afecto, es decir su voluntad; y la transformó de tal modo que los que antes querían retenerle junto a sí, ahora se alegran de su marcha. Se ha hecho realidad lo que les había dicho : vosotros estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría. Tanto iluminaba Cristo su inteligencia y tanto purificaba el Espíritu su voluntad, que conocían el bien y lo amaban de corazón. Ahí está la religión perfecta y la perfección religiosa.