jueves, 28 de febrero de 2013

28 de Febrero: San Román



SAN ROMÁN
FUNDADOR DE LOS MONASTERIOS DE MONTE-JURA
LLAMADO HOY DE SAN CLAUDIO


Nació San Román en el condado de Borgoña, hacia el año de 390: criáronle sus padres en el santo temor de Dios, y así la niñez como la juventud la pasó con grande inocencia. Por la rectitud de su corazón y por la pureza de sus costumbres fue desde entonces respetado como santo. Tenía Román deseo verdadero de serlo, y pareciéndole que el mundo estaba lleno de escollos para la virtud, resolvió buscar más seguro abrigo para la inocencia en el retiro de la soledad. Hallándose poco instruido en la vida monástica, desconocida entonces en aquel país, determinó ir en busca de un santo abad de Lyon, llamado Sabino, para aprender en su espiritual magisterio la ciencia de la salvación y los caminos derechos de la perfección evangélica.

Los grandes ejemplos que observó en aquella religiosa comunidad, le avivaron de nuevo los deseos de imitarlos. Enseñado en tan buena escuela, se retiró de ella con muchos aumentos de fervor, llevando consigo las vidas de los Padres y las instituciones de los abades, que se cree fueron las colaciones de Casiano. Resuelto á practicar él solo todas las virtudes que admiraba en los otros, se fue á esconder entre las malezas del monte Jura, que separa el Franco-Condado del país de los suizos, dentro de los términos de la diócesis de Lyon. Encontró entre aquellas empinadas montañas un valle llamado Condat, en medio del cual se elevaba un chopo de enorme corpulencia, cuyas ramas, horizontalmente extendidas y entretejidas entre sí, formaban una especie de techo bastantemente unido, así para no dar entrada á los rayos del Sol, como para defender de la lluvia. Al pie de él, ó no muy distante, brotaba una fuente de agua cristalina, rodeada de algunas zarzas, que producían cierta especie de frutilla como acerolas silvestres, de gusto desabrido y agrio. Determinó quedarse en aquel sitio, pasando en él algunos años en una perfecta soledad, tan olvidado del mundo, como el mundo había sido olvidado de él. Empleaba una gran parte del día y la noche en meditar las grandes verdades de la religión, en cantar salmos y en considerarlas misericordias del Señor. Lo restante del tiempo lo ocupaba, ya en cultivar un corto espacio de tierra, ya en leer las vidas de los Padres y las instrucciones de los abades, pudiéndose decir que apenas interrumpía sus ejercicios el breve sueño y reposo que tomaba.

Ya había muchos años que nuestro Santo estaba como enterrado vivo en aquella horrorosa soledad, cuando una noche se apareció en sueños á su hermano segundo, llamado Lupicino, á quien había dejado en el mundo, convidándole á que le fuese á buscar para participar de las celestiales dulzuras que él gozaba en el desierto. Despertó Lupicino, y, movido de la visión, dejó á su madre y á su hermana y fue al instante á hacerse discípulo de su santo hermano. Eran tan grandes los progresos que los dos fervorosos solitarios hacían en el camino de la virtud, que no era fácil los dejase tranquilos el enemigo común de nuestra  salvación. Refiere Gregorio Turonense, que el demonio intentó desviarlos del desierto con todo género de tentaciones; entre otras, siempre que se ponían en oración, caía sobre ellos una especie de lluvia de piedras. Salióle bien este nuevo artificio; porque, como los dos nuevos solitarios eran muy bisoños ó estaban poco aguerridos en aquella especie de combates, tomaron la resolución de desamparar aquel sitio, para buscar otro donde viviesen más sosegados. Iban ya de camino, y, habiéndose hospedado en casa de una buena mujer, noticiosa por ellos de la causa de aquel retiro, los representó con tal viveza el daño que se hacían en rendirse a la tentación, y los habló con tanto celo, que, avergonzados de su cobardía, volvieron pies atrás y en la misma hora se restituyeron á su antigua soledad.

Siguióse á esta generosa resolución nuevo aumento de fervor, extendiéndose tanto por todas partes el buen olor de su virtud, que en poco tiempo atrajeron un gran número de discípulos. Los primeros, que con no corto trabajo descubrieron el lugar donde estaban escondidos nuestros Santos, fueron dos jóvenes eclesiásticos de Noyon, á los que siguieron tantos otros, que fue menester edificar un monasterio , siendo éste el principio de la célebre abadía de Condat, llamada después de San Oyend, discípulo de nuestro Santo, y al cabo de San Claudio, obispo de Besanzon, que, habiendo renunciado el obispado, se retiro á ella, donde hasta hoy se conserva su santo cuerpo todo entero, haciendo el Señor por su intercesión gran número de milagros.

A la fama de los muchos que cada día obraban nuestros Santos en su desierto, concurrió tanta multitud de gente, que fue preciso edificar otro segundo monasterio en un lugar inmediato llamado Laucone; y aunque el humor y el genio de los dos santos hermanos era muy diferente, el Espíritu Santo los unió con tan perfecta conformidad de voluntades, que ninguna cosa pudo jamás descomponer, ni aun alterar su armonía.

Lupicino era de genio austero y duro, severo para sí, y no menos severo para los otros, de una especie de rigidez inflexible; pero Román era su correctivo, siendo por su carácter afable, indulgente y dulce; á la verdad era austero para sí, pero suavísimo para los otros, de cuyas miserias sabía compadecerse. Gobernaba cada uno de estos Santos separadamente su monasterio; pero la regla y el espíritu era uno mismo. No es fácil explicar el fervor, la soledad y la penitencia de aquellos santos religiosos; su piedad, el total desasimiento de todos las cosas, su continuo silencio y las demás virtudes que practicaban, era asunto de la admiración y de los elogios de toda la Francia; mas faltó poco para que el artificio del enemigo común diese en tierra con aquella santa obra. Llegó un año más abundante que los demás, y, aumentándose las provisiones del monasterio, juzgaron algunos religiosos poco mortificados que también debía aumentarse la ración de los monjes. Comenzó la murmuración, y siguióse á ella el turbarse la paz del monasterio de Condat. Temiendo Lupicino que la demasiada blandura de su hermano no sería bastante para remediar aquel desorden, le propuso que por algún tiempo trocasen de gobiernos, que él se encargaría por algunos meses del de Condat, y que Román gobernase mientras tanto el de Laucone. Consintió Román; pero apenas Lupicino comenzó a penitenciar á los monjes imperfectos, cuando en una sola noche se escapó del monasterio una gran parte de ellos. Con su fuga se restituyó la paz á la casa; pero Román se afligió tan extraordinariamente, que con sus lágrimas, con sus oraciones y con sus gemidos movió á compasión al Padre de las misericordias, y consiguió de su piedad el arrepentimiento y la conversión de los fugitivos, que todos volvieron al monasterio llenos de un vivo dolor, y repararon después con su penitencia y con su fervoroso porte el escándalo que habían dado con su apostasía.

Hallábase, poco más ó menos, por este tiempo en Besanzon San Hilario, obispo de Arles, donde juzgaba podía ejercer toda la jurisdicción episcopal, en virtud de la primacía de las Galias, que pretendió competirle. Oyó hablar de la extraordinaria virtud de Román, y, deseando verle, le envió á llamar. En las conversaciones que tuvo con nuestro Santo, descubrió en él una santidad tan eminente, que, sin querer dar oídos á las representaciones de su humildad, le confirió los órdenes sagrados, y, hecho ya sacerdote, le volvió á enviar á su monasterio de Condat. La nueva dignidad sólo sirvió para hacerle más humilde y para que sobresaliese más la religiosa sencillez de su conducta, sin que jamás se conociese que era sacerdote, sino cuando se le veía en el altar. Pero, creciendo cada día el número de las personas que venían á ponerse debajo de su dirección y disciplina, fue preciso edificar otros monasterios. Y como, entre otras, deseasen también muchas doncellas consagrarse al Señor bajo el magisterio de Román, edificó para ellas el monasterio de Beaume, donde, cuando el Santo murió, se contaban ciento y cinco religiosas, gobernadas por una hermana del mismo Santo, que fue la primera abadesa.

Yendo Román á visitar el sepulcro de San Mauricio, que se venera en Agaune, con su compañero Paladio, les cogió la noche en el camino, y para pasarla se refugiaron á una cueva, donde se recogían dos leprosos, padre é hijo, que á la sazón habían salido á buscar un poco de leña para hacer lumbre. Cuando volvieron quedaron admirados de ver en ella á los dos huéspedes; pero aun se asombraron mucho más cuando vieron que Román se abalanzó á abrazarlos y á besarlos, sin tener horror ni asco de su lepra. Pasaron en oración la mayor parte de la noche, como lo acostumbraban, y al mismo rayar el día se pusieron en camino. Los leprosos despertaron después, y se hallaron del todo sanos. Sabiendo que Román tomaba el camino de Genova, se adelantaron por otro más breve, y contaron á todos el milagro que acababa de obrar en ellos; que, siendo ambos muy conocidos de toda la ciudad, su vista era el testimonio más fiel de la maravilla. Con esto, el obispo y el pueblo le salieron á recibir al camino y le condujeron á Genova como en triunfo. Estas honras sirvieron de gran tormento á Román, y le obligaron á volverse cuanto antes á encerrar en su monasterio, donde pocos meses después, extenuado y casi consumido por sus grandes y continuas penitencias, lleno de merecimientos, rindió el espíritu á su Creador el 28 de Febrero del año 460, casi á los sesenta años de su edad, habiendo pasado más de treinta en el desierto.

Fue llevado el santo cadáver al monasterio de Beaume, adonde pasaron los religiosos de Condat á hacerle los funerales, continuando Dios en honrarle después de muerto con los mismos milagros con que le había honrado en vida. Los que juzgan que San Román fue religioso benedictino, no advierten que San Benito nació al mundo veinte años después que murió nuestro glorioso Santo.

Parece que la célebre abadía de Condat no tomó el nombre de San Román, por no haber quedado en ella su santo cuerpo, y que por la contraria razón se llamó la abadía de San Oyend, su tercer abad, hasta el siglo decimotercero, por venerarse en ella las reliquias de este Santo, cuyo nombre perdió también finalmente, y se llamó de San Claudio, por los grandes milagros que comenzó Dios á obrar en el sepulcro de este santo obispo.

P. Juan Croisset, S.J.

miércoles, 27 de febrero de 2013

La compunción


Un don que el Señor concede al monje es la compunción. Se trata de un movimiento dolorido del alma, que sabe que no ha respondido fielmente al inmenso caudal de amor que Dios ha derramado sobre ella; es más, podríamos decir de la incapacidad para responder a tanto amor, que se traduce en faltas y pecados que se cometen cada día, o en grandes infidelidades, de las cuales está llena la vida humana.

Sin embargo, no es un dolor desesperado sino, por el contrario, lleno de esperanza. San Bernardo, en su antológico comentario al Cantar de los Cantares, dice:

¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

La compunción no es un ensimismamiento, sino que brota de la contemplación agradecida de cuanto Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo, especialmente los dolores de su Pasión y Muerte. De esa contemplación, y en contraste con nuestra debilidad, brota un dolorido deseo, que por un don especial del Espíritu Santo, llega a las mismas lágrimas que derramó san Pedro la noche de su traición, cuando el gallo le recordó las amorosas palabras de Jesús. Al final, el perdón del Señor vence nuestro pecado.

martes, 26 de febrero de 2013

Sobre la oración

Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.

No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.

El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.

Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferentes.

El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.

Ten en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos "lugares del Espíritu". Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiperdesarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.

Ermitaño Anónimo

lunes, 25 de febrero de 2013

Sobre la oración


En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que Él quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor ...
No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.
Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu de Dios.
Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto, bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.
Sumergirse en el "acto orante" es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes... Todas las virtudes están contenidas en la oración.

Ermitaño Anónimo

domingo, 24 de febrero de 2013

Cristo luz verdadera

Como Pedro, Santiago y Juan, caemos hoy ante el misterio de Dios. Cristo, luz verdadera y eterna, nos prefigura en la transfiguración la herencia que nos espera, no sin antes pasar por Jerusalén, como el paso. "per crucem ad lucem" (por la cruz a la luz)
San Ambrosio de Milán dice; Jesús quiso mantener oculto su misterio, y frecuentemente recomendaba que no fueran fáciles en hablar a cualquiera de lo que habían visto. Así pues dejemos que sea él quien nos comente esta escena de intimidad con Cristo en el Tabor.
Fue el mismo Señor Jesús el que quiso que al monte subiera únicamente Moisés a recibir la ley, aunque no sin Jesús (Josué). Y en el evangelio, de entre los discípulos, a solos Pedro, Santiago y Juan les fue revelada la gloria de su resurrección. De esta manera, quiso mantener oculto su misterio, y frecuentemente recomendaba que no fueran fáciles en hablar a cualquiera de lo que habían visto, a fin de que las personas débiles, incapaces por su carácter vacilante de asimilar la virtualidad de los sacramentos, no sufrieran escándalo alguno.
Por lo demás, el mismo Pedro no sabía lo que decía, cuando se creyó obligado a construir tres chozas para el Señor y para sus siervos. Inmediatamente después fue incapaz de resistir el fulgor de la gloria del Señor, que lo transfiguraba: cayó en tierra y con él cayeron también los hijos del trueno, Santiago y Juan; una nube los cubrió con su sombra, y no fueron capaces de levantarse hasta que Jesús se acercó, los tocó y les mandó levantarse, deponiendo todo temor.
Entraron en la nube para conocer cosas arcanas y ocultas, y allí oyeron la voz de Dios que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. ¿Qué significa: Éste es mi Hijo, el amado? Esto: No te equivoques, Simón, pensando que el Hijo de Dios puede ser parangonado con los siervos. Este es mi Hijo, ni Moisés es mi Hijo ni Elías es mi Hijo, aunque el uno dividiera en dos partes el mar, y el otro clausurara el cielo. Pero si es cierto que ambos vencieron la naturaleza de los elementos, fue con la fuerza de la palabra de Dios, de la que fueron simples instrumentos; en cambio, éste es el que solidificó las aguas, cerró el cielo con la sequía y, cuando quiso, lo abrió enviando la lluvia.
Cuando se requiere un testimonio de la resurrección, se estipulan los servicios de los siervos; cuando se manifiesta la gloria del Señor resucitado, desaparece el esplendor de los siervos. En efecto, cuando el sol sale, neutraliza los focos de las estrellas y toda su luz se desvanece ante el astro del día. ¿Cómo, pues, podrían verse las estrellas humanas a la plena luz del eterno Sol de justicia y de aquel divino fulgor? ¿Dónde están ahora aquellas luces que milagrosamente brillaban ante vuestros ojos? El universo entero es pura tiniebla en comparación con la luz eterna. Afánense otros en agradar a Dios con sus servicios: sólo él es la luz verdadera y eterna, en la que el Padre tiene sus complacencias. También yo encuentro en él mis complacencias, considerando como mío todo lo que ha hecho él, y aspirando a que cuanto yo he hecho se considere realmente como obra del Hijo. Escuchadle cuando dice: Yo y el Padre somos uno. No dijo: yo y Moisés somos uno. No dijo que él y Elías eran partícipes de la misma gloria divina. ¿Por qué queréis construir tres chozas? La choza de Jesús no está en la tierra, sino en el cielo. Lo oyeron los apóstoles y cayeron al suelo despavoridos. Se acercó el Señor, les mandó levantarse y les ordenó que no contaran a nadie la visión.

sábado, 23 de febrero de 2013

Orar continuamente

Unos monjes euquitas, es decir «orantes», vinieron un día a ver al abad Lucio, a Ennato. El anciano les preguntó: «¿Qué clase de trabajo manual hacéis?». Y ellos le dijeron: «No hacemos ningún trabajo manual, sino que, como dice el apóstol, oramos constantemente». (Cf 1 Tes 5,17). El anciano les dijo: «¿No coméis?». Y ellos contestaron: «Sí, comemos». Y el anciano les preguntó: «¿Y cuándo coméis, quién ora por vosotros?». De nuevo les preguntó el anciano: «¿No dormís?». Y contestaron: «Dormimos». «Y cuando dormís, ¿quién ora en vuestro lugar?». Y no supieron qué responderle. El anciano les dijo entonces: «Perdonadme, hermanos, pero no hacéis lo que decís. Yo os enseñaré cómo trabajando con mis manos oro constantemente. Me siento con la ayuda de Dios, corto unas palmas, hago con ellas unas esteras y digo: "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito" (Sal 51,1). ¿Es esto una oración o no?». Ellos dijeron: «Sí». El anciano continuó: «Paso todo el día trabajando y orando mental o vocalmente y gano unos dieciséis denarios. Pongo dos delante de mi puerta y con el resto pago mi comida. El que recoge aquellos dos denarios, ora por mi mientras que yo como o duermo. Y así es como cumplo, con la gracia de Dios, lo que está escrito: "Orad constantemente"». (1 Tes 5,17).

Sentencias de los Padres del Desierto. XII, 9

viernes, 22 de febrero de 2013

El que habita al amparo del Altísimo


Es muy posible que alguien se tenga por muy fervoroso porque se entrega denodadamente a las vigilias, ayunos, trabajos y demás observancias, hasta llegar a creer que ha acumulado durante largos años muchos méritos. Y por fiarse de eso ha aflojado en el temor de Dios.

Tal vez por su seguridad perniciosa se desvía insensiblemente hacia la ociosidad y las curiosidades: murmura, difama y juzga a los demás. Si realmente habitase al amparo del Altísimo, se fijaría sinceramente en si mismo y temería ofender a quien debería recurrir, reconociendo que todavía lo necesita mucho.

Tanto más debería temer a Dios y ser más diligente cuanto mayores son los dones que de él ha recibido, pues todo lo que poseemos por él no podemos tenerlo o conservarlo sin él.

Porque suele suceder, y no lo decimos ni lo constatamos sin gran dolor, que algunos, al principio de su conversión, son muy timoratos y diligentes hasta que se inician, en cierto grado, en la vida monástica.

Y precisamente cuando deberían ser mayores sus anhelos, según aquellas palabras: los que me comen quedarán con hambre de mí, empiezan a comportarse como si se dijeran: ¿para qué vamos a entregarle más, si ya tenemos lo que nos prometió? ¡Si supieras lo poco que posees todavía y qué pronto lo podrías perder, de no conservártelo el que te lo dio! Solamente estas dos razones deberían bastarnos para ser mucho más celosos y sumisos a Dios. 

San Bernardo de Claraval, sermón primero de Cuaresma.

jueves, 21 de febrero de 2013

Oración


Esta es la hostia espiritual que destruyó los antiguos sacrificios. ¿A mí qué la muchedumbre de vuestros sacrificios?, dijo. Harto estoy de los holocaustos de carneros y de la grasa de corderos; no quiero sangre de toros ni de machos cabríos. ¿Quién ha pedido esto a vuestras manos? (Is 1, 11). Lo que ha exigido Dios, lo enseña el Evangelio. Vendrá la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, dijo. Pues Dios es espíritu (Jn 4, 23 ss) y, por consiguiente, exige adoradores de ese tipo.


Nosotros somos verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes, que al orar con el espíritu, sacrificamos con el espíritu la oración como hostia propia y aceptable a Dios, es decir, la que exigió y proveyó para sí. Ésta, ofrecida de todo corazón, apacentada por la fe, cuidada por la verdad, íntegra por la inocencia, limpia por la castidad, coronada por la caridad, debemos conducirla al altar de Dios con la pompa de las buenas obras, entre salmos e himnos, para que impetre de Dios todo lo que conviene.

¿Qué negará Dios a la oración que proviene del espíritu y de la verdad, si es Él quien la exige? Leemos y oímos y creemos: ¡cuántas pruebas de su eficacia! La antigua oración ciertamente libraba de los fuegos, de las bestias y del hambre; sin embargo, no había recibido de Cristo la forma. Pues ¡con cuánta más eficacia opera la oración cristiana! No coloca al ángel del rocío en medio de llamas, ni obstruye la boca a los leones, ni proporciona la comida de los campesinos a los hambrientos, no desvía ninguna sensación de las pasiones aun cuando se haya concedido la gracia, sino que instruye a los que padecen, sienten y se duelen con sufrimientos, y con la virtud amplía la gracia para que la fe, al comprender por qué se sufre en nombre de Dios, sepa qué es lo que se consigue del Señor.

Pero también antes la oración imponía plagas, dispersaba ejércitos enemigos, impedía la utilidad de las lluvias. Ahora, en cambio, la oración aleja toda la ira de la justicia de Dios, está alerta por los enemigos, suplica por los peregrinos. ¿Qué tiene de admirable que sepa alejar aguas celestes la que también fue capaz de impetrar fuegos? Sólo la oración vence a Dios; pero Cristo quiso que ella no obrara nada malo y le confirió toda la fuerza del bien. Así, pues, ella no sabe nada más que alejar las almas de los difuntos del camino mismo de la muerte, corregir a los débiles, curar a los enfermos, expiar a los endemoniados, abrir las cerraduras de la cárcel, desatar las cadenas de los inocentes. Ella misma disminuye los delitos, repele las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, deleita a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las agitaciones, obstaculiza a los ladrones, alimenta a los pobres, gobierna a los ricos, levanta a los caídos, apoya a los que se están cayendo, sostiene a los que están en pie.

La oración es el muro de la fe, nuestras armas y nuestras lanzas contra el enemigo que nos observa por todas partes. Por tanto, nunca caminemos inermes. De día acordémonos de la guardia; por la noche, de la vigilia. Bajo las armas de la oración custodiemos el estandarte de nuestro emperador; esperemos la trompeta de los ángeles con la oración. Oran también todos los ángeles, ora toda criatura, oran y doblan las rodillas los ganados y las fieras y, saliendo de los establos y grutas, miran hacia el cielo no con ociosa boca, haciendo vibrar su aliento según su costumbre. También las aves entonces, levantándose, se erigen hacia el cielo y abren la cruz de sus alas en vez de las manos y dicen algo que parece oración.

¿Qué más se puede decir del deber de la oración? También oró el Señor mismo, para quien sea el honor y la virtud en los siglos de los siglos.

Tertuliano. La eficacia de la oración (Sobre la oración, 28-29)   

miércoles, 20 de febrero de 2013

El abandono


La vida espiritual verdadera y profunda comienza cuando uno asume su propia nulidad, porque se ha dado cuenta de que no es nada ante Dios.

EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR

Hay en la tierra un árbol, árbol maravilloso,
cuya raíz se encuentra,¡oh misterio!, en el cielo.

Acogido a su sombra, nada ni nadie te podrá alcanzar;
sin miedo a la tormenta, bajo él puedes descansar.

El árbol inefable lleva por nombre «amor».
Su fruto deleitable se llama «el abandono».

Ya en esta misma vida, este fruto me da felicidad,
mi alma se recrea con su divino aroma.

Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro.
Al llevarlo a la boca, me parece más dulce todavía.

Un mar de paz me da ya en este mundo,
un océano de paz,
y en esta paz profunda descanso para siempre.

El abandono, solo el abandono
a tus brazos me entrega, ¡oh Jesús mío!,
y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.

A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero
nada más en la vida que tu dulce mirada.

Quiero sonreír siempre, dormirme en tu regazo
y repetirte en él que te amo, mi Señor.

Como la margarita de amarilla corola,
yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo.

Mi dulce sol de vida, mi amadísimo Rey,
es tu divina hostia pequeña como yo...

El rayo luminoso de tu celeste llama
nacer hace en mi alma el perfecto abandono.

Todas las criaturas pueden abandonarme,
lo aceptaré sin queja y viviré a tu lado.

Y si tú me dejases, ¡oh divino tesoro!,
aun viéndome privada de tus dulces caricias,
seguiré sonriendo.

En paz yo esperaré, Jesús, tu vuelta,
no interrumpiendo nunca mis cánticos de amor.

Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme,
más alto que la alondra sabe volar mi alma.

Encima de las nubes el cielo es siempre azul,
y se tocan las playas del reino de mi Dios.

Espero en paz la gloria de la celeste patria,
pues hallo en el copón el suave fruto
¡el dulcísimo fruto del amor!

Santa Teresa de Lisieux 


lunes, 18 de febrero de 2013

Conversión y adhesión a Cristo



Todos estamos llamados a la conversión,  tanto los que hemos hecho un opción de vida religiosa como los que viven su vocacion de laicos cristianos. Todos hemos sido bautizados y aspiramos a un encuentro, tras esta peregrinación terrena, con Dios nuestro  Señor.

El papa, Benedicto XVI nos exortaba, en la audiencia general del miércoles de ceniza de hace un par de años, y nos nos llamaba a la conversión como forma de adherirnos plenamente a Cristo.

Con la conversión, aspiramos a la medida alta de la vida cristiana, nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo. La meta final y el sentido profundo de la conversión es su persona, él es la senda por la que todos están llamados a caminar en la vida, dejándose iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De este modo la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, que rectifica nuestra conducta de vida, sino una elección de fe, que nos implica totalmente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús.


La conversión es el “sí” total de quien entrega su existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que antes se ha ofrecido al hombre como camino, verdad y vida, como el único que lo libera y lo salva. Este es precisamente el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista san Marcos, Jesús inicia la predicación del “Evangelio de Dios”: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15


Papa Benedicto XVI

domingo, 17 de febrero de 2013

La peregrinación espiritual



La Cuaresma es una especie de peregrinación espiritual, desde la oscuridad de Egipto hacia la luz de la Tierra Prometida. Egipto es el nombre simbólico de la tiniebla de la esclavitud, en la que nuestro ser  gime alejado de Dios y oprimido por la fuerza del pecado, que le impide hacer el bien que quiere y le empuja al mal que no quiere. La Tierra Prometida, por su parte, simboliza el triunfante resplandor de Cristo resucitado, que esclarece nuestra condición creada en la comunión del ser de Dios.

Durante este camino somos acechados por el tentador. El hambre, el cansancio y la desesperanza nos hacen dudar y, como los israelitas, ponemos a Dios a prueba. Llega, entonces, el momento del combate. De hecho, toda la vida es un continuo combate contra esas tentaciones que pretenden destruir nuestra confianza en el amor salvador de Dios.

Cristo también experimentó estas tentaciones. Por eso, tenemos ante Dios un valedor misericordioso, pues ha conocido la debilidad de nuestra condición desde dentro de ella misma. Y, como permaneció fiel hasta la Cruz, contamos con la indestructible fuerza emanada en su Resurrección.

sábado, 16 de febrero de 2013

Orar


Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.

No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.

El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.

Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferentes.

El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.

Ten en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos “lugares del Espíritu”. Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiper desarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.

Un Ermitaño Anónimo

jueves, 14 de febrero de 2013

Conversión: amor, temor, tristeza y gozo.

Perdona, te pido, Jesús,
a tus monjes, en tu clemencia.

Examina atentamente qué amas, qué temes y con qué gozas o te entristeces. Piensa si bajo el hábito monástico tienes un espíritu mundano, o tu sayal de converso encubre un corazón pervertido. El corazón se manifiesta en estos cuatro afectos, y creo que de ellos se trata cuando se nos manda convertirnos al Señor con todo el corazón.

Conviértase, pues, tu amor y nada ames fuera de Dios o por Dios.

Conviértase también a él tu temor, porque está pervertido si temes algo que no sea él o por él.

Y conviértase a él también tu gozo y tu tristeza. Así será si sufres y gozas según Dios. No hay mayor perversidad que alegrarse al obrar el mal y disfrutar con la perversidad.

La tristeza que es puramente mundana produce la muerte. Pero, si te entristeces por el pecado, tuyo o del prójimo, haces bien. Esta tristeza te salva.

Si gozas con los dones de la gracia, este gozo es santo y un auténtico gozo del Espíritu Santo. Debes alegrarte en el amor de Cristo con los éxitos de tus hermanos, compadecerte de sus desgracias, como dice la Escritura: Con los que están alegres, alegraos; con los que lloran, llorad.

San Bernardo de Claraval
Sermón 2 en la Cuaresma, 3

Cuando ayunéis...



Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.  
                                                                                                                                               Mt. 6, 16-21

Pero un ayuno que no este revestido de caridad es muerto y no beneficia a nadie.

Socórreles tu con el ayuno y ten compasión con los hermanos víctimas del infortunio. Lo que quitas a tu vientre, ofrécelo al hambriento. Iguálelo todo el justo temor de Dios. Modera con prudente templanza dos pasiones entre sí contrarias: Tu saciedad y el hambre de tu hermano. Así lo hacen también los médicos, a unos les enflaquecen, a otros los hartan, y así, quitando y añadiendo, se gobierna y se dirige la salud de cada uno. San Gregorio de Nisa

Sin la piedad, el ayuno es ocasión de avaricia, no propósito de templanza, porque cuando la austeridad consume el cuerpo, tanto aumenta la bolsa. Ayuno sin misericordia no es verdad sino apariencia, pues donde está la misericordia allí también está la verdad, como lo prueba el profeta cuando dice: “La misericordia y la verdad se encuentran” (Sal. 84,11). El ayuno sin misericordia no es verdad sino hipocresía, según dice el Señor: “Pero vosotros cuando ayunéis no os pongáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que vean los hombres que ayunan” (Mateo 6, 16). Quien no ayuna para el pobre engaña a Dios. El que ayuna y no distribuye alimento, sino que lo guarda, demuestra que ayuna por codicia, no por Cristo. Así, pues, hermanos, cuando ayunemos coloquemos nuestro sustento en manos del pobre para que la ofrenda nos guarde lo que hemos quitado a nuestro estómago. San Pedro el Crisólogo


miércoles, 13 de febrero de 2013

Capitulo 49 de la Regla de San Benito



Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal, sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos. Lo cual haremos convenientemente, si nos apartamos de todo vicio y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia.

Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual.

Lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y consentimiento, porque lo que se hace sin permiso del padre espiritual, hay que considerarlo más como presunción y vanagloria que como algo meritorio. Así, pues, todas las cosas hay que hacerlas con la aprobación del abad.

martes, 12 de febrero de 2013

San Benito de Aniano. Un reformador monástico

San Benito de Nursia con la Regla
y san Benito de Aniano
con los planos de su Monasterio.
Saint-Guilhem-le-Désert

Hoy celebra la Orden Benedictina la memoria de san Benito de Aniano. Era un joven de origen visigodo, llamado Witiza, que se educó en la corte de los reyes francos Pipino el Breve y Carlomagno. En el 774 profesó como monje en el Monasterio de Saint-Sein, cerca de Dijon. Sin embargo, consideró relajada la disciplina monástica u decidió abandonar el Monasterio. Se marchó a Aniano, cerca de Montpellier, donde vivió como anacoreta. En el 782, en compañía de un grupo de discípulos, funda el Monasterio de Aniano, donde lleva a la práctica sus ideales ascéticos y de vivencia literal de la Regla de San Benito. A él se debe la llamada Concordia Regularum, que es una colección de reglas monásticas (Pacomio, Basilio, Columbano y Benito), que pretendía ser un compendio de la legislación monástica. Desde Aniano fue extendiéndose la influencia de la reforma, hasta el punto de que el rey Luis el Piadoso, en los sínodos de Aquisgrán del 816 al 819, impone la observancia benedictina a todos los monasterios. Moriría Benito de Aniano, a los 70 años, el año 821.

De la pluma de san Benito de Aniano, podemos leer en su Munimenta Fidei: Pide incansablemente la sabiduría y tendrás larga vida. La misericordia y la verdad no te abandonarán, pues con la sabiduría te vendrán todos los bienes juntos, es decir, a tu derecha larga vida y a tu izquierda riqueza y gloria. Búscala mediante una lectura asidua, meditando día y noche la ley de Dios, y cuando la la hallares serás dichoso, según dice la Escritura: Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor, al que enseñas tu ley. Llama con vigilante constancia y se te abrirán las puertas del cielo.

lunes, 11 de febrero de 2013

Las excelencias de la Virgen Madre



Inmaculada. Lucca Signorelli.
La Santísima Virgen ha sido siempre un modelo de criatura a imitar, y para el monje un espejo donde mirarse. Sus virtudes, la aceptación del plan de Dios, su abnegación, su humildad, su silencio... por todo ello no solo ha sido implorada sino cantada y exaltada. 

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al Ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del Ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.


De las Homilías de San Bernardo, Abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre

(Homilía 4, 8-9: Opera Omnia, Edición Cisterciense, 4 [1966] 53-54)

domingo, 10 de febrero de 2013

Delante de los ángeles tañere para ti.


La vida monástica es una continua alabanza a Dios, san Benito en el capitulo XIX de la Regla dice:

Creemos que Dios está presente en todas partes, y que "los ojos del Señor vigilan en todo lugar a buenos y malos", pero debemos creer esto sobre todo y sin la menor vacilación, cuando asistimos a la Obra de Dios. Por tanto ,acordémonos siempre de lo que dice el Profeta: "Sirvan al Señor con temor". Y otra vez: "Canten sabiamente".  Y, "En presencia de los ángeles cantaré para ti".
Consideremos, pues, cómo conviene estar en la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y asistamos a la salmodia de tal modo que nuestra mente concuerde con nuestra voz."

El dedica diferentes capítulos sobre la importancia del Oficio Divino tanto en su estructura como en el modo de celebrarlo, como debe el monje rezar si está en casa como si se encuentra fuera del monasterio,  como ha de ser llamado y cuan rápido ha de correr tras esa llamada. Como debe el monje rezar tanto en común como en privado y de que manera debe hacerlo.
San Benito contempla la oración como remedio a las faltas de los hermanos que en ausencia del monasterio han olvidado su compromiso, así como el remedio ante las faltas de disciplina y observancia.
Es la oración el aire que debe respirar el monje,  la que le hace estar en continua presencia ante Dios, la que le hace estar siempre pendiente de quien es su Señor. Es con ella como rompe el silencio de la noche,  en ella se encomienda ante el trabajo a realizar, agradece y se arrepiente. En ella  se recrea, se enamora, y encuentra su gozo y sus lágrimas. Es su alimento, su pan diario, con el que se siente invitado a la mesa del Amado.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, 
me conservas la vida;
extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo,
y tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.

Salmo 137


sábado, 9 de febrero de 2013

Lectio Divina

"Lectio Divina" en latín significa "lectura divina" y sería la forma y el modo de leer la Sagrada Escritura: teniendo que separarnos de nuestra manera de ver las cosas y abrirnos a lo que Dios nos quiere decir en ese momento de encuentro que tenemos con en a través de su palabra. 
En el siglo XII, Guigo el cartujano, describió las etapas más importantes de la "lectio divina. 
La primera etapa de esta forma de rezar es la lectura, momento en el cual leemos la Palabra de Dios lenta y atentamente, de modo que penetre dentro de nosotros. Escoger cualquier breve pasaje de la Escritura que podemos hacer de forma continuada en el tiempo.
La segunda etapa es la meditación. Durante este momento, se reflexiona y se “rumía” el texto bíblico a fin de que extraigamos de él, lo que Dios quiere darnos. Reeditamos en nosotros las palabras dejando que sea el Espiritu quien alcance el alma y el entendimiento y nos haga entender que es lo quiere de nosotros a traves de éstas palabras.
La tercera etapa oración, es el momento de dejar aparte nuestro modo de pensar  y actuar permitiendo a nuestro corazón hablar con Dios. Nuestra oración ha de estar inspirada por nuestra reflexión de la Palabra de Dios. La que habla en nuestro corazón.
La última etapa contemplación, en la cual nos abandonamos totalmente a las palabras y pensamientos que santamente nos envuelven. Es el momento en el cual nosotros nos sosegamos en la Palabra de Dios y escuchamos, en lo más profundo de nuestro ser, la voz de Dios que habla dentro de nosotros. Mientras escuchamos, nos estamos transformando gradualmente por dentro. Esta transformación tendrá un efecto profundo sobre nuestro comportamiento en cómo vivamos y será capaz de dar testimonio de la autenticidad de nuestra oración.  Cada día  tiene que ser un encuentro nuevo y fructífero con la Palabra de Dios.
Estas etapas nos sirven de orientación sobre cómo desarrollar normalmente la oración ya que se encuentra una mayor simplicidad y una disposición mayor en el escuchar  mas que en el hablar. Progresivamente las palabras de la Sagrada Escritura empiezan a liberarse y la Palabra se revela delante de los ojos de nuestro corazón. El tiempo para  cada etapa dependerá de cada uno y lo que quiera dedicarle además dependerá de cómo estemos dispuestos ante la acción del Espíritu, que sopla donde y como quiere. 
Por muchos siglos la práctica de la Lectio Divina, como un modo de orar la Sagrada Escritura, ha sido una fuente de crecimiento en la relación con Cristo. La Palabra de Dios es viva y activa, y transformará a cada uno de nosotros si nos abrimos a recibir lo que Dios nos quiere dar.

viernes, 8 de febrero de 2013

San Juan Bautista: Prototipo de monjes

San Juan Bautista
Retablo de la Cartuja de Miraflores

La tradición monástica cristiana siempre ha considerado a Juan el Bautista no sólo como un prototipo, es decir, un primer modelo a imitar por los monjes, sino que también ha visto en él un protomonje, es decir, un iniciador de la vida monástica cristiana. Su retiro en la soledad, consagrándose solo a Dios y abandonando su mundo y su propio yo, su ascetismo corporal, su insistencia en la conversión del corazón y su orientación hacia Jesús, al que manifiesta con su dedo como el Cordero de Dios, hacen que, efectivamente, su modelo esté presente en todos los ideales de vida monástica cristiana.

¿Es el ascetismo algo pasado de modo? ¿Es una negación del ser humano? ¿Qué sentido puede tener hoy el ayuno, la mortificación, la ascesis, el silencio, la soledad? San Juan Bautista vivió en el más absoluto olvido de sí mismo, desconoció los placeres de nuestro mundo, pero se preparó intensamente para recibir al Señor, y tuvo la dicha de ver los cielos abiertos, y al Espíritu Santo descender sobre el Hijo, y al Padre proclamar su filiación.

De igual modo, la vida monástica prepara al monje para este encuentro con el Señor. Su no a las cosas de este mundo es un sí a las cosas de Dios, y en tanto en cuanto más se entrega a él, así es mayor la felicidad que encuentra en el Esposo.

jueves, 7 de febrero de 2013

La caridad como motor en la conversión


Elredo de Rieval, maestro en la vida espiritual que todavía hoy, después de ocho siglos, nos sigue ayudando en nuestro progreso espiritual, nos enseña que así como un amor mal entendido nos separa de Dios y del prójimo, recluyéndonos en nuestro propio yo; la caridad, por contra, restaura en nosotros la imagen de Dios en la que fuimos creados y nos inserta en comunión con nuestro prójimo en la comunidad de vida trinitaria de Dios. En efecto, dice así en el capítulo octavo del Libro Primero de su Espejo de la Caridad:

Nuestro amor, envenenado de codicia y miserablemente amarrado en la red del placer, se hundía en el abismo, esto es, iba de vicio en vicio por su propio peso. Pero, al infundírsele la caridad y disolver ésta con su calor su innata indolencia, se eleva a las alturas, se despoja de la vetustez,  se reviste de la verdad, y adquiere las alas plateadas de la paloma para volar hacia el bien sublime y puro, de quien todos proceden.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Lo esencial en el monje



El ser humano siempre busca realizar proyectos como forma de realizarse a sí mismo, de tal manera que el desenvolvimiento de la propia personalidad se verifica en la consecución de los fines propuestos. El fracaso en dichas realizaciones sería considerado como un fracaso en el desenvolvimiento de la propia personalidad.

Sin embargo, cuando vemos las grandes renuncias que se proponen los monjes como forma de seguir a Jesucristo, nos damos cuenta que lo esencial en la vida del monje no es lo que hace ni lo que consigue, sino la puesta a disposición del propio ser para que el Espíritu Santo sea quien realice su obra en la humildad de no conseguir los propios fines.

Por así decirlo, sería aquello a lo que san Benito alude frecuentemente como renuncia a la propia voluntad. De hecho, cuando consideramos la vida del santo, nos damos cuenta de que ésta, en realidad, estuvo llena de fracasos humanos: se propuso vivir en soledad, y terminó gobernando una comunidad; tuvo que abandonar dicha comunidad, porque sus monjes llegaron a detestar tanto su forma de entender la vida religiosa, que intentaron asesinarlo; se estableció en un lugar con nuevos discípulos, que tuvo que abandonar al cabo de un tiempo a causa de los conflictos con un presbítero envidioso; por fin, su obra cumbre, la fundación de Montecasino, supo por revelación divina que también acabaría siendo destruida. En fin, una sucesión de fracasos en la consecución de un proyecto vital. Pero dichos proyectos no eran lo esencial de su ser de monje, de su entrega al Misterio de Dios revelado en Jesucristo.

martes, 5 de febrero de 2013

La profesión de virginidad


Pregunta: ¿Desde qué edad debemos ofrecernos a Dios, o a partir de cuándo se puede considerar que la profesión de virginidad es firme y estable?

Respuesta: El Señor dice: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 10, 14; Lc 18, 16), y el Apóstol Pablo alaba al que desde la infancia había aprendido las sagradas letras, y también ordena que los hijos sean educados en la doctrina y en la corrección del Señor (Mt 19, 14; 2 Tm 3, 15; Ef 6, 4); por tanto, consideremos que todo tiempo es oportuno, aun desde la primera edad, para aprender el temor y la enseñanza del Señor (Sal 33 [34],12; Sal 110 [111],11; Jb 28,28; Si 1,14); pero la profesión de la virginidad será firme desde el comienzo de la edad adulta, la que suele considerarse apta y adecuada para las nupcias. Pero es necesario que los niños sean recibidos con la voluntad y el consentimiento de los padres, más aún, que sean ofrecidos por los mismos padres con el testimonio de muchos, para que se excluya toda ocasión de maledicencia de parte de los hombres malvados. Hay que emplear suma diligencia para con ellos, de modo que puedan ser instruidos razonablemente en todos los ejercicios de la virtud, tanto en palabra, cuanto en pensamiento y obra; lo que les hubiere sido inculcado en su tierna infancia lo conservarán con más firmeza y tenacidad en el futuro. Por tanto, hay que encomendar el cuidado de los niños a los que, ante todo, han mostrado de modo convincente tener la virtud de la paciencia, que puedan también aplicar a cada uno la medida de la corrección proporcionada al grado de la culpa y a la edad, y que, por sobre todo, los preserven de las palabras ociosas (Mt 12, 36; Ef 4, 29-30), de la ira y de los incentivos de la gula y de todos los movimientos indecorosos y desordenados. Pero si con el aumento de la edad no se percibe en ellos ningún progreso, sino que su mente permanece voluble y su ánimo vano e hinchado, y aun después de enseñanzas adecuadas permanece estéril, hay que despedir a estos tales y principalmente cuando el ardor juvenil provoca en esa edad inexperta.

En cuanto a aquellos que vienen al servicio de Dios en edad ya madura, hay que investigar, como dijimos, el tenor de su vida pasada, y hasta es suficiente si piden insistentemente (dedicarse al servicio de Dios), y si tienen un verdadero y ardiente deseo por la obra de Dios. Esta constatación deben hacerla aquellos que pueden examinar y comprobar estas cosas con mucha prudencia. Después de haber sido aceptados, si desgraciadamente son infieles a su propósito, entonces hay que considerarlos como a quienes han pecado contra Dios, y ante él (han violado) el pacto de su profesión. “Si un hombre peca contra un hombre, se dice, habrá quienes oren al Señor por él; pero si peca contra Dios,¿quién orará por él?” (1 Sam 2,25)

Basilio de Cesarea , Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 7.



lunes, 4 de febrero de 2013

Rabano Mauro

Rabano Mauro presenta su obra a S. Gregorio.
Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general del miércoles 3 de junio de 2009 a Rabano Mauro, abad del monasterio de Fulda, arzobispo de Maguncia y “praeceptor Germaniae”, maetro de Alemania. Utilizó  contenidos conceptuales y estímulos artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo códice manuscrito método de combinar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente y con él sería desarrollado ampliamente en Occidente.
Dice el papa de él que,  tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar en la experiencia de fe no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de los otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo".

Rabano Mauro, (Maguncia, c. 780-Winkel, Renania, 856) es llamado primus praeceptor Germaniae, primer maestro de Alemania, debido al impulso cultural que realizo desde la abadia de Fulda. Fue prelado y erudito alemán. Discípulo de Alcuino (802), fue maestrescuela (815) y más tarde abad (822) del monasterio de Fulda, al que convirtió en un gran centro cultural y misionero de fama universal. Dimitió en 842, y en 847 fue nombrado arzobispo de Manguncia. Teólogo, poeta y científico, fue también consejero de Ludovico Pío, de Lotario y de Luis el Germánico. Interesado por la formación del clero y por el buen despliegue del culto, sus obras ejercieron gran influencia en Europa central durante la Edad Media. Entre ellas destacan el tratado De institutione clericorum (819) y  la enciclopedia De universo (842-847),así como una nutrida correspondencia.

sábado, 2 de febrero de 2013

Bendición Monástica de la Liturgia Hispana

Antifonario Visigótico de León

Señor, Padre santo, Dios eterno. Tú nos has elegido en Jesucristo, antes de la creación del mundo, para que seamos santos e irreprochables, en tu presencia, en el amor. Nos has predestinado en tu Hijo amado a ser hijos adoptivos tuyos, según el designio de tu amor, para alabanza de la gloria de tu gracia.

En el curso de los tiempos, has escogido hombres a quienes has atraído y llevado al desierto y les has hablado al corazón. Lo mismo que a tu pueblo santo, los has probado y les has hecho pasar hambre, los has alimentado con un maná oculto, para enseñarles que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de tu boca.

Así llamaste a Abraham, nuestro padre en la fe, y le mandaste que dejara su familia y la casa de su padre para que fuera a la tierra que Tú le habías de mostrar.

Luego te manifestaste a Moisés, tu siervo, hombre humilde, el más humilde que ha habido en la tierra. Vio la zarza ardiendo, sin consumirse, oyó tu nombre santo e inefable, sacó a tu pueblo de Egipto, casa de servidumbre, atravesó el mar, entró en el desierto y recibió las tablas de la ley en el Sinaí. Tú hablabas con él cara a cara, como un amigo con su amigo, y su rostro irradiaba luz porque tú le habías hablado.

Tú llamaste a Samuel, de niño, cuando dormía junto al arca de Dios, y él respondió: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Fue profeta de Israel y ungió a David, tu escogido. También Elías, hombre de Dios, estuvo en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches, fortalecido con el alimento que le dio el ángel; en el monte Horeb oyó tu voz, en forma de una brisa suave. De generación en generación, te han cantado todos los salmistas; han implorado sin cesar tu auxilio, tú que habitas donde Israel te alaba. Su único anhelo era estar en tu casa todos los días de su vida, para gozar de ti; así te ofrecían un sacrificio de alabanza y, día tras día, buscaban tu rostro. También los profetas respondieron a tu llamada -tu palabra era dentro de ellos un fuego devorador- y los sabios conocieron el misterio de tu salvación; y los pobres pusieron en ti su esperanza. Por eso, el anciano Simeón y la profetisa Ana esperaban el consuelo de Israel: vieron al Niño, creyeron y te dieron gracias.

Finalmente, enviaste a Juan, el precursor, cuya voz gritaba en el desierto; venía a preparar el camino del Señor, a proclamar un bautismo de conversión, a mostrar al Cordero de Dios, a dar testimonio de la luz, hasta derramar su sangre.

Para completar a tus santos elegidos, escogiste a María, la hija de Sión, la conservaste libre de toda culpa y la inspiraste el propósito de perpetua virginidad. Por el anuncio del ángel, el Espíritu Santo vino sobre ella; tu poder, oh Dios Altísimo, le cubrió con su sombra, y, la esclava de Señor, se convirtió en Madre de Dios, santa e  inmaculada.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Padre santo, revelaste tu Hijo único al mundo; en su vida oculta nos dio ejemplos de humildad; abrazó el camino de la obediencia hasta la muerte de cruz, y nos abrió las puertas de tu reino. Para reconciliar al mundo consigo, se entregó a la muerte, y,  resucitando de entre los muertos, envió sobre nosotros al Espíritu de gracia y de verdad, y nos anunció su venida gloriosa.

Por medio del Espíritu Santo  prometido, suscitó en la Iglesia a nuestros padres en la vida monástica: a san Antonio, el primero de los padres del desierto, a san Pacomio y a san Basilio, a san Martín; a san Fructuoso y a san Isidoro, los legisladores hispanos; a san Valerio y a los monjes del Bierzo, a san Millán de la Cogolla; a nuestro Padre san Benito que nos dio su Regla para monjes; a santo Domingo de Silos; a los santos abades Veremundo de Irache, Íñigo de Oña, Sisebuto de Cardeña, García de Arlanza y Lesmes de Burgos, a san Frutos; y a tantos santos monjes que vivieron en la soledad y en el silencio buscándote de veras, a ti, único Dios verdadero. 

Ahora te pedimos, Señor, que envíes tu Espíritu Santo sobre estos hermanos nuestros, que han respondido solícitos a la llamada de Cristo y se han comprometido a seguirle por el camino del Evangelio. Dales en plenitud los dones de tu Espíritu para que su vida no sea ya para ellos mismos, sino para tu Hijo único, muerto y resucitado por nosotros.

viernes, 1 de febrero de 2013

La Eucaristía en la vida del monje


Suba mi oración, Señor, como incienso en tu presencia. El arte espiritual comienza cuando se acepta humildemente que todo don perfecto, toda gracia procede de lo alto. Especialmente, en el corazón de cada jornada, cuando el monje se encuentra en Cristo con Dios en la Eucaristía. Y recibe al Altísimo en la pobre y pecadora morada de su ser. Pan y vino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se convierte en el Cuerpo y la Sangre del Señor, el perfecto sacrificio de la reconciliación, la memoria de su redención y la presencia salvadora de su misma persona. No hay mayor consuelo ni más sublime don. Desde entonces, es imposible la soledad pues, ¿cómo pretender estar solos, cuando Dios mismo ha querido venir a nosotros? La soledad del monje no consiste en buscarse a sí mismo, sino en renunciar a otros contactos para concentrarse en el encuentro salvador en Cristo con Dios Todopoderoso. Y su vida, en consecuencia, busca elevarse a la presencia del Señor, en la oración, como el incienso.