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lunes, 22 de abril de 2019

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

domingo, 21 de abril de 2019

El descanso pascual

Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía

En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.

Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.

miércoles, 17 de abril de 2019

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.


En estos días en que se celebra solemnemente el aniversario memorial de la pasión y cruz del Señor, ningún tema de predicación más apropiado, según creo, que Jesucristo, y éste crucificado. E incluso en cualquier otro día, ¿puede predicarse algo más conforme con la fe? ¿Hay algo más saludable para el auditorio o más apto para sanear las costumbres? ¿Hay algo tan eficaz como el recuerdo del Crucificado para destruir el pecado, crucificar los vicios, nutrir y robustecer la virtud?

Hable, pues, Pablo entre los perfectos una sabiduría misteriosa, escondida; hábleme a mí, cuya imperfección perciben hasta los hombres, hábleme de Cristo crucificado, necedad ciertamente para los que están en vías de perdición, pero para mí y para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios y sabiduría de Dios; para mí es una filosofía altísima y nobilísima, gracias a la cual me río yo de la infatuada sabiduría tanto del mundo como de la carne.

¡Cuán perfecto me consideraría, cuán aprovechado en la sabiduría si llegase a ser por lo menos un idóneo oyente del crucificado, a quien Dios ha hecho para nosotros no sólo sabiduría, sino también justicia, santificación y redención! Si realmente estás crucificado con Cristo, eres sabio, eres justo, eres santo, eres libre. ¿O no es sabio quien, elevado con Cristo sobre la tierra, saborea y busca los bienes de allá arriba? ¿Acaso no es justo aquel en quien ha quedado destruida su personalidad de pecador y él libre de la esclavitud al pecado? ¿Por ventura no es santo el que a sí mismo se presenta como hostia viva, santa, agradable a Dios? ¿O no es verdaderamente libre aquel a quien el Hijo liberó, quien, desde la libertad de la conciencia, confía hacer suya aquella libre afirmación del Hijo: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí? Realmente del Crucificado viene la misericordia, la redención copiosa, que de tal modo redimió a Israel de todos sus delitos, que mereció salir libre de las calumnias del Príncipe de este mundo.

Que lo confiesen, pues, los redimidos por el Señor, los que él rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países; que lo confiesen, repito, con la voz y el espíritu de su Maestro; Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Beato Guerrico de Igny, Sermón 2 en el domingo de Ramos (1: PL 185, 130-131)

sábado, 6 de mayo de 2017

La Eucaristía en la vida del monje


La Eucaristía vino a ser llamada en el último Concilio como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En efecto, en ella hacemos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y ofrecemos al Dios, nuestro Padre, el más perfecto sacrificio que podríamos nunca ofrecerle: a su mismo Hijo, entregándose por nuestros pecados.

Si bien en el origen de la espiritualidad monástica no se insistió en la riqueza de la Eucaristía para la vida del monje, la evolución posteriormente del Cristianismo nos ha ido poniendo de manifiesto la importancia radical que tiene la Eucaristía, como presencia viva y eficaz del Señor resucitado en medio de sus discípulos.

Al mismo tiempo, tras el redescubrimiento de la Palabra de Dios en el interior de la Eucaristía, operado a raíz del Concilio Vaticano II, tenemos la oportunidad, todos los días, de profundizar en el significado de la Palabra de Dios, como profecía que se refería a Cristo en el Antiguo Testamento, y como realización del misterio de la Redención en la comunidad creyente a partir del Nuevo Testamento. De alguna forma, seguimos siendo como los Discípulos de Emaús, que nos sentamos a la Mesa del Señor para que él nos ilumine y nos dé la luz del Espíritu para comprender su Misterio desde las propias Escrituras, que a él se referían.

Por eso, la Eucaristía no sólo contiene una oportunidad catequética. Es, sobre todo, el principal acto de adoración, es decir, de acción de gracias y de reconocimiento de cuanto ha hecho Dios por nosotros, que en nuestra jornada podemos realizar. Por más que en los Monasterios celebremos los monjes cada día la Eucaristía apenas sin participación del pueblo, la eficacia del Memorial de la Redención encierra en sí mismo un poder capaz de salvar al mundo, no por lo que unos pobres pecadores hagan, sino en virtud de la fuerza de Dios operada en el Santo Sacrificio.

jueves, 20 de abril de 2017

Emáus en el claustro de Silos


El Claustro del Monasterio de Silos ofrece a sus monjes la posibilidad de orar paseando por sus crujías, contemplando los misterios de la Encarnación, de la Pasión y de la Resurrección de nuestro Señor, que tan maravillosamente fueron esculpidos en la época románica. Una de estas célebres imágenes es la de Cristo peregrino, apareciéndose a los dos discípulos de Emaús, que contemplamos hoy orantes,.

lunes, 17 de abril de 2017

El descanso pascual

Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía

En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.

Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.

miércoles, 8 de abril de 2015

Emáus en el claustro de Silos


El Claustro del Monasterio de Silos ofrece a sus monjes la posibilidad de orar paseando por sus crujías, contemplando los misterios de la Encarnación, de la Pasión y de la Resurrección de nuestro Señor, que tan maravillosamente fueron esculpidos en la época románica. Una de estas célebres imágenes es la de Cristo peregrino, apareciéndose a los dos discípulos de Emaús, que contemplamos hoy orantes, 

miércoles, 24 de abril de 2013

Caridad contemplativa

La perfecta humildad es una parte integral del puro y ciego amor del contemplativo. Siendo todo él impulso hacia Dios, este simple amor golpea incesantemente sobre la oscura nube del no-saber, dejando todo pensamiento discursivo bajo la nube del olvido. Y así como el amor contemplativo fomenta la perfecta humildad, de la misma manera crea la bondad práctica, especialmente la caridad. Pues en la caridad verdadera uno ama a Dios por si mismo, por encima de todo lo creado, y ama a su hermano el hombre por que esta es la ley de Dios. En la obra contemplativa, Dios es amado por encima de toda criatura pura y simplemente por él mismo. En realidad, el verdadero secreto de esta obra no es otra cosa que un puro impulso hacia Dios por ser él quien es.

Lo llamo puro impulso porque es totalmente desinteresado. En esta obra el perfecto artesano no busca el medro personal o verse exento del sufrimiento. Desea sólo a Dios y a él solo. Está tan fascinado por el Dios que ama y tan preocupado porque se haga su voluntad en la tierra, que ni se da cuenta ni se preocupa de su propia comodidad o ansiedad. Y esto porque, a mi juicio, en esta obra Dios es realmente amado perfectamente y por ser él quien es. Pues un verdadero contemplativo no debe compartir con ninguna otra creatura el amor que debe a Dios.

En la contemplación, además, también se cumple totalmente el segundo mandamiento de la caridad. Los frutos de la contemplación son testigos de esto aun cuando durante el tiempo real de la oración el contemplativo avezado no dirija su mirada a ninguna persona en particular, sea hermano o extraño, amigo o enemigo. En realidad, ningún hombre le es extraño, porque considera a cada uno como hermano. Y nadie es su enemigo. Todos son sus amigos. Incluso aquellos que le hieren o le ofenden en la vida diaria son tan queridos para él como sus mejores amigos y todos los buenos deseos hacia sus mejores amigos se los desea a ellos.
 La nube del no-saber. Anónimo. s. XIV

martes, 23 de abril de 2013

Protegidos con el estandarte de la cruz


La festividad de hoy, queridos hermanos, duplica la alegría de la gloria pascual, y es como una piedra preciosa que da un nuevo esplendor al oro en que se incrusta.

Jorge fue trasladado de una milicia a otra, pues dejó su cargo en el ejército, cambiándolo por la profesión de la milicia cristiana y, con la valentía propia de un soldado, repartió primero sus bienes entre los pobres, despreciando el fardo de los bienes del mundo, y así, libre y dispuesto, se puso la coraza de la fe y, cuando el combate se hallaba en todo su fragor, entró en él como un valeroso soldado de Cristo.

Esta actitud nos enseña claramente que no se puede pelear por la fe con firmeza y decisión si no se han dejado primero los bienes terrenos.

San Jorge, encendido en fuego del Espíritu Santo y protegiéndose inexpugnablemente con el estandarte de la cruz, peleó de tal modo con aquel rey inicuo, que, al vencer a este delegado de Satanás, venció al príncipe de la iniquidad y dio ánimos a los soldados de Cristo para combatir con valentía.

Junto al mártir estaba el árbitro invisible y supremo que, según sus designios, permitía a los impíos que le atormentaran. Si es verdad que entregaba su cuerpo en manos de los verdugos, guardaba su alma bajo su constante protección, escondiéndola en el baluarte inexpugnable de la fe.

Hermanos carísimos: no debemos limitarnos a admirar a este combatiente de la milicia celeste, sino que debemos imitarle.

Que nuestro espíritu se eleve hacia el premio de la gloria celestial, de modo que, centrado nuestro corazón en su contemplación, no nos dejemos doblegar, tanto si el mundo seductor se burla de nosotros como si con sus amenazas quiere atemorizarnos.

Purifiquémonos, pues, de cualquier impureza de cuerpo o espíritu, siguiendo el mandato de Pablo, para poder entrar al fin en ese templo de la bienaventuranza al que se dirige ahora nuestra intención.

El que dentro de este templo que es la Iglesia quiere ofrecerse a Dios en sacrificio necesita, una vez que haya sido purificado por el bautismo, revestirse luego de las diversas virtudes, como está escrito: Que tus sacerdotes se vistan de justicia; en efecto, quien renace en Cristo como hombre nuevo por el bautismo no debe volver a ponerse la mortaja del hombre viejo, sino la vestidura del hombre nuevo, viviendo con una conducta renovada.

Así es como, limpios de las manchas del antiguo pecado y resplandecientes por el brillo de la nueva conducta, celebramos dignamente el misterio pascual e imitamos realmente el ejemplo de los santos mártires.

San Pedro Damiani, Sermón 3, sobre san Jorge (PL 144, 567-571)

jueves, 18 de abril de 2013

La Eucaristía en la vida del monje


La Eucaristía vino a ser llamada en el último Concilio como fuente y culmen de toda la vida cristiana. En efecto, en ella hacemos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y ofrecemos al Dios, nuestro Padre, el más perfecto sacrificio que podríamos nunca ofrecerle: a su mismo Hijo, entregándose por nuestros pecados.

Si bien en el origen de la espiritualidad monástica no se insistió en la riqueza de la Eucaristía para la vida del monje, la evolución posteriormente del Cristianismo nos ha ido poniendo de manifiesto la importancia radical que tiene la Eucaristía, como presencia viva y eficaz del Señor resucitado en medio de sus discípulos.

Al mismo tiempo, tras el redescubrimiento de la Palabra de Dios en el interior de la Eucaristía, operado a raíz del Concilio Vaticano II, tenemos la oportunidad, todos los días, de profundizar en el significado de la Palabra de Dios, como profecía que se refería a Cristo en el Antiguo Testamento, y como realización del misterio de la Redención en la comunidad creyente a partir del Nuevo Testamento. De alguna forma, seguimos siendo como los Discípulos de Emaús, que nos sentamos a la Mesa del Señor para que él nos ilumine y nos dé la luz del Espíritu para comprender su Misterio desde las propias Escrituras, que a él se referían.

Por eso, la Eucaristía no sólo contiene una oportunidad catequética. Es, sobre todo, el principal acto de adoración, es decir, de acción de gracias y de reconocimiento de cuanto ha hecho Dios por nosotros, que en nuestra jornada podemos realizar. Por más que en los Monasterios celebremos los monjes cada día la Eucaristía apenas sin participación del pueblo, la eficacia del Memorial de la Redención encierra en sí mismo un poder capaz de salvar al mundo, no por lo que unos pobres pecadores hagan, sino en virtud de la fuerza de Dios operada en el Santo Sacrificio.

jueves, 11 de abril de 2013

Dios es el bien


Dios es el bien en si, la misericordia misma, un abismo de bondad y, al mismo tiempo, él abraza ese abismo y excede todo nombre y todo concepto posible. No hay otro medio para obtener su misericordia que la unión. Uno se une a Dios compartiendo, en la medida de lo posible, las mismas virtudes, por ese comercio de súplica y de unión que se establece en la oración.

La participación en las virtudes, por la semejanza que instaura, tiene por efecto disponer al hombre virtuoso a recibir a Dios. Pertenece al poder de la oración operar esta recepción y consagrar místicamente el crecimiento del hombre hacia lo divino y su unión con él -pues ella es el lazo de las criaturas razonables con su Creador- siempre a condición de que la oración haya transcendido, gracias a una compunción inflamada, el estadio de las pasiones y de los pensamientos. Pues un espíritu ligado a las pasiones no podría pretender la unión divina. En tanto que el espíritu ora en esta clase de disposición, no obtiene misericordia; en cambio, cuanto más éxito alcanza en alejar los pensamientos, más adquiere la compunción y, en la medida de su compunción, participa en la misericordia y en su consuelo. Que persevere humildemente en ese estado y transformará enteramente la parte apasionada del alma.

Gregorio Palamas

domingo, 7 de abril de 2013

Adoración al Señor resucitado


Señor, Dios mío, que en la tarde del Jueves Santo hiciste de tu Última Cena en este mundo el momento cumbre de tu vida, entregándola por todos nosotros: Permíteme, por unos instantes, adorarte, bendecirte, y darte gracias.

Quisiera, Señor, que toda mi existencia fuera un canto de alabanza a tu amor. Sé que soy indigno de ti, Señor. Pero me conmueve tu compasión para con Pedro, al que por tres veces preguntaste si te quería, y con tres confesiones lavó la mancha de sus tres negaciones.

Señor, yo te he negado muchas más veces. Y, sin embargo, te veo resucitado junto a mí, pecador. Te veo junto a todos cuantos caminamos por este mundo, tantas veces sin rumbo fijo.

Es más, te has hecho nuestro pan para el camino por este mundo. Y este pan que nos alimenta es la unión con tu persona.

Señor, danos fuerza para nunca desfallecer, aun cuando la carga de nuestros pecados nos agobie, y la vergüenza de enfrentarnos contigo, como le sucedió a Pedro, cubra de rubor nuestra cara, y desarme nuestra arrogante lógica.

¡Quédate con nosotros, Señor, porque atardece! Acoge nuestra alabanza, que con amor te ofrecemos de todo corazón.

Un monje

viernes, 5 de abril de 2013

Gloria a Cristo crucificado

Torres del Río. Iglesia del Santo Sepulcro

Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad

Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen.
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta

Aleluya en san Benito

En el capitulo 15 de la Regla de San Benito, se prescribe de manera especial cuándo los monjes deben decir aleluya: 
     " Desde la santa Pascua hasta Pentecostés dígase sin interrupción aleluya tanto en los salmos como en los responsorios. Pero desde Pentecostés hasta el principio de la cuaresma sólo se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del oficio de vigilias. Todos los domingos fuera de cuaresma se dirán con aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona. Las vísperas, en cambio, se dirán con antífona. En cambio los responsorios nunca se digan con aleluya, sino desde Pascua hasta Pentecostés".

La aclamación de jubilo del aleluya era para los cristianos de los primeros siglos muy estimada. Cita el P. Colombás en su comentario a la regla, que Vigilancio quería reservar solo el uso del Aleluya a la fieta de Pascua, pero al parecer esto parecía una gran exageración. El uso del Aleluya difería de Iglesia a Iglesia, algunos lo usaban en diferentes épocas del año y otros se limitaban a esta cincuentena pascual o solemnidades. Adalbert de Vogüe ha realizado un estudio al respecto del uso del Aleluya dado en Roma en esta época ya que es aquí cuando se empieza a codificar este uso.
Hay que tener en cuenta que para para el Maestro según cita Colombás, el aleluya significa una pertenencia de los "siervos de Dios" a su Señor, y es el monasterio, como "casa de Dios" que equivale a vivir continuamente en presencia de Dios, "con el Señor"en un eterno tiempo pascual y por ello se acentúa el canto frecuente del aleluya.
San Benito no hace una teórica reflexión del tema sino que es pragmático y simplemente fija la practica de esta teoría. Se cree que era ya practica romana con respecto al domingo, o pascua semanal. Después, manda el aleluya, fuera de cuaresma, en todas las horas y va fuera de la costumbre romana al prescribir el aleluya en el segundo nocturno desde Pentecostés hasta cuaresma y sin interrupción de Pascua a Pentecostés, claro esta.
Para san Benito parece que es sinónimo de gozo espiritual y manifestación de un gozo incontenible y una alabanza entusiasta tributada al mismo Dios, que ha querido rescatarnos de la muerte y ha vencido a ella en la victoriosa resurrección de su Hijo Jesucristo. 
Hemos sido rescatados de la muerte y del pecado, Cristo verdaderamente ha resucitado, estamos alegres, cantemos con gozo ¡ALELUYA!

jueves, 4 de abril de 2013

Opus stupent et angeli

Diego de la Cruz: Piedad
Museo Correr, Venecia
Reincidimos hoy tanto en el himno de Vigilias Hic est dies verus, como en el pintor hispano-flamento Diego de la Cruz, pues vamos a tomar otra estrofa de este himno, en la contemplación de otra maravillosa representación del Cristo resucitado ante la estupefacción de los ángeles.

La segundo estrofa de este himno dice así:

Opus stupent et angeli,
poenam videntes corporis
Christoque adherentem reum
vitam beatam carpere.

Podríamos traducirlo de la siguiente forma: "Los mismos ángeles se asombran al contemplar aquel cuerpo desgarrado y a Cristo que promete el paraíso al que está crucificado a su derecha"

La vida monástica, en cierto modo, conduce al monje a la estupefacción, es decir, a tal grado de admiración en la contemplación del misterio del inmenso amor de Dios, que queda incapacitado para pronunciar otra palabra que no sea una pobre alabanza.

Los ángeles, como dice la Carta a los Hebreos, contemplan al mismo Señor de la gloria rebajado muy por debajo de ellos mismos, y quedan asombrados de todo el amor que despliega para así rescatar a la oveja que se le ha perdido. Tanto amor le lleva a dejarse asesinar en una cruz, a ser expuesto al escarnio público, a ser objeto de todos los odios de la historia de la humanidad. Dios ha conocido desde dentro lo mejor de lo que es capaz el hombre, para también ha experimentado todo el horror del que han sido y serán capaces los humanos.

Cristo resucitado muestra las huellas de su Pasión. No las esconde, no son objeto de vergüenza o de pudor, sino que son las más preciadas joyas que ornan su sacratísima humanidad. A través de ellas se manifiesta el Resucitado, y dan sentido a todas las heridas que sufrimos los hombres. Los ángeles, como todos nosotros, quedan estupefactos en la contemplación de ese cuerpo desgarrado, que asciende glorioso del sepulcro. Por eso mismo, entiende el monje su existencia como una improductiva e inútil reiteración en la acción de gracias, porque ya nada es lo mismo después de que Dios mismo salió triunfante del sepulcro.

miércoles, 3 de abril de 2013

Mysterium mirabile

Diego de la Cruz: Cristo de la Piedad
"Ego sum via veritas et vita"

Uno de los privilegios que nos es permitido gozar a quienes en la vida monástica disfrutamos del rico acervo litúrgico de la Tradición es el de encontrarnos con acertadas formulaciones que condensan en sí mismas todo un rico contenido espiritual, que no es fácil expresar de otra forma. Por eso, pecan de insensatez quienes por el prurito de modernidad renuncian a un patrimonio espiritual aquilatado a lo largo de los siglos, que sigue sorprendiendo a veces por su belleza y por su riqueza.

Una de estas joyas se encuentra en el himno latino que se canta en el Oficio de Vigilias de la Octava de Pascua. El himno se titula Hic est dies verus, es decir, éste es verdaderamente el día. La estrofa a la que nos queremos referir dice así:

Mysterium morabile,
ut abluat mundi luem,
peccata tollat omnium
carnis vitia mundans caro.

La traducción de estos versos podría ser la siguiente: "¡Oh, qué misterio tan admirable, en el que los crímenes del mundo se limpian, los pecados de los hombres se perdonan, y se purifican con la carne las culpas de la carne".

El texto se refiere, evidentemente, a la Resurrección, un misterio que no sólo implica que un difunto haya vuelto a la vida. Por encima de este valor particular, encierra un misterio que renueva desde lo más profundo el ser de la entera Creación y de la Humanidad: la Resurrección consigue la purificación de la suciedad provocada en la Creación por el pecado humano, y consigue este efecto de limpiar la carne, es decir, la humanidad responsable del pecado, desde la misma carne, es decir, desde la humanidad asumida por Dios en Jesús, el eterno y unigénito Hijo de Dios.

La humanidad, pues, ha sido redimida desde sí misma, porque Dios la ha asumido en sí y la ha llevado a una plenitud de vida que no conoce ocaso en su Resurrección. De ahí que el misterio central de nuestra fe no puede dejar de ser aludido sino como misterio admirable, ante el cual solo podemos permanecer estupefactos en adoración.

Algún día, en los tiempos remotos, algún monje recibió la inspiración para plasmar en verso y dotar de músicas conceptos tan bellamente elaborados. Que el Señor se lo premie, pues con el trascurso de los siglos, nos sigue ayudando para expresar nuestra alabanza por misterio tan sobrecogedor.

lunes, 1 de abril de 2013

El descanso pascual

Primavera en el claustro de la Cartuja de Pavía

En la tradición monástica, la Pascua siempre se ha relacionado con la idea del descanso. Dios, después de la creación, descansó al séptimo día. Israel, después de la Pascua, logró culminar su peregrinación y descansar en la Tierra Prometida. Cristo, después de los trabajos y dolores de la Pasión, llega a la Pascua, donde todo es gozo y descanso. La práctica de la Cuaresma busca intencionadamente el esfuerzo, la mortificación y las penalidades del sacrificio, para así poder vivir en plenitud el significado del descanso pascual. Después de cuarenta días de peregrinación cuaresmal, el monje se alegra y goza en el Señor, e inicia un nuevo período de tiempo en el que la alabanza sustituye a la súplica, en el que la acción de gracias reemplaza a la petición de perdón. Los ayunos se mitigan, se concede un cierto descanso a la fatiga cuaresmal, y el gozo del Señor resucitado hace olvidar el llanto de la Pasión y de la Cruz.

Cada año, coincidiendo con la primavera, el monje experimenta el renovarse espiritual de su vida gracias a la Pascua del Señor. Ésta es la verdadera razón de ser del monje: poder, como los discípulos de Emaús, compartir la intimidad de la cena con el Señor, para que sea él quien nos explica todas las Escrituras, y comparta con nosotros el misterio del pan por nosotros entregado en la Eucaristía.