Pietro Perugino |
Yo te suplico, ¡oh Señor!, haz que te conozca, que te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí cada día hasta ese momento deseado.
Que en esta vida cada instante me eleve más y más al conocimiento de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que aquí mi amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi alegría en esperanza sea cada vez mayor, que allí sea completa; en realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que pidamos y nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto.
Yo te lo pido, Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable que nos has dado: haz que reciba, como lo prometes por tu Verdad, a fin de que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en tus promesas!, que yo reciba, para que mi alegría sea completa.
Y ahora, en medio de estos deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi alma y de las palabras de mi lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la gloria del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Así sea.
San Anselmo de Canterbury
Proslogion 26
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