sábado, 14 de mayo de 2016

El Espíritu Santo

Único es Dios Padre, dueño de la Antigua y de la Nueva Alianza; Único es el Salvador Jesucristo, profetizado en la Antigua y venido en la Nueva; Único también es el Espíritu Santo, que, por los profetas, fue el heraldo del Cristo, que descendió después de la venida del Cristo y lo mostró a los hombres.

Que nadie, pues, separe la Antigua Alianza de la Nueva; que nadie pretenda que el Espíritu es diferente aquí o allí, pues eso es contrariar al Espíritu Santo mismo, al que se honra con el Padre y el Hijo y a quien se engloba en la Santa Trinidad cuando se da el santo bautismo. En efecto, el Hijo Único de Dios dijo claramente a los apóstoles: Id, haced discípulas a las naciones, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Nuestra esperanza reside en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No proclamamos tres dioses, sino que proclamamos, con el Espíritu Santo, por el Hijo Único, un solo Dios. La fe es indivisible, la piedad sin falla posible. No separamos la Santa Trinidad, ni la confundimos. (16º Catequesis, 3-4)

El Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, da todas las gracias. No son unos los dones gratuitos del Padre, y otros los del Hijo, y otros los del Espíritu Santo; pues no hay más que Una salvación, Una sola potencia, una sola fe. Un solo Dios, el Padre; un solo Señor, su Hijo único; un solo Espíritu Santo, el Paráclito. (16º Catequesis, 24)

Del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo (Epiclesis), ya no es un pan cualquiera, sino el Cuerpo del Cristo, así este Santo Crisma, después de la invocación, ha dejado de ser un aceite común, para ser don gracioso del Cristo y del Espíritu Santo, así la Divinidad, por su presencia, lo hace eficaz. Así es el Crisma con el que se te hace la crismación sobre la frente y también sobre los diversos órganos de los sentidos. Mientras el cuerpo es ungido por un bálsamo visible, el alma es santificada por el Espíritu Santo y vivificada. (21º Catequesis, 3)

Después de habernos santificado con esos cantos espirituales, suplicamos al Dios de misericordia que envíe el Espíritu Santo sobre las ofrendas dispuestas ante nosotros para que transforme el pan en el Cuerpo del Cristo y el vino en la Sangre del Cristo. Lo que ha sido tocado por el Espíritu Santo es en efecto totalmente santificado y transformado. (23º Catequesis, 7)

San Cirilo de Jerusalén.

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