13 de marzo de 1938 - domingo
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Señor! ¿cómo es posible vivir, esperando lo que espero? ¿Cómo me es posible pensar en tanta cosa criada, como me rodea, teniéndote a Ti? Me maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan abundante!
Sueño con tu gloria; vivo algunas veces atontado y sin saber lo que quiero..., de tanto que quiero.
¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué sinsabor tan grande me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios temporales, el escuchar noticias!... ¡Ah!, Señor, nada quisiera saber, ni escuchar... Sólo Tú, Señor, sólo Tú.
Nada me llena... Nada desea mi alma..., ni aun gozar ni padecer... Sólo desea amar con locura. Sólo se llena del pensamiento de Ti... ¡Qué ansias tan grandes, Señor..., qué duro es vivir!
Antes todo me llevaba a Ti... Todo me hablaba de tu inmensa bondad, de tu grandeza; ahora también te alabo en las criaturas, Señor..., pero el sol me parece pequeño..., el cielo azul es hermoso, pero no eres Tú, la belleza del mundo..., es tan poquita cosa.
¡Cómo cambias mi alma!... Qué maravilloso milagro. Nada me dicen las criaturas..., todo es ruido... Sólo en el silencio de todo y de todos, hallo la paz de tu amor... Sólo en el humilde sacrificio de mi soledad, hallo lo que busco..., tu Cruz..., y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo, sin luz y sin flores, sin nubes, sin sol... Las criaturas te abandonaron, el cielo se oscureció... Sólo quedó en el silencio del Gólgota, un Dios clavado en la Cruz.
Señor Jesús..., mírame a tus plantas adorando tu agonía, besando tus llagas, limpiando con mi dolor tu divina sangre...
Cómo quisiera, Señor, morir a tus plantas de amor..., olvidado de todos, sin ruido, en silencio, sin pensar en los hombres que son criaturas, sin soñar con el mundo, que te abandonó, sin mirar a los cielos, ni a las flores, ni a las aves, ni al sol.
Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz; ¿qué divino milagro hiciste con mi alma? ¿Dónde están mis penas?... ¿Dónde mis alegrías? ¿Dónde mis ilusiones?... Todo voló.
Mis penas eran egoísmos... Mis alegrías, vanidades... Mis ilusiones, Tú las desvaneciste al soplo de tu amor. Me enseñaste a los hombres y me dijiste: ¿Qué te pueden dar que no te dé yo?... Y vi miserias, que me hicieron llorar... Busqué consuelo, y no lo encontré. Busqué caridad y..., Señor, ¿qué diré?, sólo en Ti la encontré.
Ya nada me importa..., sólo me hace sufrir la espera..., el temor de perderte..., el tener que vivir.
Ya no me importa vivir encerrado entre muros, sin ver las puestas del sol, sin tomar las brisas del mar, sin correr por el mundo en alas de la libertad. Todo eso es pequeño, no es nada, prefiero a Jesús en la soledad.
Ya no me importan las criaturas, ni me hacen daño las flaquezas de los hombres... Son hombres, y nada más; sólo en Dios hallo refugio; sólo en Él he de buscar caridad.
Ya no me importa mi vida, ni mi salud, ni la enfermedad... Sólo encuentro consuelo en hacer su voluntad..., y eso me llena de tal alegría que, a veces, tengo el corazón tan lleno, que parece va a estallar...
Qué bueno es Dios, qué grande es su misericordia..., qué maravilloso es el amor que Jesús me tiene... ¿Hasta dónde va a llegar?
No sé, Señor..., me anonado, me atonto, me abismo en mi pequeñez, y suspiro por un poquito de amor para poder ofrecértelo,. Nada soy, nada valgo, sólo tengo miserias y pecados… y a pesar de todo… Tú, Señor, me cuidas y me consuelas… me apartas de las criaturas y me llenas de tu amor… ¿qué diré?
Yo bien quisiera callar..., pero el escribir este inmenso milagro que estás haciendo con mi alma, aunque quizás nadie lo lea..., me parece que con ello te doy un poquito de gloria, pues mi escritura muchas veces es oración.
Señor Jesús, qué bueno eres.
Una de tus grandezas es la transformación que haces en mi alma con respecto al amor al prójimo. Me explicaré.
Cuando antes buscaba un religioso y me encontraba en su lugar, un hombre corriente..., ¡cuánto sufría, buen Dios!
Cuando un hermano, sin él saberlo, me humillaba (¡a mi..., qué paradoja!), también sufría...
Cuando no encontraba mi alma lo que buscaba... aunque no fuera más que educación..., muchos ratos he pasado a los pies de la Cruz... Señor, Tú ya sabes.
Perdí la ilusión..., y en mis ratos de desconsuelo pensaba... más vale así..., he de separar mi corazón de los hombres y entregárselo sólo a Dios... Pasaba días en que no quería hacer ni señas... En medio de todo eso (ahora lo he visto claro), había bastante soberbia, mucha vanidad, y un inmenso amor propio... Dulce y manso Jesús..., perdóname, no sabía lo que hacía... Solo y sin guía..., si Tú no me ayudas, mil y mil veces me desviaré del verdadero camino, de la caridad de Cristo.
Ahora me pasa una cosa muy rara. Algunos días, cuando salgo de la oración, aunque en ésta me parece no hacer nada, siento unos deseos muy grandes de amar a todos los miembros de la comunidad con unas ansias muy grandes..., como Jesús los ama.
Siento algunos días después recibir al Señor en la comunión, y ver lo que Él me ama siendo lo que soy, que de buena gana, besaría el suelo que los religiosos pisan, y siento unos deseos muy grandes de humillarme ante aquéllos que antes creía yo me habían humillado.
Son religiosos al servicio de Dios... Jesús los quiere... Yo soy el último, el más mundano y con más lastre de pecados... ¡Ah, si el mundo supiera lo que yo he sido!
¡Ah!, Señor, en esos momentos quisiera ser pisoteado por todos; siento un gran amor y caridad por todos; no me importaría que el último me mandase las cosas más humillantes..., no veo flaquezas ni miserias en nadie... sólo veo mi ruindad amada por Dios..., y ante eso ¿qué no quisiera yo hacer para imitarle?... ¡Pues amar entrañablemente al prójimo!
¡Qué grande es tu misericordia, Señor! ¿Qué mérito tenemos al amar a los buenos y a los santos? ¿Acaso Jesús no está clavado en la Cruz por los pecadores?
Buen Jesús, llena mi alma de caridad... Es el único alimento que en esta vida me puede de veras nutrir...
No sé si me explico..., pero lo que me pasa yo me lo entiendo muy bien.
¡Ah!, Señor, y qué gran paz se siente en esos momentos... Así como antes me turbaba una falta o una flaqueza de un hermano y sentía casi repulsión..., ahora siento una ternura muy grande hacia él..., y quisiera en lo que de mí depende, reparar la falta... Es un alma a la que quiere Jesús. Es un alma por la cual Jesús sangra desde la Cruz... ¡Acaso yo la voy a desdeñar!... Dios me libre..., al contrario, siento un gran amor hacia ella, y esto que digo no es yana palabrería, es un hecho real y positivo que yo no he conseguido, sino que Jesús ha puesto en mi alma... He aquí el estupendo milagro.
Ahora veo claro.
Sólo la caridad hace feliz... Sólo en ella se encuentra la mansedumbre y la paz... Solamente en la caridad se halla la verdadera humildad, y solamente en ella podemos vivir tranquilos y felices en comunidad. ¡Cuántas cosas diría si supiese escribir!
Mas no sé, y ante la impotencia de poder expresar lo que mi alma siente, prefiero callar.
La Santísima Virgen, que me comprende sin necesidad de ruidos ni de palabras, es mi gran consuelo.
Ante Ella deposito mi silencio. Así sea.
¡Señor! ¿cómo es posible vivir, esperando lo que espero? ¿Cómo me es posible pensar en tanta cosa criada, como me rodea, teniéndote a Ti? Me maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan abundante!
Sueño con tu gloria; vivo algunas veces atontado y sin saber lo que quiero..., de tanto que quiero.
¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué sinsabor tan grande me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios temporales, el escuchar noticias!... ¡Ah!, Señor, nada quisiera saber, ni escuchar... Sólo Tú, Señor, sólo Tú.
Nada me llena... Nada desea mi alma..., ni aun gozar ni padecer... Sólo desea amar con locura. Sólo se llena del pensamiento de Ti... ¡Qué ansias tan grandes, Señor..., qué duro es vivir!
Antes todo me llevaba a Ti... Todo me hablaba de tu inmensa bondad, de tu grandeza; ahora también te alabo en las criaturas, Señor..., pero el sol me parece pequeño..., el cielo azul es hermoso, pero no eres Tú, la belleza del mundo..., es tan poquita cosa.
¡Cómo cambias mi alma!... Qué maravilloso milagro. Nada me dicen las criaturas..., todo es ruido... Sólo en el silencio de todo y de todos, hallo la paz de tu amor... Sólo en el humilde sacrificio de mi soledad, hallo lo que busco..., tu Cruz..., y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo, sin luz y sin flores, sin nubes, sin sol... Las criaturas te abandonaron, el cielo se oscureció... Sólo quedó en el silencio del Gólgota, un Dios clavado en la Cruz.
Señor Jesús..., mírame a tus plantas adorando tu agonía, besando tus llagas, limpiando con mi dolor tu divina sangre...
Cómo quisiera, Señor, morir a tus plantas de amor..., olvidado de todos, sin ruido, en silencio, sin pensar en los hombres que son criaturas, sin soñar con el mundo, que te abandonó, sin mirar a los cielos, ni a las flores, ni a las aves, ni al sol.
Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz; ¿qué divino milagro hiciste con mi alma? ¿Dónde están mis penas?... ¿Dónde mis alegrías? ¿Dónde mis ilusiones?... Todo voló.
Mis penas eran egoísmos... Mis alegrías, vanidades... Mis ilusiones, Tú las desvaneciste al soplo de tu amor. Me enseñaste a los hombres y me dijiste: ¿Qué te pueden dar que no te dé yo?... Y vi miserias, que me hicieron llorar... Busqué consuelo, y no lo encontré. Busqué caridad y..., Señor, ¿qué diré?, sólo en Ti la encontré.
Ya nada me importa..., sólo me hace sufrir la espera..., el temor de perderte..., el tener que vivir.
Ya no me importa vivir encerrado entre muros, sin ver las puestas del sol, sin tomar las brisas del mar, sin correr por el mundo en alas de la libertad. Todo eso es pequeño, no es nada, prefiero a Jesús en la soledad.
Ya no me importan las criaturas, ni me hacen daño las flaquezas de los hombres... Son hombres, y nada más; sólo en Dios hallo refugio; sólo en Él he de buscar caridad.
Ya no me importa mi vida, ni mi salud, ni la enfermedad... Sólo encuentro consuelo en hacer su voluntad..., y eso me llena de tal alegría que, a veces, tengo el corazón tan lleno, que parece va a estallar...
Qué bueno es Dios, qué grande es su misericordia..., qué maravilloso es el amor que Jesús me tiene... ¿Hasta dónde va a llegar?
No sé, Señor..., me anonado, me atonto, me abismo en mi pequeñez, y suspiro por un poquito de amor para poder ofrecértelo,. Nada soy, nada valgo, sólo tengo miserias y pecados… y a pesar de todo… Tú, Señor, me cuidas y me consuelas… me apartas de las criaturas y me llenas de tu amor… ¿qué diré?
Yo bien quisiera callar..., pero el escribir este inmenso milagro que estás haciendo con mi alma, aunque quizás nadie lo lea..., me parece que con ello te doy un poquito de gloria, pues mi escritura muchas veces es oración.
Señor Jesús, qué bueno eres.
Una de tus grandezas es la transformación que haces en mi alma con respecto al amor al prójimo. Me explicaré.
Cuando antes buscaba un religioso y me encontraba en su lugar, un hombre corriente..., ¡cuánto sufría, buen Dios!
Cuando un hermano, sin él saberlo, me humillaba (¡a mi..., qué paradoja!), también sufría...
Cuando no encontraba mi alma lo que buscaba... aunque no fuera más que educación..., muchos ratos he pasado a los pies de la Cruz... Señor, Tú ya sabes.
Perdí la ilusión..., y en mis ratos de desconsuelo pensaba... más vale así..., he de separar mi corazón de los hombres y entregárselo sólo a Dios... Pasaba días en que no quería hacer ni señas... En medio de todo eso (ahora lo he visto claro), había bastante soberbia, mucha vanidad, y un inmenso amor propio... Dulce y manso Jesús..., perdóname, no sabía lo que hacía... Solo y sin guía..., si Tú no me ayudas, mil y mil veces me desviaré del verdadero camino, de la caridad de Cristo.
Ahora me pasa una cosa muy rara. Algunos días, cuando salgo de la oración, aunque en ésta me parece no hacer nada, siento unos deseos muy grandes de amar a todos los miembros de la comunidad con unas ansias muy grandes..., como Jesús los ama.
Siento algunos días después recibir al Señor en la comunión, y ver lo que Él me ama siendo lo que soy, que de buena gana, besaría el suelo que los religiosos pisan, y siento unos deseos muy grandes de humillarme ante aquéllos que antes creía yo me habían humillado.
Son religiosos al servicio de Dios... Jesús los quiere... Yo soy el último, el más mundano y con más lastre de pecados... ¡Ah, si el mundo supiera lo que yo he sido!
¡Ah!, Señor, en esos momentos quisiera ser pisoteado por todos; siento un gran amor y caridad por todos; no me importaría que el último me mandase las cosas más humillantes..., no veo flaquezas ni miserias en nadie... sólo veo mi ruindad amada por Dios..., y ante eso ¿qué no quisiera yo hacer para imitarle?... ¡Pues amar entrañablemente al prójimo!
¡Qué grande es tu misericordia, Señor! ¿Qué mérito tenemos al amar a los buenos y a los santos? ¿Acaso Jesús no está clavado en la Cruz por los pecadores?
Buen Jesús, llena mi alma de caridad... Es el único alimento que en esta vida me puede de veras nutrir...
No sé si me explico..., pero lo que me pasa yo me lo entiendo muy bien.
¡Ah!, Señor, y qué gran paz se siente en esos momentos... Así como antes me turbaba una falta o una flaqueza de un hermano y sentía casi repulsión..., ahora siento una ternura muy grande hacia él..., y quisiera en lo que de mí depende, reparar la falta... Es un alma a la que quiere Jesús. Es un alma por la cual Jesús sangra desde la Cruz... ¡Acaso yo la voy a desdeñar!... Dios me libre..., al contrario, siento un gran amor hacia ella, y esto que digo no es yana palabrería, es un hecho real y positivo que yo no he conseguido, sino que Jesús ha puesto en mi alma... He aquí el estupendo milagro.
Ahora veo claro.
Sólo la caridad hace feliz... Sólo en ella se encuentra la mansedumbre y la paz... Solamente en la caridad se halla la verdadera humildad, y solamente en ella podemos vivir tranquilos y felices en comunidad. ¡Cuántas cosas diría si supiese escribir!
Mas no sé, y ante la impotencia de poder expresar lo que mi alma siente, prefiero callar.
La Santísima Virgen, que me comprende sin necesidad de ruidos ni de palabras, es mi gran consuelo.
Ante Ella deposito mi silencio. Así sea.
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