Los Monasterios no están mal porque carecen de monjes: porque los Monasterios están mal, por eso carecen de monjes.
La afirmación puede parecer un poco dura, pero un enfermo no puede hacer peor cosa que ignorar la realidad de su estado para procurar poner los medios que puedan conducir a su curación.
Hace unos días nos conocimos un artículo del Secretario de la Congregación para la Vida Consagrada, en el que se analizaba la situación de la vida religiosa y se diagnosticaban una serie de causas de su crisis. Dichas reflexiones ponían de manifiesto las dificultades que la mentalidad del mundo actual ponen en crisis la vida religiosa, pero se echaba de menos una cierta crítica de la respuesta de la propia vida religiosa, durante las últimas décadas, a un cambio social que ha terminado por superarla.
Hablando claro: ¿está la vida religiosa mal porque nuestra sociedad está mal? Tal vez sí, pero también puede ser cierto que la respuesta que la vida religiosa ha dado, después del Concilio Vaticano II, a la necesidad de renovación, ha sido en muchos casos muy desacertada, y ha podido conducir a la actual situación de crisis.
La vida monástica también está en crisis actualmente. El síntoma más evidente es el vertiginoso descenso en el número de miembros de las comunidades. Pero nos engañaríamos a nosotros mismos si no nos diéramos cuenta de que este síntoma, como la fiebre, no es el mal en sí mismo, sino la consecuencia, la manifestación externa, incluso la señal de alarma, ante otra enfermedad, la verdadera enfermedad, que amenaza, ya de forma crítica para muchas comunidades, sus mismas posibilidades de supervivencia.
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