sábado, 7 de septiembre de 2013

Apotegmas de un monje a sí mismo


21.- El amor a la Palabra de Dios. Monje, aunque no tuviste la dicha de nacer en Israel hace dos mil años, y así poder haber conocido a Jesús, sí has sido agraciado con el don de la fe. Muchos vieron a Jesús, pero no creyeron en él. tú, sin embargo, eres dichoso, porque sin haberlo visto, has creído. Y te has hecho monje, precisamente, para conocerlo más y mejor, y para consagrar tu existencia a la alabanza al Padre, que el Hijo mismo comenzó en su vida terrena, y que el Espíritu Santo suscita desde lo hondo de tu corazón. Tu salvación consiste, precisamente, en vivir ya en tu existencia terrena la vida divina a la que has sido invitado en Cristo, el Señor. Pero, ¿cómo profundizar en tu conocimiento de Dios? No hay otro camino que el de la meditación de las divinas Escrituras, que nos revelan el rostro del verdadero Dios. Por eso, monje, consagra con ánimo renovado tu existencia a conocer la Palabra. En ella está tu vida, tu luz, tu futuro, su gozo. No desfallezcas, pues ella alimenta tu oración, mantiene viva tu fe, te confiere esperanza, y te empuja a la caridad. Que siempre tengas a mano las divinas Escrituras para conocer más y mejor al Salvador de los hombres. En nada mejor podrás emplear tu tiempo. Ellas te enseñarán a orar continuamente.

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