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viernes, 19 de abril de 2019

Hemos sido sacrificados con Cristo


Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron.

¡Conducen a la muerte precisamente al Autor de la vida! Pero su pasión, que tenía por meta nuestra salvación, acabaría por tener —por virtud divina y gracias a un designio providencial que supera con mucho nuestra comprensión— un resultado diametralmente opuesto al que imaginaban los judíos. En realidad, la pasión de Cristo era algo así como un lazo tendido al poder de la muerte, ya que la muerte del Señor era el principio y la fuente de la incorruptibilidad y de la novedad de vida.

Mientras, avanza él llevando sobre sus espaldas aquel madero sobre el cual iba a ser crucificado, condenado ya a la pena capital, aunque siendo completamente inocente. ¡Y eso por nuestra causa! Realmente tomó sobre sí las penas con que la justicia que procede de la ley conmina a los pecadores, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y los malditos éramos todos nosotros, nosotros que nos negábamos a obedecer a la ley divina. En realidad, todos habíamos pecado mucho. Y por nuestros pecados fue tenido por maldito quien no conoció el pecado, para liberarnos de la antigua maldición. Bastaba, en efecto, que por todos padeciera uno solo, el cual, siendo Dios, está por encima de todos: con la muerte de su cuerpo, procuró la salvación de todos los hombres.

Cristo, pues, llevó la cruz que ciertamente merecíamos nosotros, no él, si tenemos en cuenta la condena de la ley. De hecho, así como anduvo entre los muertos no por él sino por nosotros, para reconducirnos a la vida eterna, una vez destruido el imperio de la muerte, así también cargó con la cruz que nos correspondía a nosotros, condenando en sí mismo la condena derivada de la ley. Por lo cual, en lo sucesivo todos los inicuos pondrán punto en boca, como cantamos en el salmo 106,42, porque el inocente ha sido muerto por los pecados de todos.

Más aún: de este comportamiento de Cristo podemos sacar motivos bastantes para estimularnos a emprender con mayor decisión la vida de santidad. No llegaremos efectivamente a la perfección y a la total unión con Dios, sino anteponiendo su amor a la vida terrena y proponiéndonos luchar animosamente por la verdad, tal como nos exhortan incluso las circunstancias actuales.

Bellamente lo expresó nuestro Señor Jesucristo: El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. En efecto, tomar la cruz significa —según creo— ni más ni menos que renunciar al mundo por él y posponer —llegada la ocasión— la vida corporal a los bienes que esperamos, desde el momento en que nuestro Señor Jesucristo no se avergüenza de llevar la cruz, nuestra cruz, y de sufrir por amor nuestro.

Por consiguiente, los que siguen a Cristo están también con él crucificados: muriendo a su antigua conducta, son introducidos en una vida nueva conforme al evangelio. Por eso decía Pablo: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Y nuevamente, como hablando de sí, dice de todos: Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y a los Colosenses les dice: Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo?

De hecho la muerte del elemento mundano que hay en nosotros nos introduce en la conversión y en la vida de Cristo.

San Cirilo de Alejandría


Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12: PG 74, 650-654)

viernes, 1 de febrero de 2019

San Cirilo de Alejandría. Renovados en Cristo


Hemos sido efectivamente renovados en Cristo por la santificación, recuperando el esplendor originario de la naturaleza, a saber, la imagen del que nos creó por él y en él: renunciando al pecado y a la inveterada corrupción, se nos enseña a reiniciar una vida nueva; nos despojamos del hombre viejo corrompido por las seducciones del error, y nos revestimos del hombre nuevo, renovado a imagen del que nos creó. Además, este renacimiento o, como suele decirse, esta nueva criatura, se ha efectuado en Cristo; por tanto la hemos recibido no de una estirpe corrupta, sino en virtud de la palabra del Dios que vive y permanece.
San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 1: PG 70, 890-891)

jueves, 21 de septiembre de 2017

San Cirilo de Alejandría. Los apóstoles predican al mundo la alegría

Cripta de san Mateo en Salerno

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que 'ama el Señor. Si es verdad, como dice el Salvador, que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta, ¿podrá quizá dudarse de que haya gozo y se haga fiesta entre aquellos supremos espíritus cuando Cristo conduce a toda la tierra al conocimiento de la verdad cuando la llama a la conversión, la justifica mediante la fe y la hace resplandecer por medio de la santificación?

Mientras exultan los cielos por haber el Señor consolado a Israel, no sólo al Israel carnal, sino al llamado Israel espiritual, tocaron la trompeta los fundamentos de la tierra, es decir, los ministros de los evangélicos vaticinios, cuyo clarísimo sonido resonó por todas partes, expandiéndose cual sonidos de otras tantas trompetas sagradas, anunciando por doquier la gloria del Salvador, convocando al conocimiento de Cristo tanto a los que proceden de la circuncisión como a los que en algún tiempo pusieron el culto a la criatura sobre el culto al Señor.

¿Y por qué los llama fundamentos de la tierra? Porque Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y sostiene para que esté bien firme. En él, efectivamente, todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.

También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y los evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocido la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible. En efecto, Cristo le dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo creo que, al llamarle «piedra», insinúa la inconmovible fe del discípulo.

También dice por boca del salmista: Él la ha cimentado sobre el monte santo. Con razón son comparados a los montes santos los apóstoles y evangelistas, cuyo conocimiento tiene la firmeza de un fundamento para la posteridad, sin peligro, para quienes se mantienen en su red, de desviarse de la verdadera fe.

Tocad, pues, la trompeta, vosotros los embajadores de Cristo. Porque a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Admirables y conspicuos fueron los apóstoles, ilustres por sus obras y palabras, conocidísimos en todos los sitios y de todos. A ellos se dirige la palabra profética y les dice: Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Jerusalén.

De aquí puede deducirse tanto la fuerza de la ley como la gran superioridad de la predicación evangélica comparada con la ley. Pues la ley, amenazando con penas a los transgresores e infligiendo inexorables castigos a quienes eran demostrados como tales, no proclamó la alegría, sino la tristeza. En cambio, los heraldos de los oráculos evangélicos y los dispensadores de los dones de Cristo, anuncian al mundo la alegría. En efecto, donde se da la remisión de los pecados, la justificación por la fe, la participación del Espíritu Santo, el esplendor de la adopción, el reino de los cielos y la no vana esperanza de unos bienes que el hombre es incapaz de imaginar, allí se da la alegría y el gozo perennes.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, 2: PG 70, 938-942)

viernes, 14 de abril de 2017

Hemos sido sacrificados con Cristo


Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron.

¡Conducen a la muerte precisamente al Autor de la vida! Pero su pasión, que tenía por meta nuestra salvación, acabaría por tener —por virtud divina y gracias a un designio providencial que supera con mucho nuestra comprensión— un resultado diametralmente opuesto al que imaginaban los judíos. En realidad, la pasión de Cristo era algo así como un lazo tendido al poder de la muerte, ya que la muerte del Señor era el principio y la fuente de la incorruptibilidad y de la novedad de vida.

Mientras, avanza él llevando sobre sus espaldas aquel madero sobre el cual iba a ser crucificado, condenado ya a la pena capital, aunque siendo completamente inocente. ¡Y eso por nuestra causa! Realmente tomó sobre sí las penas con que la justicia que procede de la ley conmina a los pecadores, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y los malditos éramos todos nosotros, nosotros que nos negábamos a obedecer a la ley divina. En realidad, todos habíamos pecado mucho. Y por nuestros pecados fue tenido por maldito quien no conoció el pecado, para liberarnos de la antigua maldición. Bastaba, en efecto, que por todos padeciera uno solo, el cual, siendo Dios, está por encima de todos: con la muerte de su cuerpo, procuró la salvación de todos los hombres.

Cristo, pues, llevó la cruz que ciertamente merecíamos nosotros, no él, si tenemos en cuenta la condena de la ley. De hecho, así como anduvo entre los muertos no por él sino por nosotros, para reconducirnos a la vida eterna, una vez destruido el imperio de la muerte, así también cargó con la cruz que nos correspondía a nosotros, condenando en sí mismo la condena derivada de la ley. Por lo cual, en lo sucesivo todos los inicuos pondrán punto en boca, como cantamos en el salmo 106,42, porque el inocente ha sido muerto por los pecados de todos.

Más aún: de este comportamiento de Cristo podemos sacar motivos bastantes para estimularnos a emprender con mayor decisión la vida de santidad. No llegaremos efectivamente a la perfección y a la total unión con Dios, sino anteponiendo su amor a la vida terrena y proponiéndonos luchar animosamente por la verdad, tal como nos exhortan incluso las circunstancias actuales.

Bellamente lo expresó nuestro Señor Jesucristo: El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. En efecto, tomar la cruz significa —según creo— ni más ni menos que renunciar al mundo por él y posponer —llegada la ocasión— la vida corporal a los bienes que esperamos, desde el momento en que nuestro Señor Jesucristo no se avergüenza de llevar la cruz, nuestra cruz, y de sufrir por amor nuestro.

Por consiguiente, los que siguen a Cristo están también con él crucificados: muriendo a su antigua conducta, son introducidos en una vida nueva conforme al evangelio. Por eso decía Pablo: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Y nuevamente, como hablando de sí, dice de todos: Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y a los Colosenses les dice: Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo?

De hecho la muerte del elemento mundano que hay en nosotros nos introduce en la conversión y en la vida de Cristo.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12: PG 74, 650-654)

jueves, 5 de mayo de 2016

San Cirilo de Alejandría. Nuestro Señor Jesucristo nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo


Si en la casa de Dios Padre no hubiera muchas estancias —decía el Señor—, sería causa suficiente para anticiparme a preparar mansiones para los santos; pero como sé que hay ya muchas preparadas esperando la llegada de los que aman a Dios, no es ésta la causa de mi partida, sino la de prepararos el retorno al camino del cielo, como se prepara una estancia, y allanar lo que un tiempo era intransitable. En efecto, el cielo era absolutamente inaccesible al hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza humana había penetrado en el puro y santísimo ámbito de los ángeles. Cristo fue el primero que inauguró para nosotros esa vía de acceso y ha facilitado al hombre el modo de subir allí, ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como primicia de los muertos y de los que yacen en la tierra. El es el primer hombre que se ha manifestado a los espíritus celestiales.

Por esta razón, los ángeles del cielo, ignorando el augusto y grande misterio de aquella venida en la carne, contemplaban atónitos y maravillados a aquel que ascendía, y, asombrados ante el novedoso e inaudito espectáculo, no pudieron menos de exclamar: ¿Quién es ése que viene de Edom? Esto es, de la tierra. Pero el Espíritu no permitió que aquella multitud celeste continuase en la ignorancia de la maravillosa sabiduría de Dios Padre, antes bien mandó que se le abrieran las puertas del cielo como a Rey y Señor del universo, exclamando: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria.

Así pues, nuestro Señor Jesucristo nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo, como dice Pablo: Ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. En realidad, Cristo no subió al cielo para manifestarse a sí mismo delante de Dios Padre: él estaba, está y estará siempre en el Padre y a la vista del que lo engendró; es siempre el objeto de sus complacencias. Pero ahora sube en su condición de hombre, dándose a conocer de una manera insólita y desacostumbrada el Verbo que anteriormente estaba desprovisto de la humanidad. Y esto, por nosotros y en provecho nuestro, de modo que presentándose como simple hombre, aunque Hijo con pleno poder, y habiendo oído en la carne aquella invitación real: Siéntate a mi derecha, mediante la adopción pudiera transmitir por sí mismo a todo el género humano la gloria de la filiación.

Es efectivamente uno de nosotros, en cuanto que apareció a la derecha de Dios Padre en su calidad de hombre, si bien superior a toda criatura y consustancial al Padre, ya que es el reflejo de su gloria, Dios de Dios, y luz de la luz verdadera. Se apareció, pues, por nosotros delante del Padre, para colocarnos nuevamente junto al Padre a nosotros que, en fuerza de la antigua prevaricación, habíamos sido alejados de su presencia. Se sentó como Hijo, para que también nosotros, como hijos, fuésemos, en él, llamados hijos de Dios. Por eso, Pablo que pretende ser portador de Cristo que habla en él, enseña que las cosas acaecidas a título especial respecto de Cristo son comunes a la naturaleza humana, diciendo: Nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.

Propiamente hablando, es exclusiva de Cristo en cuanto Hijo por naturaleza, la dignidad y la gloria de sentarse con el Padre, gloria que afirmamos hay que atribuirle a él solo adecuada y verdaderamente. Mas dado que quien se sienta es nuestro semejante en cuanto que se manifestó como hombre y a la vez es reconocido como Dios de Dios, resulta que de alguna manera nos comunica también a nosotros la gracia de su propia dignidad.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 9: PG 74, 182-183)

miércoles, 28 de octubre de 2015

San Cirilo de Alejandría. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo

Frontal románico de Santa Maria del Castell de Besora

Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria del apostolado, con preferencia a todos los demás.

Aquellos bienaventurados discípulos fueron columnas y fundamento de la verdad; de ellos afirma el Señor que los envía como el Padre lo ha enviado a él, con cuyas palabras, al mismo tiempo que muestra la dignidad del apostolado y la gloria incomparable de la potestad que les ha sido conferida, insinúa también, según parece, cuál ha de ser su estilo de obrar.

En efecto, si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a él, era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido. Leyendo los Hechos de los apóstoles o los escritos de san Pablo nos damos cuenta fácilmente del empeño que pusieron los apóstoles en obrar según estas consignas recibidas.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12, cap 1: PG 74, 707-710)

domingo, 22 de marzo de 2015

San Cirilo de Alejandría. Cristo brotó en medio de nosotros como una espiga de trigo; murió y produce mucho fruto


Cristo fue la primicia de este trigo, él el único que escapó de la maldición, precisamente cuando quiso hacerse maldición por nosotros. Es más, venció incluso a los agentes de la corrupción, volviendo por sí mismo a la existencia libre entre los muertos. De hecho resucitó derrotando la muerte, y subió al Padre como don ofrecido, cual primicia de la naturaleza humana, renovada en la incorruptibilidad. Efectivamente, Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres —imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

Que Cristo sea aquel pan de vida bajado del cielo; que además perdone los pecados y libere a los hombres de sus transgresiones ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como víctima de suave olor, lo podrás comprender perfectamente si, con los ojos de la mente, lo contemplas como aquel novillo sacrificado y como aquel macho cabrío inmolado por los pecados del pueblo. Cristo, en efecto, ofreció su vida por nosotros, para cancelar los pecados del mundo.

Por lo tanto, así como en el pan vemos a Cristo como vida y dador de vida, en el novillo lo vemos inmolado, ofreciéndose nuevamente a Dios Padre en olor de suavidad; y en la figura del macho cabrío lo contemplamos convertido por nosotros en pecado y en víctima por los pecados, así también podemos considerarlo como una gavilla de trigo. Qué puede representar esta gavilla, os lo explicaré en pocas palabras.

El género humano puede ser comparado a las espigas de un campo: nace en cierto modo de la tierra, se desarrolla buscando su normal crecimiento, y es segado en el momento en que la muerte lo cosecha. El mismo Cristo habló de esto a sus discípulos, diciendo: ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna.

Los habitantes de la tierra pueden, pues, compararse y con razón, a la mies de los campos. Y Cristo, modelado según nuestra naturaleza, nació de la Santísima Virgen cual espiga de trigo. En realidad, es el mismo Cristo quien se da el nombre de grano de trigo: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Por esta razón, Cristo se convirtió por nosotros en anatema, es decir, en algo consagrado y ofrecido al Padre, a la manera de una gavilla o como las primicias de la tierra. Una única espiga, pero considerada no aisladamente, sino unida a todos nosotros que, cual gavilla formada de muchas espigas, formamos un solo haz.

Pues bien, esta realidad es necesaria para nuestra utilidad y provecho y suple el símbolo del misterio. Pues Cristo Jesús es uno, pero puede ser considerado –y lo es realmente– como apretada gavilla, por cuanto contiene en sí a todos los creyentes, con una unión preferentemente espiritual. De lo contrario, ¿cómo por ejemplo hubiera podido escribir san Pablo: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él? Siendo él uno de nosotros, comulgamos con él en un mismo cuerpo y, mediante la carne, hemos conseguido la unión con él. Y ésta es la razón por la que, en otro lugar, él mismo dirige a Dios, Padre celestial, estas palabras: Padre, éste es mi deseo: que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro de los Números (2: PG 69, 619-623)

domingo, 28 de diciembre de 2014

San Cirilo de Alejandría en la Sagrada Familia. Al asumir la condición de esclavo, Cristo, en cierto modo, fue contado entre los siervos

Angelo Bronzino. Sagrada Familia de los Panciatichi

Acabamos de ver al Emmanuel acostado en un pesebre como un niño recién nacido, envuelto en pañales según la humana costumbre, pero divinamente celebrado por el santo ejército de los ángeles. Estos serán los encargados de anunciar a los pastores su nacimiento. Pues Dios Padre otorgó a los celestes espíritus este altísimo privilegio: ser los primeros en predicar a Cristo. Acabamos de ver también hoy cómo Cristo se somete a las leyes mosaicas; más aún, hemos visto cómo Dios, el legislador, se sometía, como un hombre cualquiera, a sus propias leyes. Esta es la razón por la que el sapientísimo Pablo nos da esta lección: Cuando éramos menores estábamos esclavizados por lo elemental del mundo. Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley.

Así pues, Cristo rescató de la maldición de la ley a los que estaban bajo la ley, pero no a los que eran observantes de la ley. Y ¿cómo los rescató? Cumpliéndola. O dicho de otro modo, mostrándose morigerado y obediente en todo a Dios Padre, a fin de reparar los pecados de prevaricación cometidos en Adán. Pues está escrito que así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. Por tanto,sometió como nosotros la cerviz al yugo de la ley, y lo hizo por razones de justicia.

Convenía, en efecto, que él cumpliera toda la justicia. Pues al asumir realmente la condición de siervo, quedaba, por su humanidad, inscrito en el número de los súbditos: pagó, como uno de tantos, a los que cobraban el impuesto de las dos dracmas, aun cuando por su calidad de Hijo era naturalmente libre y exento del tributo.

Ahora bien, al verle observar la ley, cuidado no te escandalices ni lo catalogues entre los siervos, a él que es libre; esfuérzate más bien en penetrar la profundidad del plan divino. Al cumplirse, pues, los ocho días, en cuya fecha y por prescripción de la ley, era costumbre practicar la circuncisión de la carne, le impusieron un nombre, y precisamente el nombre de Jesús, que significa Salvación del pueblo.

Tal fue, en efecto, el nombre que Dios Padre eligió para su Hijo, nacido de mujer según la carne. Pues fue ciertamente en ese momento cuando de manera muy especial se llevó a cabo la salvación del pueblo: y no de un solo pueblo, sino de muchos, mejor, de todas las naciones y de la universalidad de la tierra. A un mismo tiempo fue circuncidado y se le impuso el nombre, convirtiéndose efectivamente Cristo en luz que alumbra a las naciones y, a la vez, en gloria de Israel. Y si bien hubo en Israel algunos injustos, obstinados e insensatos, no obstante un resto fue salvado y glorificado por Cristo. Las primicias fueron los discípulos del Señor, cuya gloria resplandece en todo el mundo. Otra gloria de Israel es que Cristo, según la carne, procede de su raza, si bien, en cuanto Dios, está sobre todos y es bendito por los siglos. Amén.

Nos presta, pues un buen servicio el sapientísimo evangelista al relatarnos todo lo que por nosotros y para nosotros soportó el Hijo hecho carne, sin desdeñarse en asumir nuestra pobreza, a fin de que le glorifiquemos como Redentor, como Señor, como Salvador y como Dios, porque a él y, con él a Dios Padre, le es debida la gloria y el poder, juntamente con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

San Cirilo de Alejandría
Homilía 12 sobre diversas materias (PG 77, 1042.1047.1050)

viernes, 27 de junio de 2014

Catequesis de Benedicto XVI sobre san Cirilo de Alejandría

Atanasio y Cirilo de Alejandría. Menologio de Basilio II

Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de san Cirilo antes de su elección a la importante sede de Alejandría. Cirilo, sobrino de Teófilo, que desde el año 385 rigió como obispo, con mano firme y prestigio, la diócesis de Alejandría, nació probablemente en esa misma metrópoli egipcia entre el año 370 y el 380. Pronto se encaminó hacia la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como teológica. En el año 403 se encontraba en Constantinopla siguiendo a su poderoso tío y allí participó en el Sínodo conocido con el nombre de la Encina, que depuso al obispo de la ciudad, Juan (después conocido como Crisóstomo), registrando así el triunfo de la sede de Alejandría sobre su rival tradicional, Constantinopla, donde residía el emperador. Tras la muerte de su tío Teófilo, Cirilo, que aún era joven, fue elegido en el año 412 obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran firmeza durante treinta y dos años, tratando siempre de afirmar el primado en todo el Oriente, fortalecido asimismo por los vínculos tradicionales con Roma.

Dos o tres años después, en el 417 ó 418, el obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al recomponer la ruptura de la comunión con Constantinopla, que persistía ya desde el año 406 tras la deposición de san Juan Crisóstomo. Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a encenderse diez años después, cuando en el año 428 fue elegido obispo Nestorio, un prestigioso y severo monje de formación antioquena. El nuevo obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones, pues en su predicación prefería para María el título de "Madre de Cristo" (Christotokos), en lugar del de "Madre de Dios" (Theotokos), ya entonces muy querido por la devoción popular.

El motivo de esta decisión del obispo Nestorio era su adhesión a la cristología de la tradición antioquena que, para salvaguardar la importancia de la humanidad de Cristo, acababa afirmando su separación de la divinidad. De este modo no era ya verdadera la unión entre Dios y el hombre en Cristo y, por tanto, ya no se podía hablar de "Madre de Dios".

La reacción de Cirilo —entonces máximo exponente de la cristología de Alejandría, que subrayaba con fuerza la unidad de la persona de Cristo— fue casi inmediata y se desplegó con todos los medios ya a partir del año 429, enviando también algunas cartas al mismo Nestorio. En la segunda misiva (PG 77, 44-49) que le envió Cirilo, en febrero del 430, leemos una clara afirmación del deber de los pastores de preservar la fe del pueblo de Dios. Este era su criterio, por lo demás válido también para hoy:  la fe del pueblo de Dios es expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina. Escribe estas líneas a Nestorio:  "Es necesario exponer al pueblo la enseñanza y la interpretación de la fe de la manera más irreprensible y recordar que quien escandaliza aunque sea a uno solo de los pequeños que creen en Cristo padecerá un castigo intolerable".

En la misma carta a Nestorio —misiva que más tarde, en el año 451, sería aprobada por el concilio de Calcedonia, cuarto concilio ecuménico—, Cirilo describe con claridad su fe cristológica:  "Siendo distintas las naturalezas que se unieron en esta unidad verdadera, de ambas resultó un solo Cristo, un solo Hijo:  no en el sentido de que la diversidad de las naturalezas quedara eliminada por esta unión, sino que la divinidad y la humanidad completaron para nosotros al único Señor Jesucristo e Hijo con su inefable e inexpresable conjunción en la unidad".

Y esto es importante:  realmente la verdadera humanidad y la verdadera divinidad se unen en una sola Persona, nuestro Señor Jesucristo. Por ello, sigue diciendo el obispo de Alejandría, "profesamos un solo Cristo y Señor, no en el sentido de que adoramos al hombre junto con el Logos, para no insinuar la idea de la separación diciendo "junto", sino en el sentido de que adoramos a uno solo y al mismo, pues su cuerpo no es algo ajeno al Logos, con el que está sentado a la diestra del Padre. No están sentados a su lado dos hijos, sino uno solo unido con la propia carne".

Muy pronto el obispo de Alejandría, gracias a agudas alianzas, logró que Nestorio fuera condenado repetidamente:  por parte de la sede romana con una serie de doce anatematismos redactados por él mismo y, finalmente, por el concilio de Éfeso, en el año 431, el tercer concilio ecuménico. La asamblea, que se desarrolló con vicisitudes tumultuosas, concluyó con el primer gran triunfo de la devoción a María y con el exilio del obispo de Constantinopla que no quería reconocer a la Virgen el título de "Madre de Dios", a causa de una cristología equivocada, que ponía división en el mismo Cristo. Ahora bien, después de haber prevalecido de este modo sobre el rival y su doctrina, san Cirilo supo alcanzar ya en el año 433 una fórmula teológica de compromiso y de reconciliación con los de Antioquía. Y esto también es significativo:  por una parte se da la claridad de la doctrina de la fe, pero, por otra, la intensa búsqueda de la unidad y de la reconciliación. En los años siguientes se dedicó con todos los medios a defender y aclarar su posición teológica hasta la muerte, acaecida el 27 de junio del año 444.

Audiencia General
Miércoles 3 de octubre de 2007