martes, 10 de enero de 2017

San Gregorio de Nisa. Deseo de la visión de Dios


El gran Moisés, iniciada la ascensión de aquella escala en cuya cima se encuentra Dios, no cesó jamás de ascender, negándose a poner límites a su ascensión hacia las alturas, sino que subía sin parar, escalón a escalón sin detenerse nunca, en vistas a conseguir un escalón siempre más elevado. Y así, después de haber logrado cotas tan elevadas, arde todavía con un deseo tan insaciable que, juzgando insuficiente aquello de que siempre gozaba, ruega a Dios que se le manifieste no en la medida de su propia capacidad, sino como él es en sí mismo.

Pienso que se hallaba poseído de un deseo tan grande y ardiente de la belleza esencial, avivado en la visión, que hubiera sido materialmente imposible no verse impulsado a dar el salto de lo que ya había comprendido a lo que todavía le restaba por comprender. Amante de la suprema belleza y considerando las cosas ya vistas como imagen de los bienes que continuaban siéndole invisibles, aspira a saciarse de la figura del arquetipo. Y tal es la petición audaz y que escala la montaña del deseo: contemplar la belleza no como en un espejo de adivinar, sino cara a cara. La voz divina le concede lo que pide al mismo tiempo que se lo niega, desvelándole en pocas palabras un inmenso abismo de verdad: la munificencia divina le otorga el cumplimiento de su deseo, pero sin prometerle la cesación o la saciedad del mismo. Pues ninguno puede ver con tal plenitud a Dios que, después de haberle visto, deje de anhelar su visión. En esto consiste, en efecto, la verdadera visión de Dios: en que después de haberlo visto, jamás deja de desearlo.

Ahí tienes, en esta breve meditación, mi parecer relativo a la perfección de una vida loablemente vivida. Te he hablado de la vida de Moisés como de un modelo de perfección, para que cada uno de nosotros, mediante la imitación de sus obras, logre reproducir en sí mismo la imagen de la belleza que nos ha sido propuesta. Que Moisés haya conseguido toda la perfección que al hombre le es dado alcanzar, nos lo asegura el testimonio de la voz divina que dice: Te he conocido por tu nombre. El Señor mismo lo proclama «amigo de Dios».

Además, cuando Dios, airado, quería destruir a todos a causa de los pecados del pueblo y Moisés afirmó que prefería morir con el pueblo antes que vivir sin él, entonces Dios se calmó para plegarse a los deseos del amigo. Todo lo cual demuestra que Moisés había escalado la montaña de la humana perfección.

Habiéndonos propuesto investigar en qué consistía la perfección de la vida humana, y puesto que, en la medida de lo posible, hemos logrado esta meta propuesta, no nos queda más que vivir conforme a este modelo. Y trasladando a la vida lo que de más sublime nos presenta la historia que ya conocemos, podamos ser conocidos por Dios y ser sus amigos.

En esto consiste la perfección: en no abandonar los vicios por el temor de la pena, como los esclavos, ni en practicar la virtud por la esperanza de la recompensa prometida, traficando con la vida virtuosa con mentalidad interesada y calculadora; sino, planeando sobre los bienes que nos reserva la esperanza, temer una sola cosa: perder la amistad divina; y aspirar a una sola cosa digna y apetecible: la amistad con Dios. A mi juicio, sólo de este modo alcanzará la perfección la vida humana. Cuando esta perfección haya sido un logro, el espíritu elevado tenderá hacia las cosas verdaderamente grandes y divinas. Será una ventaja para todos en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

San Gregorio de Nisa
Vida de Moisés (PG 44, 401428)

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