El Monasterio de Leyre recuerda hoy a san Virila. Según la tradición, estaba un día rezando junto a la comunidad las Vigilias; al terminar, salió del templo y se puso bajo un árbol a meditar el texto del salmo que acaba de rezar: Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. Meditaba estas palabras cuando, absorto, se quedó escuchando un pajarillo que cantaba al amanecer sobre una rama. Cuando volvió en sí, se dirigió al Monasterio pero, aunque encontró el edificio, no reconoció a los monjes, pues en verdad habían pasado muchos años en un momento, tal como el salmo cuenta.
Los rasgos legendarios de san Virila nos hablan de un monje entregado por completo a la oración y a la contemplación del misterio del Dios revelado en Jesucristo para nuestra salvación. El tiempo presente, tal como experimentó san Virila, no sería más que una preparación que se nos concede para la eternidad. En la oración y en la contemplación de la Palabra de Dios encontramos el camino seguro para alcanzar la gozosa meta para la que hemos sido creados.
Altar de las santas Nunilo y Alodia en el Monasterio de Leyre
El Monasterio de Leyre, en la archidiócesis de Pamplona, celebra hoy la fiesta de las santas mártires Nunilo y Alodia. Hermanas nacidas en Adahuesca (provincia de Huesca) en la primera mitad del siglo IX. Eran hijas de padre musulmán y madre cristiana y su familia poseía abundantes bienes. A pesar de que la ley les obligaba a seguir la religión de su padre, su madre las educó en la fe cristiana. Sus familiares las denunciaron ante el gobernador musulmán de Huesca, quien intentó obtener su abjuración mediante promesas, halagos o castigos, pero prefirieron permanecer fieles a la religión cristiana y por ello fueron degolladas. Los testimonios sobre la fecha de su martirio son contradictorios y, aunque la más probable es el 21 de octubre del 851, no cabe excluir totalmente ese mismo día del 846. La primera fuente histórica que habla de ellas es el libro II del Memorial de los Santos, compuesto por San Eulogio de Córdoba pocos años después del martirio y con noticias facilitadas por el obispo Venerio de Alcalá.
En fecha imprecisa de la segunda mitad del siglo IX los restos de las mártires fueron trasladados al monasterio de Leire, desde donde se propagó su culto. La fiesta litúrgica de la traslación se celebra el 18 de abril. Hacia el año 923 se fundó en las proximidades de Nájera un monasterio femenino bajo la advocación de las santas. Quizás ya en el siglo XI los monjes de Leire depositaron sus reliquias en la conocida arqueta de marfil de estilo califal, elaborada en Córdoba en 1005. El culto a las santas fue creciendo desde época medieval y alcanzó su mayor esplendor durante el siglo XVII. Su principal manifestación era la romería del 18 de abril. A resultas de la milagrosa intercesión de las santas en el remedio de una grave sequía, los devotos costearon un bello retablo (1638), que todavía se conserva en Leire. Tras largas gestiones, el pueblo de Adahuesca consiguió parte de las reliquias en 1672 y, aprovechando la exclaustración de 1820, logró la totalidad (1821), pero tuvo que devolverlas en 1826. Con la última desamortización (1836), fueron trasladadas a la parroquia de Santiago de Sangüesa; y en 1862 Adahuesca las obtuvo del obispo de Pamplona, aunque el ayuntamiento de Sangüesa se negó a entregar la arqueta califal, conservada hoy en el Museo de Navarra.
Altar de las santas Nunilo y Alodia en el Monasterio de Leyre
El Monasterio de Leyre, en la archidiócesis de Pamplona, celebra hoy la fiesta de las santas mártires Nunilo y Alodia. Hermanas nacidas en Adahuesca (provincia de Huesca) en la primera mitad del siglo IX. Eran hijas de padre musulmán y madre cristiana y su familia poseía abundantes bienes. A pesar de que la ley les obligaba a seguir la religión de su padre, su madre las educó en la fe cristiana. Sus familiares las denunciaron ante el gobernador musulmán de Huesca, quien intentó obtener su abjuración mediante promesas, halagos o castigos, pero prefirieron permanecer fieles a la religión cristiana y por ello fueron degolladas. Los testimonios sobre la fecha de su martirio son contradictorios y, aunque la más probable es el 21 de octubre del 851, no cabe excluir totalmente ese mismo día del 846. La primera fuente histórica que habla de ellas es el libro II del Memorial de los Santos, compuesto por San Eulogio de Córdoba pocos años después del martirio y con noticias facilitadas por el obispo Venerio de Alcalá.
En fecha imprecisa de la segunda mitad del siglo IX los restos de las mártires fueron trasladados al monasterio de Leire, desde donde se propagó su culto. La fiesta litúrgica de la traslación se celebra el 18 de abril. Hacia el año 923 se fundó en las proximidades de Nájera un monasterio femenino bajo la advocación de las santas. Quizás ya en el siglo XI los monjes de Leire depositaron sus reliquias en la conocida arqueta de marfil de estilo califal, elaborada en Córdoba en 1005. El culto a las santas fue creciendo desde época medieval y alcanzó su mayor esplendor durante el siglo XVII. Su principal manifestación era la romería del 18 de abril. A resultas de la milagrosa intercesión de las santas en el remedio de una grave sequía, los devotos costearon un bello retablo (1638), que todavía se conserva en Leire. Tras largas gestiones, el pueblo de Adahuesca consiguió parte de las reliquias en 1672 y, aprovechando la exclaustración de 1820, logró la totalidad (1821), pero tuvo que devolverlas en 1826. Con la última desamortización (1836), fueron trasladadas a la parroquia de Santiago de Sangüesa; y en 1862 Adahuesca las obtuvo del obispo de Pamplona, aunque el ayuntamiento de Sangüesa se negó a entregar la arqueta califal, conservada hoy en el Museo de Navarra.
El monasterio de Fitero fue fundado por san Raimundo de Fitero y otros monjes cistercienses procedentes del monasterio de l'Escaladieu (Altos Pirineos) que se instalaron en Niencebas, que es un despoblado situado en Alfaro (La Rioja), limítrofe con Fitero (Navarra). Lo que sí está documentado es el origen del pequeño monasterio cisterciense fundado gracias a la donación de Alfonso VII en 1140, en la localidad conocida como Niencebas, donde el obispo de Calahorra, Sancho de Funes, bendijo al primer abad Raimundo, consagrando el primer altar de lo que sería una iglesia provisional. En 1152, el citado obispo bendijo el cementerio del monasterio de Castellón y, con ello, el abad Raimundo dio por concluido el traslado de su comunidad al término de Fitero; éste fue el lugar de su emplazamiento definitivo del primer monasterio que hubo en Fitero.
El abad Raimundo acudió a la llamada de Sancho III de Castilla (hijo de Alfonso VII), quien celebró cortes en Almazán y, en enero de 1158, le donó a San Raimundo de Fitero, al monasterio de Fitero y a la Orden del Cister la plaza de Calatrava la Vieja, para que le ayudasen a defenderla a los ejércitos del rey de Castilla. Fray Raimundo fundó entonces una milicia cisterciense con la que se desplazó a Calatrava, y esta milicia acabaría dando lugar a la Orden Militar de Calatrava.
En 1159, el monasterio de Castellón (Fitero) fue invadido por una muchedumbre armada, enviada por el obispo de Tarazona que, tras destruirlo, se hizo con su dominio espiritual. Los monjes que allí había, tras ser apaleados, huyeron a Calahorra y ni ellos ni San Raimundo pudieron regresar jamás a su monasterio.
En 1161, se instaló una segunda comunidad cisterciense en Fitero, también procedente de l'Escaladieu, cuyo nuevo abad fue Guillermo. San Raimundo, con el apoyo de Alfonso VIII, intentó recuperar su monasterio, pero no lo logró y falleció exilado en Ciruelos.
El segundo templo cisterciense de Fitero se empezó según lo acostumbrado, por la cabecera, en el último cuarto del siglo XII, y su iglesia se concluyó en 1247, financiada por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, así como del castillo de Brihuega (Guadalajara). En 1247, pocos días antes de la muerte de este arzobispo en su viaje de regreso de Lyon, de visitar al Papa Inocencio IV, tras haber logrado de éste una bula de indulgencias para aquellos que visitasen esta nueva iglesia castellana.
Altar de las santas Nunilo y Alodia en el Monasterio de Leyre
El Monasterio de Leyre, en la archidiócesis de Pamplona, celebra hoy la fiesta de las santas mártires Nunilo y Alodia. Hermanas nacidas en Adahuesca (provincia de Huesca) en la primera mitad del siglo IX. Eran hijas de padre musulmán y madre cristiana y su familia poseía abundantes bienes. A pesar de que la ley les obligaba a seguir la religión de su padre, su madre las educó en la fe cristiana. Sus familiares las denunciaron ante el gobernador musulmán de Huesca, quien intentó obtener su abjuración mediante promesas, halagos o castigos, pero prefirieron permanecer fieles a la religión cristiana y por ello fueron degolladas. Los testimonios sobre la fecha de su martirio son contradictorios y, aunque la más probable es el 21 de octubre del 851, no cabe excluir totalmente ese mismo día del 846. La primera fuente histórica que habla de ellas es el libro II del Memorial de los Santos, compuesto por San Eulogio de Córdoba pocos años después del martirio y con noticias facilitadas por el obispo Venerio de Alcalá.
En fecha imprecisa de la segunda mitad del siglo IX los restos de las mártires fueron trasladados al monasterio de Leire, desde donde se propagó su culto. La fiesta litúrgica de la traslación se celebra el 18 de abril. Hacia el año 923 se fundó en las proximidades de Nájera un monasterio femenino bajo la advocación de las santas. Quizás ya en el siglo XI los monjes de Leire depositaron sus reliquias en la conocida arqueta de marfil de estilo califal, elaborada en Córdoba en 1005. El culto a las santas fue creciendo desde época medieval y alcanzó su mayor esplendor durante el siglo XVII. Su principal manifestación era la romería del 18 de abril. A resultas de la milagrosa intercesión de las santas en el remedio de una grave sequía, los devotos costearon un bello retablo (1638), que todavía se conserva en Leire. Tras largas gestiones, el pueblo de Adahuesca consiguió parte de las reliquias en 1672 y, aprovechando la exclaustración de 1820, logró la totalidad (1821), pero tuvo que devolverlas en 1826. Con la última desamortización (1836), fueron trasladadas a la parroquia de Santiago de Sangüesa; y en 1862 Adahuesca las obtuvo del obispo de Pamplona, aunque el ayuntamiento de Sangüesa se negó a entregar la arqueta califal, conservada hoy en el Museo de Navarra.
El Monasterio de Leyre recuerda hoy a san Virila. Según la tradición, estaba un día rezando junto a la comunidad las Vigilias; al terminar, salió del templo y se puso bajo un árbol a meditar el texto del salmo que acaba de rezar: Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó. Meditaba estas palabras cuando, absorto, se quedó escuchando un pajarillo que cantaba al amanecer sobre una rama. Cuando volvió en sí, se dirigió al Monasterio pero, aunque encontró el edificio, no reconoció a los monjes, pues en verdad habían pasado muchos años en un momento, tal como el salmo cuenta.
Los rasgos legendarios de san Virila nos hablan de un monje entregado por completo a la oración y a la contemplación del misterio del Dios revelado en Jesucristo para nuestra salvación. El tiempo presente, tal como experimentó san Virila, no sería más que una preparación que se nos concede para la eternidad. En la oración y en la contemplación de la Palabra de Dios encontramos el camino seguro para alcanzar la gozosa meta para la que hemos sido creados.