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viernes, 4 de diciembre de 2015

Benedicto XVI: San Juan Damasceno

San Juan Damasceno escribe: "En otros tiempos Dios no había sido representado nunca en una imagen, al ser incorpóreo y no tener rostro. Pero dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Yo no venero la materia, sino al creador de la materia, que se hizo materia por mí y se dignó habitar en la materia y realizar mi salvación a través de la materia. Por ello, nunca cesaré de venerar la materia a través de la cual me ha llegado la salvación. Pero de ningún modo la venero como si fuera Dios. ¿Cómo podría ser Dios aquello que ha recibido la existencia a partir del no ser? (...) Yo venero y respeto también todo el resto de la materia que me ha procurado la salvación, en cuanto que está llena de energías y de gracias santas. ¿No es materia el madero de la cruz tres veces bendita? (...) ¿Y no son materia la tinta y el libro santísimo de los Evangelios? ¿No es materia el altar salvífico que nos proporciona el pan de vida? (...) Y antes que nada, ¿no son materia la carne y la sangre de mi Señor? O se debe suprimir el carácter sagrado de todo esto, o se debe conceder a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y la de los amigos de Dios que son santificados por el nombre que llevan, y que por esta razón habita en ellos la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, no se ofenda a la materia, la cual no es despreciable, porque nada de lo que Dios ha hecho es despreciable" (Contra imaginum calumniatores, I, 16, ed. Kotter, pp. 89-90).

Vemos que, a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es considerada morada de Dios. Se trata de una nueva visión del mundo y de las realidades materiales. Dios se ha hecho carne y la carne se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Por consiguiente, las invitaciones del Doctor oriental siguen siendo de gran actualidad, teniendo en cuenta la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, pues por la fe pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios.

Así pues, san Juan Damasceno es testigo privilegiado del culto de las imágenes, que ha sido uno de los aspectos característicos de la teología y de la espiritualidad oriental hasta hoy. Sin embargo, es una forma de culto que pertenece simplemente a la fe cristiana, a la fe en el Dios que se hizo carne y se hizo visible. La doctrina de san Juan Damasceno se inserta así en la tradición de la Iglesia universal, cuya doctrina sacramental prevé que elementos materiales tomados de la naturaleza puedan ser instrumentos de la gracia en virtud de la invocación (epíclesis) del Espíritu Santo, acompañada por la confesión de la fe verdadera.

En unión con estas ideas de fondo san Juan Damasceno pone también la veneración de las reliquias de los santos, basándose en la convicción de que los santos cristianos, al haber sido hechos partícipes de la resurrección de Cristo, no pueden ser considerados simplemente "muertos". Enumerando, por ejemplo, aquellos cuyas reliquias o imágenes son dignas de veneración, san Juan precisa en su tercer discurso en defensa de las imágenes: "Ante todo (veneramos) a aquellos en quienes ha habitado Dios, el único santo, que mora en los santos, como la santa Madre de Dios y todos los santos. Estos son los que, en la medida de lo posible, se han hecho semejantes a Dios con su voluntad y por la inhabitación y la ayuda de Dios, son llamados realmente dioses, no por naturaleza, sino por contingencia, como el hierro al rojo vivo es llamado fuego, no por naturaleza sino por contingencia y por participación del fuego. De hecho dice: "Seréis santos, porque yo soy santo".

Benedicto XVI
Fragmento de la Audiciencia General
Miércoles 6 de mayo de 2009

lunes, 12 de octubre de 2015

El alma de María está pendiente de solo Dios


Los pueblos más ricos buscan el favor de esta mujer. Ante ella se postrarán los reyes de las naciones trayéndole ofrendas.

¡Oh mujer amable, tres veces dichosa! ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Oh mujer, hija del rey David y madre de Dios, el rey universal! ¡Oh divino y animado joyel, en el que se ha complacido el Dios creador, joyel cuyo espíritu es gobernado y está pendiente de solo Dios, cuyo deseo está exclusivamente canalizado hacia lo deseable y lo amable, cuya animosidad se centra únicamente en el pecado y en quien lo comete! Tú tendrás una vida superior a la naturaleza, pues la tendrás no para ti, como tampoco has nacido para ti. La tendrás, por tanto, para Dios, por quien tú has sido llamada a la vida, por quien tú te pondrás al servicio de la salvación universal, para que el primitivo designio de Dios, el de la encarnación del Verbo y de nuestra divinización, tengan en ti un feliz cumplimiento.

Tu deseo es alimentarte de las palabras divinas y de fortalecerte con su savia como verde olivo en la casa del Señor, como un árbol plantado al borde de la acequia del Espíritu, como el árbol de la vida, que ha dado su fruto en el tiempo prefijado: el Dios encarnado, vida eterna de todos los seres. Tú retienes todo pensamiento nutritivo y útil al alma, pero rechazas, aun antes de gustarlo, cualquier pensamiento superfluo o perjudicial para el alma. Tus ojos están siempre puestos en el Señor, contemplando la luz eterna e inaccesible; tus oídos escuchan la divina palabra y se deleitan con la cítara del Espíritu: por ellos entró el Verbo para encarnarse; tu nariz aspira con fruición el aroma de los perfumes del Esposo, siendo él mismo un perfume divino que espontáneamente se expande ungiendo su humanidad: Tu nombre —dice la Escritura— es como un bálsamo fragante, tus labios alaban al Señor y están pendientes de sus labios; tu lengua y tu paladar disciernen las palabras del Señor y se sacian de la suavidad divina; tu corazón puro y sin mancha contempla y anhela al Dios sin mancha.

Vientre en el que el ilimitado estableció su morada, y pechos lactantes de los que Dios, es decir, el niño Jesús, recibió su alimento; puerta de Dios que siempre permanece virgen; manos que llevan a Dios y rodillas que son un trono más elevado que el de los querubines: por ellas se fortalecen las manos débiles y se robustecen las rodillas vacilantes; pies que, guiados por la ley de Dios cual lámpara luciente, corren tras él sin volverse, hasta haber conducido a la amada junto al amado.

Todo su ser es cámara nupcial del Espíritu; todo su ser es la ciudad del Dios viviente, alegrada por el correr de las acequias, es decir, por el flujo de los carismas del Espíritu. Toda hermosa, toda próxima a Dios. Pues, dominando a los querubines y sobresaliendo sobre los serafines, cercana a Dios, es a ella a quien se aplican estas palabras: ¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto!

San Juan Damasceno
Homilías sobre la Natividad (SC 80, pp. 69-73)

jueves, 4 de diciembre de 2014

Benedicto XVI: San Juan Damasceno

San Juan Damasceno escribe: "En otros tiempos Dios no había sido representado nunca en una imagen, al ser incorpóreo y no tener rostro. Pero dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Yo no venero la materia, sino al creador de la materia, que se hizo materia por mí y se dignó habitar en la materia y realizar mi salvación a través de la materia. Por ello, nunca cesaré de venerar la materia a través de la cual me ha llegado la salvación. Pero de ningún modo la venero como si fuera Dios. ¿Cómo podría ser Dios aquello que ha recibido la existencia a partir del no ser? (...) Yo venero y respeto también todo el resto de la materia que me ha procurado la salvación, en cuanto que está llena de energías y de gracias santas. ¿No es materia el madero de la cruz tres veces bendita? (...) ¿Y no son materia la tinta y el libro santísimo de los Evangelios? ¿No es materia el altar salvífico que nos proporciona el pan de vida? (...) Y antes que nada, ¿no son materia la carne y la sangre de mi Señor? O se debe suprimir el carácter sagrado de todo esto, o se debe conceder a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y la de los amigos de Dios que son santificados por el nombre que llevan, y que por esta razón habita en ellos la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, no se ofenda a la materia, la cual no es despreciable, porque nada de lo que Dios ha hecho es despreciable" (Contra imaginum calumniatores, I, 16, ed. Kotter, pp. 89-90).

Vemos que, a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es considerada morada de Dios. Se trata de una nueva visión del mundo y de las realidades materiales. Dios se ha hecho carne y la carne se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Por consiguiente, las invitaciones del Doctor oriental siguen siendo de gran actualidad, teniendo en cuenta la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, pues por la fe pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios.

Así pues, san Juan Damasceno es testigo privilegiado del culto de las imágenes, que ha sido uno de los aspectos característicos de la teología y de la espiritualidad oriental hasta hoy. Sin embargo, es una forma de culto que pertenece simplemente a la fe cristiana, a la fe en el Dios que se hizo carne y se hizo visible. La doctrina de san Juan Damasceno se inserta así en la tradición de la Iglesia universal, cuya doctrina sacramental prevé que elementos materiales tomados de la naturaleza puedan ser instrumentos de la gracia en virtud de la invocación (epíclesis) del Espíritu Santo, acompañada por la confesión de la fe verdadera.

En unión con estas ideas de fondo san Juan Damasceno pone también la veneración de las reliquias de los santos, basándose en la convicción de que los santos cristianos, al haber sido hechos partícipes de la resurrección de Cristo, no pueden ser considerados simplemente "muertos". Enumerando, por ejemplo, aquellos cuyas reliquias o imágenes son dignas de veneración, san Juan precisa en su tercer discurso en defensa de las imágenes: "Ante todo (veneramos) a aquellos en quienes ha habitado Dios, el único santo, que mora en los santos, como la santa Madre de Dios y todos los santos. Estos son los que, en la medida de lo posible, se han hecho semejantes a Dios con su voluntad y por la inhabitación y la ayuda de Dios, son llamados realmente dioses, no por naturaleza, sino por contingencia, como el hierro al rojo vivo es llamado fuego, no por naturaleza sino por contingencia y por participación del fuego. De hecho dice: "Seréis santos, porque yo soy santo".

Benedicto XVI
Fragmento de la Audiciencia General
Miércoles 6 de mayo de 2009