Los pueblos más ricos buscan el favor de esta mujer. Ante ella se postrarán los reyes de las naciones trayéndole ofrendas.
¡Oh mujer amable, tres veces dichosa! ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Oh mujer, hija del rey David y madre de Dios, el rey universal! ¡Oh divino y animado joyel, en el que se ha complacido el Dios creador, joyel cuyo espíritu es gobernado y está pendiente de solo Dios, cuyo deseo está exclusivamente canalizado hacia lo deseable y lo amable, cuya animosidad se centra únicamente en el pecado y en quien lo comete! Tú tendrás una vida superior a la naturaleza, pues la tendrás no para ti, como tampoco has nacido para ti. La tendrás, por tanto, para Dios, por quien tú has sido llamada a la vida, por quien tú te pondrás al servicio de la salvación universal, para que el primitivo designio de Dios, el de la encarnación del Verbo y de nuestra divinización, tengan en ti un feliz cumplimiento.
Tu deseo es alimentarte de las palabras divinas y de fortalecerte con su savia como verde olivo en la casa del Señor, como un árbol plantado al borde de la acequia del Espíritu, como el árbol de la vida, que ha dado su fruto en el tiempo prefijado: el Dios encarnado, vida eterna de todos los seres. Tú retienes todo pensamiento nutritivo y útil al alma, pero rechazas, aun antes de gustarlo, cualquier pensamiento superfluo o perjudicial para el alma. Tus ojos están siempre puestos en el Señor, contemplando la luz eterna e inaccesible; tus oídos escuchan la divina palabra y se deleitan con la cítara del Espíritu: por ellos entró el Verbo para encarnarse; tu nariz aspira con fruición el aroma de los perfumes del Esposo, siendo él mismo un perfume divino que espontáneamente se expande ungiendo su humanidad: Tu nombre —dice la Escritura— es como un bálsamo fragante, tus labios alaban al Señor y están pendientes de sus labios; tu lengua y tu paladar disciernen las palabras del Señor y se sacian de la suavidad divina; tu corazón puro y sin mancha contempla y anhela al Dios sin mancha.
Vientre en el que el ilimitado estableció su morada, y pechos lactantes de los que Dios, es decir, el niño Jesús, recibió su alimento; puerta de Dios que siempre permanece virgen; manos que llevan a Dios y rodillas que son un trono más elevado que el de los querubines: por ellas se fortalecen las manos débiles y se robustecen las rodillas vacilantes; pies que, guiados por la ley de Dios cual lámpara luciente, corren tras él sin volverse, hasta haber conducido a la amada junto al amado.
Todo su ser es cámara nupcial del Espíritu; todo su ser es la ciudad del Dios viviente, alegrada por el correr de las acequias, es decir, por el flujo de los carismas del Espíritu. Toda hermosa, toda próxima a Dios. Pues, dominando a los querubines y sobresaliendo sobre los serafines, cercana a Dios, es a ella a quien se aplican estas palabras: ¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto!
San Juan Damasceno
Homilías sobre la Natividad (SC 80, pp. 69-73)
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