Mientras Jesús iba subiendo a Jerusalén, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos, Santiago y Juan, y le dijeron: Ordena que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a la izquierda. En cambio, el otro evangelista pone esta petición en boca de los hijos. Sin embargo, no existe discrepancia alguna, ni tenemos por qué detenernos en tales minucias. La verdad es que, habiendo enviado por delante a la madre para preparar el terreno, después que ella hubo hablado, fueron ellos quienes presentaron la petición, sin saber, desde luego, lo que pedían, pero pidiéndolo efectivamente. Pues aun siendo apóstoles, eran, no obstante, todavía muy imperfectos, como polluelos que se remueven en el nido por no haberles aún crecido las alas. Porque es muy útil que sepáis que, antes de la pasión, los apóstoles andaban como inmersos en un mar de ignorancia, por lo cual increpándolos les decía: A estas alturas, ¿tampoco vosotros sois capaces de entender? ¿No acabáis de entender que no hablaba de panes al deciros: Mucho cuidado con la levadura de los fariseos? Y de nuevo: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. ¿Te das cuenta de que no tenían ideas claras acerca de la resurrección? El evangelista lo subraya, diciendo: Pues hasta entonces no habían entendido que él había de resucitar de entre los muertos. Y si esto desconocían, con mayor razón ignoraban otras cosas, como por ejemplo lo referente al reino de los cielos, a nuestras primicias y a la ascensión a los cielos. Arrastrándose sobre la tierra, eran todavía incapaces de levantar el vuelo a las alturas.
Imbuidos, pues, como estaban de esta opinión, y esperando como esperaban que de un momento a otro iba Jesús a instaurar el reino en Jerusalén, eran incapaces de asimilar otra cosa. Convencimiento que el otro evangelista subraya diciendo que los apóstoles creían ya próximo el advenimiento de su reino, al que se imaginaban como uno de tantos reinos de la tierra; pensaban que se dirigía a Jerusalén a inaugurar su reino, y no a la cruz y a la muerte. Pues aun cuando lo habían oído mil veces, su entendimiento estaba bloqueado a la comprensión de estas realidades.
No habiendo, pues, alcanzado todavía un evidente y exacto conocimiento de los dogmas, sino creyendo dirigirse a un reino terreno y que Jesús iba a reinar en Jerusalén, tomándolo aparte en el camino, estimando que la ocasión era pintiparada, le formulan esta petición. Pues habiéndose separado del grupo de los discípulos, y como si todo dependiese de su arbitrio, piden un puesto de privilegio y que se les aseguren los cargos más importantes, como quienes pensaban que las cosas estaban ya tocando a su fin y que el asunto estaba a punto de cerrarse, y que era llegado el tiempo de las coronas y de los premios. Lo cual era el colmo de la inconsciencia.
Pues bien, hecha esta petición, escucha lo que les responde Jesús: No sabéis lo que pedís. No es tiempo de coronas y de premios, sino de combates, luchas, sudores, de pruebas y de peleas. Esto es lo que significa la frase: No sabéis lo que pedís. Todavía no habéis probado las cárceles, aún no habéis salido a la palestra para combatir. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? En este pasaje llama cáliz y bautismo a su cruz y a su muerte: cáliz, por la avidez con que lo apura; bautismo, porque por medio de su muerte iba a purificar el orbe de la tierra; y no sólo lo redimía de este modo, sino mediante la resurrección, si bien ésta no le resultaba penosa. Les dice: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, refiriéndose de este modo a la muerte. Santiago fue efectivamente decapitado, y Juan fue varias veces condenado a muerte. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Vosotros, ciertamente, moriréis, os matarán, conseguiréis la corona del martirio; pero en cuanto a que seáis los primeros, no me toca a mí concederlo: lo recibirán los que luchan, en base a su mayor esfuerzo, en atención a su mayor prontitud de ánimo.
San Juan Crisóstomo
Homilía 7 contra los anomeos (4-5: PG 48, 773-775)
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