25.- Es verdad que nuestro amor, inficionado por el veneno de la concupiscencia y atado miserablemente por los tenaces lazos de la voluptuosidad, es llevado por su propio peso de vicio en vicio, siempre de mal en peor. Mas, cuando la caridad interviene y con su propio calor disuelve esta innata tendencia, entonces nuestro amor se eleva hacia las alturas, abandona su vetustez para vestirse de novedad y se adorna con las plateadas alas de la paloma, con las cuales poder volar.. hasta aquel sublime y puro Bien en donde encuentra su origen.
Esto fue lo que con toda claridad dijo san Pablo a los atenienses; pues, disertando sutil y extensamente acerca de Dios y probando con todo rigor por las obras de los filósofos la existencia de un solo Dios, en el que vivimos, nos movemos y somos, dijo entre otras cosas que nosotros somos de su linaje, añadiendo que, por tanto, somos linaje de Dios.
No obstante, nadie piense haber dicho el Apóstol que somos del linaje de Dios de tal modo que pertenezcamos a su misma sustancia o naturaleza. De otra suerte, no podríamos ser ni mudables, ni corruptibles, ni siquiera miserables; es decir, seríamos como su Unigénito, que, nacido de su sustancia, en todo se manifiesta igual al Padre.
Ahora bien, asegura que somos linaje de Dios, o más bien no lo niega, por cuanto el alma racional, creada a imagen de Dios, conoce que puede participar de su sabiduría y felicidad. Así es como la caridad eleva nuestra alma a aquello para lo que fue creada, mientras que la concupiscencia la arrastra hacia lo que ella espontáneamente tiende.
Esto fue lo que con toda claridad dijo san Pablo a los atenienses; pues, disertando sutil y extensamente acerca de Dios y probando con todo rigor por las obras de los filósofos la existencia de un solo Dios, en el que vivimos, nos movemos y somos, dijo entre otras cosas que nosotros somos de su linaje, añadiendo que, por tanto, somos linaje de Dios.
No obstante, nadie piense haber dicho el Apóstol que somos del linaje de Dios de tal modo que pertenezcamos a su misma sustancia o naturaleza. De otra suerte, no podríamos ser ni mudables, ni corruptibles, ni siquiera miserables; es decir, seríamos como su Unigénito, que, nacido de su sustancia, en todo se manifiesta igual al Padre.
Ahora bien, asegura que somos linaje de Dios, o más bien no lo niega, por cuanto el alma racional, creada a imagen de Dios, conoce que puede participar de su sabiduría y felicidad. Así es como la caridad eleva nuestra alma a aquello para lo que fue creada, mientras que la concupiscencia la arrastra hacia lo que ella espontáneamente tiende.
Elredo de Rieval
El Espejo de la Caridad
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